/ viernes 22 de diciembre de 2023

La voz del cácaro | Los Deslices de una Reina

La Corona española ha vuelto a ser escándalo. La reputación de Letizia, la reina consorte, pasó del terreno de las especulaciones al teatro de la cruda realidad. Hoy toda España sabe que la reina le pintaba el cuerno al Rey, Felipe VI, con su ex cuñado. Las fotos y los posts en la red balconean plenamente sus deslices. Para muchos españoles los escándalos de Letizia deberían perdonarse, con tal de que la añeja monarquía no se desmorone. Para otros, fuera de España, es la evidencia de que la realeza de ese país se ha convertido en un lastre, un capricho, que cuesta mucho dinero y no pocas vergüenzas.

El día que Lady Di, princesa de Gales, murió en un accidente automovilístico en Francia (muchos dicen que fue asesinada), yo vivía en Madrid. La foto a color del coche de la princesa hecho pedazos, apareció en la primera plana de los periódicos al otro día del accidente. El percance me impactó tanto como podría haberme impactado la muerte de cualquier otra princesa. Digamos que me valía madre. Algo muy distinto ocurría con los españoles que miraban la citada foto con zozobra, como si un gran dolor los embargara. Cuando le pregunté a Blanquita, una amiga española, por qué la gente se ponía así con la noticia, se me quedó mirando con ojos de pistola.

-¡Pero qué dices! -me contestó Blanquita exaltada-, se murió la princesa de Gales. ¿Qué no ves?

-¿Y…? -contesté yo quitado de la pena.

-Pues que es como si se hubiera muerto una parte de Inglaterra. -exclamó Blanquita con dramatismo.

-Ay, no mam… -respondí yo.

-¿Te imaginas que muriera el rey de España o la reina o las infantas? Eso sí que sería una tragedia lamentable. -sentenció Blanquita con su carita cubierta de preocupación.

-Ay, no mam… -volví a decir yo.





Pero sigo siendo el rey


En efecto, entre un mexicano y un español hay una manera muy distinta de percibir lo que es un rey y una monarquía. Y es que para un mexicano, lo más parecido a un rey es el reyezuelo que nos gobierna cada seis años. Al final del sexenio, el reyezuelo se larga del trono y entonces llega otro, igual o más rufián que su predecesor, y la vida continúa sin más. En cambio para un español la cosa es más seria, más delicada. El rey Juan Carlos I, aunque sea una auténtica ficha, es querido y venerado por sus súbditos, aun cuando haya tenido que huir al exilio en Abu Dabi, Emiratos Árabes, perseguido por la justicia española, o mejor dicho, con el beneplácito y complicidad de la justicia española, acusado, eso sí, de toda clase de linduras; desde el uso de tarjetas de crédito vinculadas a cuentas ajenas (de presta nombres), hasta la posesión de cuentas bancarias, de muy dudosa procedencia, en bancos suizos.


Eso a los españoles no parece importarles demasiado. ¿Por qué? Tal vez porque en última instancia el rey y la monarquía son la reminiscencia del pasado “glorioso” de un pueblo; son el símbolo y la personificación de una Corona que por siglos obtuvo un poder inmenso y una riqueza que parecía inagotable. Hoy de eso no quedan más que migajas y mucha arrogancia, pero el anhelo nunca muere. Visto así, no debería de sorprender que muchos españoles, incluidos los medios de comunicación, sobre todo los de derecha y extrema derecha, se resistan a condenar y banalizar el escándalo amoroso de la reina Letizia, una ex periodista asturiana, divorciada, y de orígenes plebeyos, que tuvo a bien ligarse y casarse con el hijo del rey. A partir de ahí lo demás es historia. Una historia de casi veinte años de matrimonio entre Letizia y Felipe, en la que las humillaciones, la traición y los desplantes han sido el plato fuerte en el Palacio de la Zarzuela, sede de la Casa Real. En todo ello mucho ha tenido que ver el propio Juan Carlos I y la reina Sofía.


Las desavenencias entre Juan Carlos I y la reina Letizia vienen de años atrás, antes de que ella se casara con Felipe. El rey no la quería, no era cosa personal, simplemente no veía con buenos ojos que su hijo se matrimoniara con una periodista. El rey emérito sabía que los periodistas son metiches y chismosos, y temía que algún día su nuera balconeara a la Corona, y no sólo a la Corona, sino todas las maromas y negocios que manejaba el propio rey. No de gratis llegó a apodar a Letizia como “the enemy within”, algo que, con un poco de mala leche, podríamos traducir como “la infiltrada” (de palacio).


Reina de corazones


Llama la atención la cautela y mesura con las que los medios españoles abordan el nuevo escándalo de la realeza. De hecho fue la prensa inglesa quien lanzó el periodocazo, el cual obligó a la prensa española a enfocarse en algo que tal vez hubiera preferido no dar a conocer.

Finalmente toda España terminó de enterarse del entuerto por el nuevo libro del periodista Jaime Peñafiel, en el que se desentrañan las miserias de la Casa Real española y también el tortuoso pasado de la reina Letizia. Se mencionan desde abortos con dos de sus exnovios, hasta la historia de que, siendo aprendiz de reportera en el periódico Siglo XXI de Guadalajara, Jalisco, Letizia tuvo sus queveres con Fher, líder y cantante de la banda Maná. Al parecer el romance fue tan intenso, que tanto en la portada, como en el librillo interior del disco de Maná, “Sueños Líquidos” (México, 1997), se reproducen cuadros del pintor Waldo Saavedra, inspirados en sendas fotografías, donde aparece semidesnuda aquella que unos años más tarde llegaría a ser reina de España. Ni cómo ayudar a esa reina. No cabe duda, cada presidente, cada reyezuelo, cada poderoso, tiene entre su parentela a alguien que le incomoda y hace que su paso por el poder sea un auténtico dolor de muelas. En España es Letizia, aquí en México es “Andy”, el hijo más aspiracionista del presidente López Obrador. Pronto veremos qué nos recetan en el nuevo capítulo de su reality show.





La Corona española ha vuelto a ser escándalo. La reputación de Letizia, la reina consorte, pasó del terreno de las especulaciones al teatro de la cruda realidad. Hoy toda España sabe que la reina le pintaba el cuerno al Rey, Felipe VI, con su ex cuñado. Las fotos y los posts en la red balconean plenamente sus deslices. Para muchos españoles los escándalos de Letizia deberían perdonarse, con tal de que la añeja monarquía no se desmorone. Para otros, fuera de España, es la evidencia de que la realeza de ese país se ha convertido en un lastre, un capricho, que cuesta mucho dinero y no pocas vergüenzas.

El día que Lady Di, princesa de Gales, murió en un accidente automovilístico en Francia (muchos dicen que fue asesinada), yo vivía en Madrid. La foto a color del coche de la princesa hecho pedazos, apareció en la primera plana de los periódicos al otro día del accidente. El percance me impactó tanto como podría haberme impactado la muerte de cualquier otra princesa. Digamos que me valía madre. Algo muy distinto ocurría con los españoles que miraban la citada foto con zozobra, como si un gran dolor los embargara. Cuando le pregunté a Blanquita, una amiga española, por qué la gente se ponía así con la noticia, se me quedó mirando con ojos de pistola.

-¡Pero qué dices! -me contestó Blanquita exaltada-, se murió la princesa de Gales. ¿Qué no ves?

-¿Y…? -contesté yo quitado de la pena.

-Pues que es como si se hubiera muerto una parte de Inglaterra. -exclamó Blanquita con dramatismo.

-Ay, no mam… -respondí yo.

-¿Te imaginas que muriera el rey de España o la reina o las infantas? Eso sí que sería una tragedia lamentable. -sentenció Blanquita con su carita cubierta de preocupación.

-Ay, no mam… -volví a decir yo.





Pero sigo siendo el rey


En efecto, entre un mexicano y un español hay una manera muy distinta de percibir lo que es un rey y una monarquía. Y es que para un mexicano, lo más parecido a un rey es el reyezuelo que nos gobierna cada seis años. Al final del sexenio, el reyezuelo se larga del trono y entonces llega otro, igual o más rufián que su predecesor, y la vida continúa sin más. En cambio para un español la cosa es más seria, más delicada. El rey Juan Carlos I, aunque sea una auténtica ficha, es querido y venerado por sus súbditos, aun cuando haya tenido que huir al exilio en Abu Dabi, Emiratos Árabes, perseguido por la justicia española, o mejor dicho, con el beneplácito y complicidad de la justicia española, acusado, eso sí, de toda clase de linduras; desde el uso de tarjetas de crédito vinculadas a cuentas ajenas (de presta nombres), hasta la posesión de cuentas bancarias, de muy dudosa procedencia, en bancos suizos.


Eso a los españoles no parece importarles demasiado. ¿Por qué? Tal vez porque en última instancia el rey y la monarquía son la reminiscencia del pasado “glorioso” de un pueblo; son el símbolo y la personificación de una Corona que por siglos obtuvo un poder inmenso y una riqueza que parecía inagotable. Hoy de eso no quedan más que migajas y mucha arrogancia, pero el anhelo nunca muere. Visto así, no debería de sorprender que muchos españoles, incluidos los medios de comunicación, sobre todo los de derecha y extrema derecha, se resistan a condenar y banalizar el escándalo amoroso de la reina Letizia, una ex periodista asturiana, divorciada, y de orígenes plebeyos, que tuvo a bien ligarse y casarse con el hijo del rey. A partir de ahí lo demás es historia. Una historia de casi veinte años de matrimonio entre Letizia y Felipe, en la que las humillaciones, la traición y los desplantes han sido el plato fuerte en el Palacio de la Zarzuela, sede de la Casa Real. En todo ello mucho ha tenido que ver el propio Juan Carlos I y la reina Sofía.


Las desavenencias entre Juan Carlos I y la reina Letizia vienen de años atrás, antes de que ella se casara con Felipe. El rey no la quería, no era cosa personal, simplemente no veía con buenos ojos que su hijo se matrimoniara con una periodista. El rey emérito sabía que los periodistas son metiches y chismosos, y temía que algún día su nuera balconeara a la Corona, y no sólo a la Corona, sino todas las maromas y negocios que manejaba el propio rey. No de gratis llegó a apodar a Letizia como “the enemy within”, algo que, con un poco de mala leche, podríamos traducir como “la infiltrada” (de palacio).


Reina de corazones


Llama la atención la cautela y mesura con las que los medios españoles abordan el nuevo escándalo de la realeza. De hecho fue la prensa inglesa quien lanzó el periodocazo, el cual obligó a la prensa española a enfocarse en algo que tal vez hubiera preferido no dar a conocer.

Finalmente toda España terminó de enterarse del entuerto por el nuevo libro del periodista Jaime Peñafiel, en el que se desentrañan las miserias de la Casa Real española y también el tortuoso pasado de la reina Letizia. Se mencionan desde abortos con dos de sus exnovios, hasta la historia de que, siendo aprendiz de reportera en el periódico Siglo XXI de Guadalajara, Jalisco, Letizia tuvo sus queveres con Fher, líder y cantante de la banda Maná. Al parecer el romance fue tan intenso, que tanto en la portada, como en el librillo interior del disco de Maná, “Sueños Líquidos” (México, 1997), se reproducen cuadros del pintor Waldo Saavedra, inspirados en sendas fotografías, donde aparece semidesnuda aquella que unos años más tarde llegaría a ser reina de España. Ni cómo ayudar a esa reina. No cabe duda, cada presidente, cada reyezuelo, cada poderoso, tiene entre su parentela a alguien que le incomoda y hace que su paso por el poder sea un auténtico dolor de muelas. En España es Letizia, aquí en México es “Andy”, el hijo más aspiracionista del presidente López Obrador. Pronto veremos qué nos recetan en el nuevo capítulo de su reality show.