/ martes 26 de septiembre de 2023

Maquiavelo en Sinaloa

Mi carácter calmado e introvertido provoca, a veces, que la gente me diga que soy muy bueno escuchando. Yo, en mi interior, me divierto con eso. Otras veces, por esa misma razón, las personas me hacen confesiones involuntarias. En una ocasión, hace muchos años, platicaba con una destacada colaboradora muy cercana a cierto político sinaloense que actualmente ha caído –él y los suyos– en el escándalo y en el repudio social. Ella me recomendaba series de televisión. Por agregar algo, tomé la palabra. En aquella época, yo había visto ‘House of Cards’, una serie producida por Netflix, así que le expliqué brevemente de qué se trataba: Frank Underwood, un diputado estadounidense, es un político despiadado y calculador que manipula a las personas para colmar su sed de poder.

‘Mi jefe’, dijo, con emoción, la mujer con quien yo platicaba, ‘él es justamente así’. Abrí mis ojos como platos y pensé: ¡qué personaje tan sombrío, entonces, y vaya confesión involuntaria! Meses después, descubrí que este mismísimo político sinaloense presumía que uno de sus libros favoritos era, ni más ni menos, ‘El príncipe’ de Maquiavelo.

Es un texto muy popular, pero es menos leído y comprendido que admirado. Aprovechando que el político sinaloense en cuestión y sus colaboradores se creen (ingenua y alarmantemente) maquiavélicos –pues parten de una concepción equivocada de la política, descarnada, tonta y frívola–, propongo al lector lo siguiente. Imagine usted que, por alguna razón inexplicable, Nicolás Maquiavelo viniese a México y desembarcara en Sinaloa para ofrecer su consejo. ¿Qué nos diría? ¿Consideraría que sus lectores han comprendido realmente su obra? ¿Qué lecciones podría compartirnos Maquiavelo, a partir de su propio texto (‘El príncipe’), sobre el auge y caída de los políticos sinaloenses?

He aquí, pues, una conversación imaginaria entre un ciudadano sinaloense y Maquiavelo:

Sinaloense (S): Maestro Maquiavelo, me parece que en Sinaloa no hemos comprendido que no solo tenemos una cultura a veces agresiva, a veces bravucona, sino también una cultura política autoritaria en una parte importante de la población. El político sinaloense que actualmente es motivo de escándalo, burla y repudio social, conectó con sus seguidores porque inconscientemente comparten entre sí esa misma cultura autoritaria. Capturaron una institución e instauraron en ella un sistema acorde a su carácter: un sistema autoritario y vertical. ¿Qué opina usted, maestro, sobre este curioso contraste entre, por un lado, la abyección-adoración de los servidores de este político y, por otro lado, el repudio del pueblo?

Nicolás Maquiavelo (NM): En un pequeño libro titulado ‘El príncipe’, señalé –entre otras cosas– que pobre y desafortunado será aquel político que satisface a sus élites, a sus nobles, pero no atiende su relación con la comunidad, con el pueblo, máxime si le son hostiles por culpa de su propia injusticia.

S: Usted, maestro, es uno de los pilares de la concepción política de estas personas. Tergiversado y mal interpretado: a eso se reduce su saber político. Un aprendizaje que estas personas obtuvieron de usted es, por ejemplo, el que sostiene que es mejor dar lo que no es de uno. De hecho, aquí tengo su libro (Porrúa, 2015) y usted señala que cualquiera que regala lo ajeno, claro, puede convertirse en el mejor donador del mundo (Cap. 16, p. 41). También dice, en el capítulo 18, página 44, que todo gobernante debe ser capaz de engañar, mentir y traicionar…

NM: Sí, pero también digo que un político debe construirse una buena reputación colmada de virtudes (Cap. 15, 16 y, especialmente, 18, p. 45).

S: Y si el principado que controla es de naturaleza pedagógica e intelectual, ¿no debería construir una reputación intelectual, como ha ocurrido con otros caudillos culturales, que han sido políticos y a la vez referentes intelectuales?

NM: Podría conceder que, efectivamente, debió forjar una reputación de ese tipo. Sin embargo, más importante, en todo caso, es que posea la reputación de ser virtuoso y aparentar tener cualidades; excepcionalmente, hay que tener una mala reputación, pero solo si es necesario (Cap. 18, p. 45). Además, la mala reputación es viable únicamente en gobiernos opresivos. Pues, por ejemplo, la excesiva misericordia de Escipión fue una gloria porque vivía en una república (Cap. 17, p. 44). Y lamento decirlo, pero en el capítulo 16 insisto en que más importante que una reputación, incluso de generosidad, es cuidarse del odio de la gente (p. 40). Debe alcanzar el respeto porque es poco probable que un príncipe muy respetado por el pueblo enfrente conspiraciones y luchas (Cap. 19, p. 47).

S: En la antigua Grecia, hibris era el exceso de arrogancia, de confianza, la falta de control que conduce a la pérdida de la cordura, usualmente referida a aquellos que enferman de poder. ‘Aquel a quien los dioses quieren destruir, primero lo vuelven loco’, reza un proverbio antiguo. Y Sófocles, en su obra de teatro Edipo rey, dice: ‘la hibris engendra tiranos’. Creo que este personaje sinaloense no saldrá, como hubiese querido, por la puerta grande de la historia de Sinaloa, sino que saldrá azorrillado. No logrará ser gobernador como lo deseó y soñó, sino que será despreciado, señalado y abucheado. He visto que, ahora, incluso le mientan la madre en público.

NM: No dejaré de repetir que un príncipe debe evitar, a toda costa, tener al pueblo hostil y ponerlo, él mismo, en su contra. Ya lo he advertido así: mientras que el pueblo desea no ser oprimido, los nobles desean oprimir. Y, sobre todo, el príncipe debe recurrir a medidas perversas para satisfacer a sus nobles.

S: Creo que no supieron captar esa importante enseñanza de su libro. Usted dice textualmente: ‘Por otra parte, no puede honradamente satisfacer a los grandes sin lesionar a los demás; pero en cambio, puede satisfacer al pueblo, porque la finalidad del pueblo es más honesta que la de los grandes, queriendo estos oprimir, y aquel no ser oprimido’ (Cap. 9, p. 25).

NM: Al respecto, me he referido primeramente ‘al caso en que se asciende al principado por un camino de perversidades y delitos; y después, al caso en que se llega a ser príncipe por el favor de los conciudadanos’ (Cap. 8, p. 21). Además, ‘creo que depende del bueno o mal uso que se hace de la crueldad. Llamaría bien empleadas a las crueldades, si a lo malo se lo puede llamar bueno, cuando se aplican de una sola vez por absoluta necesidad de asegurarse, y cuando no se insiste en ellas’ (Cap. 8, p. 23). También he dicho que ‘todo usurpador debe reflexionar sobre los crímenes que le es preciso cometer, y ejecutarlos todos a la vez, para que no tenga que renovarlos día a día... Quien procede de otra manera… se ve siempre obligado a estar con el cuchillo en la mano’ (Cap. 8, p. 24).

S: El personaje sinaloense del cual le hablo ha buscado reiteradamente el camino para ocupar cargos de elección popular y, en prácticamente todas las ocasiones, ha perdido. La gente no ha notado eso: que como político está en el bando de los perdedores. Más grave aún, él mismo no se da cuenta de ello (es la hibris de la que hablaba antes). La falla es la misma y se repite, y a diferencia de lo que usted sugiere, él incurre, en cada contienda, en los mismos errores y en las mismas malignidades, no de una vez por todas, sino reiteradamente, causando, como usted señala, agravios a la comunidad que controla y rechazo en el pueblo en el que vive. Y, ante el fracaso, tampoco ha sabido retirarse como tantísimos otros políticos que han dado un paso atrás (el mejor ejemplo de esa sabia decisión son los priistas viejos y adinerados). A pesar de los insistentes agravios, contra lo que usted aconseja, a él y a los suyos les ofende que lo llamen tirano, pero se regodean leyéndolo a usted que ofrece advertencias a monarcas y a usurpadores. Buena parte de esos errores provienen, sí, de su cultura política antidemocrática, pero también de una frívola visión supuestamente astuta, maliciosa y traicionera de la política, desprovista de cualquier elemento moral. A eso le llaman, actualmente, con todo respeto maestro, ser maquiavélico. Por ejemplo, en el capítulo 17 usted sugiere que entre ser amado y temido, más vale ser temido. Pero no comprendieron que, en realidad, usted sugiere que de ser posible hay que cultivar ambas: ser amado y temido a la vez (p. 42).

NM: Vamos por partes. En efecto, afirmo que de no ser posible ambas, más vale ser temido. Pero también digo, en ese mismo capítulo, que no se debe ser temido hasta el punto del odio y que nunca se debe generar un miedo excesivo ya que puede ser peligroso (Cap. 17, p. 43). Más importante aún: señalo que nunca se debe interferir en los súbditos ni en sus bienes ni en sus personas (Cap. 17, p. 43).

S: Hace días presencié una sesión pública del consejo de esta facción y me sorprendió que ante las cámaras se expresaron muy bravuconamente del bando contrario llamándolos ‘hocicones’ y ‘sátrapas’. Pensé que ello reflejaba falta de autocontrol y mucha rabia. Y ante la batalla que están viviendo deben sentir impotencia. Me pareció una prueba de que carecen de inteligencia. Creo que el político sinaloense del que hablamos no construyó una aristocracia en la institución de la cual se adueñó, es decir, el gobierno de los mejores, sino una kakistocracia, el gobierno de los más ineptos. Se creen jefes de Estado, pero hacen politiquería; se creen inteligentes y estrategas que juegan el ajedrez y mueven los hilos del poder, pero viven en una burbuja diminuta. Se aprecia en el vocabulario, en sus formas de hablar, en la falta de rigor intelectual y en la vulgaridad. Aquí hay una pregunta fundamental: ¿quiénes son? Es decir, ¿cuál es su identidad? A pesar de estar en una institución intelectual, no son intelectuales, no son académicos; ascienden por otras razones. Que sean irreflexivos no significa que la comunidad no reflexione sobre el fenómeno. Y toman represalias contra individuos específicos, cuando los ciudadanos no somos los culpables. Pues se exasperan con la crítica, sin caer en cuenta que la crítica no es sino un efecto –y un síntoma– de sus actos.

NM: De ello destacaría dos cosas. Por un lado, hay que dejar en claro que los políticos deben adaptarse ante situaciones cambiantes (Cap. 25, p. 65). En los conflictos, deben hacerse una pregunta: ¿su contraparte es más poderosa? Si la respuesta es ‘sí’ y corren riesgo de morir aplastados, no hay duda de que deben elegir un bando: deben aliarse a sus adversarios mucho más fuertes (Cap. 21, p. 58). Yo les recomendaría, en este caso, negociar. Por otro lado, yo he insistido en que los príncipes se reflejan a sí mismos en la inteligencia o ineptitud de sus servidores (Cap. 22, p. 60). Además, deben deshacerse de los aduladores (Cap. 23, p. 61), tener cuidado con los rapaces y atar a los ambiciosos (Cap. 9, p. 25).

S: Pues, precisamente, creo que está rodeado de aduladores que, a la vez, no tienen –diríamos aquí– ‘llenadera’. Maestro, ¿diría usted que su obra ha sido correctamente comprendida?

NM: Me parece que la gente tiende a tomar en cuenta únicamente el aspecto crudo de mi libro, pero no consideran el contexto de mis palabras. Yo escribí este libro, en 1512, para Su Magnificencia Lorenzo de Médicis en el escenario de una Italia que aún no existía, completamente fragmentada, y pensé que él podría emprender el proceso de unificación y ser el ‘princeps’ (el ‘primero’, la cabeza de los italianos, el monarca). Pero, para ello, debían evitarse los mismos errores que habían provocado tal catástrofe. No obstante, otro aspecto que mis malos lectores tampoco han tomado en cuenta es que escribí este libro para analizar los gobiernos monárquicos (los principados), pero también escribí otro libro dedicado a analizar los gobiernos republicanos, los cuales están basados en la rotación de los gobernantes y la participación de la ciudadanía. Es absurdo, si no es que francamente tonto, aquel que cree que puede emplear, con emoción y fuego en los ojos, mis consejos ‘maquiavélicos’ en contextos democráticos. Ustedes, los mexicanos, viven en una república democrática, y mis consejos no son simplemente trasladables; las reglas de la tiranía, la opresión y la ley del más fuerte no operan en ámbitos políticos más complejos, de debate, consenso, derechos humanos, instituciones, procedimientos, contrapesos y participación ciudadana. Yo abogaba por una concepción realista del poder. Pero el político sinaloense del que usted me habla parte de una concepción no realista del poder, en tanto no es acorde con la realidad democrática en la que viven él y su sociedad. Él y los suyos incurren en esos errores de interpretación de mi obra, que no son sino penosos. Sin embargo, cometen un error todavía más grave: algo que desearía que –a manera de despedida– escuchen todos ustedes detenidamente. Los pueblos acostumbrados a vivir oprimidos se someten fácilmente; en cambio, los pueblos libres, habituados a regirse por sus propias leyes, ansiarán siempre la libertad perdida (Cap., pp. 12-13).

Mi carácter calmado e introvertido provoca, a veces, que la gente me diga que soy muy bueno escuchando. Yo, en mi interior, me divierto con eso. Otras veces, por esa misma razón, las personas me hacen confesiones involuntarias. En una ocasión, hace muchos años, platicaba con una destacada colaboradora muy cercana a cierto político sinaloense que actualmente ha caído –él y los suyos– en el escándalo y en el repudio social. Ella me recomendaba series de televisión. Por agregar algo, tomé la palabra. En aquella época, yo había visto ‘House of Cards’, una serie producida por Netflix, así que le expliqué brevemente de qué se trataba: Frank Underwood, un diputado estadounidense, es un político despiadado y calculador que manipula a las personas para colmar su sed de poder.

‘Mi jefe’, dijo, con emoción, la mujer con quien yo platicaba, ‘él es justamente así’. Abrí mis ojos como platos y pensé: ¡qué personaje tan sombrío, entonces, y vaya confesión involuntaria! Meses después, descubrí que este mismísimo político sinaloense presumía que uno de sus libros favoritos era, ni más ni menos, ‘El príncipe’ de Maquiavelo.

Es un texto muy popular, pero es menos leído y comprendido que admirado. Aprovechando que el político sinaloense en cuestión y sus colaboradores se creen (ingenua y alarmantemente) maquiavélicos –pues parten de una concepción equivocada de la política, descarnada, tonta y frívola–, propongo al lector lo siguiente. Imagine usted que, por alguna razón inexplicable, Nicolás Maquiavelo viniese a México y desembarcara en Sinaloa para ofrecer su consejo. ¿Qué nos diría? ¿Consideraría que sus lectores han comprendido realmente su obra? ¿Qué lecciones podría compartirnos Maquiavelo, a partir de su propio texto (‘El príncipe’), sobre el auge y caída de los políticos sinaloenses?

He aquí, pues, una conversación imaginaria entre un ciudadano sinaloense y Maquiavelo:

Sinaloense (S): Maestro Maquiavelo, me parece que en Sinaloa no hemos comprendido que no solo tenemos una cultura a veces agresiva, a veces bravucona, sino también una cultura política autoritaria en una parte importante de la población. El político sinaloense que actualmente es motivo de escándalo, burla y repudio social, conectó con sus seguidores porque inconscientemente comparten entre sí esa misma cultura autoritaria. Capturaron una institución e instauraron en ella un sistema acorde a su carácter: un sistema autoritario y vertical. ¿Qué opina usted, maestro, sobre este curioso contraste entre, por un lado, la abyección-adoración de los servidores de este político y, por otro lado, el repudio del pueblo?

Nicolás Maquiavelo (NM): En un pequeño libro titulado ‘El príncipe’, señalé –entre otras cosas– que pobre y desafortunado será aquel político que satisface a sus élites, a sus nobles, pero no atiende su relación con la comunidad, con el pueblo, máxime si le son hostiles por culpa de su propia injusticia.

S: Usted, maestro, es uno de los pilares de la concepción política de estas personas. Tergiversado y mal interpretado: a eso se reduce su saber político. Un aprendizaje que estas personas obtuvieron de usted es, por ejemplo, el que sostiene que es mejor dar lo que no es de uno. De hecho, aquí tengo su libro (Porrúa, 2015) y usted señala que cualquiera que regala lo ajeno, claro, puede convertirse en el mejor donador del mundo (Cap. 16, p. 41). También dice, en el capítulo 18, página 44, que todo gobernante debe ser capaz de engañar, mentir y traicionar…

NM: Sí, pero también digo que un político debe construirse una buena reputación colmada de virtudes (Cap. 15, 16 y, especialmente, 18, p. 45).

S: Y si el principado que controla es de naturaleza pedagógica e intelectual, ¿no debería construir una reputación intelectual, como ha ocurrido con otros caudillos culturales, que han sido políticos y a la vez referentes intelectuales?

NM: Podría conceder que, efectivamente, debió forjar una reputación de ese tipo. Sin embargo, más importante, en todo caso, es que posea la reputación de ser virtuoso y aparentar tener cualidades; excepcionalmente, hay que tener una mala reputación, pero solo si es necesario (Cap. 18, p. 45). Además, la mala reputación es viable únicamente en gobiernos opresivos. Pues, por ejemplo, la excesiva misericordia de Escipión fue una gloria porque vivía en una república (Cap. 17, p. 44). Y lamento decirlo, pero en el capítulo 16 insisto en que más importante que una reputación, incluso de generosidad, es cuidarse del odio de la gente (p. 40). Debe alcanzar el respeto porque es poco probable que un príncipe muy respetado por el pueblo enfrente conspiraciones y luchas (Cap. 19, p. 47).

S: En la antigua Grecia, hibris era el exceso de arrogancia, de confianza, la falta de control que conduce a la pérdida de la cordura, usualmente referida a aquellos que enferman de poder. ‘Aquel a quien los dioses quieren destruir, primero lo vuelven loco’, reza un proverbio antiguo. Y Sófocles, en su obra de teatro Edipo rey, dice: ‘la hibris engendra tiranos’. Creo que este personaje sinaloense no saldrá, como hubiese querido, por la puerta grande de la historia de Sinaloa, sino que saldrá azorrillado. No logrará ser gobernador como lo deseó y soñó, sino que será despreciado, señalado y abucheado. He visto que, ahora, incluso le mientan la madre en público.

NM: No dejaré de repetir que un príncipe debe evitar, a toda costa, tener al pueblo hostil y ponerlo, él mismo, en su contra. Ya lo he advertido así: mientras que el pueblo desea no ser oprimido, los nobles desean oprimir. Y, sobre todo, el príncipe debe recurrir a medidas perversas para satisfacer a sus nobles.

S: Creo que no supieron captar esa importante enseñanza de su libro. Usted dice textualmente: ‘Por otra parte, no puede honradamente satisfacer a los grandes sin lesionar a los demás; pero en cambio, puede satisfacer al pueblo, porque la finalidad del pueblo es más honesta que la de los grandes, queriendo estos oprimir, y aquel no ser oprimido’ (Cap. 9, p. 25).

NM: Al respecto, me he referido primeramente ‘al caso en que se asciende al principado por un camino de perversidades y delitos; y después, al caso en que se llega a ser príncipe por el favor de los conciudadanos’ (Cap. 8, p. 21). Además, ‘creo que depende del bueno o mal uso que se hace de la crueldad. Llamaría bien empleadas a las crueldades, si a lo malo se lo puede llamar bueno, cuando se aplican de una sola vez por absoluta necesidad de asegurarse, y cuando no se insiste en ellas’ (Cap. 8, p. 23). También he dicho que ‘todo usurpador debe reflexionar sobre los crímenes que le es preciso cometer, y ejecutarlos todos a la vez, para que no tenga que renovarlos día a día... Quien procede de otra manera… se ve siempre obligado a estar con el cuchillo en la mano’ (Cap. 8, p. 24).

S: El personaje sinaloense del cual le hablo ha buscado reiteradamente el camino para ocupar cargos de elección popular y, en prácticamente todas las ocasiones, ha perdido. La gente no ha notado eso: que como político está en el bando de los perdedores. Más grave aún, él mismo no se da cuenta de ello (es la hibris de la que hablaba antes). La falla es la misma y se repite, y a diferencia de lo que usted sugiere, él incurre, en cada contienda, en los mismos errores y en las mismas malignidades, no de una vez por todas, sino reiteradamente, causando, como usted señala, agravios a la comunidad que controla y rechazo en el pueblo en el que vive. Y, ante el fracaso, tampoco ha sabido retirarse como tantísimos otros políticos que han dado un paso atrás (el mejor ejemplo de esa sabia decisión son los priistas viejos y adinerados). A pesar de los insistentes agravios, contra lo que usted aconseja, a él y a los suyos les ofende que lo llamen tirano, pero se regodean leyéndolo a usted que ofrece advertencias a monarcas y a usurpadores. Buena parte de esos errores provienen, sí, de su cultura política antidemocrática, pero también de una frívola visión supuestamente astuta, maliciosa y traicionera de la política, desprovista de cualquier elemento moral. A eso le llaman, actualmente, con todo respeto maestro, ser maquiavélico. Por ejemplo, en el capítulo 17 usted sugiere que entre ser amado y temido, más vale ser temido. Pero no comprendieron que, en realidad, usted sugiere que de ser posible hay que cultivar ambas: ser amado y temido a la vez (p. 42).

NM: Vamos por partes. En efecto, afirmo que de no ser posible ambas, más vale ser temido. Pero también digo, en ese mismo capítulo, que no se debe ser temido hasta el punto del odio y que nunca se debe generar un miedo excesivo ya que puede ser peligroso (Cap. 17, p. 43). Más importante aún: señalo que nunca se debe interferir en los súbditos ni en sus bienes ni en sus personas (Cap. 17, p. 43).

S: Hace días presencié una sesión pública del consejo de esta facción y me sorprendió que ante las cámaras se expresaron muy bravuconamente del bando contrario llamándolos ‘hocicones’ y ‘sátrapas’. Pensé que ello reflejaba falta de autocontrol y mucha rabia. Y ante la batalla que están viviendo deben sentir impotencia. Me pareció una prueba de que carecen de inteligencia. Creo que el político sinaloense del que hablamos no construyó una aristocracia en la institución de la cual se adueñó, es decir, el gobierno de los mejores, sino una kakistocracia, el gobierno de los más ineptos. Se creen jefes de Estado, pero hacen politiquería; se creen inteligentes y estrategas que juegan el ajedrez y mueven los hilos del poder, pero viven en una burbuja diminuta. Se aprecia en el vocabulario, en sus formas de hablar, en la falta de rigor intelectual y en la vulgaridad. Aquí hay una pregunta fundamental: ¿quiénes son? Es decir, ¿cuál es su identidad? A pesar de estar en una institución intelectual, no son intelectuales, no son académicos; ascienden por otras razones. Que sean irreflexivos no significa que la comunidad no reflexione sobre el fenómeno. Y toman represalias contra individuos específicos, cuando los ciudadanos no somos los culpables. Pues se exasperan con la crítica, sin caer en cuenta que la crítica no es sino un efecto –y un síntoma– de sus actos.

NM: De ello destacaría dos cosas. Por un lado, hay que dejar en claro que los políticos deben adaptarse ante situaciones cambiantes (Cap. 25, p. 65). En los conflictos, deben hacerse una pregunta: ¿su contraparte es más poderosa? Si la respuesta es ‘sí’ y corren riesgo de morir aplastados, no hay duda de que deben elegir un bando: deben aliarse a sus adversarios mucho más fuertes (Cap. 21, p. 58). Yo les recomendaría, en este caso, negociar. Por otro lado, yo he insistido en que los príncipes se reflejan a sí mismos en la inteligencia o ineptitud de sus servidores (Cap. 22, p. 60). Además, deben deshacerse de los aduladores (Cap. 23, p. 61), tener cuidado con los rapaces y atar a los ambiciosos (Cap. 9, p. 25).

S: Pues, precisamente, creo que está rodeado de aduladores que, a la vez, no tienen –diríamos aquí– ‘llenadera’. Maestro, ¿diría usted que su obra ha sido correctamente comprendida?

NM: Me parece que la gente tiende a tomar en cuenta únicamente el aspecto crudo de mi libro, pero no consideran el contexto de mis palabras. Yo escribí este libro, en 1512, para Su Magnificencia Lorenzo de Médicis en el escenario de una Italia que aún no existía, completamente fragmentada, y pensé que él podría emprender el proceso de unificación y ser el ‘princeps’ (el ‘primero’, la cabeza de los italianos, el monarca). Pero, para ello, debían evitarse los mismos errores que habían provocado tal catástrofe. No obstante, otro aspecto que mis malos lectores tampoco han tomado en cuenta es que escribí este libro para analizar los gobiernos monárquicos (los principados), pero también escribí otro libro dedicado a analizar los gobiernos republicanos, los cuales están basados en la rotación de los gobernantes y la participación de la ciudadanía. Es absurdo, si no es que francamente tonto, aquel que cree que puede emplear, con emoción y fuego en los ojos, mis consejos ‘maquiavélicos’ en contextos democráticos. Ustedes, los mexicanos, viven en una república democrática, y mis consejos no son simplemente trasladables; las reglas de la tiranía, la opresión y la ley del más fuerte no operan en ámbitos políticos más complejos, de debate, consenso, derechos humanos, instituciones, procedimientos, contrapesos y participación ciudadana. Yo abogaba por una concepción realista del poder. Pero el político sinaloense del que usted me habla parte de una concepción no realista del poder, en tanto no es acorde con la realidad democrática en la que viven él y su sociedad. Él y los suyos incurren en esos errores de interpretación de mi obra, que no son sino penosos. Sin embargo, cometen un error todavía más grave: algo que desearía que –a manera de despedida– escuchen todos ustedes detenidamente. Los pueblos acostumbrados a vivir oprimidos se someten fácilmente; en cambio, los pueblos libres, habituados a regirse por sus propias leyes, ansiarán siempre la libertad perdida (Cap., pp. 12-13).