/ miércoles 22 de noviembre de 2023

Destrucción de Acapulco y espejo de México: a un mes del huracán Otis

Una de las imágenes que más me han sorprendido este año ha sido la destrucción de Acapulco a raíz del huracán Otis que tuvo lugar el pasado 24 de octubre de 2023. No fue ver lo de siempre: negocios afectados, árboles y postes de electricidad caídos o simplemente una ciudad de cabeza. No. Lo que dejó Otis fue una ciudad destrozada. Las construcciones parecían haber quedado en obra negra, reducidas a su esqueleto. Los interiores de las habitaciones completamente arrasadas. Eso en la zona turística. Ni qué decir de los barrios menos favorecidos en los cuales un sinfín de familias lo perdieron todo.

La situación es semejante a la del temblor de la Ciudad de México de 1985: el drama humano contrasta con la pobre respuesta gubernamental. En primer lugar, el presidente López Obrador decidió limitar la entrega de ayuda por medio de los militares, excluyendo así a las organizaciones de la sociedad civil, lo cual constituye una vergüenza que terminará jugando en contra del propio gobierno. Luego, en la declaratoria de emergencia, con una fe de erratas se redujo a solamente dos los municipios considerados como afectados. También causó revuelo el hecho de que se diera por terminada la declaratoria de emergencia en tan solo dos semanas. Asimismo, provocó indignación que la Cámara de Diputados no previera etiquetar recursos para la reconstrucción de Acapulco en la confección del presupuesto de egresos de la federación para 2024. Periodistas como Peniley Ramírez demostraron que el gobierno federal supo con –pocas pero valiosas– horas de antelación sobre la alta peligrosidad del huracán Otis y, sin embargo, no se hizo nada para alertar a la población en esa misma proporción. El propio López Obrador escribió un tuit y, según confesó después, pensó en alertar con mayor contundencia, pero creyó que con eso bastaba. Y la cereza en el pastel ha sido la negativa de López Obrador a visitar las colonias afectadas de Acapulco bajo el argumento de que debe cuidar la ‘investidura presidencial’ y evitar así insultos de la población afectada. A la fecha no hay una sola foto del presidente de la república recorriendo las calles de Acapulco.

Creo que los mandatarios son empleados –servidores públicos– a los que les pagamos para que hagan su trabajo ayudando a la gente previniendo situaciones como este desastre. Y cuando son inevitables, y acarrean destrucción, estos servidores públicos deben remangarse la camisa, presentarse en el lugar de los hechos y encabezar las ayudas de una catástrofe nacional de estas dimensiones. Eso, además, sirve de apoyo moral a los damnificados, al ver a un mandatario cercano, lo cual no está exento, claro, de algunos posibles reproches que pueda endilgarle la ciudadanía.

Mucha gente está simplemente abandonando la ciudad ante la imposibilidad de reanudar sus trabajos y sus vidas. A casi un mes del huracán, en Acapulco no hay clases, mucha gente sigue sin servicios de electricidad o agua, lo cual hace insoportable el día a día. Llama la atención los reportajes televisivos sobre la basura que abunda en las calles y los riesgos de enfermedades; las historias desgarradoras de familias deshechas porque sus seres queridos, marineros, que se embarcaron solo para proteger su trabajo y que siguen desaparecidos. Infinidad de pequeños comerciantes, cuyas mercancías, si no fueron saqueadas, intercambian por comida. Sin claridad sobre cuándo recibirán ayuda para reconstruir sus locales y, mientras tanto, autorizados por el gobierno a vender en las calles y playas. Pero es gente que depende del turismo, y sin reconstrucción no habrá turismo, y sin turistas, no habrá nadie a quién vender. Por el momento, no les resta sino, eso, intercambiar sus mercancías por comida. En suma, gente que no ha recibido ayuda. Ciudadanos que se sienten olvidados.

Habrá quien diga que no. Que no es cierto. Que la ayuda fluye. Que las despensas se reparten (¿pero en cantidades suficientes para una población tan grande? ¿No hay gente desesperada por alimentos? ¿No hay gente que sigue sin electricidad o sin agua? ¿No hay gente que está abandonando Guerrero porque no hay forma de retomar sus vidas: con qué comida, con qué dinero, con qué empleo, con qué negocios, con qué turismo?). A quienes piensen así, convendría echar un vistazo a la realidad. La cuestión es si el gobierno fue omiso o no en advertir a la población sobre la gravedad de Otis. Si el gobierno desapareció o no el Fonden y lo reemplazó por otro Fonden ridículo. Si el gobierno ha debilitado y desprofesionalizado o no las capacidades del Estado mexicano y las suplió por la improvisación y la ineptitud. Si el gobierno ha sido desdeñoso o no en la asignación de recursos, en atender a la población, y en el caso de López Obrador, visitar a los damnificados. Si el gobierno es desdeñoso en el conteo de desaparecidos mientras muchas decenas de familias de marineros reclaman que sus seres queridos nunca volvieron a casa. Si, a un mes del huracán, las calles de Acapulco siguen anegadas de tierra y de montañas de basura. Si la gente se siente olvidada (o no).

Este panorama exhibe a México y desnuda lo que es realmente el populismo. Nos da la ilusión de gobernantes cercanos a la gente. Los populistas enarbolan al pueblo, pero para la consecución del poder en su propio beneficio, removiendo el hartazgo y el resentimiento social. Sin embargo, los populistas son, en esencia, antidemocráticos. No benefician al pueblo. No son cercanos. Por el contrario, son –en realidad– muy lejanos. Situaciones como el huracán Otis lo exhiben de cuerpo entero. El populismo es un discurso y una fachada nada más.

Me parece que lo que podemos hacer son dos cosas: 1) buscar un centro de acopio y ayudar donando víveres en la medida de nuestras posibilidades, aunque sean pocos; 2) no quedarnos en casa y salir a votar en las próximas elecciones, habiendo aprendido lo que es el populismo en ese espejo nuestro que es México.

Una de las imágenes que más me han sorprendido este año ha sido la destrucción de Acapulco a raíz del huracán Otis que tuvo lugar el pasado 24 de octubre de 2023. No fue ver lo de siempre: negocios afectados, árboles y postes de electricidad caídos o simplemente una ciudad de cabeza. No. Lo que dejó Otis fue una ciudad destrozada. Las construcciones parecían haber quedado en obra negra, reducidas a su esqueleto. Los interiores de las habitaciones completamente arrasadas. Eso en la zona turística. Ni qué decir de los barrios menos favorecidos en los cuales un sinfín de familias lo perdieron todo.

La situación es semejante a la del temblor de la Ciudad de México de 1985: el drama humano contrasta con la pobre respuesta gubernamental. En primer lugar, el presidente López Obrador decidió limitar la entrega de ayuda por medio de los militares, excluyendo así a las organizaciones de la sociedad civil, lo cual constituye una vergüenza que terminará jugando en contra del propio gobierno. Luego, en la declaratoria de emergencia, con una fe de erratas se redujo a solamente dos los municipios considerados como afectados. También causó revuelo el hecho de que se diera por terminada la declaratoria de emergencia en tan solo dos semanas. Asimismo, provocó indignación que la Cámara de Diputados no previera etiquetar recursos para la reconstrucción de Acapulco en la confección del presupuesto de egresos de la federación para 2024. Periodistas como Peniley Ramírez demostraron que el gobierno federal supo con –pocas pero valiosas– horas de antelación sobre la alta peligrosidad del huracán Otis y, sin embargo, no se hizo nada para alertar a la población en esa misma proporción. El propio López Obrador escribió un tuit y, según confesó después, pensó en alertar con mayor contundencia, pero creyó que con eso bastaba. Y la cereza en el pastel ha sido la negativa de López Obrador a visitar las colonias afectadas de Acapulco bajo el argumento de que debe cuidar la ‘investidura presidencial’ y evitar así insultos de la población afectada. A la fecha no hay una sola foto del presidente de la república recorriendo las calles de Acapulco.

Creo que los mandatarios son empleados –servidores públicos– a los que les pagamos para que hagan su trabajo ayudando a la gente previniendo situaciones como este desastre. Y cuando son inevitables, y acarrean destrucción, estos servidores públicos deben remangarse la camisa, presentarse en el lugar de los hechos y encabezar las ayudas de una catástrofe nacional de estas dimensiones. Eso, además, sirve de apoyo moral a los damnificados, al ver a un mandatario cercano, lo cual no está exento, claro, de algunos posibles reproches que pueda endilgarle la ciudadanía.

Mucha gente está simplemente abandonando la ciudad ante la imposibilidad de reanudar sus trabajos y sus vidas. A casi un mes del huracán, en Acapulco no hay clases, mucha gente sigue sin servicios de electricidad o agua, lo cual hace insoportable el día a día. Llama la atención los reportajes televisivos sobre la basura que abunda en las calles y los riesgos de enfermedades; las historias desgarradoras de familias deshechas porque sus seres queridos, marineros, que se embarcaron solo para proteger su trabajo y que siguen desaparecidos. Infinidad de pequeños comerciantes, cuyas mercancías, si no fueron saqueadas, intercambian por comida. Sin claridad sobre cuándo recibirán ayuda para reconstruir sus locales y, mientras tanto, autorizados por el gobierno a vender en las calles y playas. Pero es gente que depende del turismo, y sin reconstrucción no habrá turismo, y sin turistas, no habrá nadie a quién vender. Por el momento, no les resta sino, eso, intercambiar sus mercancías por comida. En suma, gente que no ha recibido ayuda. Ciudadanos que se sienten olvidados.

Habrá quien diga que no. Que no es cierto. Que la ayuda fluye. Que las despensas se reparten (¿pero en cantidades suficientes para una población tan grande? ¿No hay gente desesperada por alimentos? ¿No hay gente que sigue sin electricidad o sin agua? ¿No hay gente que está abandonando Guerrero porque no hay forma de retomar sus vidas: con qué comida, con qué dinero, con qué empleo, con qué negocios, con qué turismo?). A quienes piensen así, convendría echar un vistazo a la realidad. La cuestión es si el gobierno fue omiso o no en advertir a la población sobre la gravedad de Otis. Si el gobierno desapareció o no el Fonden y lo reemplazó por otro Fonden ridículo. Si el gobierno ha debilitado y desprofesionalizado o no las capacidades del Estado mexicano y las suplió por la improvisación y la ineptitud. Si el gobierno ha sido desdeñoso o no en la asignación de recursos, en atender a la población, y en el caso de López Obrador, visitar a los damnificados. Si el gobierno es desdeñoso en el conteo de desaparecidos mientras muchas decenas de familias de marineros reclaman que sus seres queridos nunca volvieron a casa. Si, a un mes del huracán, las calles de Acapulco siguen anegadas de tierra y de montañas de basura. Si la gente se siente olvidada (o no).

Este panorama exhibe a México y desnuda lo que es realmente el populismo. Nos da la ilusión de gobernantes cercanos a la gente. Los populistas enarbolan al pueblo, pero para la consecución del poder en su propio beneficio, removiendo el hartazgo y el resentimiento social. Sin embargo, los populistas son, en esencia, antidemocráticos. No benefician al pueblo. No son cercanos. Por el contrario, son –en realidad– muy lejanos. Situaciones como el huracán Otis lo exhiben de cuerpo entero. El populismo es un discurso y una fachada nada más.

Me parece que lo que podemos hacer son dos cosas: 1) buscar un centro de acopio y ayudar donando víveres en la medida de nuestras posibilidades, aunque sean pocos; 2) no quedarnos en casa y salir a votar en las próximas elecciones, habiendo aprendido lo que es el populismo en ese espejo nuestro que es México.