/ lunes 23 de enero de 2023

La desafortunada aventura de Isidore Lowenstern, el austriaco que pasó por Escuinapa

Isidore Lowenstern plasmó en un libro las vivencias sufridas en los pueblos de Sinaloa

El municipio de Escuinapa ha sido parte de innumerables investigaciones por parte de extranjeros que han plasmado en libros los vestigios importantes que se tienen en este pueblo situado al sur de Sinaloa.

En el texto "Memorias escuinapenses" destaca el fragmento de "México, memorias de un viajero" (1843), el cual fue elaborado por el geógrafo austriaco Isidore Lowenstern, quien no la pasó muy bien en su recorrido al pasar por Escuinapa.

También puedes leer: Teófilo Noris, el niño héroe sinaloense que luchó en la batalla de Chapultepec

La historia

En 1838, el geógrafo austriaco Isidore Lowenstern realizó un viaje por México, al que miró como una gran miscelánea de exotismo y barbarie, con una cultura gastronómica a la que su estómago no estaba acostumbrado y donde padeció no sólo el húmedo calor tropical, sino también el ataque de insectos y alimañas nunca antes conocidas por él.

La crónica de sus desafortunadas aventuras quedó inmortalizada en ese escrito que vale decir está escrito en un tono decadente, por momentos despectivo y burlesco, quizá en desquite al martirio que debió pasar este singular personaje, nacido en el seno de una familia privilegiada.

Llaman la atención las descripciones que hace a su paso por lo que hoy se conoce como el territorio municipal de Escuinapa, donde hace contacto con nativos del lugar, sin dejar claro el grupo étnico al que pertenecen.

"Al día siguiente continué mi camino con esos dos hombres de una desesperante lentitud, pero que al menos no eran ladrones ni asesinos y se contentaban con sus pequeñas ganancias habituales. Aquel día solo avancé unas tres o cuatro leguas hasta Bayona, un pequeño grupo de cabañas indígenas cerca del río de Bayona, también llamado río de Las Cañas, que forma el límite entre los departamentos de Jalisco y Sinaloa", narra.

"Lo vadeamos y pasamos la noche a media legua de allí en unas chozas aisladas, cómo deseaba llegar el día 5 a Escuinapa, partí a las cuatro y media de la mañana. Pero pronto fuimos detenidos por los pantanos, una lluvia y una tormenta tan violentas que los arrieros declararon que debía ser el cordonazo; ese terrible huracán que todos los años clausura la estación de lluvias hacia la festividad de San Francisco", continuó.

"Toda la zona estaba bajo el agua y solo a costa de las mayores dificultades logramos salir de los pantanos y abrirnos paso entre los matorrales para llegar a las montañas situadas al oriente del camino. Además de estar empapados, los arbustos nos arrancaban los vestidos; por fin encontramos refugio en Piedra Gorda, después de una marcha espantosa de nueve a diez leguas. El lugar consiste solo en unos pocos ranchos y todos los viajeros lo evitan a causa del perjuicio (insectos) que lo infestan, especialmente los mosquitos", agrega.

"El nombre de Piedra Gorda proviene de unas rocas aisladas que se encuentran a corta distancia. Al pasar cerca de un arroyo vimos a varias señoritas del lugar recién salidas del baño, sentadas en la hierba en completo traje de ninfas y que, sin molestarse en lo más mínimo por nuestra presencia, continuaban lavando sus largos cabellos".

Apreciaciones exageradas

En su escrito, Lowenstern cuenta que los árboles estaban cubiertos de cientos de periquitos verdes y que en los pantanos había visto pájaros acuáticos de los más vivos colores.

"El plumaje de algunos era enteramente rosa. Pero yo era insensible a esas beldades de la naturaleza; necesitaba ante todo un poco de descanso ya que la fiebre que no me abandonaba se unía la irritación causada por la picadura de los mosquitos. Todos los habitantes de la cabaña en la que fuimos recibidos se acostaban amontonados, en completo estado de desnudez. Puede decirse que viven en el desierto; la iglesia más próxima es la de la ciudad de Escuinapa, a ocho leguas de distancia", continúa.

"Salí de Piedra Gorda al día siguiente y durante cuatro leguas tuve que atravesar más pantanos, pero presentaban menos dificultades por haber cesado la lluvia antes de nuestra llegada a Escuinapa. Las casas de dicha ciudad están bien construidas pero ubicadas de manera irregular, cada una por su lado y sin ninguna alineación. Fue el primer lugar importante por donde pasé en el departamento de Sinaloa. Está situado en la margen izquierda de un río que se puede cruzar a pie", agrega.

"Continué mi camino hacia la ciudad de Rosario para recibir noticias sobre los movimientos de Urrea, quien, según los rumores que circulaban en Escuinapa, debía encontrarse en los alrededores aquella ciudad, frente a las tropas que sus habitantes habían logrado reunir en nombre del gobierno central".

Más adelante, Lowenstern cuenta cómo es que tras haber estropeado sus ropajes y quedado con deplorable aspecto, fue rechazado de una casa de huéspedes en El Rosario, hasta que un francés se apiada e intercede por él.

Las descripciones de Lowenstern por México y otros lugares del mundo han sido puestas a debate por algunos historiadores, sin embargo, no dejan de ser interesantes por lo exagerado de sus apreciaciones.

El municipio de Escuinapa ha sido parte de innumerables investigaciones por parte de extranjeros que han plasmado en libros los vestigios importantes que se tienen en este pueblo situado al sur de Sinaloa.

En el texto "Memorias escuinapenses" destaca el fragmento de "México, memorias de un viajero" (1843), el cual fue elaborado por el geógrafo austriaco Isidore Lowenstern, quien no la pasó muy bien en su recorrido al pasar por Escuinapa.

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La historia

En 1838, el geógrafo austriaco Isidore Lowenstern realizó un viaje por México, al que miró como una gran miscelánea de exotismo y barbarie, con una cultura gastronómica a la que su estómago no estaba acostumbrado y donde padeció no sólo el húmedo calor tropical, sino también el ataque de insectos y alimañas nunca antes conocidas por él.

La crónica de sus desafortunadas aventuras quedó inmortalizada en ese escrito que vale decir está escrito en un tono decadente, por momentos despectivo y burlesco, quizá en desquite al martirio que debió pasar este singular personaje, nacido en el seno de una familia privilegiada.

Llaman la atención las descripciones que hace a su paso por lo que hoy se conoce como el territorio municipal de Escuinapa, donde hace contacto con nativos del lugar, sin dejar claro el grupo étnico al que pertenecen.

"Al día siguiente continué mi camino con esos dos hombres de una desesperante lentitud, pero que al menos no eran ladrones ni asesinos y se contentaban con sus pequeñas ganancias habituales. Aquel día solo avancé unas tres o cuatro leguas hasta Bayona, un pequeño grupo de cabañas indígenas cerca del río de Bayona, también llamado río de Las Cañas, que forma el límite entre los departamentos de Jalisco y Sinaloa", narra.

"Lo vadeamos y pasamos la noche a media legua de allí en unas chozas aisladas, cómo deseaba llegar el día 5 a Escuinapa, partí a las cuatro y media de la mañana. Pero pronto fuimos detenidos por los pantanos, una lluvia y una tormenta tan violentas que los arrieros declararon que debía ser el cordonazo; ese terrible huracán que todos los años clausura la estación de lluvias hacia la festividad de San Francisco", continuó.

"Toda la zona estaba bajo el agua y solo a costa de las mayores dificultades logramos salir de los pantanos y abrirnos paso entre los matorrales para llegar a las montañas situadas al oriente del camino. Además de estar empapados, los arbustos nos arrancaban los vestidos; por fin encontramos refugio en Piedra Gorda, después de una marcha espantosa de nueve a diez leguas. El lugar consiste solo en unos pocos ranchos y todos los viajeros lo evitan a causa del perjuicio (insectos) que lo infestan, especialmente los mosquitos", agrega.

"El nombre de Piedra Gorda proviene de unas rocas aisladas que se encuentran a corta distancia. Al pasar cerca de un arroyo vimos a varias señoritas del lugar recién salidas del baño, sentadas en la hierba en completo traje de ninfas y que, sin molestarse en lo más mínimo por nuestra presencia, continuaban lavando sus largos cabellos".

Apreciaciones exageradas

En su escrito, Lowenstern cuenta que los árboles estaban cubiertos de cientos de periquitos verdes y que en los pantanos había visto pájaros acuáticos de los más vivos colores.

"El plumaje de algunos era enteramente rosa. Pero yo era insensible a esas beldades de la naturaleza; necesitaba ante todo un poco de descanso ya que la fiebre que no me abandonaba se unía la irritación causada por la picadura de los mosquitos. Todos los habitantes de la cabaña en la que fuimos recibidos se acostaban amontonados, en completo estado de desnudez. Puede decirse que viven en el desierto; la iglesia más próxima es la de la ciudad de Escuinapa, a ocho leguas de distancia", continúa.

"Salí de Piedra Gorda al día siguiente y durante cuatro leguas tuve que atravesar más pantanos, pero presentaban menos dificultades por haber cesado la lluvia antes de nuestra llegada a Escuinapa. Las casas de dicha ciudad están bien construidas pero ubicadas de manera irregular, cada una por su lado y sin ninguna alineación. Fue el primer lugar importante por donde pasé en el departamento de Sinaloa. Está situado en la margen izquierda de un río que se puede cruzar a pie", agrega.

"Continué mi camino hacia la ciudad de Rosario para recibir noticias sobre los movimientos de Urrea, quien, según los rumores que circulaban en Escuinapa, debía encontrarse en los alrededores aquella ciudad, frente a las tropas que sus habitantes habían logrado reunir en nombre del gobierno central".

Más adelante, Lowenstern cuenta cómo es que tras haber estropeado sus ropajes y quedado con deplorable aspecto, fue rechazado de una casa de huéspedes en El Rosario, hasta que un francés se apiada e intercede por él.

Las descripciones de Lowenstern por México y otros lugares del mundo han sido puestas a debate por algunos historiadores, sin embargo, no dejan de ser interesantes por lo exagerado de sus apreciaciones.

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