/ sábado 25 de julio de 2020

La docencia en tiempos de pandemia

Docentes, médicos y bomberos, dado el grado de aporte a la sociedad, son quienes deberían tener el mayor de los sueldos y un alto nivel en la escala social.

Para mencionar, sin categorizar ni dar un orden de jerarquía, el docente, es el único profesional que genera valor y que construye el tejido social del mañana que se integrará a la población económicamente activa de la nación. Los médicos, son los que cuidan y dan salud de la sociedad. Los bomberos, son quienes salvan vidas. Después de estos tres rubros, se encuentran los demás, y los podemos citar en orden de aportación e importancia.

Hoy quiero centrar mi análisis particularmente en el docente, haciendo de mi humilde texto un muy sentido homenaje a ellos, quienes integran este rubro esencial en la construcción de una sociedad digna.

Se dice que el maestro es el que enseña y los padres son quienes educan, y juntos proveen al joven de la tabla amplia de principios y valores éticos y morales, de amor y guía, que comienza desde la etapa temprana.

El docente asume el compromiso y responsabilidad para impulsar, fomentar, transmitir y desarrollar en el estudiante todo su potencial y hacer uso del mismo. Es quien incita las

capacidades perceptivas del estudiante, con metodología y estructura en cada uno de los procesos cognitivos estimulando el diálogo tanto con el maestro, como entre ellos y a trabajar colaborativamente. Es la aula, el escenario en donde convergen estos profesionales de la educación para trasmitir con diligencia pedagógica el conocimiento y el estudiante.

¡Es ardua, la labor del docente! Y me queda muy en claro que hay un elemento crucial en el ejercicio de tan noble y loable labor, que se encuentra alojado en el ADN que les constituye, pues dejan el corazón en cada jornada de enseñanza, dejan la entraña y algo de su paz mental, pues cumplen con varios roles durante el ciclo de impartición teniendo un alto nivel de la empatía hacia cada uno de sus estudiantes, llegando a ser hasta sicólogos. Dejan hasta la voz, pues quedan con daño en las cuerdas vocales de tanto hablar por tantas horas al día, frente a tantos estudiantes, por cinco o seis días a la semana. Me refiero al –amor y vocación- que tienen por la profesión.

Ellos, son quienes en cada celebración de clausura del periodo escolar sienten la nostalgia de haber cumplido un año más su misión -esa que pactan con ellos mismos, al obtener el grado de ‘Profesor’- se emocionan y el corazón les llora de satisfacción, y los ojos son quienes los delatan, pues lloran también.

Hay que realmente amar ser docente, de otra forma, no imagino aceptar pasar por tanto.

Me refiero a los problemas que son del dominio y conocimiento público que les han prevalecido desde antaño, los de orden sistémico, operativo, funcional y de garantías en la provisión de insumos y materiales educativas como meras herramientas, así como a la permanencia y garantías en la erogación de sueldos, que han sido latentes y por demás evidentes en contextos tanto urbanos como rurales. La pandemia vino a exacerbar estas vicisitudes. Prevalece un sentimiento generalizado en el colectivo educativo de falta de apoyo por parte de las autoridades educativas, que laceran significativamente la dignidad del docente.

Se hace oficial la pandemia, y de un momento a otro, se cae la forma en que se venían haciendo las cosas. Se creó -a la par del ambiente de temor, confusión e incertidumbre- un limbo, que nadie recordaba haber vivido nunca.

Y faltaron los protocolos, las directrices y guías de acción para enfrentar las circunstancias de una nueva realidad que a nadie tomó prevenido, sino todo lo contrario, les tomó por sorpresa. Muchas dudas y poca información, que cedieron paso al naufragio para hacerse presente.

A la primera sugerencia: “reuniones de trabajo e impartición de clases en línea”, los primeros en decir “¡Presente!” fueron ellos, los docentes. Y ahí han estado, desde finales del primer trimestre de este año, sacando la casta y esa fina madera de la que están formados, para dar respuesta y enfrentar las contrariedades que les fueron arrojadas. Esto me lleva a redefinir el concepto y la connotación de ser un ‘Docente’. Una connotación que no se centra solamente en aquellos que adquieren conocimiento y las habilidades digitales y las herramientas tecnológicas para promover “aprendizajes significativos”, sino quienes se apropian de su contexto, lo comprenden, lo comunican, lo intercambian y socializan con las niñas, niños, adolescentes y jóvenes fuera de la escuela. Es decir, ya en el propio domicilio particular del docente como lo hacen, actualmente.

Abrieron las puertas de lo más sagrado que cualquier ser humano puede tener: su intimidad, su espacio, las puertas de su hogar, dejando ver a su comunidad cómo viven, qué es lo que tienen en el espacio que habitan y, qué es de lo que carecen, también. Sin embargo, esto no les ha importado como dar cumplimiento siguiendo con sus programas de educación y convertirse en -Maestros en Línea- con el mismo amor, las mismas ganas y disposición, el mismo valor y ética a la que están acostumbrados ejercer.

Equipo de cómputo propio, es el que han tenido que usar. Hay quienes no tenían equipo, y lo han pedido prestado, costeando internet con recursos propios. Sin apoyo. Están absorbiendo gastos operativos como de luz eléctrica, servicio telefónico, materiales de trabajo, etc. Son gastos que cualquier empresa le compensa al empleado o colaborador por tenerlo trabajando en casa (conocido como Home Office). Además, de las quejas hostiles de los mandos superiores y directivos, que no invocan a la sensibilidad y reconocimiento por el esfuerzo súbito al que han estado sometidos.

Y es que, cualquiera entiende que cuando el estilo es “así”, solo anuncia la incompetencia de algunos mandos para ser líderes en tiempos de crisis.

En cuánto a la jornada laboral, los docentes saben a qué hora comienza en las mañanas, pero no la hora en que termina el día. Los teléfonos no dejan de sonar, los correos electrónicos no dejan de entrar y salir, y las videollamadas en diversas plataformas tampoco paran, con reuniones de trabajo interminables que, sólo ha exponenciado el tiempo horas-hombre de trabajo del docente.

Es probable que las clases en línea duren hasta el próximo año, pues la incertidumbre se acentúa una vez que no se tiene un rumbo definido.

Este miedo permanente que nos mantiene a todos por la desinformación, en donde las autoridades emiten públicamente un veredicto y al siguiente se retractan y anuncian lo contrario, solo nos garantizan tenernos contenidos en un estado de emergencia permanente que parece no tener fin.

Mi admiración, reconocimiento y respeto al personal docente, esos que aman ejercer su profesión. En definitiva, si hubiésemos más seres humanos amando trabajar en lo que nos apasiona y nos da el alimento para llevarlo a nuestra mesa, habría sociedades más felices, más sanas, cohabitando en amor, empatía, respeto y armonía.

Una ovación de pie, y mi gratitud, para cada de ustedes.

Docentes, médicos y bomberos, dado el grado de aporte a la sociedad, son quienes deberían tener el mayor de los sueldos y un alto nivel en la escala social.

Para mencionar, sin categorizar ni dar un orden de jerarquía, el docente, es el único profesional que genera valor y que construye el tejido social del mañana que se integrará a la población económicamente activa de la nación. Los médicos, son los que cuidan y dan salud de la sociedad. Los bomberos, son quienes salvan vidas. Después de estos tres rubros, se encuentran los demás, y los podemos citar en orden de aportación e importancia.

Hoy quiero centrar mi análisis particularmente en el docente, haciendo de mi humilde texto un muy sentido homenaje a ellos, quienes integran este rubro esencial en la construcción de una sociedad digna.

Se dice que el maestro es el que enseña y los padres son quienes educan, y juntos proveen al joven de la tabla amplia de principios y valores éticos y morales, de amor y guía, que comienza desde la etapa temprana.

El docente asume el compromiso y responsabilidad para impulsar, fomentar, transmitir y desarrollar en el estudiante todo su potencial y hacer uso del mismo. Es quien incita las

capacidades perceptivas del estudiante, con metodología y estructura en cada uno de los procesos cognitivos estimulando el diálogo tanto con el maestro, como entre ellos y a trabajar colaborativamente. Es la aula, el escenario en donde convergen estos profesionales de la educación para trasmitir con diligencia pedagógica el conocimiento y el estudiante.

¡Es ardua, la labor del docente! Y me queda muy en claro que hay un elemento crucial en el ejercicio de tan noble y loable labor, que se encuentra alojado en el ADN que les constituye, pues dejan el corazón en cada jornada de enseñanza, dejan la entraña y algo de su paz mental, pues cumplen con varios roles durante el ciclo de impartición teniendo un alto nivel de la empatía hacia cada uno de sus estudiantes, llegando a ser hasta sicólogos. Dejan hasta la voz, pues quedan con daño en las cuerdas vocales de tanto hablar por tantas horas al día, frente a tantos estudiantes, por cinco o seis días a la semana. Me refiero al –amor y vocación- que tienen por la profesión.

Ellos, son quienes en cada celebración de clausura del periodo escolar sienten la nostalgia de haber cumplido un año más su misión -esa que pactan con ellos mismos, al obtener el grado de ‘Profesor’- se emocionan y el corazón les llora de satisfacción, y los ojos son quienes los delatan, pues lloran también.

Hay que realmente amar ser docente, de otra forma, no imagino aceptar pasar por tanto.

Me refiero a los problemas que son del dominio y conocimiento público que les han prevalecido desde antaño, los de orden sistémico, operativo, funcional y de garantías en la provisión de insumos y materiales educativas como meras herramientas, así como a la permanencia y garantías en la erogación de sueldos, que han sido latentes y por demás evidentes en contextos tanto urbanos como rurales. La pandemia vino a exacerbar estas vicisitudes. Prevalece un sentimiento generalizado en el colectivo educativo de falta de apoyo por parte de las autoridades educativas, que laceran significativamente la dignidad del docente.

Se hace oficial la pandemia, y de un momento a otro, se cae la forma en que se venían haciendo las cosas. Se creó -a la par del ambiente de temor, confusión e incertidumbre- un limbo, que nadie recordaba haber vivido nunca.

Y faltaron los protocolos, las directrices y guías de acción para enfrentar las circunstancias de una nueva realidad que a nadie tomó prevenido, sino todo lo contrario, les tomó por sorpresa. Muchas dudas y poca información, que cedieron paso al naufragio para hacerse presente.

A la primera sugerencia: “reuniones de trabajo e impartición de clases en línea”, los primeros en decir “¡Presente!” fueron ellos, los docentes. Y ahí han estado, desde finales del primer trimestre de este año, sacando la casta y esa fina madera de la que están formados, para dar respuesta y enfrentar las contrariedades que les fueron arrojadas. Esto me lleva a redefinir el concepto y la connotación de ser un ‘Docente’. Una connotación que no se centra solamente en aquellos que adquieren conocimiento y las habilidades digitales y las herramientas tecnológicas para promover “aprendizajes significativos”, sino quienes se apropian de su contexto, lo comprenden, lo comunican, lo intercambian y socializan con las niñas, niños, adolescentes y jóvenes fuera de la escuela. Es decir, ya en el propio domicilio particular del docente como lo hacen, actualmente.

Abrieron las puertas de lo más sagrado que cualquier ser humano puede tener: su intimidad, su espacio, las puertas de su hogar, dejando ver a su comunidad cómo viven, qué es lo que tienen en el espacio que habitan y, qué es de lo que carecen, también. Sin embargo, esto no les ha importado como dar cumplimiento siguiendo con sus programas de educación y convertirse en -Maestros en Línea- con el mismo amor, las mismas ganas y disposición, el mismo valor y ética a la que están acostumbrados ejercer.

Equipo de cómputo propio, es el que han tenido que usar. Hay quienes no tenían equipo, y lo han pedido prestado, costeando internet con recursos propios. Sin apoyo. Están absorbiendo gastos operativos como de luz eléctrica, servicio telefónico, materiales de trabajo, etc. Son gastos que cualquier empresa le compensa al empleado o colaborador por tenerlo trabajando en casa (conocido como Home Office). Además, de las quejas hostiles de los mandos superiores y directivos, que no invocan a la sensibilidad y reconocimiento por el esfuerzo súbito al que han estado sometidos.

Y es que, cualquiera entiende que cuando el estilo es “así”, solo anuncia la incompetencia de algunos mandos para ser líderes en tiempos de crisis.

En cuánto a la jornada laboral, los docentes saben a qué hora comienza en las mañanas, pero no la hora en que termina el día. Los teléfonos no dejan de sonar, los correos electrónicos no dejan de entrar y salir, y las videollamadas en diversas plataformas tampoco paran, con reuniones de trabajo interminables que, sólo ha exponenciado el tiempo horas-hombre de trabajo del docente.

Es probable que las clases en línea duren hasta el próximo año, pues la incertidumbre se acentúa una vez que no se tiene un rumbo definido.

Este miedo permanente que nos mantiene a todos por la desinformación, en donde las autoridades emiten públicamente un veredicto y al siguiente se retractan y anuncian lo contrario, solo nos garantizan tenernos contenidos en un estado de emergencia permanente que parece no tener fin.

Mi admiración, reconocimiento y respeto al personal docente, esos que aman ejercer su profesión. En definitiva, si hubiésemos más seres humanos amando trabajar en lo que nos apasiona y nos da el alimento para llevarlo a nuestra mesa, habría sociedades más felices, más sanas, cohabitando en amor, empatía, respeto y armonía.

Una ovación de pie, y mi gratitud, para cada de ustedes.