/ sábado 9 de febrero de 2019

¿De dónde tomamos nuestros imaginarios prestados?

“Lo primero que evoco, como es natural, es personal, la protagonista soy yo misma, y lo que me sucede es anterior al cuento, una especie de protocuento, diría.”

Graciela Montes

La imaginación en mi infancia fue un bálsamo y a mis cuarenta y tres sigue causando el mismo efecto. No hay día en que no imagine, en que no sueñe. A veces pienso que la imaginación en mi niñez y en mi adolescencia me ayudó a olvidar las carencias, los conflictos y la migración constante de pueblo en pueblo. Mi madre era maestra “municipal”, así que la enviaban a la zona rural a pueblos pegados a las faldas de la sierra para cubrir vacantes de profesores que se iban jubilando. Después de acumular algunos años en el andar docente, un buen día mi madre tomó plaza y el peregrinar de la familia concluyó cuando yo tenía casi once años.

Mis imágenes me remontan corriendo alrededor de la plazuela, a los cuatro años en el poblado de San Marcoscantando algunas canciones de Cri-Cri: La patita, El ratón vaqueropersiguiendo los primeros pasos de mi hermano “Pelón” y acariciando con alegría la pancita de mamá. “El viejo San Marcos”, un trozo de Atlántida, sumergido entre suspiros y el agua cristalina de los arroyos hoy habitado por el agua de la presa Picachos.

A los cinco añosen El salto, ahí experimenté mis primeros duelos, las primeras angustias: un periquito, mi mascota que murió en una mañana y la noticia que más intriga e indignaciónha causado en mi vida: La muerte de mi tía Lucina, mi nana.Perdió la vida en situación de violencia en manos de su pareja. La primera cucharadaamarga de injusticia que escuché con sigilo mientras los adultos hablaban del tema y apelando para que los niños no diéramos cuenta de lo acontecido. Hoy en mi etapa adulta entre las conversaciones y confesiones con mis amigos cercanos y familiares sale frase “no quiero los niños se den cuenta” Mi cerebro piensa: Error, los niños siempre saben, a su manera, en su complejo entender del mundo y las cosas clarifican siempre la realidad. Mi hermana Carmen casi pierde la vida al ingerir gasolina de una botella de refresco cuando papá limpiaba una pieza del carro, es quizás el primer momento en que mi imaginación se paró por un momento. En los caminos de ese pueblo aprendimos a encontrar los trayectos que nos llevarían a casa. Una ocasión mi hermano mediano y yo nos perdimos entre las parcelas. Tomé la mano de Rigo, miré a cielo en busca de flechas o señales, pensé en Alicia en el País de las Maravillas y el gato, en la historia de Hansel y Gretel.

En las edades de los seis a nueve en La Noria.Fui muy feliz, sigo pensando que habita una especie de paraíso perdido en ese lugar, no había rincón que no conociera. Hice travesuras, brinqué, me bañé y bebí agua de lluvia, me disfracé con arcilla. La primera resistencia a que me llamaran “Doña” por mi nombre, fue ahí sólo comenté “soy una niña, no soy doña”. Imaginé a todos los cerditos del pueblo haciéndoles bromas a los lobos. Me enamoré de los felinos y su misteriosa personalidad gracias a mi padre; él nos leía en voz alta antes de dormir diversos cuentos, el relato quedó tatuado en la memoria y en el imaginario “El gato con botas”. Después de escuchar tantas noches ese cuento era difícil no imaginar un gato sin botas. Y la versión más graciosa de Caperucita Roja la escuché en voz de mi pequeña hermana “Soy caperucita roja, una niña muy hermosa, uso pantalones, medias y calzones y una bacinica para hacer del dos”, una canción que las maestras del jardín del niño enseñan a los pequeños para animarlos hacer del baño.

A los nueve años en El Castillo comencé a imaginar que el ruido de los carros eran conciertos para niños y me gustaba observar las estrellas, pensaba que las estrellas eran los sueños depositados en el cielo, un refugio para los sueños de los desvalidos. Adoréponer mis ojos en la reja de palitos, contar los carros de un determinado color e imaginaba que el techo de lámina de nuestra casa era un domo secreto que en su interior guardaba la nave que viajaría de la Tierra a la Luna.En esa etapa sufrí de bullying, ni siquiera podía imaginarlo, más por el término inglés, sólo me agarraban de “torta” en la escuelita de El Castillo fue la primera ocasión que metí mis manos para resolver un conflicto, entonces soñaba con ser la mujer maravilla y tener un látigo o tener poderes arácnidos o tener la majestuosa transformación del Patito Feo.

Hasta instalarlos cuando tenía casi once años en la segunda Ampliación de Urías, donde forjé mi espíritu cerca del basurón municipal, imaginando que el olor a guano se terminaba con observar el atardecer en el estero de Urías. Amé al naranjo del patio un Árbol generosoque nos regaló su fruto. El barrio, con sus limitaciones hizo que aprendiéramos más sobre la vida, sobre las carencias, sobre la miseria y que la felicidad podía habitar en una casita de cartón y que papá algún podría con un tónico mágico aliviar su alcoholismo.

Me convertí en adolescente y el espacio perfecto para imaginar fue y es el camión urbano, la azotea, el mar y los libros. Hoy me preguntó a mis cuarenta y tres ¿De qué se ha nutrido mi imaginario? Entonces se vuelve un desfile de colores, un verde Lorca, blanco Melville, un rojo Perrault, un amarillo Márquez, un azul Mary Shelley, un negro Kafka. De aromas lavanda Süskind, pólvora Mendoza, cafeína Flaubert. De emociones,cantos de ninfas, elfos bailes y lecturas.

El imaginario de mi infancia estuvo y sigue alimentándose de imágenes del campo, de animales, de la lluvia, de los arroyos, de la neblina, de la arcilla, de los árboles frutales, de las parcelas, de los niños, de la escuela, de la plaza en los domingos, de las sonrisas y también las tristezas. Al migrar a la ciudad elestero, la carretera, los vehículos, las fábricas, los mangles, el fango, la arena, las rocas, el océano y atardeceres eternos.

Conté cuentos a mis dos hermanos pequeños: Rigo y Carmen. No negaré que algunos eran de terror, cociné papeles simulando ser carne asada, construimos un cubil felino de cartón, con barro diseñábamos robots y jugamos a ser piratas nuestras espadas eran vainas de tabachin y en los días de lluvia inventábamos canciones. Hoy mis sobrinos me prestan sus oídos, corazón y tiempo. Nuestros imaginarios vienen de los sueños y del amor.

Entonces desde niña para vivir en este mundo complejo me agarraré de una embarcación literaria, soy una sobreviviente. Mi salvavidas en mi etapa adulta y depresiva fueron los libros y la escritura pero sobre todo me aferré a nunca dejar de imaginar. Entonces, todavía me atrevo a soñar que quizás algún día cambien las cosas en este país.


“Lo primero que evoco, como es natural, es personal, la protagonista soy yo misma, y lo que me sucede es anterior al cuento, una especie de protocuento, diría.”

Graciela Montes

La imaginación en mi infancia fue un bálsamo y a mis cuarenta y tres sigue causando el mismo efecto. No hay día en que no imagine, en que no sueñe. A veces pienso que la imaginación en mi niñez y en mi adolescencia me ayudó a olvidar las carencias, los conflictos y la migración constante de pueblo en pueblo. Mi madre era maestra “municipal”, así que la enviaban a la zona rural a pueblos pegados a las faldas de la sierra para cubrir vacantes de profesores que se iban jubilando. Después de acumular algunos años en el andar docente, un buen día mi madre tomó plaza y el peregrinar de la familia concluyó cuando yo tenía casi once años.

Mis imágenes me remontan corriendo alrededor de la plazuela, a los cuatro años en el poblado de San Marcoscantando algunas canciones de Cri-Cri: La patita, El ratón vaqueropersiguiendo los primeros pasos de mi hermano “Pelón” y acariciando con alegría la pancita de mamá. “El viejo San Marcos”, un trozo de Atlántida, sumergido entre suspiros y el agua cristalina de los arroyos hoy habitado por el agua de la presa Picachos.

A los cinco añosen El salto, ahí experimenté mis primeros duelos, las primeras angustias: un periquito, mi mascota que murió en una mañana y la noticia que más intriga e indignaciónha causado en mi vida: La muerte de mi tía Lucina, mi nana.Perdió la vida en situación de violencia en manos de su pareja. La primera cucharadaamarga de injusticia que escuché con sigilo mientras los adultos hablaban del tema y apelando para que los niños no diéramos cuenta de lo acontecido. Hoy en mi etapa adulta entre las conversaciones y confesiones con mis amigos cercanos y familiares sale frase “no quiero los niños se den cuenta” Mi cerebro piensa: Error, los niños siempre saben, a su manera, en su complejo entender del mundo y las cosas clarifican siempre la realidad. Mi hermana Carmen casi pierde la vida al ingerir gasolina de una botella de refresco cuando papá limpiaba una pieza del carro, es quizás el primer momento en que mi imaginación se paró por un momento. En los caminos de ese pueblo aprendimos a encontrar los trayectos que nos llevarían a casa. Una ocasión mi hermano mediano y yo nos perdimos entre las parcelas. Tomé la mano de Rigo, miré a cielo en busca de flechas o señales, pensé en Alicia en el País de las Maravillas y el gato, en la historia de Hansel y Gretel.

En las edades de los seis a nueve en La Noria.Fui muy feliz, sigo pensando que habita una especie de paraíso perdido en ese lugar, no había rincón que no conociera. Hice travesuras, brinqué, me bañé y bebí agua de lluvia, me disfracé con arcilla. La primera resistencia a que me llamaran “Doña” por mi nombre, fue ahí sólo comenté “soy una niña, no soy doña”. Imaginé a todos los cerditos del pueblo haciéndoles bromas a los lobos. Me enamoré de los felinos y su misteriosa personalidad gracias a mi padre; él nos leía en voz alta antes de dormir diversos cuentos, el relato quedó tatuado en la memoria y en el imaginario “El gato con botas”. Después de escuchar tantas noches ese cuento era difícil no imaginar un gato sin botas. Y la versión más graciosa de Caperucita Roja la escuché en voz de mi pequeña hermana “Soy caperucita roja, una niña muy hermosa, uso pantalones, medias y calzones y una bacinica para hacer del dos”, una canción que las maestras del jardín del niño enseñan a los pequeños para animarlos hacer del baño.

A los nueve años en El Castillo comencé a imaginar que el ruido de los carros eran conciertos para niños y me gustaba observar las estrellas, pensaba que las estrellas eran los sueños depositados en el cielo, un refugio para los sueños de los desvalidos. Adoréponer mis ojos en la reja de palitos, contar los carros de un determinado color e imaginaba que el techo de lámina de nuestra casa era un domo secreto que en su interior guardaba la nave que viajaría de la Tierra a la Luna.En esa etapa sufrí de bullying, ni siquiera podía imaginarlo, más por el término inglés, sólo me agarraban de “torta” en la escuelita de El Castillo fue la primera ocasión que metí mis manos para resolver un conflicto, entonces soñaba con ser la mujer maravilla y tener un látigo o tener poderes arácnidos o tener la majestuosa transformación del Patito Feo.

Hasta instalarlos cuando tenía casi once años en la segunda Ampliación de Urías, donde forjé mi espíritu cerca del basurón municipal, imaginando que el olor a guano se terminaba con observar el atardecer en el estero de Urías. Amé al naranjo del patio un Árbol generosoque nos regaló su fruto. El barrio, con sus limitaciones hizo que aprendiéramos más sobre la vida, sobre las carencias, sobre la miseria y que la felicidad podía habitar en una casita de cartón y que papá algún podría con un tónico mágico aliviar su alcoholismo.

Me convertí en adolescente y el espacio perfecto para imaginar fue y es el camión urbano, la azotea, el mar y los libros. Hoy me preguntó a mis cuarenta y tres ¿De qué se ha nutrido mi imaginario? Entonces se vuelve un desfile de colores, un verde Lorca, blanco Melville, un rojo Perrault, un amarillo Márquez, un azul Mary Shelley, un negro Kafka. De aromas lavanda Süskind, pólvora Mendoza, cafeína Flaubert. De emociones,cantos de ninfas, elfos bailes y lecturas.

El imaginario de mi infancia estuvo y sigue alimentándose de imágenes del campo, de animales, de la lluvia, de los arroyos, de la neblina, de la arcilla, de los árboles frutales, de las parcelas, de los niños, de la escuela, de la plaza en los domingos, de las sonrisas y también las tristezas. Al migrar a la ciudad elestero, la carretera, los vehículos, las fábricas, los mangles, el fango, la arena, las rocas, el océano y atardeceres eternos.

Conté cuentos a mis dos hermanos pequeños: Rigo y Carmen. No negaré que algunos eran de terror, cociné papeles simulando ser carne asada, construimos un cubil felino de cartón, con barro diseñábamos robots y jugamos a ser piratas nuestras espadas eran vainas de tabachin y en los días de lluvia inventábamos canciones. Hoy mis sobrinos me prestan sus oídos, corazón y tiempo. Nuestros imaginarios vienen de los sueños y del amor.

Entonces desde niña para vivir en este mundo complejo me agarraré de una embarcación literaria, soy una sobreviviente. Mi salvavidas en mi etapa adulta y depresiva fueron los libros y la escritura pero sobre todo me aferré a nunca dejar de imaginar. Entonces, todavía me atrevo a soñar que quizás algún día cambien las cosas en este país.


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