/ viernes 17 de noviembre de 2023

Trópicos Subterráneos | Ciudades hermanas: Mazatlán-Durango

La vecindad en las ciudades hermanas de Mazatlán y Durango, con “lo mejor” de la cultura, el turismo y el arte, no dejan de serse y hacerse una prestación-apropiación en el intercambio con los recursos presupuestales de los marismeños-mazatlecos y los sierreños-duranguenses, lo que para los funcionarios culturales y turísticos de ambas partes viajan, se placean y se promueven invitándose a sus respectivos festivales con la carnavalización y la festivalización de lo mismo y lo diferente en los valores regionales y municipales con el turismo cultural, de élite y popular.

Si lo que mueve -inercialmente- a Mazatlán y Durango son sus respectivos valores socioculturales, turísticos y artísticos en venderse y comprarse lo que el turismo carretero-playero ofrece con las gorditas y los camarones es la panza llena, corazón contento y el trago para el desempanze, lo cual es dable y demostrable con los buenos modales de los turistas culturales, mutuamente, hermanables, los depredadores, vecinales y viandantes.

Para los funcionarios turísticos culturales es la recreación hasta de lo que existe material e inmaterialmente, si no, lo inventan con las trazas de la originalidad y-o la autenticidad, desde los pueblos fantasmas a los pueblos mágicos con el hotel Belmar y el rancho La Joya de John Wayne, olvidados, recordados y abandonados a la nostalgia de la recreación de un pasado en la tierra del cine en Durango y en el mar de la diversión en Mazatlán, la inventiva recreativa de los funcionarios culturales, turísticos y artísticos, en la suma y en la multiplicación, están más proactivos-inerciales en los productos y los subproductos de la reproducción y la apropiación para el consumismo de lo propio y lo ajeno con escenarios naturales en la sustentabilidad-contabilidad de la ganancia en la gradual y la degrada explotación hasta la insaciedad turística cultural de las pérdidas naturales, a la vista.

El supuesto éxito del turismo cultural, es más la cantidad que la calidad, la simulación de lo propio y el simulacro de lo ajeno, pues la apropiación del arte y la cultura a través del turismo cultural es lo sucedáneo de lo más y de lo menos, la medida y la desmedida en el tiempo y el espacio de lo que se folcloriza en las identidades y las pertenencias socioculturales en los escenarios y las temáticas porque el turismo cultural es como un parque temático escenocoreografiado con lo mismo, lo diferente y lo distintivo; el logo y la señalética con el simbolismo de la representación visual donde el todo encaja con el todos, la fragmentación y la imantación por las partes involucradas en las emociones de quien mira y tiene un orgasmo contemplativo en el selfie de quien se retrata a sí mismo, porque las figuras y la imágenes suplantan lo real social con la realidad virtual, puesto que el egocentrismo del turismo cultural expuesto tiene que serse y hacerse un programático parque temático de tocar lo material y acariciar lo inmaterial con la voracidad de quien voragina el placer y regurgita el asco de lo lleno por lo pleno en la vaciedad del viandante que no tiene llena, a la carta y a la vista, en lo nómada confortable y lo sedentario desechable, las basuras siempre son de quien las tira en la sierra y en la costa.

Si la cultura política de lo mexicano en los mexicanos es la política cultural del turismo cultural en el país de las sombras espectrales, a la 4T del Estado-Obrador, no le ha alcanzado para que Acapulco se levante de entre el desastre, a no ser que lo haga por sí mismo con la gente que no han sido vista como primero los pobres, porque son los empleados y los empresarios del turismo y reponer el Tianguis Nacional de Acapulco contra viento y marea, pues lo que le importa al Presidente es el Tren Maya con el turismo cultural industrial de Dos Bocas con el “súbete al tren” o el “sélvame del tren”, Durango más allá del agua y Mazatlán más acá del mar, siendo y haciendo lo que son con los recursos y los productos sobre explotados hasta borrar los límites territoriales a las once de la mañana antes de cruzar el puente Baluarte y a la doce del mediodía después de cruzar el puente Baluarte, no habiendo más hora que la deshora en que se sube y se baja en el vaivén de la costa abajo y la sierra arriba en el ir y en el venir de los funcionarios turísticos culturales que caminan en el puerto seco de Durango y que se ahogan en el puerto inundado de Mazatlán, así como llevar una comitiva carnavalera y carnavalesca a la ciudad de El Salto como invitada especial a la Feria o al Festival de La Madera, generando una carnavalización del ruido que un sonido agradable al oído acústico de la madera cuando se abraza un pino para oír y sentir cómo la savia musical fluye bajo la corteza con el trabajo forestal de la trementina en el bosque de la sierra madre occidental, lo que en el mar es el yodo curativo a través del rocío o la brisa marina con la respiración y la exhalación del Océano Pacífico, siempre y cuando, no se esté sobre las aguas negras, entre las basuras y las luminarias fundidas en el amanecer.

La vecindad en las ciudades hermanas de Mazatlán y Durango, con “lo mejor” de la cultura, el turismo y el arte, no dejan de serse y hacerse una prestación-apropiación en el intercambio con los recursos presupuestales de los marismeños-mazatlecos y los sierreños-duranguenses, lo que para los funcionarios culturales y turísticos de ambas partes viajan, se placean y se promueven invitándose a sus respectivos festivales con la carnavalización y la festivalización de lo mismo y lo diferente en los valores regionales y municipales con el turismo cultural, de élite y popular.

Si lo que mueve -inercialmente- a Mazatlán y Durango son sus respectivos valores socioculturales, turísticos y artísticos en venderse y comprarse lo que el turismo carretero-playero ofrece con las gorditas y los camarones es la panza llena, corazón contento y el trago para el desempanze, lo cual es dable y demostrable con los buenos modales de los turistas culturales, mutuamente, hermanables, los depredadores, vecinales y viandantes.

Para los funcionarios turísticos culturales es la recreación hasta de lo que existe material e inmaterialmente, si no, lo inventan con las trazas de la originalidad y-o la autenticidad, desde los pueblos fantasmas a los pueblos mágicos con el hotel Belmar y el rancho La Joya de John Wayne, olvidados, recordados y abandonados a la nostalgia de la recreación de un pasado en la tierra del cine en Durango y en el mar de la diversión en Mazatlán, la inventiva recreativa de los funcionarios culturales, turísticos y artísticos, en la suma y en la multiplicación, están más proactivos-inerciales en los productos y los subproductos de la reproducción y la apropiación para el consumismo de lo propio y lo ajeno con escenarios naturales en la sustentabilidad-contabilidad de la ganancia en la gradual y la degrada explotación hasta la insaciedad turística cultural de las pérdidas naturales, a la vista.

El supuesto éxito del turismo cultural, es más la cantidad que la calidad, la simulación de lo propio y el simulacro de lo ajeno, pues la apropiación del arte y la cultura a través del turismo cultural es lo sucedáneo de lo más y de lo menos, la medida y la desmedida en el tiempo y el espacio de lo que se folcloriza en las identidades y las pertenencias socioculturales en los escenarios y las temáticas porque el turismo cultural es como un parque temático escenocoreografiado con lo mismo, lo diferente y lo distintivo; el logo y la señalética con el simbolismo de la representación visual donde el todo encaja con el todos, la fragmentación y la imantación por las partes involucradas en las emociones de quien mira y tiene un orgasmo contemplativo en el selfie de quien se retrata a sí mismo, porque las figuras y la imágenes suplantan lo real social con la realidad virtual, puesto que el egocentrismo del turismo cultural expuesto tiene que serse y hacerse un programático parque temático de tocar lo material y acariciar lo inmaterial con la voracidad de quien voragina el placer y regurgita el asco de lo lleno por lo pleno en la vaciedad del viandante que no tiene llena, a la carta y a la vista, en lo nómada confortable y lo sedentario desechable, las basuras siempre son de quien las tira en la sierra y en la costa.

Si la cultura política de lo mexicano en los mexicanos es la política cultural del turismo cultural en el país de las sombras espectrales, a la 4T del Estado-Obrador, no le ha alcanzado para que Acapulco se levante de entre el desastre, a no ser que lo haga por sí mismo con la gente que no han sido vista como primero los pobres, porque son los empleados y los empresarios del turismo y reponer el Tianguis Nacional de Acapulco contra viento y marea, pues lo que le importa al Presidente es el Tren Maya con el turismo cultural industrial de Dos Bocas con el “súbete al tren” o el “sélvame del tren”, Durango más allá del agua y Mazatlán más acá del mar, siendo y haciendo lo que son con los recursos y los productos sobre explotados hasta borrar los límites territoriales a las once de la mañana antes de cruzar el puente Baluarte y a la doce del mediodía después de cruzar el puente Baluarte, no habiendo más hora que la deshora en que se sube y se baja en el vaivén de la costa abajo y la sierra arriba en el ir y en el venir de los funcionarios turísticos culturales que caminan en el puerto seco de Durango y que se ahogan en el puerto inundado de Mazatlán, así como llevar una comitiva carnavalera y carnavalesca a la ciudad de El Salto como invitada especial a la Feria o al Festival de La Madera, generando una carnavalización del ruido que un sonido agradable al oído acústico de la madera cuando se abraza un pino para oír y sentir cómo la savia musical fluye bajo la corteza con el trabajo forestal de la trementina en el bosque de la sierra madre occidental, lo que en el mar es el yodo curativo a través del rocío o la brisa marina con la respiración y la exhalación del Océano Pacífico, siempre y cuando, no se esté sobre las aguas negras, entre las basuras y las luminarias fundidas en el amanecer.

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