/ lunes 22 de enero de 2024

De la Megafarmacia a Jean Valjean: el absurdo viaje de la ineptitud

Algunos de los sellos distintivos del actual gobierno federal son la ineptitud, las ocurrencias y la mediocridad. Lo hemos visto con la destrucción del Seguro Popular, a raíz de un eslogan electoral falso y facilón (‘ni es seguro ni es popular’, decía el presidente Andrés Manuel López Obrador), y que sustituyó con el Instituto de Salud para el Bienestar (INSABI). Fue un fracaso tal el INSABI que el gobierno desapareció su propia creación en 2023 y decidió, pesar de ese punto tan avanzado de la administración, incorporar esos servicios al IMSS-Bienestar.

Otro ejemplo fue la sustitución del sistema de compras en el sector salud por otro altamente ineficiente que provocó –como es sabido por todos– la agudización del desabasto de medicamentos. El resultado de estas improvisaciones ha sido el destrozo de un servicio de por sí deteriorado. Y cualquier persona puede comprobarlo al acudir al sistema público de salud: caos, suciedad y la falta de los insumos más básicos para la atención médica.

Sin embargo, este gobierno no admite nada, no reconoce nada, todo es culpa –y ya resulta hartante escucharlo– de los ‘neoliberales’, todo es conspiración o mentira de un grupo ‘conservador’. Pero el desabasto ha sido tal que el gobierno ha reconocido, a regañadientes, su existencia al prometer, una y otra vez, solucionarlo.

Pues bien, la nueva ocurrencia ha sido la construcción de la Megafarmacia del Bienestar, una bodega inmensa que el gobierno compró a Liverpool. La idea es la siguiente: cuando el usuario del sistema de salud acuda a su clínica y descubra un desabasto de los medicamentos que necesita, entonces llamará por teléfono a la Megafarmacia y esta los surtirá. Vea usted la estupidez –no hay otra forma de llamarla– y la simplonería en la lógica del presidente: ¿no hay medicinas? Fácil, hagamos una farmaciototota en la que haya de todo. ¿El ciudadano descubre que su medicina no está disponible? Fácil, impongámosle una barrera absurda más: en lugar de resolver el problema del desabasto y hacer que la medicina esté allí, en la clínica, donde la necesita el ciudadano, pues no, hagamos un trámite más, un trámite incluso angustiante si se trata de una enfermedad preocupante, compliquemos las cosas, obliguémoslo a llamar por teléfono –que él persiga la medicina– y hagámoslo esperar el resultado de su nuevo trámite. ¿Le llegará en helicóptero en 48 horas como dijo el gobierno?

El resultado es el que puede imaginar el lector y que han demostrado distintos medios de información. Los usuarios llaman a la farmaciototota y tampoco encuentran su medicamento. El gobierno, hace unos días, presumió que la Megafarmacia había surtido en todo este tiempo apenas 67 recetas. ¿Qué son 67 recetas comparadas con los miles de personas que hacen fila diariamente en las clínicas del sector público?

La elección del tema de mis columnas se vuelve difícil ante el sinfín de problemas, horrores y locuras que se viven en México. Pensé en escribir sobre el reciente escándalo que supuso la revelación de Sanjuana Martínez, directora de Notimex, a propósito del ‘moche’ que se le solicitó de las liquidaciones multimillonarias de dicha agencia pública de noticias para la campaña presidencial de Claudia Sheinbaum. No fue una filtración, ni fue una acusación de la oposición, tampoco fue una investigación de los medios de comunicación críticos. Se trata de un escándalo de corrupción que se dio a conocer desde las entrañas del propio gobierno. El testimonio de una funcionaria afín al gobierno y que se publicó en La Jornada, un periódico también afín al gobierno. ¿Por qué Sanjuana Martínez terminaría de arruinar su carrera innecesariamente y se enfrentaría a la –muy seguramente– próxima presidenta de México, Claudia Sheinbaum, si no es porque el escándalo es verdadero?

También pensé en escribir sobre los escándalos de corrupción de los hijos de AMLO. Imaginar que el presidente canceló la construcción de un aeropuerto moderno y ambicioso, el Nuevo Aeropuerto Internacional de México (NAIM), por señalamientos de corrupción que nunca demostró (ni una persona fue a dar a la cárcel), y en su lugar, construyó el Aeropuerto Internacional Felipe Ángeles (AIFA), el cual no es muy usado y no resolvió el problema de saturación del actual aeropuerto Benito Juárez de la Ciudad de México. Imaginar que, en cambio, en la construcción del Tren Maya, sus hijos sí han tejido una red de corrupción y tráfico de influencias. Los amigos y prestanombres de los hijos de AMLO no habrían obtenido esos contratos ni se habrían vuelto multimillonarios de la noche a la mañana si el papá no hubiera llegado a la presidencia. Así de sencillo. Tejer la asignación de una infinidad de contratos de cientos de millones de pesos para favorecer a tus amigos, a costa de los ciudadanos, es corrupción. Más aún, hay que recordar los casos de los sobres de dinero público desviado para AMLO y que el propio presidente reconoció haber recibido… Es increíble que López Obrador siga manteniendo esa falsa imagen de honestidad. Es producto de una mezcla de carisma, populismo y posverdad.

Pensé en escribir sobre el fracaso para ratificar a la Fiscal General de Justicia de la Ciudad de México, Ernestina Godoy, aquella quien inventó delitos a Alejandra Cuevas, como lo demostró la Suprema Corte de Justicia, con tal de favorecer al Fiscal General de la República, Federico Gertz Manero. Ernestina Godoy, aquella fiscal a quien se le demostró, justo días antes de la votación para su ratificación, que había plagiado su tesis de licenciatura. Hay que recordar que ha sido el escritor Guillermo Sheridan quien ha descubierto este y otros plagios, como el de, precisamente, Gertz Manero, y sobre todo, el de la ministra de la Suprema Corte, Yasmín Esquivel, nombrada por AMLO.

Pensé en escribir, peor todavía, sobre el escándalo del encargado de despacho de la Fiscalía General de Justicia de la Ciudad de México, Ulises Lara, que designó Ernestina Godoy, una vez que fracasó su ratificación en los primeros días de enero de 2024. Resulta que Ulises Lara no cumplía con los requisitos para el cargo, en virtud de que no era abogado. Pero eso nunca es un problema: un miembro de Morena es, ni más ni menos, dueño de universidad patito llamada Universidad Cúspide de México, con domicilio en el viejo portón de una cochera adornada con una lona que lleva el nombre de la universidad, y que le expidió, horas antes, un título de licenciado en derecho. Es obvio que no estudió una licenciatura en derecho y que el título fue tramitado ilegalmente al vapor. Algo que debería ser un escándalo y motivo de renuncia o destitución; sin embargo, en un país liderado por AMLO, por su ‘superioridad’ moral, por su mentira sistemática y por su deterioro –en todos los sentidos– de la vida pública, simplemente no pasa nada.

Ulises Lara es, cabe mencionar, expareja de la nueva ministra, Lenia Batres (la famosa ‘hija de su putísima madre’, como se ha hecho conocer ella misma por su lenguaje florido), a su vez, hermana de Martí Batres, actual Jefe de Gobierno de la Ciudad de México, caracterizado, como todos los que conforman el círculo cercano de AMLO, por la arrogancia y la bravuconería ejercidas desde el poder, lo cual sería electoralmente contraproducente, pero que les resulta exitoso porque tienen el apoyo popular. Y, por cierto, también cabe mencionar que Ernestina Godoy fue la fiscal que intentó procesar penalmente a una señora a quien se le cayeron unas aspas de lavadora a las vías del metro de la Ciudad de México, y fue acusada de cometer el delito de ataques a las vías de comunicación. Claudia Sheinbaum alegaba que las incesantes fallas del metro no eran producto del mal servicio, sino de sabotajes. Al final se hizo evidente que la acusación era infundada e injusta, y la fiscalía terminó por retirar los cargos.

Los sellos distintivos del gobierno –decía al inicio– son la ineptitud, las ocurrencias y la mediocridad. En suma, su sello es lo ‘chafa’. Es un gobierno chafa, pero que cuestas vidas. El manejo de la pandemia fue desastroso y costó vidas innecesariamente. La torpe destrucción del sistema de salud también ha costado vidas. Y, sin embargo, la gente –incluida mi familia– le extiende a AMLO un cheque en blanco. Reconozcámoslo: la guerra contra el narco del expresidente Calderón ha cobrado demasiadas vidas (y fue un error); la pasividad del expresidente Peña frente a la corrupción condujo a los ciudadanos al desbordamiento del hartazgo (y también fue un error); la ineptitud, lo chafa, el espíritu resentido y destructor, el carácter mentiroso de AMLO son su gran error. Sí, es –y será– un presidente popular, pero no por ello menos errado.

En el metro de la Ciudad de México, veo un anuncio del gobierno que dice: ‘Falsificar boletos del metro es un delito con pena de hasta 9 años de prisión’. Recordé a Jean Valjean –el personaje de ‘Los Miserables’, aquella inmensa novela de Víctor Hugo– quien pasó cerca de 20 años en prisión por robar un pan. En México, un país bañado en sangre con tantos problemas de violencia e inseguridad, te pueden meter 9 años de prisión por piratearte un boleto del metro, pero si te pirateas una tesis como Godoy, un libro como Gertz o un título de licenciado en derecho como Ulises Lara, fácil te pueden dar una chamba como Fiscal General de Justicia, Fiscal General de la República, Investigador nivel 3 del SNI o Ministro de la Suprema Corte de Justicia, ahí modestamente. Ya lo saben, jóvenes, esa es la ‘pedagogía’ de la ‘cuarta transformación de la vida pública’, en palabras del propio AMLO.

Algunos de los sellos distintivos del actual gobierno federal son la ineptitud, las ocurrencias y la mediocridad. Lo hemos visto con la destrucción del Seguro Popular, a raíz de un eslogan electoral falso y facilón (‘ni es seguro ni es popular’, decía el presidente Andrés Manuel López Obrador), y que sustituyó con el Instituto de Salud para el Bienestar (INSABI). Fue un fracaso tal el INSABI que el gobierno desapareció su propia creación en 2023 y decidió, pesar de ese punto tan avanzado de la administración, incorporar esos servicios al IMSS-Bienestar.

Otro ejemplo fue la sustitución del sistema de compras en el sector salud por otro altamente ineficiente que provocó –como es sabido por todos– la agudización del desabasto de medicamentos. El resultado de estas improvisaciones ha sido el destrozo de un servicio de por sí deteriorado. Y cualquier persona puede comprobarlo al acudir al sistema público de salud: caos, suciedad y la falta de los insumos más básicos para la atención médica.

Sin embargo, este gobierno no admite nada, no reconoce nada, todo es culpa –y ya resulta hartante escucharlo– de los ‘neoliberales’, todo es conspiración o mentira de un grupo ‘conservador’. Pero el desabasto ha sido tal que el gobierno ha reconocido, a regañadientes, su existencia al prometer, una y otra vez, solucionarlo.

Pues bien, la nueva ocurrencia ha sido la construcción de la Megafarmacia del Bienestar, una bodega inmensa que el gobierno compró a Liverpool. La idea es la siguiente: cuando el usuario del sistema de salud acuda a su clínica y descubra un desabasto de los medicamentos que necesita, entonces llamará por teléfono a la Megafarmacia y esta los surtirá. Vea usted la estupidez –no hay otra forma de llamarla– y la simplonería en la lógica del presidente: ¿no hay medicinas? Fácil, hagamos una farmaciototota en la que haya de todo. ¿El ciudadano descubre que su medicina no está disponible? Fácil, impongámosle una barrera absurda más: en lugar de resolver el problema del desabasto y hacer que la medicina esté allí, en la clínica, donde la necesita el ciudadano, pues no, hagamos un trámite más, un trámite incluso angustiante si se trata de una enfermedad preocupante, compliquemos las cosas, obliguémoslo a llamar por teléfono –que él persiga la medicina– y hagámoslo esperar el resultado de su nuevo trámite. ¿Le llegará en helicóptero en 48 horas como dijo el gobierno?

El resultado es el que puede imaginar el lector y que han demostrado distintos medios de información. Los usuarios llaman a la farmaciototota y tampoco encuentran su medicamento. El gobierno, hace unos días, presumió que la Megafarmacia había surtido en todo este tiempo apenas 67 recetas. ¿Qué son 67 recetas comparadas con los miles de personas que hacen fila diariamente en las clínicas del sector público?

La elección del tema de mis columnas se vuelve difícil ante el sinfín de problemas, horrores y locuras que se viven en México. Pensé en escribir sobre el reciente escándalo que supuso la revelación de Sanjuana Martínez, directora de Notimex, a propósito del ‘moche’ que se le solicitó de las liquidaciones multimillonarias de dicha agencia pública de noticias para la campaña presidencial de Claudia Sheinbaum. No fue una filtración, ni fue una acusación de la oposición, tampoco fue una investigación de los medios de comunicación críticos. Se trata de un escándalo de corrupción que se dio a conocer desde las entrañas del propio gobierno. El testimonio de una funcionaria afín al gobierno y que se publicó en La Jornada, un periódico también afín al gobierno. ¿Por qué Sanjuana Martínez terminaría de arruinar su carrera innecesariamente y se enfrentaría a la –muy seguramente– próxima presidenta de México, Claudia Sheinbaum, si no es porque el escándalo es verdadero?

También pensé en escribir sobre los escándalos de corrupción de los hijos de AMLO. Imaginar que el presidente canceló la construcción de un aeropuerto moderno y ambicioso, el Nuevo Aeropuerto Internacional de México (NAIM), por señalamientos de corrupción que nunca demostró (ni una persona fue a dar a la cárcel), y en su lugar, construyó el Aeropuerto Internacional Felipe Ángeles (AIFA), el cual no es muy usado y no resolvió el problema de saturación del actual aeropuerto Benito Juárez de la Ciudad de México. Imaginar que, en cambio, en la construcción del Tren Maya, sus hijos sí han tejido una red de corrupción y tráfico de influencias. Los amigos y prestanombres de los hijos de AMLO no habrían obtenido esos contratos ni se habrían vuelto multimillonarios de la noche a la mañana si el papá no hubiera llegado a la presidencia. Así de sencillo. Tejer la asignación de una infinidad de contratos de cientos de millones de pesos para favorecer a tus amigos, a costa de los ciudadanos, es corrupción. Más aún, hay que recordar los casos de los sobres de dinero público desviado para AMLO y que el propio presidente reconoció haber recibido… Es increíble que López Obrador siga manteniendo esa falsa imagen de honestidad. Es producto de una mezcla de carisma, populismo y posverdad.

Pensé en escribir sobre el fracaso para ratificar a la Fiscal General de Justicia de la Ciudad de México, Ernestina Godoy, aquella quien inventó delitos a Alejandra Cuevas, como lo demostró la Suprema Corte de Justicia, con tal de favorecer al Fiscal General de la República, Federico Gertz Manero. Ernestina Godoy, aquella fiscal a quien se le demostró, justo días antes de la votación para su ratificación, que había plagiado su tesis de licenciatura. Hay que recordar que ha sido el escritor Guillermo Sheridan quien ha descubierto este y otros plagios, como el de, precisamente, Gertz Manero, y sobre todo, el de la ministra de la Suprema Corte, Yasmín Esquivel, nombrada por AMLO.

Pensé en escribir, peor todavía, sobre el escándalo del encargado de despacho de la Fiscalía General de Justicia de la Ciudad de México, Ulises Lara, que designó Ernestina Godoy, una vez que fracasó su ratificación en los primeros días de enero de 2024. Resulta que Ulises Lara no cumplía con los requisitos para el cargo, en virtud de que no era abogado. Pero eso nunca es un problema: un miembro de Morena es, ni más ni menos, dueño de universidad patito llamada Universidad Cúspide de México, con domicilio en el viejo portón de una cochera adornada con una lona que lleva el nombre de la universidad, y que le expidió, horas antes, un título de licenciado en derecho. Es obvio que no estudió una licenciatura en derecho y que el título fue tramitado ilegalmente al vapor. Algo que debería ser un escándalo y motivo de renuncia o destitución; sin embargo, en un país liderado por AMLO, por su ‘superioridad’ moral, por su mentira sistemática y por su deterioro –en todos los sentidos– de la vida pública, simplemente no pasa nada.

Ulises Lara es, cabe mencionar, expareja de la nueva ministra, Lenia Batres (la famosa ‘hija de su putísima madre’, como se ha hecho conocer ella misma por su lenguaje florido), a su vez, hermana de Martí Batres, actual Jefe de Gobierno de la Ciudad de México, caracterizado, como todos los que conforman el círculo cercano de AMLO, por la arrogancia y la bravuconería ejercidas desde el poder, lo cual sería electoralmente contraproducente, pero que les resulta exitoso porque tienen el apoyo popular. Y, por cierto, también cabe mencionar que Ernestina Godoy fue la fiscal que intentó procesar penalmente a una señora a quien se le cayeron unas aspas de lavadora a las vías del metro de la Ciudad de México, y fue acusada de cometer el delito de ataques a las vías de comunicación. Claudia Sheinbaum alegaba que las incesantes fallas del metro no eran producto del mal servicio, sino de sabotajes. Al final se hizo evidente que la acusación era infundada e injusta, y la fiscalía terminó por retirar los cargos.

Los sellos distintivos del gobierno –decía al inicio– son la ineptitud, las ocurrencias y la mediocridad. En suma, su sello es lo ‘chafa’. Es un gobierno chafa, pero que cuestas vidas. El manejo de la pandemia fue desastroso y costó vidas innecesariamente. La torpe destrucción del sistema de salud también ha costado vidas. Y, sin embargo, la gente –incluida mi familia– le extiende a AMLO un cheque en blanco. Reconozcámoslo: la guerra contra el narco del expresidente Calderón ha cobrado demasiadas vidas (y fue un error); la pasividad del expresidente Peña frente a la corrupción condujo a los ciudadanos al desbordamiento del hartazgo (y también fue un error); la ineptitud, lo chafa, el espíritu resentido y destructor, el carácter mentiroso de AMLO son su gran error. Sí, es –y será– un presidente popular, pero no por ello menos errado.

En el metro de la Ciudad de México, veo un anuncio del gobierno que dice: ‘Falsificar boletos del metro es un delito con pena de hasta 9 años de prisión’. Recordé a Jean Valjean –el personaje de ‘Los Miserables’, aquella inmensa novela de Víctor Hugo– quien pasó cerca de 20 años en prisión por robar un pan. En México, un país bañado en sangre con tantos problemas de violencia e inseguridad, te pueden meter 9 años de prisión por piratearte un boleto del metro, pero si te pirateas una tesis como Godoy, un libro como Gertz o un título de licenciado en derecho como Ulises Lara, fácil te pueden dar una chamba como Fiscal General de Justicia, Fiscal General de la República, Investigador nivel 3 del SNI o Ministro de la Suprema Corte de Justicia, ahí modestamente. Ya lo saben, jóvenes, esa es la ‘pedagogía’ de la ‘cuarta transformación de la vida pública’, en palabras del propio AMLO.