/ jueves 19 de octubre de 2023

Ciudadano en la poli | No seremos los mismos

No hay tiempo para hacer honores a los amigos caídos. El desierto ha secado cualquier lágrima que intentara salir y, en vez de eso, parece abrir en Cayo Lucio un pozo profundo de tristeza y desesperanza. Tampoco hay momento para lamentarse demasiado, porque este choque de fuerzas hace aparecer a la muerte en un instante. La muerte planea sobre todos ellos como un ave rapaz.

Porque los beduinos también entienden de táctica. Un grupo grande de ellos, con caballería incluida ha penetrado a sangre y fuego las líneas defendidas por Claudio Fonteyo de la XII Fulminata y por Vilio Sestio y Octavio Cepión de la IV Martia, acribillando a la mayoría de legionarios con lanzas recogidas de la arena, flechas y pasando por la espada a muchos. En respuesta, a golpes de escudo y gladios el manípulo que dirige el centurión Druso Corvo se abre camino hasta encontrarse con los nómadas que habían penetrado las defensas. Se rehacen los legionarios y vuelven a empujar la resistencia, aún y cuando son muchas las bajas que sufren.

-¿Dónde está toda nuestra caballería, la vez por algún lado? Le grita Cayo Lucio a Casio Galo.

-No la veo, Cayo, la polvareda no permite ver más allá de dos estadios.

-Parte de su caballería y soldados nos están desbordando por los flancos, Casio!

Para ese momento, ya Plaucio Deciano Flama, enarbolando el águila de la IV Martia, pelea al lado de Cayo Lucio, junto con Décimo Iunio, Paulo Cornelio y Cneo Rufo. Más allá, Druso Corvo, Claudio Fannio y Sergio Bulbo se lanzan a la carga como fieras heridas. Se alcanza a escuchar, como un murmullo potente, cantar a los legionarios el himno de alguna de las legiones presentes.

¡Formación en cuña! Vocifera la orden Cayo Lucio y enseguida los manípulos hacen la formación y se lanzan contra el enemigo. Cuando han penetrado las defensas de los beduinos, Cayo Lucio alcanza a escuchar el silbido de una lanza que pasa justo a su lado y parte el tórax del bravo triario Paulo Cornelio Flavio. Cuando su compañero Servio Spurio se acerca a auxiliarlo, recibe una andanada de flechas en el pecho y en el cuello, que lo hacen ahogarse en sangre mientras mira incrédulo a su amigo morir también como él. Cuando Cayo Lucio ordena la formación en tablero de ajedrez y la legión marcha en un cuadrado perfecto, un manípulo beduino penetra las defensas. Un poderoso nómada descarga la furia de su espada en Cayo, quien alcanza a recoger un escudo del suelo para cubrirse. La potente descarga parte en dos el escudo de Cayo y lo tira al piso. Al incorporarse, su espada parece doblarse ante el embate de la espada del beduino que lo ataca. Casio Galo y Marcio Justo reciben tajos en su intento de auxiliar a su centurión y quedan uno sentado y otro de rodillas, echando borbotones de sangre, con la mirada perdida, sin entender o entendiendo que ahí se acababa todo.

Cayo Lucio, con el brazo adormecido por los golpes de hierro que ha tenido que soportar, gira sobre su eje con una rodilla al suelo y logra rebanarle la rodilla al beduino que lo tenía vencido. Al incorporarse, mide con la vista la devastación que el ejército beduino está haciendo con las legiones y su mirada desoladora lo dice todo, “nos van a arrasar” –dice para sus adentros-, pero, en ese mismo instante, siente temblar el terreno y escucha retumbar la arena. ¡Regresa nuestra caballería, Cayo! Grita Décimo Iunio ¡Es nuestra caballería la que viene por todos lados! ¡La caballería de la Décima (la Fretensis) también regresa completa!

La turma legionaria ha vencido a la caballería beduina y regresa al campo de batalla por la retaguardia y por los flancos del ejército enemigo, cuando ya todo estaba perdido. Aelio Prisco, Tito Turino, Publio Cota, Quinto Píctor y Flavio Megelo, equites formidables, regresan victoriosos desde el fondo de las arenas del desierto. Cierran una pinza junto con las legiones y desbaratan el ataque del formidable ejército de las arenas que se había formado contra ellos. Al verse perdidos, el grueso del ejército nómada opta por la retirada, y evita así un mayor número de bajas en su derrota.

Exánime, Cayo Lucio le dice a su amigo Décimo Iunio Lucano: vencimos, Décimo, pero no somos los mismos legionarios victoriosos que salimos hace no mucho de nuestra fortaleza de Adrou al este de Petra. No están aquí muchos de nuestros hombres, de nuestros amigos. No están aquí nuestro signifer Aulo Ciro ni nuestro suboficial tesserarius Tito Aneo, ni Casio Veturio, al igual que muchos otros que marcharon con nosotros por años. No hemos sido derrotados, pero nuestras almas han sufrido heridas que no nos permitirán volver a ser como éramos antes. Lo que nos ha pasado ha sido como morir y como renacer en una misma vida, en un único momento de nuestra existencia. No olvidemos a aquellos que han formado parte de nuestra vida, incluso a nuestros enemigos y honrémosles en nuestra memoria. De muchas maneras nos han forjado como somos ahora y como seremos en el mañana. No sé lo que pasará con este Limes y si Roma continuará dominándolo o los beduinos lograrán recuperarlo para sus pueblos, pero lo que sí sé es que se hablará de esta epopeya y de los valientes que a costa de su vida salvaron las nuestras.

*Esta es la última entrega de la saga, el final de esta historia. Agradezco la generosidad y paciencia de los editores del periódico, pero sobre todo, agradezco infinitamente a todos aquellos que se esforzaron gentilmente para leer esta historia. Sé que no son muchos mis lectores, pero esos pocos, han sido leales, como los legionarios amigos de Cayo Lucio. Si he perdido lectores por escribir esta historia de aficionado, ofrezco una disculpa sincera y asumo mi responsabilidad porque no soy un escritor profesional. En el camino, yo también he perdido cosas, con aceptación asumirlas y seguir adelante con emoción. Eso espero también de quienes he perdido como lectores. Y, si es que los he ganado, junto con aquellos leales legionarios que han permanecido, les agradezco su sacrificio y les digo que ha sido un honor servirles en esta etapa breve de escritor aficionado. Seguí escribiendo esta historia por ese compromiso de honor con esos leales. Ellos saben quiénes son. Gratias tibi ago.

No hay tiempo para hacer honores a los amigos caídos. El desierto ha secado cualquier lágrima que intentara salir y, en vez de eso, parece abrir en Cayo Lucio un pozo profundo de tristeza y desesperanza. Tampoco hay momento para lamentarse demasiado, porque este choque de fuerzas hace aparecer a la muerte en un instante. La muerte planea sobre todos ellos como un ave rapaz.

Porque los beduinos también entienden de táctica. Un grupo grande de ellos, con caballería incluida ha penetrado a sangre y fuego las líneas defendidas por Claudio Fonteyo de la XII Fulminata y por Vilio Sestio y Octavio Cepión de la IV Martia, acribillando a la mayoría de legionarios con lanzas recogidas de la arena, flechas y pasando por la espada a muchos. En respuesta, a golpes de escudo y gladios el manípulo que dirige el centurión Druso Corvo se abre camino hasta encontrarse con los nómadas que habían penetrado las defensas. Se rehacen los legionarios y vuelven a empujar la resistencia, aún y cuando son muchas las bajas que sufren.

-¿Dónde está toda nuestra caballería, la vez por algún lado? Le grita Cayo Lucio a Casio Galo.

-No la veo, Cayo, la polvareda no permite ver más allá de dos estadios.

-Parte de su caballería y soldados nos están desbordando por los flancos, Casio!

Para ese momento, ya Plaucio Deciano Flama, enarbolando el águila de la IV Martia, pelea al lado de Cayo Lucio, junto con Décimo Iunio, Paulo Cornelio y Cneo Rufo. Más allá, Druso Corvo, Claudio Fannio y Sergio Bulbo se lanzan a la carga como fieras heridas. Se alcanza a escuchar, como un murmullo potente, cantar a los legionarios el himno de alguna de las legiones presentes.

¡Formación en cuña! Vocifera la orden Cayo Lucio y enseguida los manípulos hacen la formación y se lanzan contra el enemigo. Cuando han penetrado las defensas de los beduinos, Cayo Lucio alcanza a escuchar el silbido de una lanza que pasa justo a su lado y parte el tórax del bravo triario Paulo Cornelio Flavio. Cuando su compañero Servio Spurio se acerca a auxiliarlo, recibe una andanada de flechas en el pecho y en el cuello, que lo hacen ahogarse en sangre mientras mira incrédulo a su amigo morir también como él. Cuando Cayo Lucio ordena la formación en tablero de ajedrez y la legión marcha en un cuadrado perfecto, un manípulo beduino penetra las defensas. Un poderoso nómada descarga la furia de su espada en Cayo, quien alcanza a recoger un escudo del suelo para cubrirse. La potente descarga parte en dos el escudo de Cayo y lo tira al piso. Al incorporarse, su espada parece doblarse ante el embate de la espada del beduino que lo ataca. Casio Galo y Marcio Justo reciben tajos en su intento de auxiliar a su centurión y quedan uno sentado y otro de rodillas, echando borbotones de sangre, con la mirada perdida, sin entender o entendiendo que ahí se acababa todo.

Cayo Lucio, con el brazo adormecido por los golpes de hierro que ha tenido que soportar, gira sobre su eje con una rodilla al suelo y logra rebanarle la rodilla al beduino que lo tenía vencido. Al incorporarse, mide con la vista la devastación que el ejército beduino está haciendo con las legiones y su mirada desoladora lo dice todo, “nos van a arrasar” –dice para sus adentros-, pero, en ese mismo instante, siente temblar el terreno y escucha retumbar la arena. ¡Regresa nuestra caballería, Cayo! Grita Décimo Iunio ¡Es nuestra caballería la que viene por todos lados! ¡La caballería de la Décima (la Fretensis) también regresa completa!

La turma legionaria ha vencido a la caballería beduina y regresa al campo de batalla por la retaguardia y por los flancos del ejército enemigo, cuando ya todo estaba perdido. Aelio Prisco, Tito Turino, Publio Cota, Quinto Píctor y Flavio Megelo, equites formidables, regresan victoriosos desde el fondo de las arenas del desierto. Cierran una pinza junto con las legiones y desbaratan el ataque del formidable ejército de las arenas que se había formado contra ellos. Al verse perdidos, el grueso del ejército nómada opta por la retirada, y evita así un mayor número de bajas en su derrota.

Exánime, Cayo Lucio le dice a su amigo Décimo Iunio Lucano: vencimos, Décimo, pero no somos los mismos legionarios victoriosos que salimos hace no mucho de nuestra fortaleza de Adrou al este de Petra. No están aquí muchos de nuestros hombres, de nuestros amigos. No están aquí nuestro signifer Aulo Ciro ni nuestro suboficial tesserarius Tito Aneo, ni Casio Veturio, al igual que muchos otros que marcharon con nosotros por años. No hemos sido derrotados, pero nuestras almas han sufrido heridas que no nos permitirán volver a ser como éramos antes. Lo que nos ha pasado ha sido como morir y como renacer en una misma vida, en un único momento de nuestra existencia. No olvidemos a aquellos que han formado parte de nuestra vida, incluso a nuestros enemigos y honrémosles en nuestra memoria. De muchas maneras nos han forjado como somos ahora y como seremos en el mañana. No sé lo que pasará con este Limes y si Roma continuará dominándolo o los beduinos lograrán recuperarlo para sus pueblos, pero lo que sí sé es que se hablará de esta epopeya y de los valientes que a costa de su vida salvaron las nuestras.

*Esta es la última entrega de la saga, el final de esta historia. Agradezco la generosidad y paciencia de los editores del periódico, pero sobre todo, agradezco infinitamente a todos aquellos que se esforzaron gentilmente para leer esta historia. Sé que no son muchos mis lectores, pero esos pocos, han sido leales, como los legionarios amigos de Cayo Lucio. Si he perdido lectores por escribir esta historia de aficionado, ofrezco una disculpa sincera y asumo mi responsabilidad porque no soy un escritor profesional. En el camino, yo también he perdido cosas, con aceptación asumirlas y seguir adelante con emoción. Eso espero también de quienes he perdido como lectores. Y, si es que los he ganado, junto con aquellos leales legionarios que han permanecido, les agradezco su sacrificio y les digo que ha sido un honor servirles en esta etapa breve de escritor aficionado. Seguí escribiendo esta historia por ese compromiso de honor con esos leales. Ellos saben quiénes son. Gratias tibi ago.