Nerviosa y poco preparada, Xóchitl Gálvez se lanzó el pasado domingo contra la enorme maquinaria morenista. Tuvo la oportunidad de dar el campanazo, pero la dejó ir. La inexperiencia y la ira hicieron que la candidata del PRIANPRD terminara el debate poniendo la bandera mexicana con el escudo al revés. Sheinbaum no lo hizo mucho mejor, pero al menos supo mantenerse ecuánime, serena. Queda la sensación de que, ni una ni otra, tiene lo que se necesita para gobernar al “tigre”.
Si para algo sirven los dichosos debates, es para mostrarle al público cómo se comportan los candidatos bajo presión. Ahí, frente a las cámaras es donde muestran su carácter y su disposición, su tolerancia y sus demonios. Ah, y sus propuestas de gobierno también. Pero es regla no escrita que aquel que se enoja pierde. Y Xóchitl se enojó. Argumentos le sobraban a para arremeter contra Sheinbaum y ponerla en serios aprietos. Pero de tanto que quiso decirle, efectivamente terminó por decirle todo. Pero a medias y de una forma caótica. La inexperiencia y el nerviosismo pasaron factura.
Extraviada en un mar de papeles y tarjetas, Xóchitl desviaba la vista de la cámara y, con la cara destemplada, le lanzaba ojos de pistola tanto a Álvarez Máynez como a Sheinbaum. No atinaba si contestar las intrincadas preguntas de Denise Maerker, supuestamente formuladas por la ciudadanía, o mejor usar su “bolsa de tiempo” para lanzar algún ataque contra su adversaria. Algunos de esos ataques causaron escozor. La sonrisa fruncida, por momentos, en el rostro de Sheinbaum, lo dejaba en claro. Pero hace falta mucho más que unos cuantos derechazos, lanzados sin ton ni son, para noquear a alguien que lleva años haciendo campaña presidencial, velada eso sí, y que además cuenta con el respaldado de la inmensa maquinaria del presidente y de la marca MORENA. No basta con sacarle los trapitos al sol a la comadre, hay que hacerlo en el momento preciso y sin engancharse, sin tomárselo personal. Y para eso se necesitan tablas.
Sheinbaum, mucho más colmilluda en el arte de aguantar vara, hizo lo suyo. Atacó y se defendió sin explotar. Mantuvo la serenidad y la cordura. Su postura de mujer fría y calculadora, por momentos burlona, sacó de quicio a Xóchitl. Primero llamó a Sheinbaum mujer de hielo y, luego, en medio de un arranque de furia, no se le ocurrió otra cosa más que echarle en cara que carecía del carisma de López Obrador.
La promesa del empoderamiento
Igual que Clara Brugada, aspirante morenista a Jefa del Gobierno de CDMX, y otras tantas candidatas, Sheinbaum y Xóchitl, usaron la figura de la mujer como el centro de sus campañas y su “lucha”. Saben de sobra que en una época, en la que el discurso feminista vende más que nunca, lo más rentable es prometer el empoderamiento de las mujeres; siempre con una narrativa mañosa y simplista, en la que los hombres son los malos del cuento, los monstruos. Esos mismos hombres a quienes, sin ningún empacho, salen a pedirles su voto. Pero Xóchitl fue más lejos, con la cara descompuesta prometió que acabaría con el patriarcado mexicano. ¿Dónde quedó esa Xóchitl contestataria, audaz, mal hablada, de hace unos meses, que retaba al presidente a que la recibiera en Palacio Nacional?
Más allá de las formas, las propuestas de una y otra no sorprendieron a nadie. ¿Para qué tantos sombrerazos, si en el fondo estaban de acuerdo en todo? ¿Cómo se puede debatir de una manera seria cuando las propuestas de un lado y del otro se parecen tanto? Caray, si en vez de prometernos más hospitales y medicinas, alguna hubiera propuesto un proyecto nacional de salud preventiva, en el que el pueblo sea el protagonista, un protagonista informado y consciente de la importancia de alimentarse correctamente y practicar ejercicio, habría tema para discutir. Pero lo que nos mostraron, no pasó de ser un pleito de esquina entre dos doñas, que se bajaron de sus camionetotas para echarse bravatas.
Menos paja
La organización y diseño del formato del primer debate presidencial, de cara a la elección del dos de junio, fue una prueba en la que nuestro flamante Instituto Nacional Electoral salió mal librado. Si así les quedó el debate, nomás imaginemos cómo les irán a quedar las elecciones. Y es que su obsesión de consolidarse como paladín de la democracia y demostrar que es mucho mejor de lo que fuera el INE del infumable Lorenzo Córdoba, el INE de Guadalupe Taddei se ha tropezado con su propio discurso. Sólo queda pedir que en el siguiente debate las cosas cambien. Eso de que las preguntas que se hacen a los candidatos, vengan de parte de la gente, no sólo se presta a suspicacias, sino que también obliga a los candidatos a responder sobre asuntos específicos, de los que como ya vimos, no tienen ni la más pálida idea.
Con ello el tiempo se va en discutir detalles, en improvisar ocurrencias y respuestas condescendientes, cuando de lo que se debería de hablar es de planes generales y la manera de hacerlos factibles. Ya no se diga la distribución del tiempo que tiene cada candidato para responder lo que se le ha preguntado; imperaron la premura y el desconcierto. Cada quien contestaba lo que le daba la gana, sin importar que poco o nada tuviera que ver con el tema que se estaba tocando. Eso en el mejor de los casos, porque en otros momentos las respuestas simplemente quedaban a la mitad.
El proyecto
Dicen que los debates se ganan el “post debate”, que es cuando la gente y los medios opinan acerca de la impresión que le ha dejado cada candidato. Lo cierto es que más allá de quién pudiera considerarse el ganador de éste, lo que vimos fue a dos candidatas, una con el ego hasta el cielo, la otra, nerviosa e iracunda, sin mucho qué decirnos acerca de cómo piensan gobernar al “tigre”. La diferencia es que Sheinbaum cuenta con un proyecto y está convencida de él. Xóchitl, en cambio, no sólo no cuenta con un proyecto medianamente sólido, que pudiera inspirar, sino que además desdeña a los partidos que la postulan. Así se puede llegar a muchos lugares. Menos a la Presidencia.