En todos los escenarios, académicos, populares y de la opinocracia, la llegada de una mujer al máximo ejercicio del poder, sigue siendo un enigma.
Se piensa que ello no cambiará las estructuras, los procedimientos, las reglas políticas y sociales que seguirán favoreciendo una sociedad dominada por los hombres que durante siglos han funcionado para conservar y reproducir su superioridad.
Las normas de género se reproducen no solo en los discursos políticos, como sostiene Julia Kristeva (Debate Feminista, 1992), sino que esta situación se reproducirá en las decisiones, los comportamientos y la distribución del poder en el ejercicio del cargo.
La presencia de un cuerpo femenino en la máxima magistratura, afirma el Global Campus University, tendrá repercusiones en el ámbito político y de manera paralela, se envía un poderoso mensaje a toda la sociedad mexicana, un mensaje simbólico sobre que finalmente las mujeres son reconocidas como líderes capaces y competentes.
Lo cierto es que estamos cumpliendo casi 30 años de que se abrió la discusión, impulsada por el movimiento feminista, sobre el derecho de las mujeres a acceder al poder real, desde las cuotas reglamentadas (1996), hasta el mandato constitucional de la paridad (2014).
Ese proceso influyó muy poco en la concepción social, y también es cierto que una mayor representación numérica, no se ha convertido en una mayor representación simbólica y sustantiva de las mujeres.
El ascenso masivo a los órganos legislativos, a las presidencias municipales y a los cargos públicos, parecía como un asunto “natural”, sin percibir lo que está operando en la conciencia de hombres y mujeres. ¿A ello se debe el aumento de la violencia contra las mujeres?
La presencia femenina en los órganos legislativos –especialmente en los espacios de liderazgo– resulta, en sí misma, un símbolo muy poderoso y refleja los patrones de género del ejercicio de poder; las mujeres están disputando espacios y generando nuevas miradas, como sostiene Tania Verge Mestre, profesora del Centro de Estudios de Opinión de Europa (2022).
Esta politóloga dice que la representación simbólica, impacta en la capacidad de las mujeres para desarrollar una representación sustantiva, aunque todavía se percibe a las mujeres como intrusas en las esferas del poder. De ahí que sea limitada su capacidad para articular demandas y representar efectivamente los intereses de otras mujeres.
El desafío entonces, considerando el masivo ascenso de las mujeres en posiciones de poder -habrá en simultáneo 13 gobernadoras- podrían, en alianza con una presidenta, modificar la agenda pública e impulsar políticas de cambio que permitan reducir la desigualdad entre hombres y mujeres.
Diversos estudios de género sobre la conducta de las presidentas, han constatado que hay cambios, sobre todo en la esfera de los programas sociales y de salud.
En una sociedad machista, antidemocrática y atrasada como la mexicana, se sostiene que no habrá ninguna diferencia, porque se mantendrán las reglas –formales e informales– que reproducen las normas de género machistas en la práctica, afectando el funcionamiento del ejecutivo, de los congresos y la capacidad de las mujeres de ejercer la representación de manera efectiva.
No se trata, como se ha querido reducir el análisis, a la presencia del liderazgo de AMLO, sino que subsiste en la percepción social la desconfianza en las mujeres y estas están minimizadas, ofendidas, despreciadas y agredidas en la arena política; los discursos, gestos, agresiones y otras conductas constituyen violencia política en razón de género.
Todavía son consideradas como intrusas en el mundo de la política, no se reconoce su legitimidad en el ejercicio del poder y representación. Estos patrones son, probablemente, el símbolo más visible que minimiza el impacto simbólico de las mujeres en el poder. Veremos.
Periodista. Editora de Género en la OEM y directora del portal informativo http://www.semmexico.mx
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