/ miércoles 12 de enero de 2022

Ganar la pandemia

Comenzó el año 2022 y, en pocos días, el optimismo, la relajación y la relativa vuelta a la normalidad que permitieron las distintas vacunas entre la población, sufrieron un retroceso y un nuevo estado de alerta ante la aparición de la nueva oleada de covid-19, esta vez llamada Ómicron.

Retroceso en el ánimo general de la población, que de la certeza que proporcionó el recibir alguna de las dosis de inmunización, de pronto comenzó a conocer la rapidez con que esta variante del virus se expandía, su gravedad entre no inoculados y su incidencia entre quienes habían recibido dos o más dosis.

El entusiasmo por emprender de manera rápida la ejecución de nuestros nuevos retos de año nuevo nos duró poco y nuestra realidad pandémica nos hizo enfrentarnos de nuevo a cancelaciones, postergaciones o el regreso a lo virtual, ya sea en los planos laborales o personales, pero también en lo que refiere a las escuelas, donde millones de niñas y niños que ya comenzaban a acudir las aulas debieron regresar a la modalidad de clases on line.

A ello habría que añadir lo que implica el contar con una autoridad que a nivel federal parecer seguir la misma estrategia que hace dos años: minimizar los efectos de la pandemia, negarse a vacunar a infantes incluso por la vía legal, negarse a proporcionar las pruebas necesarias, en medio de un sistema de salud superado, atrapado en su burocracia y en subejercicios presupuestales que merman su capacidad de reacción y de acción por la salud de las y los mexicanos.

Y sin embargo, a pesar de todo lo anterior, es importante entender que de nueva cuenta nuestra capacidad de resiliencia es puesta a prueba, que nuestro ánimo individual y colectivo es fundamental para hacer frente un tiempo excepcional, y que para convivir con una incertidumbre que al parecer será constante en el corto y mediano plazo, contamos con actitudes, herramientas y apoyos que de distinta manera hemos desarrollado como sociedades en los últimos años.

Aprendimos, en efecto, que la actitud emocional frente a la pandemia es trascendente para que la esperanza no claudique ni se someta a las circunstancias, parte de lo que los estoicos de Epicuro nos enseñaron ya desde el inicio de nuestra era: la mente debe entrenarse para hacer de la filosofía, entendida como la comprensión racional de lo que nos rodea, un instrumento para mantener en equilibrio tanto mente como el cuerpo.

Una serie de aprendizajes que son precisamente los que nos permiten hacer frente a esta nueva ola Ómicron con mayor conocimiento: alimentación, ejercicio y prevención, son hoy las mejores herramientas, ante todo, con la certeza de que nuestro trato con una enfermedad nueva no debe transformarse en un motivo para detenernos, y que debemos seguir andando desde ocasionales encierros, distanciamientos y prácticas que van configurando una nueva forma de relacionarnos.

Se trata, precisamente, de hacer nuestra una experiencia colectiva y proyectarla como un triunfo de la humanidad frente a un virus, al que aún estamos conociendo, pero del que ya sabemos lo suficiente para entender su magnitud, medir sus efectos y anticiparnos a sus afecciones. Es obligación nuestra el utilizar esta vivencia para, precisamente, sostener y seguir levantando la esperanza de nuevos y mejores días.

Comenzó el año 2022 y, en pocos días, el optimismo, la relajación y la relativa vuelta a la normalidad que permitieron las distintas vacunas entre la población, sufrieron un retroceso y un nuevo estado de alerta ante la aparición de la nueva oleada de covid-19, esta vez llamada Ómicron.

Retroceso en el ánimo general de la población, que de la certeza que proporcionó el recibir alguna de las dosis de inmunización, de pronto comenzó a conocer la rapidez con que esta variante del virus se expandía, su gravedad entre no inoculados y su incidencia entre quienes habían recibido dos o más dosis.

El entusiasmo por emprender de manera rápida la ejecución de nuestros nuevos retos de año nuevo nos duró poco y nuestra realidad pandémica nos hizo enfrentarnos de nuevo a cancelaciones, postergaciones o el regreso a lo virtual, ya sea en los planos laborales o personales, pero también en lo que refiere a las escuelas, donde millones de niñas y niños que ya comenzaban a acudir las aulas debieron regresar a la modalidad de clases on line.

A ello habría que añadir lo que implica el contar con una autoridad que a nivel federal parecer seguir la misma estrategia que hace dos años: minimizar los efectos de la pandemia, negarse a vacunar a infantes incluso por la vía legal, negarse a proporcionar las pruebas necesarias, en medio de un sistema de salud superado, atrapado en su burocracia y en subejercicios presupuestales que merman su capacidad de reacción y de acción por la salud de las y los mexicanos.

Y sin embargo, a pesar de todo lo anterior, es importante entender que de nueva cuenta nuestra capacidad de resiliencia es puesta a prueba, que nuestro ánimo individual y colectivo es fundamental para hacer frente un tiempo excepcional, y que para convivir con una incertidumbre que al parecer será constante en el corto y mediano plazo, contamos con actitudes, herramientas y apoyos que de distinta manera hemos desarrollado como sociedades en los últimos años.

Aprendimos, en efecto, que la actitud emocional frente a la pandemia es trascendente para que la esperanza no claudique ni se someta a las circunstancias, parte de lo que los estoicos de Epicuro nos enseñaron ya desde el inicio de nuestra era: la mente debe entrenarse para hacer de la filosofía, entendida como la comprensión racional de lo que nos rodea, un instrumento para mantener en equilibrio tanto mente como el cuerpo.

Una serie de aprendizajes que son precisamente los que nos permiten hacer frente a esta nueva ola Ómicron con mayor conocimiento: alimentación, ejercicio y prevención, son hoy las mejores herramientas, ante todo, con la certeza de que nuestro trato con una enfermedad nueva no debe transformarse en un motivo para detenernos, y que debemos seguir andando desde ocasionales encierros, distanciamientos y prácticas que van configurando una nueva forma de relacionarnos.

Se trata, precisamente, de hacer nuestra una experiencia colectiva y proyectarla como un triunfo de la humanidad frente a un virus, al que aún estamos conociendo, pero del que ya sabemos lo suficiente para entender su magnitud, medir sus efectos y anticiparnos a sus afecciones. Es obligación nuestra el utilizar esta vivencia para, precisamente, sostener y seguir levantando la esperanza de nuevos y mejores días.