/ domingo 15 de marzo de 2020

Crónicas de Ambulancia: El mantra de Aleida Rodríguez

“Somos veteranos, aquí estamos, desde los 12 años en Cruz Roja y cuarenta años después”

Culiacán, Sin.- Cuando estaba en la secundaria, en la Jesucita Neda iban los de Cruz Roja a veces, para enseñarnos cómo era el ritmo y todas las actividades que hacían. Yo estaba niña todavía, 12 años apenas. Pero me llamó la atención toda la disciplina y gallardía de la investidura oficial.

Un tal Alfonso Esparza fue a invitarnos ese día, nos pintó todo muy bonito y pues no emocionamos, ahí vamos como diez muchachos y muchachas a ver de qué se trataba. Ahorita ya me da risa que a pesar de lo duro del servicio, aquí estamos, mira.

A pesar de la edad rápidamente me involucré en todas las actividades de la institución, era el grupo de jóvenes que si bien no salíamos aún a servicios en ambulancia, si participamos yendo al asilo de ancianos, al orfanato. El chiste era ayudar.

Recuerdo que en las competiciones atléticas yo siempre destaqué, era buena para correr. Así pasaron los años, mi tiempo libre era de Cruz Roja y 3 años después ya comencé a salir a servicios de emergencias, todo tranquilo nada fuera de lo normal para un socorrista.

Esa tarde llegó un servicio para un atropellado, por la carretera a Altata; un adulto mayor, nada más. Salí con otro compañero más experimentado con la idea de ver un herido, algunas fracturas, etc. Y en última instancia pensar que falleció.

Llegamos al punto indicado y el cuadro clásico de un accidente se develó frente a mí: decenas de curiosos susurrando trivialidades, patrullas silenciosas supurando incertidumbre y mucha sangre, demasiada. Busco con la mirada a la persona, para saber si necesitaba atención pero mis ojos se topan que frente a un camión de carga estaba pegada una pierna, con el zapato puesto aún.

SACUDIDA DE VIDA

Ver de cerca la parrilla de ese camión manchada de sangre y con esa extremidad incrustada me revolvió el estómago y el corazón. Volteé mi mirada a otro lado y veo otra parte irreconocible del cuerpo del anciano, sangre y ropas rasgadas por todo el perímetro.

A mis 15 años yo no estaba acostumbrada a ver escenarios así, mi capacidad de asombro estaba casi intacta para entonces y grabar esas pinceladas rojas en la carretera y el solitario morralito del viejo tirado a la orilla me marcó, en serio.

Meses atrás había fallecido mi padre, de edad similar. Yo entonces no supe hasta horas después por estar en servicio en Cruz Roja, cosa que hasta la fecha mi madre lo sigue recordando con amargura. Los pensamientos me traicionaron e identifiqué ese anciano anónimo con mi padre; un caos de sentimientos desbordados.

Lloré, lloré mucho. Mis compañeros y demás curiosos me atendieron: estaba en shock. No podía caminar no sentarme. Yo quería dejar de ver las partes esparcidas pero a donde voltear, ahí estaban. Pasaron minutos ahí, mi estado era crítico así que nos regresamos a la estación, ya no había nada que hacer, pues.

Después de eso, dejé de subirme a la ambulancia tan seguido. Cada llamado me hacía pensar en el anciano del morralito. Mis actividades se limitaron a asistencia social y participación deportiva; me gustaba, me llenaba.

PASARON LOS AÑOS

Cuando salí de preparatoria dejé Cruz Roja, por tiempos y disponibilidad. Hice mi vida, pensando a veces en ese servicio trágico. Fui a terapia por un tiempo, me costó más de lo que pensé. Nunca lo había contado, solo al psicólogo y aquí ahorita. Algunos se burlan; que si quedé traumada o no sé qué. Pues tal vez sí, pero mira: aquí sigo.

Veteranos me presentó una nueva forma de ayudar, volví a ponerme el peto con la insignia, me recogí el cabello y ahora sigo apoyando. A mi manera. A veces vamos y repartimos tortas y café, vamos con los viejitos del asilo. Una parte importante es poder aconsejar a los jóvenes paramédicos. Así ayudamos; con experiencia y mucha voluntad.

Yo voy a estar en Cruz Roja hasta que pueda, porque así como cuando estaba en la secundaria esto me llena, me hace feliz. Que digan que quedé traumada, puede que sí, pero te repito: somos veteranos, aquí estamos.

40

Son los años que ha estado en Cruz Roja nuestra veterana, Aleida Rodríguez, una institución en Cruz Roja.

MARCADA

La experiencia contada por la socorrista la dejó marcada de por vida, y ahora la cuenta a todo el público.


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Culiacán, Sin.- Cuando estaba en la secundaria, en la Jesucita Neda iban los de Cruz Roja a veces, para enseñarnos cómo era el ritmo y todas las actividades que hacían. Yo estaba niña todavía, 12 años apenas. Pero me llamó la atención toda la disciplina y gallardía de la investidura oficial.

Un tal Alfonso Esparza fue a invitarnos ese día, nos pintó todo muy bonito y pues no emocionamos, ahí vamos como diez muchachos y muchachas a ver de qué se trataba. Ahorita ya me da risa que a pesar de lo duro del servicio, aquí estamos, mira.

A pesar de la edad rápidamente me involucré en todas las actividades de la institución, era el grupo de jóvenes que si bien no salíamos aún a servicios en ambulancia, si participamos yendo al asilo de ancianos, al orfanato. El chiste era ayudar.

Recuerdo que en las competiciones atléticas yo siempre destaqué, era buena para correr. Así pasaron los años, mi tiempo libre era de Cruz Roja y 3 años después ya comencé a salir a servicios de emergencias, todo tranquilo nada fuera de lo normal para un socorrista.

Esa tarde llegó un servicio para un atropellado, por la carretera a Altata; un adulto mayor, nada más. Salí con otro compañero más experimentado con la idea de ver un herido, algunas fracturas, etc. Y en última instancia pensar que falleció.

Llegamos al punto indicado y el cuadro clásico de un accidente se develó frente a mí: decenas de curiosos susurrando trivialidades, patrullas silenciosas supurando incertidumbre y mucha sangre, demasiada. Busco con la mirada a la persona, para saber si necesitaba atención pero mis ojos se topan que frente a un camión de carga estaba pegada una pierna, con el zapato puesto aún.

SACUDIDA DE VIDA

Ver de cerca la parrilla de ese camión manchada de sangre y con esa extremidad incrustada me revolvió el estómago y el corazón. Volteé mi mirada a otro lado y veo otra parte irreconocible del cuerpo del anciano, sangre y ropas rasgadas por todo el perímetro.

A mis 15 años yo no estaba acostumbrada a ver escenarios así, mi capacidad de asombro estaba casi intacta para entonces y grabar esas pinceladas rojas en la carretera y el solitario morralito del viejo tirado a la orilla me marcó, en serio.

Meses atrás había fallecido mi padre, de edad similar. Yo entonces no supe hasta horas después por estar en servicio en Cruz Roja, cosa que hasta la fecha mi madre lo sigue recordando con amargura. Los pensamientos me traicionaron e identifiqué ese anciano anónimo con mi padre; un caos de sentimientos desbordados.

Lloré, lloré mucho. Mis compañeros y demás curiosos me atendieron: estaba en shock. No podía caminar no sentarme. Yo quería dejar de ver las partes esparcidas pero a donde voltear, ahí estaban. Pasaron minutos ahí, mi estado era crítico así que nos regresamos a la estación, ya no había nada que hacer, pues.

Después de eso, dejé de subirme a la ambulancia tan seguido. Cada llamado me hacía pensar en el anciano del morralito. Mis actividades se limitaron a asistencia social y participación deportiva; me gustaba, me llenaba.

PASARON LOS AÑOS

Cuando salí de preparatoria dejé Cruz Roja, por tiempos y disponibilidad. Hice mi vida, pensando a veces en ese servicio trágico. Fui a terapia por un tiempo, me costó más de lo que pensé. Nunca lo había contado, solo al psicólogo y aquí ahorita. Algunos se burlan; que si quedé traumada o no sé qué. Pues tal vez sí, pero mira: aquí sigo.

Veteranos me presentó una nueva forma de ayudar, volví a ponerme el peto con la insignia, me recogí el cabello y ahora sigo apoyando. A mi manera. A veces vamos y repartimos tortas y café, vamos con los viejitos del asilo. Una parte importante es poder aconsejar a los jóvenes paramédicos. Así ayudamos; con experiencia y mucha voluntad.

Yo voy a estar en Cruz Roja hasta que pueda, porque así como cuando estaba en la secundaria esto me llena, me hace feliz. Que digan que quedé traumada, puede que sí, pero te repito: somos veteranos, aquí estamos.

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