/ viernes 13 de marzo de 2020

¿El fracaso de la 4T?

Definir a su gobierno como la Cuarta Transformación de México, fue sin duda un exceso y un error del presidente de la república Andrés Manuel López Obrador. Fue un exceso, porque a pesar del gran significado que ha tenido el triunfo de la izquierda en nuestro país, finalmente se trata solo de una alternancia política. Exaltar este cambio, y ponerlo al mismo nivel de los momentos estelares y determinantes en la configuración de la nación mexicana (la independencia, la reforma y la revolución), refleja un obsesivo afán de trascendencia histórica.

López Obrador tiene enormes méritos. Superó muchas adversidades, y contra viento y marea se convirtió en el primer presidente de izquierda en nuestro país. Eso, por sí solo, tiene un alto significado político. Pero ubicar a su gobierno al mismo nivel de importancia que la independencia, la reforma y la revolución, parece desmesurado. El sitial en la historia no emana de voluntarismos o decretos del poder. Ese se gana con resultados y la trascendencia de las acciones.

Aquí estriba, justamente, el error de autoproclamar una Cuarta Transformación. Si desde la campaña de Andrés Manuel López Obrador y con su triunfo arrollador se generaron grandes expectativas en los ciudadanos, al definir a su gobierno de esa manera, dichas expectativas se exponenciaron, porque se generó la idea de que ahora sí las cosas cambiarían radicalmente en México. El problema es que los resultados están muy por debajo de las promesas y compromisos hechos durante la campaña electoral.

La falla es de origen, y tiene que ver con esa promesa epopéyica de la Cuarta Transformación, que todavía no sabemos de qué se trata. A ello debemos agregar la ausencia de un programa debidamente estructurado de gobierno. El Plan Nacional de Desarrollo es una declaración ideológica y de buenas intenciones, que prácticamente nació muerto. A un año de su presentación, nadie se acuerda de él. Resulta increíble que durante 18 años en que buscaron afanosamente acceder a la presidencia, no lograron estructurar una visión clara sobre el desarrollo del país. Ante la falta de una hoja de ruta, lo que ha predominado son las improvisaciones, las ocurrencias, los caprichos y las decisiones equivocadas.

El panorama se complica, al imponerse un estilo de gestión pública altamente centralizado y personalista, donde el gobierno federal inicia y termina en la figura del presidente de la república, cuyo equipo de colaboradores, la mayoría inexpertos, no asume ninguna responsabilidad y ha evidenciado notables limitaciones. El Presidente carga con todos los aciertos y logros de su gobierno, pero también con sus desaciertos.

Con este escenario, en 14 meses de ejercicio la mal llamada Cuarta Transformación presenta los primeros signos de una crisis, que solo el tiempo nos dirá si es temporal o persistente. Las dificultades brotaron donde siempre: en la economía. Históricamente, éste ha sido el talón de Aquiles de muchos gobiernos en México. Decisiones erráticas tomadas por la administración federal, generaron un clima de incertidumbre y desconfianza, que contrajo la inversión privada y estancó el crecimiento económico. En campaña electoral, Andrés Manuel López Obrador dijo que en su gobierno el Producto Interno Bruto crecería anualmente al 4%. Ese compromiso no se cumplió el 2019, donde la economía registró una caída del 0.1%, lo que representa la primera contracción anual desde el 2009.

En lugar de admitir esta realidad, el presidente construye una extraña y paradójica narrativa, donde sostiene que aunque no se tenga crecimiento económico hay en México ahora más desarrollo. Eso es imposible. Todos sabemos que sin crecimiento económico no puede haber empleo e ingresos, ni prosperidad, ni bienestar, ni desarrollo. Si la economía no crece, no hay riqueza que distribuir.

La firma del T-MEC generó una importante expectativa, que se ha diluido muy rápido. La mayoría de los organismos coinciden en señalar que la debilidad de la economía continuará en 2020. El gobierno federal estimó un crecimiento del PIB del 2%. Esta proyección inicial se ha bajado al 1%, muy lejos de la promesa presidencial del 4%.

Pero incluso esta proyección del 1% puede verse comprometida, por la desaceleración de la economía mundial, los efectos negativos que tendrá la pandemia del coronavirus, la brusca caída en los precios del petróleo y la volatilidad cambiaria. Es cierto que se trata de factores exógenos. El problema es que México no se encuentra en la mejor situación para enfrentar esta turbulencia internacional. En materia económica, el pronóstico es entonces reservado.

El gobierno de la Cuarta Transformación se ha visto erosionado también por la desatinada implementación de un nuevo modelo de salud, que ha generado problemas de atención y falta de medicamentos en hospitales públicos. En los negativos habría que sumar los recortes presupuestales al campo, pesca, ganadería y turismo; el desencuentro con el sector empresarial; la confrontación con periodistas y el desgaste de la estrategia de comunicación basado en las conferencias “mañaneras”; la fallida rifa del avión presidencial y los pobres resultados obtenidos en materia de seguridad pública.

Durante su campaña, Andrés Manuel López Obrador se comprometió a reducir la incidencia delictiva. Pero no se ha diseñado una estrategia pertinente para ello. Se habla de atacar las causas de la violencia, por medio de los programas sociales. Pero no hay certeza de que las becas ayuden efectivamente a frenar la criminalidad, la cual es generada por profesionales de la violencia que pertenecen a grupos de la delincuencia organizada que cuentan con muchos recursos para cooptar a jóvenes.

Por lo visto, la mayor apuesta del gobierno federal es la creación de la Guardia Nacional. Sin embargo, esta nueva corporación no cuenta todavía con el presupuesto, los elementos y la estrategia adecuada para enfrentar los grandes retos en materia de seguridad. La amnistía para delincuentes, la Cartilla Moral, los llamados a los criminales a que “recapaciten”; a que le bajen y se porten bien; la política de abrazos y no balazos, definitivamente no está dando resultados. 2019 ha sido el año más violento en la historia de México, desde que se cuenta con registros oficiales, con más de 35 mil homicidios.

La expresión más extrema y brutal de esta ola criminal son los feminicidios, que han generado protestas masivas y enérgicas de las mujeres, frente a las cuales el gobierno federal ha sido inexplicablemente indiferente. Ante las movilizaciones y el paro nacional de mujeres, aparecen como respuestas el desdén, culpar al neoliberalismo y la retórica de la conspiración, del complot y del “golpismo” auspiciado por los conservadores. Esto es, de nuevo la polarización social y política, que a la fecha es el saldo más negativo de la Cuarta Transformación.

Todo lo aquí reseñado ha impactado la mayor fortaleza de la 4T, que es la aceptación, la buena imagen y la popularidad del presidente de la república. En las elecciones del 2018, Andrés Manuel López Obrador obtuvo más de 30 millones de votos (53.19%). Inició su mandato con porcentajes de aprobación realmente impresionantes: 80%. Así se mantuvo durante meses. Pero la situación ha cambiado. El nulo crecimiento de la economía, la crisis del sector salud, la imparable ola de violencia y la insensibilidad mostrada ante el movimiento de las mujeres, han tenido un costo político. Diversas casas encuestadoras coinciden que en un año el nivel de aprobación de López Obrador ha disminuido en más de 20 puntos, para ubicarse ya al nivel de otros presidentes.

Sin duda, Andrés Manuel López Obrador sigue teniendo una alta aceptación. La mayoría de los mexicanos valora positivamente sus atributos personales, como la sencillez y honestidad, pero no evalúa de la misma manera los resultados de su gobierno. La mayor fortaleza de la Cuarta Transformación ha sido y es el presidente. La caída en su popularidad es, por lo mismo, un duro golpe en el corazón de la 4T.

Definir a su gobierno como la Cuarta Transformación de México, fue sin duda un exceso y un error del presidente de la república Andrés Manuel López Obrador. Fue un exceso, porque a pesar del gran significado que ha tenido el triunfo de la izquierda en nuestro país, finalmente se trata solo de una alternancia política. Exaltar este cambio, y ponerlo al mismo nivel de los momentos estelares y determinantes en la configuración de la nación mexicana (la independencia, la reforma y la revolución), refleja un obsesivo afán de trascendencia histórica.

López Obrador tiene enormes méritos. Superó muchas adversidades, y contra viento y marea se convirtió en el primer presidente de izquierda en nuestro país. Eso, por sí solo, tiene un alto significado político. Pero ubicar a su gobierno al mismo nivel de importancia que la independencia, la reforma y la revolución, parece desmesurado. El sitial en la historia no emana de voluntarismos o decretos del poder. Ese se gana con resultados y la trascendencia de las acciones.

Aquí estriba, justamente, el error de autoproclamar una Cuarta Transformación. Si desde la campaña de Andrés Manuel López Obrador y con su triunfo arrollador se generaron grandes expectativas en los ciudadanos, al definir a su gobierno de esa manera, dichas expectativas se exponenciaron, porque se generó la idea de que ahora sí las cosas cambiarían radicalmente en México. El problema es que los resultados están muy por debajo de las promesas y compromisos hechos durante la campaña electoral.

La falla es de origen, y tiene que ver con esa promesa epopéyica de la Cuarta Transformación, que todavía no sabemos de qué se trata. A ello debemos agregar la ausencia de un programa debidamente estructurado de gobierno. El Plan Nacional de Desarrollo es una declaración ideológica y de buenas intenciones, que prácticamente nació muerto. A un año de su presentación, nadie se acuerda de él. Resulta increíble que durante 18 años en que buscaron afanosamente acceder a la presidencia, no lograron estructurar una visión clara sobre el desarrollo del país. Ante la falta de una hoja de ruta, lo que ha predominado son las improvisaciones, las ocurrencias, los caprichos y las decisiones equivocadas.

El panorama se complica, al imponerse un estilo de gestión pública altamente centralizado y personalista, donde el gobierno federal inicia y termina en la figura del presidente de la república, cuyo equipo de colaboradores, la mayoría inexpertos, no asume ninguna responsabilidad y ha evidenciado notables limitaciones. El Presidente carga con todos los aciertos y logros de su gobierno, pero también con sus desaciertos.

Con este escenario, en 14 meses de ejercicio la mal llamada Cuarta Transformación presenta los primeros signos de una crisis, que solo el tiempo nos dirá si es temporal o persistente. Las dificultades brotaron donde siempre: en la economía. Históricamente, éste ha sido el talón de Aquiles de muchos gobiernos en México. Decisiones erráticas tomadas por la administración federal, generaron un clima de incertidumbre y desconfianza, que contrajo la inversión privada y estancó el crecimiento económico. En campaña electoral, Andrés Manuel López Obrador dijo que en su gobierno el Producto Interno Bruto crecería anualmente al 4%. Ese compromiso no se cumplió el 2019, donde la economía registró una caída del 0.1%, lo que representa la primera contracción anual desde el 2009.

En lugar de admitir esta realidad, el presidente construye una extraña y paradójica narrativa, donde sostiene que aunque no se tenga crecimiento económico hay en México ahora más desarrollo. Eso es imposible. Todos sabemos que sin crecimiento económico no puede haber empleo e ingresos, ni prosperidad, ni bienestar, ni desarrollo. Si la economía no crece, no hay riqueza que distribuir.

La firma del T-MEC generó una importante expectativa, que se ha diluido muy rápido. La mayoría de los organismos coinciden en señalar que la debilidad de la economía continuará en 2020. El gobierno federal estimó un crecimiento del PIB del 2%. Esta proyección inicial se ha bajado al 1%, muy lejos de la promesa presidencial del 4%.

Pero incluso esta proyección del 1% puede verse comprometida, por la desaceleración de la economía mundial, los efectos negativos que tendrá la pandemia del coronavirus, la brusca caída en los precios del petróleo y la volatilidad cambiaria. Es cierto que se trata de factores exógenos. El problema es que México no se encuentra en la mejor situación para enfrentar esta turbulencia internacional. En materia económica, el pronóstico es entonces reservado.

El gobierno de la Cuarta Transformación se ha visto erosionado también por la desatinada implementación de un nuevo modelo de salud, que ha generado problemas de atención y falta de medicamentos en hospitales públicos. En los negativos habría que sumar los recortes presupuestales al campo, pesca, ganadería y turismo; el desencuentro con el sector empresarial; la confrontación con periodistas y el desgaste de la estrategia de comunicación basado en las conferencias “mañaneras”; la fallida rifa del avión presidencial y los pobres resultados obtenidos en materia de seguridad pública.

Durante su campaña, Andrés Manuel López Obrador se comprometió a reducir la incidencia delictiva. Pero no se ha diseñado una estrategia pertinente para ello. Se habla de atacar las causas de la violencia, por medio de los programas sociales. Pero no hay certeza de que las becas ayuden efectivamente a frenar la criminalidad, la cual es generada por profesionales de la violencia que pertenecen a grupos de la delincuencia organizada que cuentan con muchos recursos para cooptar a jóvenes.

Por lo visto, la mayor apuesta del gobierno federal es la creación de la Guardia Nacional. Sin embargo, esta nueva corporación no cuenta todavía con el presupuesto, los elementos y la estrategia adecuada para enfrentar los grandes retos en materia de seguridad. La amnistía para delincuentes, la Cartilla Moral, los llamados a los criminales a que “recapaciten”; a que le bajen y se porten bien; la política de abrazos y no balazos, definitivamente no está dando resultados. 2019 ha sido el año más violento en la historia de México, desde que se cuenta con registros oficiales, con más de 35 mil homicidios.

La expresión más extrema y brutal de esta ola criminal son los feminicidios, que han generado protestas masivas y enérgicas de las mujeres, frente a las cuales el gobierno federal ha sido inexplicablemente indiferente. Ante las movilizaciones y el paro nacional de mujeres, aparecen como respuestas el desdén, culpar al neoliberalismo y la retórica de la conspiración, del complot y del “golpismo” auspiciado por los conservadores. Esto es, de nuevo la polarización social y política, que a la fecha es el saldo más negativo de la Cuarta Transformación.

Todo lo aquí reseñado ha impactado la mayor fortaleza de la 4T, que es la aceptación, la buena imagen y la popularidad del presidente de la república. En las elecciones del 2018, Andrés Manuel López Obrador obtuvo más de 30 millones de votos (53.19%). Inició su mandato con porcentajes de aprobación realmente impresionantes: 80%. Así se mantuvo durante meses. Pero la situación ha cambiado. El nulo crecimiento de la economía, la crisis del sector salud, la imparable ola de violencia y la insensibilidad mostrada ante el movimiento de las mujeres, han tenido un costo político. Diversas casas encuestadoras coinciden que en un año el nivel de aprobación de López Obrador ha disminuido en más de 20 puntos, para ubicarse ya al nivel de otros presidentes.

Sin duda, Andrés Manuel López Obrador sigue teniendo una alta aceptación. La mayoría de los mexicanos valora positivamente sus atributos personales, como la sencillez y honestidad, pero no evalúa de la misma manera los resultados de su gobierno. La mayor fortaleza de la Cuarta Transformación ha sido y es el presidente. La caída en su popularidad es, por lo mismo, un duro golpe en el corazón de la 4T.