Los albañiles, por el trabajo que realizan, son pieza importante en la construcción de la historia de los pueblos y municipios, ya que sus manos son las encargadas de levantar desde cero las grandes obras y edificios en sus calles.
En Escuinapa existe un sindicato de albañiles, el cual aunque en la actualidad ha perdido fuerza, la creación de esta organización trajo consigo esfuerzos y lucha por quienes en su momento lo formaron.
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Merced Guerrero, un viejo conocedor de la historia de Escuinapa y que fue parte de la creación de este sindicato, relata cómo y por qué la fundación de este organismo, el cual se fundó legalmente en 1964.
La historia
En las siguientes líneas me propongo relatar la creación del Sindicato de Albañiles de Escuinapa, un proceso del que no solo fui testigo sino parte, junto a muchos otros compañeros de la cuchara, tratando de retratar de la mejor manera la forma en cómo se organizó el gremio de albañiles y sobre todo, intentando describir qué representó esto para una comunidad en florecimiento. Para ello considero necesario remontarme a eventos anteriores en la historia del país, pues será muy útil que veamos antes el contexto de los eventos que acompañaron la transformación social de Escuinapa.
Durante el gobierno de Lázaro Cárdenas (1934-1940) se fomentó el desarrollo a partir del reparto de tierras, asimismo se promovió la organización de las personas en cooperativas, ejidos y sindicatos obreros (de aquí que surgiera en Escuinapa la Cooperativa de Pescadores General Lázaro Cárdenas). Posteriormente gracias al establecimiento de la carretera internacional durante el mandato de Miguel Alemán (1946-1952), inició un importante crecimiento económico que enriqueció la vida local con la migración de personas oriundas de otros estados y países.
Debo dejar en claro que desde la década de los 1930 la mayoría de estas migraciones nos trajeron conocimientos que contribuyeron al desarrollo de nuestro pueblo y en algunos casos fueron adoptados como escuinapenses de por vida, como el caso del francés Leopoldo Magnan, el industrial Adolfo “Popo” Desdier, el doctor Luis Kaiten (Chikajiro Honda), el comerciante de origen asiático Eugenio Lines, así como Vicente Lang, patriarca de una prolífica familia. Puedo mencionar también al doctor e industrial Pancho Rivera, padre del doctor Ernesto Rivera, al doctor Topete, al ingeniero Joe Orans y a don Manuel Osako (Yoshio Osako Matsumoto), sólo por mencionar a unos cuantos.
Década de los 50
Hacia la década de 1950 llegan Francisco Romo Aranda y unos cuantos comerciantes, entre ellos Ramón “el Gallo” y el dueño de “El Más Barato”, y así como venían profesionistas, también llegaban obreros especializados, en particular me refieron al director de obras don Juan Olmedo, quien también se quedó a vivir acá, casado con una hermana de la maestra Irene Salas. Olmedo trajo consigo a otros cuatro albañiles, entre ellos a Carmelo Mireles y Antonio Correas, este último especialista en los techos de bóveda de cuña, montando el techo sobre viga Doble T, usando para todas sus obras la cal de piedra y el cemento portland verde, en tiempos donde el albañil escuinapense se daba vuelo pegando paredes con lodo y armando los techos con teja de barro cocido.
A mitad de la década de 1950, yo trabajaba como ayudante de un albañil tradicional (de teja y lodo) y se me despertó la curiosidad de aprender aquello que se miraba tan moderno, esto se fue dando luego de que me aventé a pedirle trabajo a un maestro de obras de nombre José Calderón, su aspecto era el de un hombre entrado en años y al igual que Olmedo, Mireles y Correas, era jalisciense. Recuerdo que fue él quien me alentó a que estudiara por correspondencia, reforzando una convicción que yo ya traía junto a otros compañeros, quienes soñábamos con aprender lo más nuevo que llegaba a Escuinapa.
Entre 1958 y 1960, arribaron a Escuinapa tres jóvenes escuinapenses recién egresados del Instituto Politécnico Nacional, mismos que al inicio de sus prácticas ya pensaban en conectar mediante un puente a la colonia Pueblo Nuevo con la zona centro, se trataba de los ingenieros Darío López Maldonado y Filiberto Bibriesca, junto con el arquitecto Alfonso Valdez Toledo, este último encontró mejor oportunidad en Mazatlán, así como Darío López la encontró en La Paz, Baja California Sur. Fue Filiberto Bibriesca quien comenzó la escuela primaria Antonio Rosales en lo más alto de la colonia Pueblo Nuevo, eventualmente este ingeniero llegaría a ser coordinador de las obras del Gobierno del Estado en la zona sur, desde Concordia hasta La Concha.
José Calderón trabajaba para el arquitecto Alfonso Valdez Toledo, quien a su vez comenzó a trabajar en Obras Públicas de Mazatlán, ciudad donde su tío Antonio Toledo Corro era el presidente municipal (1960-1962), de manera que antes de terminar 1960 la mayoría de quienes trabajábamos en la construcción nos topamos en Mazatlán para trabajar en obras que le habían sido asignadas al arquitecto Valdez Toledo. Recuerdo esto como el arranque de una ciudad puerto que en tres años se transformó, con calles pavimentadas y con la construcción del actual malecón turístico.
Década de los 60
En los primeros meses de 1961, fui testigo del inicio del mercado de comidas de Escuinapa, mismo que a falta de presupuesto se quedó sólo en las columnas sobre las que iría montado el techo. Tuvieron que pasar 17 años para que este proyecto se cristalizara durante la administración de Germinal Arámburo Cristerna (1978-1980), este mercado duró 40 años en funciones y en este 2021, de nuevo ya está casi lista su remodelación.
Las primeras luchas por profesionalizar nuestro trabajo como albañiles consistían en no perder el control de las pocas obras que surgían, justo de aquí nacía cierta inconformidad como gremio, misma que ya se venía expresando desde comienzos de la década de 1950 cuando se construyó el Mercado Municipal.
Cuando tuve consciencia de esto, me enteré que desde tiempo atrás los albañiles de mi pueblo se sentían inquietos ante la amenaza de competencia, esta comenzó a presentarse alrededor de 1951. Se rumoraba que desde esa fecha habían llegado albañiles foráneos desplazando a los locales de las mejores obras.
A partir de 1957 y 1958 aumentó la oferta de trabajo en construcciones, aunque no todos los albañiles lo veían así, en particular el gremio escuinapense expresaba lo contrario. Recuerdo que por entonces me decía el compañero Chelo Barrón “mira, cuatito, desde que llegaron los albañiles de Jalisco esto se ha puesto cabrón, todas las obras grandes se las dan a ellos y a nosotros nos dejan nomás mirando”, para entonces ya se pensaba en promover un sindicato de albañiles escuinapenses, o por lo menos tomar acción en favor de este sector. En opinión de otro compañero de nombre Lucio Alduenda, se decía que veinte años atrás ya había existido un sindicato, pero este había fracasado por falta de entendimiento y planeación.
He de contar que la inquietud de aprender un oficio para ganarse la vida no sólo era mía, conocí a varios compañeros que pensábamos de manera similar, algunos de ellos fueron Enrique Sánchez, Fernando Grave, Carmelo González, Manuel Burgueño y otros más que nos fuimos sumando para estudiar por correspondencia, ya que esta era la forma que entendíamos que nos ayudaría a mejorar el trabajo. Algunos de los que aquí menciono encargamos el curso de Técnico en Construcción ofrecido por el Instituto Técnico Portland, esto nos ayudó a intercambiar conocimientos entre nosotros. A casi 60 años de distancia, puedo decir que con nuestros aproximados 23 años de edad no sólo fuimos inquietos sino un tanto revolucionarios, formar parte de una organización obrera en el municipio vendría como añadidura.
Los inicios
Vale señalar que el sindicato de albañiles como organismo obrero comenzó a gestarse desde 1962, y al principio fue utilizado como grupo para reforzar al PRI en las elecciones a gobernador del Estado de ese año, un par de años después participó votando corporativamente en los comicios presidenciales donde nos tocó apoyar a Gustavo Díaz Ordaz, quien recalcaba en su campaña “prefiero un voto en contra que una abstención”. De esta manera el registro como sindicato nos lo fueron aplazando hasta finales de 1964, obviamente nosotros como trabajadores organizados hacíamos lo que a nuestro entender nos parecía lo mejor.
No obstante, la mejor decisión que tomamos fue aprender a hacer cada vez mejor nuestro trabajo, así nos ganábamos el pan y el respeto de nuestro pueblo a pulso. Con el curso por correspondencia aprendimos también a hacer algunas obras para el campo, como un bañadero antigarrapatas para el ganado, una noria movida y orientada por el aire dominante o una cisterna, la cual también servía en el entorno urbano.
En lo personal nunca puse en práctica todo lo aprendido, eso sí, mientras construía mi casa fui implementando algunas innovaciones como la fosa séptica y los distintos tipos de techos que conocí. Ahí mismo se aprendía lo más elemental de carpintería, fontanería y electricidad. Eventualmente mediante el estudio autodidacta y con el grupo que habíamos formado, los salarios empezaron a mejorar y desde luego el respeto en nuestra propia tierra.
En diciembre de 1964 quedó formalmente constituido el Sindicato de Albañiles del Municipio de Escuinapa Artículo 123, cuyo lema fue “por la emancipación de México”, integrando el Comité Ejecutivo los compañeros Juan Manuel Lizárraga, Crispín Rodríguez, Roberto Meza, Roberto Crespo, Heliodoro Padilla, Jesús Gutiérrez y Antonio Camacho.
Relación entre compañeros
Aunque desde un inicio el sindicato estuvo adscrito a la Confederación de Trabajadores Mexicanos (CTM), en todo momento lo importante fue la relación interna que se dio entre los compañeros pues no sólo se perseguía el beneficio que buscaban los líderes vitalicios como Fidel Velázquez, político que en cierta ocasión en Culiacán dijo en uno de sus discursos “el poder lo ganamos a balazos y a balazos nos lo tienen que quitar, pero la CTM... ¡no se va a dejar!” luego de eso estalló un aplauso que duró como un cuarto de hora, anécdota bastante normal para quien llegó a amasar el poder de destapar a los candidatos presidenciales. Durante aquel discurso en Culiacán hizo mención de la “guerra industrial”, pronunciándose de la siguiente manera: “las máquinas no deben desplazar al obrero, la CTM está lista para luchar y no dejarse cuando esto ocurra”, con estas y otras frases el viejo Velázquez lograba embobar a los sindicatos más jóvenes. No obstante los albañiles escuinapenses de aquellos años nos concretábamos a trabajar como buenos ciudadanos, respetando aquellos lineamientos que nos parecían tener sentido, abrazando el oficio a nuestros veintitantos años y profesándole un cariño que resulta imposible calcularlo en palabras.
Lo que no deja de ser cierto es que la lucha sindical cada quien la interpretaba a su manera, llegando algunos compañeros hasta proponer que se prohibiera el ingreso a nuevos albañiles. Algunos albañiles jóvenes estábamos convencidos de que el problema principal era la competencia frente albañiles foráneos, y que al organizarnos podríamos defendernos de esto, no se discutía si la unión podría servir para defendernos de algún abuso patronal, esta discusión era más propia de los albañiles de edad más avanzada, los nuevos más bien sólo pujábamos por aprender, valga la redundancia, lo nuevo.
Los “jefes”
Entre compañeros nos decíamos “jefes”, ya fuera en la obra o durante las reuniones del sindicato, ahí discutíamos acaloradamente desde la Ley Federal del Trabajo hasta las técnicas de construcción que estaban de moda. He de reconocer que siempre he sido un poco tartamudo, un día después de varios alegatos durante la asamblea sindical, el compañero Pedro González se dirigió a mí diciendo “ya Dios te puso media lengua, que si no hubiera sido así, ni nos dejas hablar”, sorprendido le pregunté por el motivo de sus palabras; fue tajante: “N’hombre, cuando te agarras hablando no hay quien te detenga, pareces metralleta”.
Pedro González, buen amigo, hermano de Carmelo González (+), muy apegado a Enrique Sánchez (+), los tres fuimos aliados en cuanto a enseñanza se refiere.
Sobre cómo se manejaba en ese entonces las vida sindical y qué hacíamos en pro de ello, como principio tratábamos defender nuestro trabajo aprendiendo bien las técnicas que estaban a nuestro alcance, principalmente mediante cursos por correspondencia, esto nos abrió un abanico de conocimientos para mejorar las instalaciones sanitarias de una vivienda, filtrando las aguas de desecho con diferentes materiales incluidos los de reuso, así aprendimos cómo hacer un techo de cañón o de concreto armado, cómo proyectar una escalera, cómo trazar una vivienda funcional, cómo aprovechar los vientos dominantes para que hubiera buena ventilación, las medidas tipo de cada una de las piezas de una casa, cómo hacer un dibujo en perspectiva a escala, los costos de un proyecto y muchos conocimientos en general, que a mi parecer fue donde estaba el fundamento que nos daba fuerza como grupo.
Grandes experiencias
Al principiar la década de 1970 tuve la fortuna de ser nombrado representante obrero ante la Junta de Conciliación y Arbitraje Municipal, durante esa década yo comenzaría a meterme de lleno al comercio y eventualmente tomaría cada vez menos participación en trabajos como maestro de obra. Sin duda, haber sido parte de aquella formación del sindicato me dejó muy buenas experiencias y amistades.
Gracias a este oficio conocí numerosos barrios de mi Escuinapa y recuerdo con gusto haber participado en su transformación, pasar de casas de palma o de teja al concreto armado, recalco aquí que el Sindicato de Albañiles puso sus manos dejando un poco de lo que nosotros iniciamos: los techos de cuña o de bóveda, techos de bloque, techos de catalana, techos de arco en cañón, todos estos estuvieron de moda durante al menos dos décadas, y se siguieron combinando con techo de concreto armado.
Para un albañil, ser parte de estas transformaciones en los ranchos o en la zona urbana lo hacían sentir a uno con cierta estatura, cuando menos eso se palpaba cuando un presidente municipal o un sacerdote lo llamaban a uno “maestro”. Ah, qué bonito era que te dijeran MAESTRO. Todos los patrones lo decían con gusto y por supuesto aquella palabra nos hinchaba el ego. Basta recordar que en cierta ocasión trabajábamos en una escuela construyendo la cancha, mientras las maestras se dirigían al director abreviándolo en “Diré”, tanto ellas como el director se conducían hacia uno como “maestro”, ¡ah cuánta gratitud y orgullo!
Los niños se acercaban a ver tu trabajo y te decían “maisto”, el doctor Rivera así me decía hasta antes de fallecer. Me tocó hacer la construcción del segundo piso de su casa. Todavía en estos años hay quienes se acuerdan y así me llaman, eso simplemente es hermoso. Recuerdo que el gobernador Leopoldo Sánchez Celis en dos ocasiones me saludó de esta manera, la primera vez fue en Teacapán cuando se iniciaba la obra de la Casa del Campesino. Recuerdo que me vio con un croquis en la mano y me dijo “véngase acá, maestro, usted no debe quedar fuera de la foto”. Fue el gobernador más polémico de ese entonces, y la segunda vez fue en la sindicatura de La Concha, cuando me encontraba construyendo un local para la policía del Estado.
El reconocimiento
A los albañiles de aquel tiempo y a los de hoy, dejo por escrito mi más grande reconocimiento. La historia de ellos es la mía. Demasiado es lo que pudiera contarles pero ya será en otra ocasión.
Con la cuchara en la mano, una cinta, una regla de madera, una plana, una llana, un hilo y una plomada, el albañil es tan grande como él quiere ser, sacando a escuadra un terreno donde se ponga a construir. Mucho ánimo para mis amigos albañiles: Lorenzo Rendón, Jesús Alduenda, Crescenciano Crespo, Gumaro Olivo “el Caperuzo”, Roberto Crespo “el Panocho”, José Manuel Lizárraga, Jesús Gutiérrez, Crispín Rodríguez, Heliodoro Padilla, Roberto Meza, David Monroy, Guillermo Chávez, Epifanio Soto, Refugio Vidales, José Ángel Salas, Griseldo “Chelo” Barrón, Juan Virgen, Epifanio Rivera, Agustín Aguilar, Remigio Ramos, Segundo Rojas “el Matachín”, Conrado Morales, Manuel “Marambuyo” y como sesenta más.