/ miércoles 3 de marzo de 2021

El Químico, el Periodista y la Cultura Marismeña-Mazatleca. Ccp: Alejandro Sicairos

Lo que era antes el corazón del Viejo Mazatlán, al pasarlo como un entronque del corredor del Centro Histórico, lo extraviaron y lo reencontraron para un negocio a la redonda del kiosko que le hallaron el cuadrado al círculo con la gente que se hacinó con las familias vecinas de la plazuela Machado, extraviándose también ellas en la relación de identidad y pertenencia de antaño como los pintores López Sáenz, Carlos Bueno y Pérez Rubio, no porque fueran elitistas las familias y los pintores sino porque el espacio y el tiempo se habían pintado con la brocha gorda de los restauranteros y hoteleros Coppel-Ordaz-arribistas que, para luego, se adueñaron hasta de Los Portales de Canobbio.

Cuando José Luis Franco presentó la novela, en 1984: ¿Quién habita el Ángela Peralta?, todavía es una interrogante sin respuesta que Los Amigos del teatro Ángela Peralta creyeron que la respuesta estaba en la de tan fantasmal pregunta, la cual satisfizo más a los mazatlecos que a los marismeños, porque nunca han sido iguales los céntricos-mazatlecos con los periféricos-marismeños, aunque a la hora de las aguas -el centro y la periferia- se inundan con las aguas claras y las aguas negras.

En el sentido artístico y sociocultural, la plazuela Machado es la antesala al teatro Ángela Peralta, el espacio y el tiempo del pasado al presente arquitectónico por un corredor, no del espaciamiento y sí del amontonamiento, en lo que el turismo cultural de la cantidad, y no, de la calidad, es el principal cliente-depredador de lo que se vende y se compra en los alrededores circulares y cuadrados con la seguridad comercial de estar en una plazuela cualquiera como las hay en los pueblos fantasmas, mágicos y señoriales en el país de las sombras espectrales, donde los presidentes municipales, como El Químico, son falsos o son verdaderos como la herrumbre.

El periodista Alejandro Sicairos, le abona a la conciencia estéril de El Químico:

“Él se irá pronto y no querrá que la historia lo marque como el alcalde que vino a desbaratar el movimiento cultural con la mentalidad del hombre cavernario que tenía a la flor frente a sí y creyó que era más fácil engullirla que cuidarla. Él es mazatleco también y no querrá contemplar en el futuro las ruinas de las artes como recriminación a la conciencia y al pasado atrabiliario”.

Lo que no sabe el periodista ni el químico, a conveniencia, es que ignoran hasta dónde fue antes y no es ahora el movimiento cultural, manufacturado en el turismo cultural como mercado en el Tianguis-Puro Sinaloa, que desde Ricardo Urquijo(+), José Luis Franco, Juan José Rodríguez, Raúl Rico, Óscar Blancarte, Marsol Quiñonez y José Ángel Tostado hicieron, del arte y la cultura, el Carnaval del espectáculo con el protagonismo provinciano y cosmopolita: todos, a lo delfos, a lo patrón de rueda, al teatro de los egos, a los gorgoreos del canto operístico con las arias de la banda y el mariachi: todos finisím@s y altísím@s estrell@s en la cúpula sagrada del arte marismeño y la cultura mazatleca (de y para) el Carnaval, con la anterior retahíla de “apasionados de la cultura”, como también lo son el químico y el periodista.

Cuándo se jodió el movimiento cultural, pues desde que dejó de serlo, apropiándose de él, para hacerlo, a la carta, con el turismo cultural.

En lo personal, no tengo por qué defender un espacio cultural que el turismo cultural se apropió para hacer lo que están haciendo: rentarlo como utilería y como bisutería carnavalesca, y si no por allí andan Pedro y Lola por Los Portales de Canobbio con las fotografías de los novios recién casados y los caballos montados por charros-chaparros.

Allons-y, les eaux noires, exclama diciendo un francés que nunca jamás estuvo en la plazuela Machado.

Lo que era antes el corazón del Viejo Mazatlán, al pasarlo como un entronque del corredor del Centro Histórico, lo extraviaron y lo reencontraron para un negocio a la redonda del kiosko que le hallaron el cuadrado al círculo con la gente que se hacinó con las familias vecinas de la plazuela Machado, extraviándose también ellas en la relación de identidad y pertenencia de antaño como los pintores López Sáenz, Carlos Bueno y Pérez Rubio, no porque fueran elitistas las familias y los pintores sino porque el espacio y el tiempo se habían pintado con la brocha gorda de los restauranteros y hoteleros Coppel-Ordaz-arribistas que, para luego, se adueñaron hasta de Los Portales de Canobbio.

Cuando José Luis Franco presentó la novela, en 1984: ¿Quién habita el Ángela Peralta?, todavía es una interrogante sin respuesta que Los Amigos del teatro Ángela Peralta creyeron que la respuesta estaba en la de tan fantasmal pregunta, la cual satisfizo más a los mazatlecos que a los marismeños, porque nunca han sido iguales los céntricos-mazatlecos con los periféricos-marismeños, aunque a la hora de las aguas -el centro y la periferia- se inundan con las aguas claras y las aguas negras.

En el sentido artístico y sociocultural, la plazuela Machado es la antesala al teatro Ángela Peralta, el espacio y el tiempo del pasado al presente arquitectónico por un corredor, no del espaciamiento y sí del amontonamiento, en lo que el turismo cultural de la cantidad, y no, de la calidad, es el principal cliente-depredador de lo que se vende y se compra en los alrededores circulares y cuadrados con la seguridad comercial de estar en una plazuela cualquiera como las hay en los pueblos fantasmas, mágicos y señoriales en el país de las sombras espectrales, donde los presidentes municipales, como El Químico, son falsos o son verdaderos como la herrumbre.

El periodista Alejandro Sicairos, le abona a la conciencia estéril de El Químico:

“Él se irá pronto y no querrá que la historia lo marque como el alcalde que vino a desbaratar el movimiento cultural con la mentalidad del hombre cavernario que tenía a la flor frente a sí y creyó que era más fácil engullirla que cuidarla. Él es mazatleco también y no querrá contemplar en el futuro las ruinas de las artes como recriminación a la conciencia y al pasado atrabiliario”.

Lo que no sabe el periodista ni el químico, a conveniencia, es que ignoran hasta dónde fue antes y no es ahora el movimiento cultural, manufacturado en el turismo cultural como mercado en el Tianguis-Puro Sinaloa, que desde Ricardo Urquijo(+), José Luis Franco, Juan José Rodríguez, Raúl Rico, Óscar Blancarte, Marsol Quiñonez y José Ángel Tostado hicieron, del arte y la cultura, el Carnaval del espectáculo con el protagonismo provinciano y cosmopolita: todos, a lo delfos, a lo patrón de rueda, al teatro de los egos, a los gorgoreos del canto operístico con las arias de la banda y el mariachi: todos finisím@s y altísím@s estrell@s en la cúpula sagrada del arte marismeño y la cultura mazatleca (de y para) el Carnaval, con la anterior retahíla de “apasionados de la cultura”, como también lo son el químico y el periodista.

Cuándo se jodió el movimiento cultural, pues desde que dejó de serlo, apropiándose de él, para hacerlo, a la carta, con el turismo cultural.

En lo personal, no tengo por qué defender un espacio cultural que el turismo cultural se apropió para hacer lo que están haciendo: rentarlo como utilería y como bisutería carnavalesca, y si no por allí andan Pedro y Lola por Los Portales de Canobbio con las fotografías de los novios recién casados y los caballos montados por charros-chaparros.

Allons-y, les eaux noires, exclama diciendo un francés que nunca jamás estuvo en la plazuela Machado.

ÚLTIMASCOLUMNAS