/ viernes 29 de diciembre de 2023

La voz del cácaro | El Maestro del Dinero

Este relato no es para ganadores ni exitosos, sino para losers, para aquellos a quienes este 2023 les negó la fortuna, y lo están terminando endeudados hasta el cuello. Asimismo esta historia es para esos que comienzan el 2024 preguntándose si de verdad existe una fórmula, una especie de ecuación, un método, para hacer dinero. Y si ese método existe, ¿cuál es? ¿Cuáles son sus reglas? ¿Cuál es su técnica? Esto ocurrió en la ciudad de Jaipur, en la India. Ese domingo, frente al Palacio de los Vientos, me topé con el viejillo del diente de oro, el maestro del dinero. Y esta fue su lección.

Por dentro no hay mucho que ver, pero por fuera el Hawa Mahal (Palacio de los Vientos) sí que da el gatazo. Su fachada de cinco pisos con centenares de ventanitas, a través de las cuales circula y se enfría el aire sofocante del verano, recuerda a la corona enjoyada de Krishna, el dios hindú. Frente a la entrada del palacio: el gentío, el caos. Motos y moto-taxis suicidas; camiones desvencijados que parece que van a reventar; vacas haraganeando debajo del semáforo; changos mordiéndose los traseros; hordas de gente yendo y viniendo en todas direcciones: limosneros, meditadores profesionales, turistas, pachecos, faquires, cargadores de ropa sucia, vagos, merolicos, oficinistas, vendedores, mirones…

“¡Te leo tu futuro por veinte rupias!”, “¡Te leo tu futuro por veinte rupias!”, gritaba el viejillo. Era chaparrito y barbudo, de pelo gris y enmarañado recogido en una trenza. Usaba lentes de sol, de esos que parecen como si fueran espejos. La cara arrugada y la nariz ganchuda con un lunar rojo estampado en la frente. Tenía un diente de oro incrustado en la dentadura amarillenta y desdentada; cargaba una sucia túnica hecha de hilachos y las viejas botas vaqueras que algún turista australiano le regaló hacía mucho tiempo. Se me acercó y me echó una ojeada de arriba abajo, como quien no está seguro de algo.

-¿Eres del Perú? Sí, tú debes de ser del Perú. -me dijo el viejillo del diente de oro en un inglés británico, haciendo ese extraño movimiento que hacen los indios con la cabeza. Es

un movimiento cortito, desconcertante, no sabes si ten están diciendo que sí o que no. O todo lo contrario.

-No. Soy de México. -respondí.

-¿Vas a querer que te diga tu futuro o te da miedo?

-¿Y por qué me iba a dar miedo? -le dije yo.

-Ay, sí… Ay, sí. Así dicen todos. -repuso el viejillo del diente de oro-, pero a la mera hora, cuando uno les va a decir su futuro, se arrugan.

Me quedé pensando. Seguro era una estafa.

-No, gracias. -Le respondí, muy propio, muy educado. No se fuera a sacar de onda el ruco.

-Come on!, mexicano. Te digo tu futuro. ¿O qué, te da miedo?

Otra vez con lo del miedo. El viejillo ya se tenía muy bien ensayada la estrategia de venta. Era simple y efectiva: picar el ego del posible cliente, hasta que aflojara y dijera que sí. Pero conmigo no iba a ser tan fácil.

-No. -dije con firmeza.

-Está bien, nomás dame diez rupias.

-¿Diez?

-Sí, pues…

No pues así, ni modo que le dijera que no.

-Bueno. -dije yo.

-Extiende la mano izquierda. -me ordenó.

Poco a poco extendí la mano izquierda y fui abriendo los dedos muy despacio. El viejillo se quitó los lentes de sol y se quedó mirando la palma de mi mano con sus ojos cansados. Luego levantó la mirada y me dijo sonriendo, mostrándome su diente de oro:

-¿Qué quieres saber de tu futuro? Por diez rupias no te puedo decir mucho, así que pregunta una sola cosa.

-¿Algún día voy a ser millonario? -le pregunté de botepronto con secreta ilusión, lo admito.

Inmediatamente la sonrisa se le borró del rostro. Se me quedó mirando muy serio, con severidad. Como si le hubieran faltado al respeto. Ahí entendí que la misma estúpida pregunta que le hice yo, ya se la habían hecho otras tantas veces cientos de estúpidos turistas.

-¿Y yo cómo voy a saber si vas a ser millonario? -Me retobó ceñudo.

-¿No dices que adivinas el futuro? -le reproché.

-El dinero va y viene -sentenció el viejillo-. Un día tienes y otro no. Un día eres millonario y otro estás en la ruina. Nadie puede saber si otro va a tener dinero o no. Lo que sí te puedo decir es cómo hacer dinero… Eso sí sé. ¿Quieres saber?

-¿Cómo? -pregunté con ojos torvos. El viejillo debió notar mi codicia. Tanto, que me dijo el muy ladino:

-Eso te va a costar doscientas rupias.

-¡Doscientas! -Exclamé.

-Sí. Nada más.

Lo pensé dos segundos. Saqué la cartera. Le di las doscientas rupias. Me tenía atrapado. ¿Qué podía yo hacer? Estaba a punto de revelarme uno de los secretos mejor guardados

del mundo.

-Dime… -le urgí.

-Para hacer dinero -continuó- hay que saber hacer cinco cosas en este mundo. El que las sabe hacer siempre será rico, no importa que sea una buena persona o que sea un hijo de la chingada. ¿Quieres saber cuáles son?

-¡Sí! ¡Ya dime!

-¿No tendrás otras cincuenta rupias?

-¡Uta ma…!

Saqué otro billete y se lo puse en la mano. Yo era presa de mi propia codicia.

-Primero: el dinero hay que saber ganarlo. -dijo muy paternal-. Luego: hay que saber gastarlo. Tercero: hay que saber ahorrarlo. Cuarto: hay que saber multiplicarlo. Y por último, el más importante: el dinero hay que saber derrocharlo.

No puedo decir que jamás había escuchado algo parecido. Eso sí, nunca lo había escuchado puesto de esa forma.

-Mírame, ¿tú dirías que no sé ganar dinero? -exclamó-. Claro que sé ganarlo, pero nunca aprendí a ahorrarlo, ni a gastarlo y, menos, a multiplicarlo. Nunca me importó. Sólo aprendí a derrocharlo. Por eso soy pobre. No me quejo. ¿Y tú, mexicano, de las cinco leyes del dinero, cuál dominas? No dijo más, sólo alargó el paso y se esfumó como un fantasma, entre el ir y venir polvoso del gentío, iluminado por el sol dorado de la tarde. Estas son las enseñanzas del maestro del dinero de Jaipur. Desde luego, toda esa sabiduría acerca de la acumulación de la riqueza, no será suficiente, si no se complementa con el uso del bonito y tradicional calzón amarillo durante la fiesta para recibir al año nuevo. Y cuidado con lo que desean, porque el dinero es buen sirviente, pero pésimo maestro. Que 2024 traiga todas las bendiciones. Gracias.

Este relato no es para ganadores ni exitosos, sino para losers, para aquellos a quienes este 2023 les negó la fortuna, y lo están terminando endeudados hasta el cuello. Asimismo esta historia es para esos que comienzan el 2024 preguntándose si de verdad existe una fórmula, una especie de ecuación, un método, para hacer dinero. Y si ese método existe, ¿cuál es? ¿Cuáles son sus reglas? ¿Cuál es su técnica? Esto ocurrió en la ciudad de Jaipur, en la India. Ese domingo, frente al Palacio de los Vientos, me topé con el viejillo del diente de oro, el maestro del dinero. Y esta fue su lección.

Por dentro no hay mucho que ver, pero por fuera el Hawa Mahal (Palacio de los Vientos) sí que da el gatazo. Su fachada de cinco pisos con centenares de ventanitas, a través de las cuales circula y se enfría el aire sofocante del verano, recuerda a la corona enjoyada de Krishna, el dios hindú. Frente a la entrada del palacio: el gentío, el caos. Motos y moto-taxis suicidas; camiones desvencijados que parece que van a reventar; vacas haraganeando debajo del semáforo; changos mordiéndose los traseros; hordas de gente yendo y viniendo en todas direcciones: limosneros, meditadores profesionales, turistas, pachecos, faquires, cargadores de ropa sucia, vagos, merolicos, oficinistas, vendedores, mirones…

“¡Te leo tu futuro por veinte rupias!”, “¡Te leo tu futuro por veinte rupias!”, gritaba el viejillo. Era chaparrito y barbudo, de pelo gris y enmarañado recogido en una trenza. Usaba lentes de sol, de esos que parecen como si fueran espejos. La cara arrugada y la nariz ganchuda con un lunar rojo estampado en la frente. Tenía un diente de oro incrustado en la dentadura amarillenta y desdentada; cargaba una sucia túnica hecha de hilachos y las viejas botas vaqueras que algún turista australiano le regaló hacía mucho tiempo. Se me acercó y me echó una ojeada de arriba abajo, como quien no está seguro de algo.

-¿Eres del Perú? Sí, tú debes de ser del Perú. -me dijo el viejillo del diente de oro en un inglés británico, haciendo ese extraño movimiento que hacen los indios con la cabeza. Es

un movimiento cortito, desconcertante, no sabes si ten están diciendo que sí o que no. O todo lo contrario.

-No. Soy de México. -respondí.

-¿Vas a querer que te diga tu futuro o te da miedo?

-¿Y por qué me iba a dar miedo? -le dije yo.

-Ay, sí… Ay, sí. Así dicen todos. -repuso el viejillo del diente de oro-, pero a la mera hora, cuando uno les va a decir su futuro, se arrugan.

Me quedé pensando. Seguro era una estafa.

-No, gracias. -Le respondí, muy propio, muy educado. No se fuera a sacar de onda el ruco.

-Come on!, mexicano. Te digo tu futuro. ¿O qué, te da miedo?

Otra vez con lo del miedo. El viejillo ya se tenía muy bien ensayada la estrategia de venta. Era simple y efectiva: picar el ego del posible cliente, hasta que aflojara y dijera que sí. Pero conmigo no iba a ser tan fácil.

-No. -dije con firmeza.

-Está bien, nomás dame diez rupias.

-¿Diez?

-Sí, pues…

No pues así, ni modo que le dijera que no.

-Bueno. -dije yo.

-Extiende la mano izquierda. -me ordenó.

Poco a poco extendí la mano izquierda y fui abriendo los dedos muy despacio. El viejillo se quitó los lentes de sol y se quedó mirando la palma de mi mano con sus ojos cansados. Luego levantó la mirada y me dijo sonriendo, mostrándome su diente de oro:

-¿Qué quieres saber de tu futuro? Por diez rupias no te puedo decir mucho, así que pregunta una sola cosa.

-¿Algún día voy a ser millonario? -le pregunté de botepronto con secreta ilusión, lo admito.

Inmediatamente la sonrisa se le borró del rostro. Se me quedó mirando muy serio, con severidad. Como si le hubieran faltado al respeto. Ahí entendí que la misma estúpida pregunta que le hice yo, ya se la habían hecho otras tantas veces cientos de estúpidos turistas.

-¿Y yo cómo voy a saber si vas a ser millonario? -Me retobó ceñudo.

-¿No dices que adivinas el futuro? -le reproché.

-El dinero va y viene -sentenció el viejillo-. Un día tienes y otro no. Un día eres millonario y otro estás en la ruina. Nadie puede saber si otro va a tener dinero o no. Lo que sí te puedo decir es cómo hacer dinero… Eso sí sé. ¿Quieres saber?

-¿Cómo? -pregunté con ojos torvos. El viejillo debió notar mi codicia. Tanto, que me dijo el muy ladino:

-Eso te va a costar doscientas rupias.

-¡Doscientas! -Exclamé.

-Sí. Nada más.

Lo pensé dos segundos. Saqué la cartera. Le di las doscientas rupias. Me tenía atrapado. ¿Qué podía yo hacer? Estaba a punto de revelarme uno de los secretos mejor guardados

del mundo.

-Dime… -le urgí.

-Para hacer dinero -continuó- hay que saber hacer cinco cosas en este mundo. El que las sabe hacer siempre será rico, no importa que sea una buena persona o que sea un hijo de la chingada. ¿Quieres saber cuáles son?

-¡Sí! ¡Ya dime!

-¿No tendrás otras cincuenta rupias?

-¡Uta ma…!

Saqué otro billete y se lo puse en la mano. Yo era presa de mi propia codicia.

-Primero: el dinero hay que saber ganarlo. -dijo muy paternal-. Luego: hay que saber gastarlo. Tercero: hay que saber ahorrarlo. Cuarto: hay que saber multiplicarlo. Y por último, el más importante: el dinero hay que saber derrocharlo.

No puedo decir que jamás había escuchado algo parecido. Eso sí, nunca lo había escuchado puesto de esa forma.

-Mírame, ¿tú dirías que no sé ganar dinero? -exclamó-. Claro que sé ganarlo, pero nunca aprendí a ahorrarlo, ni a gastarlo y, menos, a multiplicarlo. Nunca me importó. Sólo aprendí a derrocharlo. Por eso soy pobre. No me quejo. ¿Y tú, mexicano, de las cinco leyes del dinero, cuál dominas? No dijo más, sólo alargó el paso y se esfumó como un fantasma, entre el ir y venir polvoso del gentío, iluminado por el sol dorado de la tarde. Estas son las enseñanzas del maestro del dinero de Jaipur. Desde luego, toda esa sabiduría acerca de la acumulación de la riqueza, no será suficiente, si no se complementa con el uso del bonito y tradicional calzón amarillo durante la fiesta para recibir al año nuevo. Y cuidado con lo que desean, porque el dinero es buen sirviente, pero pésimo maestro. Que 2024 traiga todas las bendiciones. Gracias.