/ miércoles 1 de diciembre de 2021

Una tercera pandemia

El año 2020, marcado por el Covid-19, nos llevó a grandes cambios de vida: personales, sociales, y sin lugar a dudas, en la forma en la que autoridades y gobiernos materializan a través de leyes, acciones y políticas públicas las garantías del derecho humano a la salud.

Contrario a lo momentáneo que imaginábamos esta pandemia del covid, lo único estable es eso que nos cambió: aún vemos lejano el día de poder asistir a lugares públicos sin cubrebocas, o a reuniones sociales sin temor al contagio, cumplir con los esquemas de vacunas (aun ante el escepticismo de una/os cuantos) o dejar de monitorear a través de los medios de comunicación las distintas variantes del virus y sus estragos en la salud.

En la búsqueda de medidas que disminuyan los riesgos del contagio del virus o su impacto, hemos podido constatar que el reto ha sido visibilizar los problemas de salud pública preexistentes, la responsabilidad del Estado en su garantía de salud y seguridad social, la responsabilidad de empresas en especificar lo que contienen sus productos y las posibles consecuencias en el cuerpo humano pero, sobre todo: nuestra falta de educación y conciencia en el autocuidado.

¿Qué ha significado para nosotra/os mantenernos saludables? Si bien hasta ahora implicó un aspecto del cuerpo, hoy sabemos que dejamos fuera lo relativo a la salud mental, ante la cual tenemos pocos recursos para diagnósticos y atención, pero que ha estado ahí como un punto ciego que nos causa estragos e imposibilita la salud plena.

He sido consistente en señalar que el confinamiento y la pandemia por covid han dejado estragos incalculables en nuestras familias y sociedades, como una herida abierta que parece no querer cerrar; no obstante, también ha sido acompañada de la segunda pandemia que cobra la vida y calidad de vida de cientos de niñas, adolescentes y mujeres a través de la violencia de género… Si seguimos invisibilizando los estragos en la atención a la salud mental, hablamos de una tercera pandemia: el suicidio.

El INEGI proporcionaba cifras preliminares para comprender la falta de atención y políticas de prevención del suicidio en México, dando un panorama de lo ocurrido en 2020: 7,818 fallecimientos en el país que representan al 0.07% del total de muertes en un año, con una tasa de suicidio de 6.2 por cada 100,000 habitantes.

Organismos internacionales han realizado un llamado de atención como problema de salud pública, y en el que marcadamente la adolescencia representa la etapa de mayor riesgo, seguida de la vejez, y Sinaloa ocupa el 23vo. lugar en la tasa estandarizada de suicidio por entidad federativa; Chihuahua es el estado con mayor número de casos, y Guerrero el de menor.

¿Qué debemos entender de esta tercera pandemia para prevenirla? Los expertos han considerado como factores de riesgo el aislamiento, el aumento de la violencia, la falta de canalización de las emociones de frustración, exclusión, así como la falta de socialización y el impacto del mal manejo de las redes sociales ante la presencia de la violencia digital.

En este contexto, hay que señalar que los espacios públicos han estado cerrados o limitados en un mayor tiempo para las y los menores de edad, en una etapa del desarrollo cuando la socialización es imperativa, y a merced de espacios digitales, que apenas enfrentan monitoreo y regulación del Estado.

Los condicionamientos sociales de género aún se manifiestan como estragos en la salud: mientras las mujeres tienen más pensamientos suicidas respecto a los varones, sin embargo, son estos últimos los que llegan a consumarlo en acciones, incluso en las manifestaciones de este fenómeno desde infantes: los niños en un 60.5 por ciento respecto al 39.5 de las niñas.

Sé que el Estado debe hacer conciencia, dotar de recursos y de una visión que permita abordar esta tercera pandemia integralmente, pero tú y yo, a partir de hoy, tenemos un reto enorme desde casa: sumemos empatía, sensibilicémonos con una responsabilidad de cuidado y auto cuidado que contemple en igualdad a la salud y al bienestar emocional.

El año 2020, marcado por el Covid-19, nos llevó a grandes cambios de vida: personales, sociales, y sin lugar a dudas, en la forma en la que autoridades y gobiernos materializan a través de leyes, acciones y políticas públicas las garantías del derecho humano a la salud.

Contrario a lo momentáneo que imaginábamos esta pandemia del covid, lo único estable es eso que nos cambió: aún vemos lejano el día de poder asistir a lugares públicos sin cubrebocas, o a reuniones sociales sin temor al contagio, cumplir con los esquemas de vacunas (aun ante el escepticismo de una/os cuantos) o dejar de monitorear a través de los medios de comunicación las distintas variantes del virus y sus estragos en la salud.

En la búsqueda de medidas que disminuyan los riesgos del contagio del virus o su impacto, hemos podido constatar que el reto ha sido visibilizar los problemas de salud pública preexistentes, la responsabilidad del Estado en su garantía de salud y seguridad social, la responsabilidad de empresas en especificar lo que contienen sus productos y las posibles consecuencias en el cuerpo humano pero, sobre todo: nuestra falta de educación y conciencia en el autocuidado.

¿Qué ha significado para nosotra/os mantenernos saludables? Si bien hasta ahora implicó un aspecto del cuerpo, hoy sabemos que dejamos fuera lo relativo a la salud mental, ante la cual tenemos pocos recursos para diagnósticos y atención, pero que ha estado ahí como un punto ciego que nos causa estragos e imposibilita la salud plena.

He sido consistente en señalar que el confinamiento y la pandemia por covid han dejado estragos incalculables en nuestras familias y sociedades, como una herida abierta que parece no querer cerrar; no obstante, también ha sido acompañada de la segunda pandemia que cobra la vida y calidad de vida de cientos de niñas, adolescentes y mujeres a través de la violencia de género… Si seguimos invisibilizando los estragos en la atención a la salud mental, hablamos de una tercera pandemia: el suicidio.

El INEGI proporcionaba cifras preliminares para comprender la falta de atención y políticas de prevención del suicidio en México, dando un panorama de lo ocurrido en 2020: 7,818 fallecimientos en el país que representan al 0.07% del total de muertes en un año, con una tasa de suicidio de 6.2 por cada 100,000 habitantes.

Organismos internacionales han realizado un llamado de atención como problema de salud pública, y en el que marcadamente la adolescencia representa la etapa de mayor riesgo, seguida de la vejez, y Sinaloa ocupa el 23vo. lugar en la tasa estandarizada de suicidio por entidad federativa; Chihuahua es el estado con mayor número de casos, y Guerrero el de menor.

¿Qué debemos entender de esta tercera pandemia para prevenirla? Los expertos han considerado como factores de riesgo el aislamiento, el aumento de la violencia, la falta de canalización de las emociones de frustración, exclusión, así como la falta de socialización y el impacto del mal manejo de las redes sociales ante la presencia de la violencia digital.

En este contexto, hay que señalar que los espacios públicos han estado cerrados o limitados en un mayor tiempo para las y los menores de edad, en una etapa del desarrollo cuando la socialización es imperativa, y a merced de espacios digitales, que apenas enfrentan monitoreo y regulación del Estado.

Los condicionamientos sociales de género aún se manifiestan como estragos en la salud: mientras las mujeres tienen más pensamientos suicidas respecto a los varones, sin embargo, son estos últimos los que llegan a consumarlo en acciones, incluso en las manifestaciones de este fenómeno desde infantes: los niños en un 60.5 por ciento respecto al 39.5 de las niñas.

Sé que el Estado debe hacer conciencia, dotar de recursos y de una visión que permita abordar esta tercera pandemia integralmente, pero tú y yo, a partir de hoy, tenemos un reto enorme desde casa: sumemos empatía, sensibilicémonos con una responsabilidad de cuidado y auto cuidado que contemple en igualdad a la salud y al bienestar emocional.