/ martes 17 de septiembre de 2019

Malecón


Saben cuál es la verdadera base del poder político? No las armas ni las tropas, sino la habilidad de hacer que los demás hagan lo que uno desea que hagan.

Philip K. Dick


… la verdad, la escritura, el periodismo y el intelectual orgánico…

Empezaremos diciendo que es por todos nosotros conocida, la indiferencia social ante las penurias del artista y su aporte civilizatorio a la sociedad, la misma que ha exacerbado el orgullo de algunos escritores o poetas como Baudelaire, quien, con el orgullo de un Mesías ignorado por los filisteos, prefería vivir en la miseria que inclinarse ante los beneficiarios de un orden social podrido.

Para salir de la miseria Baudelaire podría haber incursionado con más frecuencia en el periodismo, como muchos de sus contemporáneos, pero esa alternativa le repugnaba pues aborrecía a los líderes de opinión erguidos en figuras de autoridad moral.

Encontrando así, que el compromiso social del escritor tiene algunos efectos indeseables que pueden entrar en conflicto con sus necesidades expresivas.

Y continuamos, sabiendo que no hay analista político, sea cual sea su tendencia, que no se presente ante los lectores como un honesto ciudadano interesado en el bien común.

Pero ni Flaubert ni Baudelaire tomaron en cuenta que los escritores de su época habrían defraudado la confianza que el público deposita en ellos, si se hubieran negado a escribir sobre temas políticos de actualidad.

El fortalecimiento de la opinión pública ha engendrado un nuevo tipo de escritor, que ha incursionado en a la demagogia política, para obtener popularidad.

Siendo así que, …en un laaaargo sueño de muchos años, los gobiernos del PRI, hicieron creer a la sociedad que el aparato cultural del estado era una blanca flor en medio de un pantano; a pesar de la evidente podredumbre que reinaba en los cuerpos policiacos, en las procuradurías de justicia, en las secretarías donde se concentraba el poder político y económico, la opinión pública concedía el beneficio de la duda a las instituciones de cultura por la “nobleza de sus fines”.

La operación “mascarita culta”, ha tenido un éxito rotundo, porque la propia comunidad intelectual y artística, incluyendo a sus más conspicuos líderes de opinión, han creído ocupar un nicho incontaminado de la administración pública o fingir creerlo, a sabiendas de que el aparato cultural también apestaba.

Mientras la economía siguió creciendo, junto a un sistema educativo más o menos eficaz, la elite orgánica de la cultura pudo disfrutar sus privilegios clientelares sin remordimientos.

Pero a partir de 1983, cuando el estancamiento de la economía frenó la movilidad social, los recortes en el gasto público, sumados a la corrupción del sindicato magisterial, hirieron de muerte al sector educativo; el mundillo artístico paraestatal y los intelectuales uncidos al presupuesto, ya no pudieron sentirse cómodos en un edén subvertido.

Con el público de las artes reducido al mínimo y la mayoría de la población excluida de la lectura (en México sólo el dos por ciento de la población lee periódicos), el aparato cultural del estado se había convertido en la cereza de un pastel inexistente.

Desde entonces, la actitud acomodaticia del gremio se convirtió en una relación clientelar con el poder.

En su afán por granjearse simpatías después de la “caída del sistema” que lo llevó al poder, el Presidente Salinas lanzó un vasto programa de cooptación masiva de escritores y artistas, que adquirió rango institucional con la creación del Fondo Nacional para la Creación Artística.

Cuanto más aguda era la crisis educativa del país, mayor número de prebendas, becas y puestos repartía el gobierno entre los miembros de la República de las letras.

Los márgenes de libertad para criticar al gobierno, que en otros tiempos habían sido muy estrechos para cualquiera que recibiera dinero del erario, se ampliaron para dar a los becarios la oportunidad de disentir, sin ver amenazada su fuente de ingresos.

En esa época hubo intelectuales particularmente cínicos que llegaron a tener tres o cuatro puestos al mismo tiempo. Los más escrupulosos se conformaban con su espléndida beca de creadores artísticos o eméritos.

Uno de los defectos más nocivos de los mecenazgos despóticos es la inhibición de la crítica. Los jóvenes creadores temen con razón que, si atacan a un artista poderoso, perderán más adelante la oportunidad de entrar al Sistema Nacional de Creadores del Arte.

Y como está de por medio el dinero de los contribuyentes, las críticas negativas, cada vez más escasas, adquieren una gravedad que no deberían tener. Cuando un crítico pone en duda el valor literario de una vaca sagrada con pensión vitalicia, no sólo demerita una obra: denuncia un fraude a la nación.

No se pretende condenar en masa a todos los artistas y escritores que han obtenido una beca. El mecenazgo estatal beneficia también a unos cuantos escritores de talento. Pero desde hace más de medio siglo, la telaraña de intereses (en la que Octavio Paz se dejó atrapar) beneficia sobre todo a los mediocres, por lo general escritores de ínfima calidad allegados a la burocracia cultural, que utilizan sus redes de influencia para darse la importancia que la pequeña comunidad lectora les ha negado.

El intelectual orgánico puede ser un funcionario público respetable o un cómplice de tropelías dictatoriales, según la naturaleza del régimen al que sirva.

Cuando André Malraux fue Ministro de Cultura en Francia, demostró que los hombres de letras pueden beneficiar a la sociedad desde los cargos públicos y, por lo tanto, sería injusto condenar en bloque a los herederos modernos de Confucio.

Otro tanto podemos afirmar con nuestro José Vasconcelos, cuando encabezó desde la Secretaría de Educación Pública, el renacimiento cultural del México Posrevolucionario.

En algunos casos, el intelectual es compatible con la capacidad organizativa, y los hombres que poseen ambas virtudes no deberían abstenerse de tener responsabilidades públicas, en gobiernos elegidos por el sufragio popular.

Pero cuando la intelectualidad burocratizada encubre a un estado delincuencial, como ha sucedido en México, o cuando respalda a un régimen totalitario, como ocurrió en algunas dictaduras del bloque socialista, la elite malcriada que disfruta privilegios inmerecidos pierde su bien más valioso: la credibilidad.

Una vez roto ese canal de comunicación, la desconfianza impide cualquier intento de restablecer el diálogo con el público traicionado.

En Mazatlán "el Químico" pidió a un grupo de pensadores libres que le ayudarán a ser el "Presidente de la Cultura"...pero...es muy difícil educar en curso intensivo a un monaguillo que se interesa más en la simulación y el engaño, para llegar hasta las alcancías de las limosnas y, se termina por entender que los nuevos mascaritas confunden la ignorancia de la farándula con la cultura y privilegian el hurto, la traición y el engaño prefiriendo brincar al milagro de la urna electoral, fundamentado en la ignorancia y la miseria de las masas, para conducirlas cual dócil rebaño con la oferta de un cielo en la tierra, con el viejo lenguaje de los templos religiosos y las sociedades de masones en contubernio.

Oj Alá, y todos los otros dioses del mundo nos libren del gobierno de los muchos, que al no saber quiénes son, se dejan ser conducidos en rebaño por los desechos caducos de casi todos los partidos existentes, unidos en un falso estandarte de la morena Virgen de Guadalupe, en una confederación de zopencos, en este carnaval de la confusión, la ignorancia y la desesperada venganza de las masas amorfas y manipulables.

Sólo la verdad, la educación y la cultura nos harán libres. Por más que se rompan las olas en nuestras costas, Mazatlán seguirá siendo la Ciudad del Carnaval y, nada nuevo...sigue el baile de disfraces, sin química, retórica, botánica ni sistema decimal.

"Por ti Bella Mariana/ por ti lo puedo todo/ el mundo entero si me mandas/ te lo pongo de otro modo." Óscar Chávez.




Saben cuál es la verdadera base del poder político? No las armas ni las tropas, sino la habilidad de hacer que los demás hagan lo que uno desea que hagan.

Philip K. Dick


… la verdad, la escritura, el periodismo y el intelectual orgánico…

Empezaremos diciendo que es por todos nosotros conocida, la indiferencia social ante las penurias del artista y su aporte civilizatorio a la sociedad, la misma que ha exacerbado el orgullo de algunos escritores o poetas como Baudelaire, quien, con el orgullo de un Mesías ignorado por los filisteos, prefería vivir en la miseria que inclinarse ante los beneficiarios de un orden social podrido.

Para salir de la miseria Baudelaire podría haber incursionado con más frecuencia en el periodismo, como muchos de sus contemporáneos, pero esa alternativa le repugnaba pues aborrecía a los líderes de opinión erguidos en figuras de autoridad moral.

Encontrando así, que el compromiso social del escritor tiene algunos efectos indeseables que pueden entrar en conflicto con sus necesidades expresivas.

Y continuamos, sabiendo que no hay analista político, sea cual sea su tendencia, que no se presente ante los lectores como un honesto ciudadano interesado en el bien común.

Pero ni Flaubert ni Baudelaire tomaron en cuenta que los escritores de su época habrían defraudado la confianza que el público deposita en ellos, si se hubieran negado a escribir sobre temas políticos de actualidad.

El fortalecimiento de la opinión pública ha engendrado un nuevo tipo de escritor, que ha incursionado en a la demagogia política, para obtener popularidad.

Siendo así que, …en un laaaargo sueño de muchos años, los gobiernos del PRI, hicieron creer a la sociedad que el aparato cultural del estado era una blanca flor en medio de un pantano; a pesar de la evidente podredumbre que reinaba en los cuerpos policiacos, en las procuradurías de justicia, en las secretarías donde se concentraba el poder político y económico, la opinión pública concedía el beneficio de la duda a las instituciones de cultura por la “nobleza de sus fines”.

La operación “mascarita culta”, ha tenido un éxito rotundo, porque la propia comunidad intelectual y artística, incluyendo a sus más conspicuos líderes de opinión, han creído ocupar un nicho incontaminado de la administración pública o fingir creerlo, a sabiendas de que el aparato cultural también apestaba.

Mientras la economía siguió creciendo, junto a un sistema educativo más o menos eficaz, la elite orgánica de la cultura pudo disfrutar sus privilegios clientelares sin remordimientos.

Pero a partir de 1983, cuando el estancamiento de la economía frenó la movilidad social, los recortes en el gasto público, sumados a la corrupción del sindicato magisterial, hirieron de muerte al sector educativo; el mundillo artístico paraestatal y los intelectuales uncidos al presupuesto, ya no pudieron sentirse cómodos en un edén subvertido.

Con el público de las artes reducido al mínimo y la mayoría de la población excluida de la lectura (en México sólo el dos por ciento de la población lee periódicos), el aparato cultural del estado se había convertido en la cereza de un pastel inexistente.

Desde entonces, la actitud acomodaticia del gremio se convirtió en una relación clientelar con el poder.

En su afán por granjearse simpatías después de la “caída del sistema” que lo llevó al poder, el Presidente Salinas lanzó un vasto programa de cooptación masiva de escritores y artistas, que adquirió rango institucional con la creación del Fondo Nacional para la Creación Artística.

Cuanto más aguda era la crisis educativa del país, mayor número de prebendas, becas y puestos repartía el gobierno entre los miembros de la República de las letras.

Los márgenes de libertad para criticar al gobierno, que en otros tiempos habían sido muy estrechos para cualquiera que recibiera dinero del erario, se ampliaron para dar a los becarios la oportunidad de disentir, sin ver amenazada su fuente de ingresos.

En esa época hubo intelectuales particularmente cínicos que llegaron a tener tres o cuatro puestos al mismo tiempo. Los más escrupulosos se conformaban con su espléndida beca de creadores artísticos o eméritos.

Uno de los defectos más nocivos de los mecenazgos despóticos es la inhibición de la crítica. Los jóvenes creadores temen con razón que, si atacan a un artista poderoso, perderán más adelante la oportunidad de entrar al Sistema Nacional de Creadores del Arte.

Y como está de por medio el dinero de los contribuyentes, las críticas negativas, cada vez más escasas, adquieren una gravedad que no deberían tener. Cuando un crítico pone en duda el valor literario de una vaca sagrada con pensión vitalicia, no sólo demerita una obra: denuncia un fraude a la nación.

No se pretende condenar en masa a todos los artistas y escritores que han obtenido una beca. El mecenazgo estatal beneficia también a unos cuantos escritores de talento. Pero desde hace más de medio siglo, la telaraña de intereses (en la que Octavio Paz se dejó atrapar) beneficia sobre todo a los mediocres, por lo general escritores de ínfima calidad allegados a la burocracia cultural, que utilizan sus redes de influencia para darse la importancia que la pequeña comunidad lectora les ha negado.

El intelectual orgánico puede ser un funcionario público respetable o un cómplice de tropelías dictatoriales, según la naturaleza del régimen al que sirva.

Cuando André Malraux fue Ministro de Cultura en Francia, demostró que los hombres de letras pueden beneficiar a la sociedad desde los cargos públicos y, por lo tanto, sería injusto condenar en bloque a los herederos modernos de Confucio.

Otro tanto podemos afirmar con nuestro José Vasconcelos, cuando encabezó desde la Secretaría de Educación Pública, el renacimiento cultural del México Posrevolucionario.

En algunos casos, el intelectual es compatible con la capacidad organizativa, y los hombres que poseen ambas virtudes no deberían abstenerse de tener responsabilidades públicas, en gobiernos elegidos por el sufragio popular.

Pero cuando la intelectualidad burocratizada encubre a un estado delincuencial, como ha sucedido en México, o cuando respalda a un régimen totalitario, como ocurrió en algunas dictaduras del bloque socialista, la elite malcriada que disfruta privilegios inmerecidos pierde su bien más valioso: la credibilidad.

Una vez roto ese canal de comunicación, la desconfianza impide cualquier intento de restablecer el diálogo con el público traicionado.

En Mazatlán "el Químico" pidió a un grupo de pensadores libres que le ayudarán a ser el "Presidente de la Cultura"...pero...es muy difícil educar en curso intensivo a un monaguillo que se interesa más en la simulación y el engaño, para llegar hasta las alcancías de las limosnas y, se termina por entender que los nuevos mascaritas confunden la ignorancia de la farándula con la cultura y privilegian el hurto, la traición y el engaño prefiriendo brincar al milagro de la urna electoral, fundamentado en la ignorancia y la miseria de las masas, para conducirlas cual dócil rebaño con la oferta de un cielo en la tierra, con el viejo lenguaje de los templos religiosos y las sociedades de masones en contubernio.

Oj Alá, y todos los otros dioses del mundo nos libren del gobierno de los muchos, que al no saber quiénes son, se dejan ser conducidos en rebaño por los desechos caducos de casi todos los partidos existentes, unidos en un falso estandarte de la morena Virgen de Guadalupe, en una confederación de zopencos, en este carnaval de la confusión, la ignorancia y la desesperada venganza de las masas amorfas y manipulables.

Sólo la verdad, la educación y la cultura nos harán libres. Por más que se rompan las olas en nuestras costas, Mazatlán seguirá siendo la Ciudad del Carnaval y, nada nuevo...sigue el baile de disfraces, sin química, retórica, botánica ni sistema decimal.

"Por ti Bella Mariana/ por ti lo puedo todo/ el mundo entero si me mandas/ te lo pongo de otro modo." Óscar Chávez.



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