/ viernes 11 de febrero de 2022

Camino a los Oscar 2022 el Callejón de las Almas Perdidas

Esta vez el maestro Guillermo Del Toro no nos sorprende con monstruos ni esperpentos. O mejor dicho, en El Callejón de las Almas Perdidas sus monstruos y esperpentos no tienen escamas ni se ocultan en medio de las sombras; sino que son seres humanos de carne y hueso y ojo azul, eso sí, poseedores de un alma torcida. Seres sombríos capaces de cualquier bajeza a cambio de un puñado de dólares. Influido por la sordidez del cine negro y la estética del comic, Del Toro nos relata la oscura fábula de un estafador que terminó estafado.

Si los seguidores del cine de Del Toro esperaban una película protagonizada por criaturas sobrenaturales y esperpénticas, es probable que terminen decepcionados. Y es que en esta ocasión la apuesta cinematográfica del director mexicano se centra en construir, con su peculiar estilo, un universo a partir de la adaptación de la novela escrita por William Lindsay Gresham. Y para hacerlo, se lanza a las profundidades del cine negro. Un cine de suspenso (thriller) caracterizado por mostrar historias sombrías y sanguinolentas, sacadas tanto de las novelas populares, como de la sección de nota roja de los periódicos gringos. Cintas como El Halcón Maltés (John Houston, 1941), El Desconocido del Tercer Piso (Boris Ingster, 1940) y El Cartero Siempre Llama dos Veces (Tay Garnett, 1946), dan cuenta de una sociedad decadente, en la que desde políticos hasta ciudadanos comunes y corrientes, pasando por empresarios, policías y gánsteres, son corruptos.

De pobre diablo a estafador

Finales de la Gran Depresión norteamericana. Stanton Carlisle (Bradley Cooper), es un tipo taciturno y bien parecido, quien llevado por el hambre halla trabajo en una feria de curiosidades, una especie de zoológico ambulante donde el visitante, a cambio de una moneda, lo mismo puede saciar su morbo contemplando a una mujer barbuda, que a un grotesco feto humano flotando dentro de un frasco de cristal. Y no sólo las atracciones de aquella feria son decadentes, también en el dueño, Clem Hoatley (Willem Dafoe), y sus ayudantes hay algo abyecto. Muy pronto el carisma y la ambición de Stanton lo llevan a intimar con la clarividente Zeena (Toni Collette) y su esposo, el mentalista Pete Krumbein (David Strathairn), un viejo borrachín y ladino, quien a fuerza de andar de lacra, ha desarrollado una compleja técnica para adivinar lo que están pensando los paisanos incautos que acuden a ver su acto.

Lo que sigue es la carrera meteórica de Stanton como estafador, sirviéndose de las enseñanzas del viejo Krumbein. Por momentos, durante el primer acto, el personaje de Stanton recuerda a Nicolás Estrella (Daniel Giménez Cacho), aquel estafador entrañable de Profundo Carmesí, cinta dirigida por Arturo Ripstein (México, 1996). Todo marcha sobre ruedas hasta que Stanton se topa con Lilit Ritter (Cate Blanchett), la mujer fatal del cuento. Con Lilit como cómplice, Stanton no tendrá el menor escrúpulo en lanzarse en pos de los ricos para timarlos. Ahí comenzará su debacle. Y es precisamente a partir de la relación entre Stanton y Lilit -segundo acto de la historia- que la película se estanca.

El guión se recarga de diálogos, las escenas se alargan y el ritmo de la narración fluye con lentitud. Si bien el guión (escrito por Del Toro y Kim Morgan) posee la virtud de no ser predecible, los personajes de Stanton y Lilit se tornan artificiosos, dando paso a un melodrama denso sin necesidad. En su afán de mantenerse fieles al estilo actoral de los años cuarenta, las actuaciones de Bradley Cooper y de Cate Blanchett se exageran. Se hacen graves. Lejos de ser un par de bribones memorables (insistimos en Profundo Carmesí) se convierten en dos bribones estilizados, grandilocuentes, que aunque se los esté llevando la chingada, no pierden el glamur ni la sofisticación. Como consecuencia, tanto el personaje del estafador codicioso, como el de la mujer fatal, resultan distantes. Diera la impresión de que Del Toro estuviese más ocupado en la estética del filme, que en hacer que entre sus personajes y el espectador haya una verdadera conexión.

El mago de los detalles

Incluyendo a Alfonso Cuaron, pocos directores son tan creativos y esmerados como lo es Del Toro a la hora de montar una escena en cámara. Sus encuadres son milimétricos, profundos. Siempre encuentra la forma de crear una complicidad entre el movimiento de la cámara y el accionar de los actores dentro de la escena. Sus personajes nunca permanecen estáticos, ni siquiera cuando sólo intercambian un diálogo de unas cuantas palabras. Todo en el universo de Del Toro ha sido cuidado hasta en el más mínimo detalle. Cada color, cada textura, cada forma tienen una función dramática y estética. No es casualidad que El Callejón de las Almas Perdidas, además de estar nominada al Oscar como mejor película, esté disputando otras tres categorías: mejor fotografía, mejor diseño de producción y mejor diseño de vestuario.

El cine de Del Toro es una metáfora en sí mismo. Dentro de sus personajes, ya sean monstruos o gente común y corriente, se encierra la tragedia de la fragilidad humana. Esta fábula de cine negro retrata cómo las almas quebradas son explotadas por el sistema capitalista gringo hasta quedar convertidas en adefesios morales. Asimismo queda claro que en el cine de Hollywood en tiempos de la pandemia, cuyas películas en promedio tienen más de dos horas de duración, los personajes protagónicos requieren personajes secundarios complejos y sólidos, que sean capaces de apoyarlos a lo largo de toda la historia, y no sólo durante una parte del camino. Cuando no es así, el teatrito termina por ser aburrido. Cabe preguntarse: ¿será que Del Toro se inspiró en algún mi rey mexicano para completar el bestiario de su película de monstruos con forma humana? Puede ser. Tenemos unos muy oscuros.

Esta vez el maestro Guillermo Del Toro no nos sorprende con monstruos ni esperpentos. O mejor dicho, en El Callejón de las Almas Perdidas sus monstruos y esperpentos no tienen escamas ni se ocultan en medio de las sombras; sino que son seres humanos de carne y hueso y ojo azul, eso sí, poseedores de un alma torcida. Seres sombríos capaces de cualquier bajeza a cambio de un puñado de dólares. Influido por la sordidez del cine negro y la estética del comic, Del Toro nos relata la oscura fábula de un estafador que terminó estafado.

Si los seguidores del cine de Del Toro esperaban una película protagonizada por criaturas sobrenaturales y esperpénticas, es probable que terminen decepcionados. Y es que en esta ocasión la apuesta cinematográfica del director mexicano se centra en construir, con su peculiar estilo, un universo a partir de la adaptación de la novela escrita por William Lindsay Gresham. Y para hacerlo, se lanza a las profundidades del cine negro. Un cine de suspenso (thriller) caracterizado por mostrar historias sombrías y sanguinolentas, sacadas tanto de las novelas populares, como de la sección de nota roja de los periódicos gringos. Cintas como El Halcón Maltés (John Houston, 1941), El Desconocido del Tercer Piso (Boris Ingster, 1940) y El Cartero Siempre Llama dos Veces (Tay Garnett, 1946), dan cuenta de una sociedad decadente, en la que desde políticos hasta ciudadanos comunes y corrientes, pasando por empresarios, policías y gánsteres, son corruptos.

De pobre diablo a estafador

Finales de la Gran Depresión norteamericana. Stanton Carlisle (Bradley Cooper), es un tipo taciturno y bien parecido, quien llevado por el hambre halla trabajo en una feria de curiosidades, una especie de zoológico ambulante donde el visitante, a cambio de una moneda, lo mismo puede saciar su morbo contemplando a una mujer barbuda, que a un grotesco feto humano flotando dentro de un frasco de cristal. Y no sólo las atracciones de aquella feria son decadentes, también en el dueño, Clem Hoatley (Willem Dafoe), y sus ayudantes hay algo abyecto. Muy pronto el carisma y la ambición de Stanton lo llevan a intimar con la clarividente Zeena (Toni Collette) y su esposo, el mentalista Pete Krumbein (David Strathairn), un viejo borrachín y ladino, quien a fuerza de andar de lacra, ha desarrollado una compleja técnica para adivinar lo que están pensando los paisanos incautos que acuden a ver su acto.

Lo que sigue es la carrera meteórica de Stanton como estafador, sirviéndose de las enseñanzas del viejo Krumbein. Por momentos, durante el primer acto, el personaje de Stanton recuerda a Nicolás Estrella (Daniel Giménez Cacho), aquel estafador entrañable de Profundo Carmesí, cinta dirigida por Arturo Ripstein (México, 1996). Todo marcha sobre ruedas hasta que Stanton se topa con Lilit Ritter (Cate Blanchett), la mujer fatal del cuento. Con Lilit como cómplice, Stanton no tendrá el menor escrúpulo en lanzarse en pos de los ricos para timarlos. Ahí comenzará su debacle. Y es precisamente a partir de la relación entre Stanton y Lilit -segundo acto de la historia- que la película se estanca.

El guión se recarga de diálogos, las escenas se alargan y el ritmo de la narración fluye con lentitud. Si bien el guión (escrito por Del Toro y Kim Morgan) posee la virtud de no ser predecible, los personajes de Stanton y Lilit se tornan artificiosos, dando paso a un melodrama denso sin necesidad. En su afán de mantenerse fieles al estilo actoral de los años cuarenta, las actuaciones de Bradley Cooper y de Cate Blanchett se exageran. Se hacen graves. Lejos de ser un par de bribones memorables (insistimos en Profundo Carmesí) se convierten en dos bribones estilizados, grandilocuentes, que aunque se los esté llevando la chingada, no pierden el glamur ni la sofisticación. Como consecuencia, tanto el personaje del estafador codicioso, como el de la mujer fatal, resultan distantes. Diera la impresión de que Del Toro estuviese más ocupado en la estética del filme, que en hacer que entre sus personajes y el espectador haya una verdadera conexión.

El mago de los detalles

Incluyendo a Alfonso Cuaron, pocos directores son tan creativos y esmerados como lo es Del Toro a la hora de montar una escena en cámara. Sus encuadres son milimétricos, profundos. Siempre encuentra la forma de crear una complicidad entre el movimiento de la cámara y el accionar de los actores dentro de la escena. Sus personajes nunca permanecen estáticos, ni siquiera cuando sólo intercambian un diálogo de unas cuantas palabras. Todo en el universo de Del Toro ha sido cuidado hasta en el más mínimo detalle. Cada color, cada textura, cada forma tienen una función dramática y estética. No es casualidad que El Callejón de las Almas Perdidas, además de estar nominada al Oscar como mejor película, esté disputando otras tres categorías: mejor fotografía, mejor diseño de producción y mejor diseño de vestuario.

El cine de Del Toro es una metáfora en sí mismo. Dentro de sus personajes, ya sean monstruos o gente común y corriente, se encierra la tragedia de la fragilidad humana. Esta fábula de cine negro retrata cómo las almas quebradas son explotadas por el sistema capitalista gringo hasta quedar convertidas en adefesios morales. Asimismo queda claro que en el cine de Hollywood en tiempos de la pandemia, cuyas películas en promedio tienen más de dos horas de duración, los personajes protagónicos requieren personajes secundarios complejos y sólidos, que sean capaces de apoyarlos a lo largo de toda la historia, y no sólo durante una parte del camino. Cuando no es así, el teatrito termina por ser aburrido. Cabe preguntarse: ¿será que Del Toro se inspiró en algún mi rey mexicano para completar el bestiario de su película de monstruos con forma humana? Puede ser. Tenemos unos muy oscuros.