/ miércoles 10 de abril de 2019

La belleza no aprende a ser bella

En la ciudad y en el puerto de Mazatlán, los marismeños-mazatlecos, han abusado de la belleza hasta transfigurarla en un monigote carnavalero-carnavalesco, turístico cultural.

El culmen de la belleza marismeña-mazatleca es el colmo de los cruceros y los taxistas rojos, verdes y amarillos.

La renuncia de Óscar Blancarte por lo que El Químico no le apoyó para reestructurar el instituto de cultura, turismo y arte, poniéndole un Ángel Tostado y una Linda Chang como monigotes políticos, familiares, nepóticos y despóticos: enfermo o no, a Blancarte, lo enfermó El Químico.

Con la creencia de que Mazatlán está en su máxima expresión como destino turístico cultural, le cuidan la imagen-la belleza que en términos de una socio estética cultural no lo es urbana y arquitectónica y que con la publipropaganda -icónicamente- representa algo que no es ni existe por asomo en los atardeceres con el rayo verde.

Cultura, turismo y arte son una mescolanza de sobremesa en la plaza Machado con sus monigotes consumidores, donde los hombres y las mujeres se exhiben por lo que no son y pretenden ser: bellos, provincianamente, selfies y modélicos, excesivamente, sobreactuados como si fuesen alumnos de la escuela de teatro de Polo.

La cultura, el turismo y el arte son el culmen y el colmo de lo carnavalesco-carnavalero, alegóricamente disfrazados con los sudados tropicales de pieles sensibles a la contaminación medioambiental y los malos humores de las guaneras periféricas y las aguas negras céntricas.

La belleza no aprende a ser bella con lo anteriormente cosmetizado en la publipropaganda turística cultural.

Mazatlán es una ciudad y es un puerto que siempre se la pasa mirándose el ombligo como si fuese el ombligo mismo-de-sí-mismo y de la mismidad del mundo, y cuando el mundo de arriba se está cayendo a través del cielo en medio sobre la tierra de abajo, lo marginal-aislado de Mazatlán solamente respira y se ahoga con los cruceros que, en el gran calado de los muelles, la vista panorámica se acorta al ver entre la Isla de la Piedra y Mazatlán, un corredor de correrías de gente que quiere venderle a los turistas un Mazatlán que solamente existe en el negocio y en la realidad virtual de lo que no es en la realidad social y cultural, desde el Viejo Mazatlán hasta la playa Las Brujas, donde emergen los ahogados en la alberca de Oceánica.

Cuando Blancarte ha querido ser claro-El Químico es claridoso, algo de marrullero y sensiblero, aunque el patasalada de The Chimistry quiere a alguien que nomás le entre a lo del Carnaval, y por lo tanto se la va llevar Sereno, Moreno, mientras que no le brinquen las pulgas de adentro, surfeando, balseando y valseando con los trompicones de los asalta-taxistas con mudanzas-secuestros expresivos y exprés a medias calles y enteras avenidas a lo largo del ancho mundo que para el Alcalde es lo internacional y lo mundial, porque Mazatlán no da pa’ más.

Que el instituto municipal de cultura, turismo y arte ha llegado al culmen y al colmo de lo que poco ha sido artístico y cultural y demasiado carnaval desde que los funcionarios culturales creyeron haber hecho lo mejor de una expresión simuladamente dirigida y actuada cuando se decían que eran un apasionados del arte y la cultura, lo marismeño-mazatleco, siempre ha sido alegórico y oropelesco en lo espectacular del negocio turístico cultural más provinciano que cosmopolita, faltando nomás que saquen al Ruiseñor de la Ópera, Ángela Peralta, en un bikini estrambótico para su figura y bufo para la burla de los semana santeros y motos pascuenses, no sin antes ponerse bien enanitos verdes con las cervezas artesanales quién sabe de qué aguas con ceviche de zanahoria y tostadas al estilo de la Pancha Paredes, tronantes y ruidosas con un espectáculo nocturno de luces contaminante en el cielo nocturno inexistente marismeño-mazatleco, desapareciendo nada, nadie y alguien que jamás han existido artística y culturalmente, acaso -agraciados- artistas por el cultural turismo y el mamarracho egocentrismo artístico.

En la ciudad y en el puerto de Mazatlán, los marismeños-mazatlecos, han abusado de la belleza hasta transfigurarla en un monigote carnavalero-carnavalesco, turístico cultural.

El culmen de la belleza marismeña-mazatleca es el colmo de los cruceros y los taxistas rojos, verdes y amarillos.

La renuncia de Óscar Blancarte por lo que El Químico no le apoyó para reestructurar el instituto de cultura, turismo y arte, poniéndole un Ángel Tostado y una Linda Chang como monigotes políticos, familiares, nepóticos y despóticos: enfermo o no, a Blancarte, lo enfermó El Químico.

Con la creencia de que Mazatlán está en su máxima expresión como destino turístico cultural, le cuidan la imagen-la belleza que en términos de una socio estética cultural no lo es urbana y arquitectónica y que con la publipropaganda -icónicamente- representa algo que no es ni existe por asomo en los atardeceres con el rayo verde.

Cultura, turismo y arte son una mescolanza de sobremesa en la plaza Machado con sus monigotes consumidores, donde los hombres y las mujeres se exhiben por lo que no son y pretenden ser: bellos, provincianamente, selfies y modélicos, excesivamente, sobreactuados como si fuesen alumnos de la escuela de teatro de Polo.

La cultura, el turismo y el arte son el culmen y el colmo de lo carnavalesco-carnavalero, alegóricamente disfrazados con los sudados tropicales de pieles sensibles a la contaminación medioambiental y los malos humores de las guaneras periféricas y las aguas negras céntricas.

La belleza no aprende a ser bella con lo anteriormente cosmetizado en la publipropaganda turística cultural.

Mazatlán es una ciudad y es un puerto que siempre se la pasa mirándose el ombligo como si fuese el ombligo mismo-de-sí-mismo y de la mismidad del mundo, y cuando el mundo de arriba se está cayendo a través del cielo en medio sobre la tierra de abajo, lo marginal-aislado de Mazatlán solamente respira y se ahoga con los cruceros que, en el gran calado de los muelles, la vista panorámica se acorta al ver entre la Isla de la Piedra y Mazatlán, un corredor de correrías de gente que quiere venderle a los turistas un Mazatlán que solamente existe en el negocio y en la realidad virtual de lo que no es en la realidad social y cultural, desde el Viejo Mazatlán hasta la playa Las Brujas, donde emergen los ahogados en la alberca de Oceánica.

Cuando Blancarte ha querido ser claro-El Químico es claridoso, algo de marrullero y sensiblero, aunque el patasalada de The Chimistry quiere a alguien que nomás le entre a lo del Carnaval, y por lo tanto se la va llevar Sereno, Moreno, mientras que no le brinquen las pulgas de adentro, surfeando, balseando y valseando con los trompicones de los asalta-taxistas con mudanzas-secuestros expresivos y exprés a medias calles y enteras avenidas a lo largo del ancho mundo que para el Alcalde es lo internacional y lo mundial, porque Mazatlán no da pa’ más.

Que el instituto municipal de cultura, turismo y arte ha llegado al culmen y al colmo de lo que poco ha sido artístico y cultural y demasiado carnaval desde que los funcionarios culturales creyeron haber hecho lo mejor de una expresión simuladamente dirigida y actuada cuando se decían que eran un apasionados del arte y la cultura, lo marismeño-mazatleco, siempre ha sido alegórico y oropelesco en lo espectacular del negocio turístico cultural más provinciano que cosmopolita, faltando nomás que saquen al Ruiseñor de la Ópera, Ángela Peralta, en un bikini estrambótico para su figura y bufo para la burla de los semana santeros y motos pascuenses, no sin antes ponerse bien enanitos verdes con las cervezas artesanales quién sabe de qué aguas con ceviche de zanahoria y tostadas al estilo de la Pancha Paredes, tronantes y ruidosas con un espectáculo nocturno de luces contaminante en el cielo nocturno inexistente marismeño-mazatleco, desapareciendo nada, nadie y alguien que jamás han existido artística y culturalmente, acaso -agraciados- artistas por el cultural turismo y el mamarracho egocentrismo artístico.

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