/ jueves 21 de septiembre de 2023

Ciudadano en la poli | La llamada del destino

Las fuerzas combinadas de la disminuida legión de Cayo Lucio y la Legio IV Martia de los centuriones Druso Corvo Petelio y Vilio Sestio Tala emparejan en determinados frentes el combate en esta batalla en el desierto, que se extiende hasta donde ya no alcanza la vista o hasta donde la vista sólo percibe remolinos y nubes de arena en colisión, pero están muy lejos de igualar el número de fuerzas beduinas que están por abalanzarse sobre ellos.

-Son más de tres legiones de los bárbaros –le dice Plaucio Deciano Flama a su centurión Druso Corvo.

-Y llegan más de ellos por allá –contesta Druso, señalando al oeste.

Atrás de ellos, el príncipe Casio Galo Furio le dice a su compañero Marcio Justo: ¡Bueno! Antes de que la IV Martia nos encontrara, el balance estaba cinco a uno. ¡Ahora que la apuesta está tres a uno espero que nuestras cabezas tengan más posibilidades de mantenerse sobre nuestros hombros!

Ni bien dijo esto, escuchó su propia exhalación y la de toda su unidad al sentir la enorme carga de la infantería y la caballería beduina que apareció de la nada. El resoplido y el esfuerzo de los riñones por aguantar el embate primero y después empujar y cortar con el gladio, se juntan en un sonido que estremece por el pundonor de quienes están peleando a pesar de tener a la muerte viéndolos de frente y porque a la vez motiva y otorga una ligera esperanza de vida en medio de tanta agonía.

Cayo Lucio y Druso Corvo combaten en el frente y a la vez dirigen las operaciones y dan las órdenes a través de sus optios y demás oficiales. La boca seca y el paladar terroso, sin poder escupir siquiera ya que la poca saliva la usan para poder gritar las órdenes y engañar a la garganta de tener algo líquido en la boca. Dos lanzas ve Cayo que se clavan en el scutum del legionario que tiene a su lado y enseguida ve que varios guerreros nómadas penetran el sector donde se encuentran. Esquiva con su gladio uno, dos, tres mandobles de las espadas de dos beduinos, con gritos tan fieros que le parecen aún más poderosos y pesados los golpes. Va retrocediendo haciendo triángulos con el movimiento de sus pies y su muñeca esgrime su gladio haciendo resbalar a un costado cada golpe furioso de espada, tal y como le enseñaron muchos años atrás cuando ingresó como novel legionario. Sus movimientos eran inconscientes, sus músculos tenían memoria. Los beduinos descubren su guardia al atacar tan fragorosamente y Cayo logra flanquearlos. Corta por la lateral el cuello de uno y hunde su gladio en el vientre del otro. Décimo Iunio remata al que tenía a su lado.

-A grito abierto, escupiendo sangre, saliva y arena, Druso Corvo alerta a Cayo sobre lo que está pasando al otro lado del frente: ¡Están cediendo los hastati! ¡Van a flanquearnos por ese lado!

De inmediato, Cayo Lucio ordena que los triarii, los veteranos, los mejores de entre los mejores de los legionarios entraran a cubrir ese flanco débil. Druso Corvo hace lo mismo con los suyos.

Los triarios Paulo Cornelio Flavio, Cneo Rufo, Servio Spurio y el príncipe Marcio Justo, junto con la cohorte de triarios de la IV Martia, entran de nuevo al combate con más bríos que nunca al ver a sus comandantes peleando codo a codo con ellos. Todos se esfuerzan en mantener la formación y ya no perder más terreno, aunque los beduinos empujan tan denodadamente que los esfuerzos de los triarios no parecen fructificar.

Cayo Lucio y Druso Corvo ven cómo la avalancha del ejército beduino está terminando por sobrepasarlos. A través de Décimo Iunio, Cayo Lucio piensa ordenar una retirada que les permita reagruparse. De no hacerlo así, sabe muy bien que es inminente que sean arrasados. Druso está de acuerdo.

Desde el sur, en la retaguardia, los romanos empiezan a ver a la distancia, a través de la alfombra de arena y entre nubes de polvo del desierto, pequeños puntos que basculan ligeramente, a un ritmo marcial.

-¿Son beduinos que nos atacan desde la retaguardia? Se desgañita Druso Corvo. ¿Alguno puede distinguir?

El tiempo se hace una eternidad cuando la desesperación envuelve la vida.

-Es mi legión, Druso, la VI Ferrata ha llegado, dijo Cayo Lucio. ¿Ya puedes ver el emblema?

¡Miren allá! ¡Nuestra águila no viene sola! Casio Veturio ha traído más águilas con él. Ahí vienen los de la Legio XII Fulminata y con ellos la Décima, la Legio X Fretensis. Los dioses nos han escuchado. Todos a quienes el destino ha convocado se encuentran aquí. Ahora se decidirá todo.

Las fuerzas combinadas de la disminuida legión de Cayo Lucio y la Legio IV Martia de los centuriones Druso Corvo Petelio y Vilio Sestio Tala emparejan en determinados frentes el combate en esta batalla en el desierto, que se extiende hasta donde ya no alcanza la vista o hasta donde la vista sólo percibe remolinos y nubes de arena en colisión, pero están muy lejos de igualar el número de fuerzas beduinas que están por abalanzarse sobre ellos.

-Son más de tres legiones de los bárbaros –le dice Plaucio Deciano Flama a su centurión Druso Corvo.

-Y llegan más de ellos por allá –contesta Druso, señalando al oeste.

Atrás de ellos, el príncipe Casio Galo Furio le dice a su compañero Marcio Justo: ¡Bueno! Antes de que la IV Martia nos encontrara, el balance estaba cinco a uno. ¡Ahora que la apuesta está tres a uno espero que nuestras cabezas tengan más posibilidades de mantenerse sobre nuestros hombros!

Ni bien dijo esto, escuchó su propia exhalación y la de toda su unidad al sentir la enorme carga de la infantería y la caballería beduina que apareció de la nada. El resoplido y el esfuerzo de los riñones por aguantar el embate primero y después empujar y cortar con el gladio, se juntan en un sonido que estremece por el pundonor de quienes están peleando a pesar de tener a la muerte viéndolos de frente y porque a la vez motiva y otorga una ligera esperanza de vida en medio de tanta agonía.

Cayo Lucio y Druso Corvo combaten en el frente y a la vez dirigen las operaciones y dan las órdenes a través de sus optios y demás oficiales. La boca seca y el paladar terroso, sin poder escupir siquiera ya que la poca saliva la usan para poder gritar las órdenes y engañar a la garganta de tener algo líquido en la boca. Dos lanzas ve Cayo que se clavan en el scutum del legionario que tiene a su lado y enseguida ve que varios guerreros nómadas penetran el sector donde se encuentran. Esquiva con su gladio uno, dos, tres mandobles de las espadas de dos beduinos, con gritos tan fieros que le parecen aún más poderosos y pesados los golpes. Va retrocediendo haciendo triángulos con el movimiento de sus pies y su muñeca esgrime su gladio haciendo resbalar a un costado cada golpe furioso de espada, tal y como le enseñaron muchos años atrás cuando ingresó como novel legionario. Sus movimientos eran inconscientes, sus músculos tenían memoria. Los beduinos descubren su guardia al atacar tan fragorosamente y Cayo logra flanquearlos. Corta por la lateral el cuello de uno y hunde su gladio en el vientre del otro. Décimo Iunio remata al que tenía a su lado.

-A grito abierto, escupiendo sangre, saliva y arena, Druso Corvo alerta a Cayo sobre lo que está pasando al otro lado del frente: ¡Están cediendo los hastati! ¡Van a flanquearnos por ese lado!

De inmediato, Cayo Lucio ordena que los triarii, los veteranos, los mejores de entre los mejores de los legionarios entraran a cubrir ese flanco débil. Druso Corvo hace lo mismo con los suyos.

Los triarios Paulo Cornelio Flavio, Cneo Rufo, Servio Spurio y el príncipe Marcio Justo, junto con la cohorte de triarios de la IV Martia, entran de nuevo al combate con más bríos que nunca al ver a sus comandantes peleando codo a codo con ellos. Todos se esfuerzan en mantener la formación y ya no perder más terreno, aunque los beduinos empujan tan denodadamente que los esfuerzos de los triarios no parecen fructificar.

Cayo Lucio y Druso Corvo ven cómo la avalancha del ejército beduino está terminando por sobrepasarlos. A través de Décimo Iunio, Cayo Lucio piensa ordenar una retirada que les permita reagruparse. De no hacerlo así, sabe muy bien que es inminente que sean arrasados. Druso está de acuerdo.

Desde el sur, en la retaguardia, los romanos empiezan a ver a la distancia, a través de la alfombra de arena y entre nubes de polvo del desierto, pequeños puntos que basculan ligeramente, a un ritmo marcial.

-¿Son beduinos que nos atacan desde la retaguardia? Se desgañita Druso Corvo. ¿Alguno puede distinguir?

El tiempo se hace una eternidad cuando la desesperación envuelve la vida.

-Es mi legión, Druso, la VI Ferrata ha llegado, dijo Cayo Lucio. ¿Ya puedes ver el emblema?

¡Miren allá! ¡Nuestra águila no viene sola! Casio Veturio ha traído más águilas con él. Ahí vienen los de la Legio XII Fulminata y con ellos la Décima, la Legio X Fretensis. Los dioses nos han escuchado. Todos a quienes el destino ha convocado se encuentran aquí. Ahora se decidirá todo.