/ miércoles 5 de junio de 2019

Ramón Rubín, el viajero mazatleco incansable.

Un libro abierto es un cerebro que habla; cerrado un amigo que espera; olvidado, un alma que perdona; destruido, un corazón que llora. Proverbio Hindú.


Durante el año revolucionario de 1912, en la heroica Ciudad y Puerto de Mazatlán, el día 11 de junio nace Ramón Rubín Rivas, a quien, no habiendo cumplido todavía los dos años de edad- mientras las fuerzas militares de Ramón Iturbe y Ángel Flores mantienen sitiada la ciudad- sus padres lo trasladan a España. En aquel país europeo realiza sus estudios de primaria, secundaria y bachillerato, regresando en 1929 a México, contando ya con 17 años de edad, suficientes para empezar a escribir.


Después de viajar por diversas partes del país y del mundo y, después de desempeñar diferentes ocupaciones- entre las que se encuentran las de agente viajero y marinero- consigue llevar a la imprenta la cantidad de casi 40 libros; comprendidos entre los géneros del cuento, el relato, la novela y el texto técnico.


La extensa obra literaria de este diferente escritor mazatleco, abarca con su complejidad los múltiples ambientes geográficos que puede llegar a concebir la imaginación de un incansable viajero constante; que rinde un persistente homenaje al humor, pero no se deja cautivar por

él, en cuanto su producción no garantiza la carcajada, sino que apela a la sonrisa inteligente.


El autor hace uso de un amplio repertorio de recursos literarios, ya que cuenta, relata, noveliza, antropóloga y hasta comunica a través de un sólido edificio verbal. Acusa homenaje a la nutrida alternativa que instituye la literatura para mostrar su mundo y las percepciones sobre él; a veces, con el fin último de poder explicar la realidad.



Ramón Rubín repite la difícil facilidad del arte literario, haciéndolo manar como fiel producto del conocimiento. Su simulada llaneza y fluidez se nos antoja más una virtud que un propósito.

Rubín se nos aparece como un autor, observador-participante, que como pide, recoge y registra datos sobre costumbres, discursos, hablas y anécdotas de regiones y microrregiones particulares.


La complejidad de la literatura de Rubín no radica en su extensa obra, sino en la manifestación de una voz que registra sin enjuiciar, que describe sin juzgar; en la representación de un narrador-personaje cuya característica fundamental consiste, en que su universo descrito se reduce a su potencialidad para capturarlo, para asirlo. En este ejercicio de lectura y compromiso, el lector se implica, se inmiscuye, se vuelve cómplice, investigador del suceso descrito.


Manifestándosenos como una literatura para toda la familia- extraño fenómeno en estos días- la obra de Rubín aloja distintas visiones del mundo, hablas heterogéneas, discursos diversos de culturas distantes.


Podríamos decir que su literatura es popular, Debemos decir que necesita ser reeditada, difundida, comentada y leída.


La literatura a veces indigenista de Rubín, nos recuerda la existencia de las etnias que coexisten en los márgenes de la sociedad actual, logra remover las esencias de nuestra conciencia nacional, de las confianzas diversas que manifestamos como nación.


El ejercicio literario de Ramón Rubín es la práctica de una profesión apasionada, el amor manifiesto a la narración de las cosas y los hechos que nos atañen y conmueven, el relato continuo de la fiesta de los oídos y del olfato, del saber de las cosas que no nos son ajenas y que sin embargo pueden parecernos lejanas.


La literatura de este hombre ejemplar nacido en Mazatlán nos arrincona en la necesaria recuperación del pasado, sobreviene en el presente y se desahoga extendiéndose en el futuro para -sin querer- ayudarnos en la comprensión de los unos con los otros.


Su escritura es un ejercicio comunitario en el que logramos transitar placenteramente, entre la descripción y el conocimiento de símbolos diversos, para iluminarnos en su goce, explicación y entendimiento.

El autor, en alguna ocasión declaró que un escritor debe contar con tres cualidades: intuición, que es la capacidad de descubrir lo que es y no es interesante; sensibilidad, que es la capacidad de sentir lo que a la vez siente el personaje y de hacerlo sentir al lector; finalmente, talento, que sirve para organizar las cosas de forma legible, creíble, coherente.


Entre los textos publicados por el autor podemos encontrar títulos como Diez burbujas en el mar, El canto de la grilla, La bruma lo vuelve azul, El hombre que ponía huevos, El seno de la esperanza, El callado dolor de los tzotziles, La loca, La canoa perdida, Las cinco palabras, La sombra del Techincague, Navegantes sin ruta, Casicuentos del agente viajero, Cuentos del medio rural mexicano, Donde mi sombra se espanta, Lago Cajititlán, Cuentos mestizos, Cuando el Táguaro agoniza, y muchos otros textos difíciles de encontrar.


Este hombre cuyos relatos reflejan ese recorrido en el que se dedica a vivir, leyendo y trabajando, descubriendo y experimentando, escribiendo y narrando, viajando por su vida por curiosidad y placer, luego por hábito y al cabo por necesidad, ese mazatleco, se despide el 25 de mayo de 1999 dejando sus libros palpitantes llenos de corazones y razones para permanecer.


Esperemos que los lectores de este Malecón del Sol Mazatleco, en su interés por la cultura escrita, traten de enriquecer su equipaje literario incluyendo en sus vidas algunas de las lecturas de nuestro valioso escritor sinaloense; al mismo tiempo, hacemos votos para que los que viven de la administración de la CULTURA, y los encargados de difundirla y promoverla, encuentren tiempo para leerlo y editarlo nuevamente para colocarlo en las bibliotecas y librerías.

Un libro abierto es un cerebro que habla; cerrado un amigo que espera; olvidado, un alma que perdona; destruido, un corazón que llora. Proverbio Hindú.


Durante el año revolucionario de 1912, en la heroica Ciudad y Puerto de Mazatlán, el día 11 de junio nace Ramón Rubín Rivas, a quien, no habiendo cumplido todavía los dos años de edad- mientras las fuerzas militares de Ramón Iturbe y Ángel Flores mantienen sitiada la ciudad- sus padres lo trasladan a España. En aquel país europeo realiza sus estudios de primaria, secundaria y bachillerato, regresando en 1929 a México, contando ya con 17 años de edad, suficientes para empezar a escribir.


Después de viajar por diversas partes del país y del mundo y, después de desempeñar diferentes ocupaciones- entre las que se encuentran las de agente viajero y marinero- consigue llevar a la imprenta la cantidad de casi 40 libros; comprendidos entre los géneros del cuento, el relato, la novela y el texto técnico.


La extensa obra literaria de este diferente escritor mazatleco, abarca con su complejidad los múltiples ambientes geográficos que puede llegar a concebir la imaginación de un incansable viajero constante; que rinde un persistente homenaje al humor, pero no se deja cautivar por

él, en cuanto su producción no garantiza la carcajada, sino que apela a la sonrisa inteligente.


El autor hace uso de un amplio repertorio de recursos literarios, ya que cuenta, relata, noveliza, antropóloga y hasta comunica a través de un sólido edificio verbal. Acusa homenaje a la nutrida alternativa que instituye la literatura para mostrar su mundo y las percepciones sobre él; a veces, con el fin último de poder explicar la realidad.



Ramón Rubín repite la difícil facilidad del arte literario, haciéndolo manar como fiel producto del conocimiento. Su simulada llaneza y fluidez se nos antoja más una virtud que un propósito.

Rubín se nos aparece como un autor, observador-participante, que como pide, recoge y registra datos sobre costumbres, discursos, hablas y anécdotas de regiones y microrregiones particulares.


La complejidad de la literatura de Rubín no radica en su extensa obra, sino en la manifestación de una voz que registra sin enjuiciar, que describe sin juzgar; en la representación de un narrador-personaje cuya característica fundamental consiste, en que su universo descrito se reduce a su potencialidad para capturarlo, para asirlo. En este ejercicio de lectura y compromiso, el lector se implica, se inmiscuye, se vuelve cómplice, investigador del suceso descrito.


Manifestándosenos como una literatura para toda la familia- extraño fenómeno en estos días- la obra de Rubín aloja distintas visiones del mundo, hablas heterogéneas, discursos diversos de culturas distantes.


Podríamos decir que su literatura es popular, Debemos decir que necesita ser reeditada, difundida, comentada y leída.


La literatura a veces indigenista de Rubín, nos recuerda la existencia de las etnias que coexisten en los márgenes de la sociedad actual, logra remover las esencias de nuestra conciencia nacional, de las confianzas diversas que manifestamos como nación.


El ejercicio literario de Ramón Rubín es la práctica de una profesión apasionada, el amor manifiesto a la narración de las cosas y los hechos que nos atañen y conmueven, el relato continuo de la fiesta de los oídos y del olfato, del saber de las cosas que no nos son ajenas y que sin embargo pueden parecernos lejanas.


La literatura de este hombre ejemplar nacido en Mazatlán nos arrincona en la necesaria recuperación del pasado, sobreviene en el presente y se desahoga extendiéndose en el futuro para -sin querer- ayudarnos en la comprensión de los unos con los otros.


Su escritura es un ejercicio comunitario en el que logramos transitar placenteramente, entre la descripción y el conocimiento de símbolos diversos, para iluminarnos en su goce, explicación y entendimiento.

El autor, en alguna ocasión declaró que un escritor debe contar con tres cualidades: intuición, que es la capacidad de descubrir lo que es y no es interesante; sensibilidad, que es la capacidad de sentir lo que a la vez siente el personaje y de hacerlo sentir al lector; finalmente, talento, que sirve para organizar las cosas de forma legible, creíble, coherente.


Entre los textos publicados por el autor podemos encontrar títulos como Diez burbujas en el mar, El canto de la grilla, La bruma lo vuelve azul, El hombre que ponía huevos, El seno de la esperanza, El callado dolor de los tzotziles, La loca, La canoa perdida, Las cinco palabras, La sombra del Techincague, Navegantes sin ruta, Casicuentos del agente viajero, Cuentos del medio rural mexicano, Donde mi sombra se espanta, Lago Cajititlán, Cuentos mestizos, Cuando el Táguaro agoniza, y muchos otros textos difíciles de encontrar.


Este hombre cuyos relatos reflejan ese recorrido en el que se dedica a vivir, leyendo y trabajando, descubriendo y experimentando, escribiendo y narrando, viajando por su vida por curiosidad y placer, luego por hábito y al cabo por necesidad, ese mazatleco, se despide el 25 de mayo de 1999 dejando sus libros palpitantes llenos de corazones y razones para permanecer.


Esperemos que los lectores de este Malecón del Sol Mazatleco, en su interés por la cultura escrita, traten de enriquecer su equipaje literario incluyendo en sus vidas algunas de las lecturas de nuestro valioso escritor sinaloense; al mismo tiempo, hacemos votos para que los que viven de la administración de la CULTURA, y los encargados de difundirla y promoverla, encuentren tiempo para leerlo y editarlo nuevamente para colocarlo en las bibliotecas y librerías.

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