/ miércoles 5 de junio de 2019

La Educación es tan importante que no se puede dejar en manos de cualquiera

Antecedentes. – La educación como proceso social ha transitado varias etapas. Hoy es vista como una palanca estratégica para impulsar el desarrollo de los pueblos; pero no siempre fue así. En su momento, las élites intelectuales y científicas se oponían a que se acercase la educación a las clases más desfavorecidas. Creían que si eso se llevase a cabo representaría un problema de orden social. Lo anterior ha quedado registrado en los anales de una de las instituciones más importantes del orbe en términos científicos, la Royal Society. En 1807, el presidente de esta sociedad científica señaló que:

“En teoría, el proyecto de dar una educación a las clases trabajadoras es ya bastante equívoco y, en la práctica, sería perjudicial para su moral y su felicidad. Enseñaría a las gentes del pueblo a despreciar su posición en la vida en vez de hacer de ellos buenos servidores en agricultura y en los otros empleos a los que les ha destinado su posición. En vez de enseñarles subordinación les haría facciosos y rebeldes, como se ha visto en algunos condados industrializados. Podrían entonces leer panfletos sediciosos, libros peligrosos y publicaciones contra la Cristiandad. Les harían insolentes ante sus superiores; en pocos años, el resultado sería que el gobierno tendría que utilizar la fuerza contra ellos” ((Gil Pérez, 1998: 143).

El conservadurismo contenido en la anterior expresión no es casual. Aun en los actores científicos ingleses prevalecía un componente ideológico cercano a un marco “positivista” que ya predominaba en la Francia de Saint-Simon y Auguste Comte. En esos años, una de las preocupaciones centrales tenía que ver con el orden y la estabilidad. Y, por ende, la Ilustración era vista con recelo y temor. En ese sentido, el acceso a la educación por parte de las clases más desfavorecidas debe ser vista como una conquista, aunque una conquista parcial. La educación fue el primer paso para acceder a la ciudadanía -en el más extenso de los sentidos-; pero para la materialización de la misma debían pasar bastantes años todavía.

Hoy en día, la educación se entiende no sólo como un derecho, sino como una agenda estratégica -como señalamos líneas arriba- para la construcción del desarrollo económico, social, político y cultural de los pueblos. Y en lo referente a la parte económica, se habla de generar una educación de calidad para cualificar el capital humano y con ello hacer más competitiva una economía nacional. Ese ha sido el discurso en los últimos 30 años en México, por ejemplo. La educación como parte vinculante de la economía de mercado. Y en todo ese tiempo, desde nuestra perspectiva, la educación como vía para la construcción de ciudadanía ha quedado a la zaga. El discurso económico ha obnubilado el debate educativo. Y las reformas educativas, los modelos económicos, el diseño de los currículos escolares, así como de los planes y programas de estudio han corrido de la mano de las recomendaciones de la OCDE. Se ha privilegiado el homo economicus por encima del homo politicus. Y se entiende: en la agenda económica se privilegian las habilidades y las competencias, no el conocimiento de los derechos sociales y políticos del individuo. Estos últimos hasta estorban para el quehacer económico.

En la actual reforma que se acaba de aprobar, se habla de empoderar la educación cívica y la historia. Y celebramos el hecho que se enmarque desde la Presidencia de la República este propósito. No obstante, aspiramos a que la educación cívica que se imparta en los próximos años en México, sirva para construir a un individuo crítico, y no a un sujeto que le integren un conjunto de contenidos tendientes a “empoderar” una determinada visión del país y del hombre. Si ese fuera el resultado final del proceso, se estaría desperdiciando una oportunidad histórica de construir ciudadanía desde las escuelas.

Por otra parte, una sociedad no puede sostener un sistema democrático bajo la idea del derecho al sufragio solamente; pensarlo así sería reduccionista. La democracia no se entiende ni se limita solamente a la idea del voto. Su importancia va más allá de esta condición. Representa un marco de civilidad política y social para que los individuos de distintos credos políticos, religiosos; así como de distintos ámbitos sociales y económicos puedan convivir de forma armónica. Y para un propósito de esta magnitud es fundamental la educación. Sin educación no hay construcción de ese marco axiológico propio de la democracia -con valores como la tolerancia, el respeto, la solidaridad-.

Agrego un elemento adicional: John Dewey señaló en su momento que en la formación del individuo el Estado proveyó los instrumentos y con ello se terminó por formar ciudadanos, y se olvidó de formar al hombre. Esta distinción es importante, porque cada régimen que detenta el poder político procura -en la mayoría de las veces- construir el ciudadano acorde a su cosmogonía política y económica -lo estamos viendo en Brasil con Bolsonaro, y antes lo hemos visto en una variedad de regímenes políticos: Alemania, Italia, Rusia y las dictaduras latinoamericanas en el siglo XX-. Bajo la idea de Dewey, la construcción del individuo queda en segundo término, y se impone la construcción del ciudadano.

Edgar Morin (1999) se percató desde hace tiempo de esto. Y en su lugar ha propuesto una educación donde se eduque globalmente al individuo, y no de acuerdo con un contexto propio de un estado nacional. Vivimos en la era planetaria -afirma el autor- y, por lo tanto, la conciencia no debe ser nacional, sino terrenal -planetaria-. De nada sirve pensar localmente si la humanidad toda enfrenta una problemática compleja a nivel global.

Morin tiene razón; pero transformar la educación para construir un individuo con una conciencia planetaria es complejo. Desde la escuela la mirada es local-local. Y esa mirada se fomenta desde las más altas esferas del poder. Se alimenta el nacionalismo para fortalecer la identidad con el Estado. Y con ello el apego a la nacionalidad de la cual se forma parte.

Hoy eso no basta, como lo asegura Morin; pero hasta ahí es el alcance del sistema educativo. Y desde ese alcance, a lo sumo lo que podemos demandar es la construcción de un ciudadano con pensamiento crítico. Que se le enseñe historia, civismo y artes… y que ello le sirva para que tome conciencia de sí, antes que del Estado.

Y con esa conciencia de sí, oriente su camino. Y configure su identidad como individuo. Es lo menos que le podría proveer un sistema educativo a un individuo; pero pareciera que es lo más.

Por último, he de señalar lo siguiente: siempre me ha parecido muy poderosa la experiencia que se vive en un espacio de cuatro por cinco, que es el salón de clases. Desde ese espacio minúsculo se moldea la mirada del sujeto. Y se determina su alcance. Si Morin recomienda desde 1999 educar con una perspectiva planetaria, eso resulta del todo imposible si desde el salón de clase se fragmenta la mirada en unos campos específicos. Nos educan para observar el árbol, no para entender el bosque. Y si no se entiende la dinámica global del bosque, es difícil que se comprenda el lugar que se ocupa en ese espacio. En cierta forma, esa es también una forma de control: si no se tiene acceso a la comprensión del todo, no se sabe cómo hacerle frente. ¿Se entiende por qué la educación es tan importante y estratégica? Es tan importante que no se puede dejar en manos de cualquiera.

*Investigador Titular del Centro de Investigación e Innovación Educativa del Sistema Educativo Valladolid (CIINSEV).

Antecedentes. – La educación como proceso social ha transitado varias etapas. Hoy es vista como una palanca estratégica para impulsar el desarrollo de los pueblos; pero no siempre fue así. En su momento, las élites intelectuales y científicas se oponían a que se acercase la educación a las clases más desfavorecidas. Creían que si eso se llevase a cabo representaría un problema de orden social. Lo anterior ha quedado registrado en los anales de una de las instituciones más importantes del orbe en términos científicos, la Royal Society. En 1807, el presidente de esta sociedad científica señaló que:

“En teoría, el proyecto de dar una educación a las clases trabajadoras es ya bastante equívoco y, en la práctica, sería perjudicial para su moral y su felicidad. Enseñaría a las gentes del pueblo a despreciar su posición en la vida en vez de hacer de ellos buenos servidores en agricultura y en los otros empleos a los que les ha destinado su posición. En vez de enseñarles subordinación les haría facciosos y rebeldes, como se ha visto en algunos condados industrializados. Podrían entonces leer panfletos sediciosos, libros peligrosos y publicaciones contra la Cristiandad. Les harían insolentes ante sus superiores; en pocos años, el resultado sería que el gobierno tendría que utilizar la fuerza contra ellos” ((Gil Pérez, 1998: 143).

El conservadurismo contenido en la anterior expresión no es casual. Aun en los actores científicos ingleses prevalecía un componente ideológico cercano a un marco “positivista” que ya predominaba en la Francia de Saint-Simon y Auguste Comte. En esos años, una de las preocupaciones centrales tenía que ver con el orden y la estabilidad. Y, por ende, la Ilustración era vista con recelo y temor. En ese sentido, el acceso a la educación por parte de las clases más desfavorecidas debe ser vista como una conquista, aunque una conquista parcial. La educación fue el primer paso para acceder a la ciudadanía -en el más extenso de los sentidos-; pero para la materialización de la misma debían pasar bastantes años todavía.

Hoy en día, la educación se entiende no sólo como un derecho, sino como una agenda estratégica -como señalamos líneas arriba- para la construcción del desarrollo económico, social, político y cultural de los pueblos. Y en lo referente a la parte económica, se habla de generar una educación de calidad para cualificar el capital humano y con ello hacer más competitiva una economía nacional. Ese ha sido el discurso en los últimos 30 años en México, por ejemplo. La educación como parte vinculante de la economía de mercado. Y en todo ese tiempo, desde nuestra perspectiva, la educación como vía para la construcción de ciudadanía ha quedado a la zaga. El discurso económico ha obnubilado el debate educativo. Y las reformas educativas, los modelos económicos, el diseño de los currículos escolares, así como de los planes y programas de estudio han corrido de la mano de las recomendaciones de la OCDE. Se ha privilegiado el homo economicus por encima del homo politicus. Y se entiende: en la agenda económica se privilegian las habilidades y las competencias, no el conocimiento de los derechos sociales y políticos del individuo. Estos últimos hasta estorban para el quehacer económico.

En la actual reforma que se acaba de aprobar, se habla de empoderar la educación cívica y la historia. Y celebramos el hecho que se enmarque desde la Presidencia de la República este propósito. No obstante, aspiramos a que la educación cívica que se imparta en los próximos años en México, sirva para construir a un individuo crítico, y no a un sujeto que le integren un conjunto de contenidos tendientes a “empoderar” una determinada visión del país y del hombre. Si ese fuera el resultado final del proceso, se estaría desperdiciando una oportunidad histórica de construir ciudadanía desde las escuelas.

Por otra parte, una sociedad no puede sostener un sistema democrático bajo la idea del derecho al sufragio solamente; pensarlo así sería reduccionista. La democracia no se entiende ni se limita solamente a la idea del voto. Su importancia va más allá de esta condición. Representa un marco de civilidad política y social para que los individuos de distintos credos políticos, religiosos; así como de distintos ámbitos sociales y económicos puedan convivir de forma armónica. Y para un propósito de esta magnitud es fundamental la educación. Sin educación no hay construcción de ese marco axiológico propio de la democracia -con valores como la tolerancia, el respeto, la solidaridad-.

Agrego un elemento adicional: John Dewey señaló en su momento que en la formación del individuo el Estado proveyó los instrumentos y con ello se terminó por formar ciudadanos, y se olvidó de formar al hombre. Esta distinción es importante, porque cada régimen que detenta el poder político procura -en la mayoría de las veces- construir el ciudadano acorde a su cosmogonía política y económica -lo estamos viendo en Brasil con Bolsonaro, y antes lo hemos visto en una variedad de regímenes políticos: Alemania, Italia, Rusia y las dictaduras latinoamericanas en el siglo XX-. Bajo la idea de Dewey, la construcción del individuo queda en segundo término, y se impone la construcción del ciudadano.

Edgar Morin (1999) se percató desde hace tiempo de esto. Y en su lugar ha propuesto una educación donde se eduque globalmente al individuo, y no de acuerdo con un contexto propio de un estado nacional. Vivimos en la era planetaria -afirma el autor- y, por lo tanto, la conciencia no debe ser nacional, sino terrenal -planetaria-. De nada sirve pensar localmente si la humanidad toda enfrenta una problemática compleja a nivel global.

Morin tiene razón; pero transformar la educación para construir un individuo con una conciencia planetaria es complejo. Desde la escuela la mirada es local-local. Y esa mirada se fomenta desde las más altas esferas del poder. Se alimenta el nacionalismo para fortalecer la identidad con el Estado. Y con ello el apego a la nacionalidad de la cual se forma parte.

Hoy eso no basta, como lo asegura Morin; pero hasta ahí es el alcance del sistema educativo. Y desde ese alcance, a lo sumo lo que podemos demandar es la construcción de un ciudadano con pensamiento crítico. Que se le enseñe historia, civismo y artes… y que ello le sirva para que tome conciencia de sí, antes que del Estado.

Y con esa conciencia de sí, oriente su camino. Y configure su identidad como individuo. Es lo menos que le podría proveer un sistema educativo a un individuo; pero pareciera que es lo más.

Por último, he de señalar lo siguiente: siempre me ha parecido muy poderosa la experiencia que se vive en un espacio de cuatro por cinco, que es el salón de clases. Desde ese espacio minúsculo se moldea la mirada del sujeto. Y se determina su alcance. Si Morin recomienda desde 1999 educar con una perspectiva planetaria, eso resulta del todo imposible si desde el salón de clase se fragmenta la mirada en unos campos específicos. Nos educan para observar el árbol, no para entender el bosque. Y si no se entiende la dinámica global del bosque, es difícil que se comprenda el lugar que se ocupa en ese espacio. En cierta forma, esa es también una forma de control: si no se tiene acceso a la comprensión del todo, no se sabe cómo hacerle frente. ¿Se entiende por qué la educación es tan importante y estratégica? Es tan importante que no se puede dejar en manos de cualquiera.

*Investigador Titular del Centro de Investigación e Innovación Educativa del Sistema Educativo Valladolid (CIINSEV).

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