/ sábado 7 de agosto de 2021

Crónicas de ambulancia: La extinción de la llama de la vida

Los paramédicos se enfrentan a todo, incluso a ver morir a sus mejores amigos

Culiacán, Sin.- Luis Alfonso González Esparza, ingresó como paramédico a inicios de la década de los 80, cuando le faltaban pocos años para su mayoría de edad; entonces rememora un servicio en el que por primera vez presenció cómo era que los cuerpos calcinados se hacían “chiquitos”.

Entre las vivencias donde veía vidas extinguirse, recuerda los días de agonía de su compañero y amigo el comandante José Romero Barrón, un hombre de carácter fuerte, con el que lidió más de una década en la institución.

Fue a inicios de los noventas cuando Romero Barrón ya no pudo asistir a sus guardias en Cruz Roja, esto debido a una EPOC que le vino por el vicio del tabaco.

Desde sus inicios como socorrista González Esparza tenía asignada la guardia vespertina de los viernes, donde le tocaba ver un sinfín de casos y pacientes, esa tarde la recuerda llamaron desde la casa de Romero Barrón.

LA URGENCIA

Al responder del otro lado de la línea informaron sobre el estado del comandante, ante esto Luis Alfonso de prisa se dirigió junto a su compañero operador de ambulancia hasta el domicilio de su amigo.

Al llegar se sorprendió al ver el cuadro en el que el paciente, su amigo, se encontraba, él sabía que su urgencia era grave, necesitaba atención especializada para alargar su calidad de vida.

González Esparza ya rosaba los 30 años de edad para entonces, comprendía a través de su experiencia lo que veía, a un amigo y compañero que no resistiría por mucho.

Se aproximó a éste y le cuestionó sobre su estado, sobre su sentir, y las respuestas de Romero Barrón era que “ya no la hacía”.

“Ya no la hago, viejo”, decía el comandante y para ser optimista Luis Alfonso señalaba que sí, que le echara ganas.

Ante su estado José Romero señaló fuera trasladado, que él quería ir a Cruz Roja, “allá quiero morir en la Cruz Roja” rogaba.

Ante estas palabras Luis Alfonso sentía un nudo en el estómago, cómo lleva a un amigo a su muerte, a su final.

MEJORES TIEMPOS

De camino a la institución recordaba los momentos vividos juntos, las guardias de los viernes.

Al estar de regreso en la base, se fueron reuniendo miembros de las guardias, tanto como los de eso momento, como los que no estaban en servicio, estaban ahí viendo la flama de su amigo extinguiéndose.

Pasaban los minutos y con estos llegaba un nuevo síntoma, y de a poco esa vida se iba yendo. Al mismo tiempo que los presentes contaban los recuerdos a su lado.

De modo que nadie podía hacer nada, cuando desde que ingresaron a la institución su labor de servicio era la de salvar vidas, y esa vez la mejor forma de ayudar fue acompañando hasta su último suspiro a quien dejaría su esencia por la eternidad en las instalaciones.

A Luis Alfonso González Esparza fue una situación personal la que lo llevó a buscar la institución.

Fue luego de que la primera vida se extinguiera frente a sus ojos y no poder hacer nada, porque cuenta no tenía los conocimientos y a pesar de padecimiento de su padrastro pudo haber alargado su vida.

Por unas vecinas que lo invitaron a formar parte de Juventud en Cruz Roja fue que González Esparza supo que quería aprender y enseñar esa noble labor, fue así que en pocos años ya era instructor para las nuevas generaciones.

Después de 20 años en Cruz Roja decidió retirarse y dedicar su vida a su familia y fue en el 2014 cuando tras formarse el grupo de veteranos y ser convocado decidió regresar, con su experiencia ahora tenía la oportunidad de ayudar desde otras áreas.

Sin embargo, en 2019 fue detectado con un CA de esófago, mismo que lo imposibilitó por un tiempo acudir a los servicios desde veteranos, y con la llegada de la pandemia y sus tratamientos es que ha permanecido en casa.

Lo cual para él resulta bueno, pues dice tener todo el tiempo del mundo y mientras se pueda ayudará a la institución, incluso hasta sus últimos momentos.



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Culiacán, Sin.- Luis Alfonso González Esparza, ingresó como paramédico a inicios de la década de los 80, cuando le faltaban pocos años para su mayoría de edad; entonces rememora un servicio en el que por primera vez presenció cómo era que los cuerpos calcinados se hacían “chiquitos”.

Entre las vivencias donde veía vidas extinguirse, recuerda los días de agonía de su compañero y amigo el comandante José Romero Barrón, un hombre de carácter fuerte, con el que lidió más de una década en la institución.

Fue a inicios de los noventas cuando Romero Barrón ya no pudo asistir a sus guardias en Cruz Roja, esto debido a una EPOC que le vino por el vicio del tabaco.

Desde sus inicios como socorrista González Esparza tenía asignada la guardia vespertina de los viernes, donde le tocaba ver un sinfín de casos y pacientes, esa tarde la recuerda llamaron desde la casa de Romero Barrón.

LA URGENCIA

Al responder del otro lado de la línea informaron sobre el estado del comandante, ante esto Luis Alfonso de prisa se dirigió junto a su compañero operador de ambulancia hasta el domicilio de su amigo.

Al llegar se sorprendió al ver el cuadro en el que el paciente, su amigo, se encontraba, él sabía que su urgencia era grave, necesitaba atención especializada para alargar su calidad de vida.

González Esparza ya rosaba los 30 años de edad para entonces, comprendía a través de su experiencia lo que veía, a un amigo y compañero que no resistiría por mucho.

Se aproximó a éste y le cuestionó sobre su estado, sobre su sentir, y las respuestas de Romero Barrón era que “ya no la hacía”.

“Ya no la hago, viejo”, decía el comandante y para ser optimista Luis Alfonso señalaba que sí, que le echara ganas.

Ante su estado José Romero señaló fuera trasladado, que él quería ir a Cruz Roja, “allá quiero morir en la Cruz Roja” rogaba.

Ante estas palabras Luis Alfonso sentía un nudo en el estómago, cómo lleva a un amigo a su muerte, a su final.

MEJORES TIEMPOS

De camino a la institución recordaba los momentos vividos juntos, las guardias de los viernes.

Al estar de regreso en la base, se fueron reuniendo miembros de las guardias, tanto como los de eso momento, como los que no estaban en servicio, estaban ahí viendo la flama de su amigo extinguiéndose.

Pasaban los minutos y con estos llegaba un nuevo síntoma, y de a poco esa vida se iba yendo. Al mismo tiempo que los presentes contaban los recuerdos a su lado.

De modo que nadie podía hacer nada, cuando desde que ingresaron a la institución su labor de servicio era la de salvar vidas, y esa vez la mejor forma de ayudar fue acompañando hasta su último suspiro a quien dejaría su esencia por la eternidad en las instalaciones.

A Luis Alfonso González Esparza fue una situación personal la que lo llevó a buscar la institución.

Fue luego de que la primera vida se extinguiera frente a sus ojos y no poder hacer nada, porque cuenta no tenía los conocimientos y a pesar de padecimiento de su padrastro pudo haber alargado su vida.

Por unas vecinas que lo invitaron a formar parte de Juventud en Cruz Roja fue que González Esparza supo que quería aprender y enseñar esa noble labor, fue así que en pocos años ya era instructor para las nuevas generaciones.

Después de 20 años en Cruz Roja decidió retirarse y dedicar su vida a su familia y fue en el 2014 cuando tras formarse el grupo de veteranos y ser convocado decidió regresar, con su experiencia ahora tenía la oportunidad de ayudar desde otras áreas.

Sin embargo, en 2019 fue detectado con un CA de esófago, mismo que lo imposibilitó por un tiempo acudir a los servicios desde veteranos, y con la llegada de la pandemia y sus tratamientos es que ha permanecido en casa.

Lo cual para él resulta bueno, pues dice tener todo el tiempo del mundo y mientras se pueda ayudará a la institución, incluso hasta sus últimos momentos.



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