/ viernes 10 de julio de 2020

T-MEC: oportunidades y retos

El 1 de enero de 1994, en plena euforia por el avance de la globalización, entró en vigor el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), suscrito por Canadá, Estados Unidos y México. Este fue uno de los grandes proyectos impulsados por el entonces presidente Carlos Salinas de Gortari, uno de los villanos favoritos de las Cuarta Transformación y de su líder.

A pesar de que el nuevo acuerdo comercial fue ampliamente celebrado, su inicio se da en el marco de condiciones sumamente adversas. El 1 de enero de 1994, mismo día en que arranca el TLCAN, se produce el levantamiento zapatista en Chiapas, que genera un ambiente de gran incertidumbre en nuestro país.

También en 1994, el 23 de marzo, ocurre en Tijuana el magnicidio de Luis Donaldo Colosio, candidato del PRI a la presidencia de la república; y el 28 de septiembre de ese mismo año furioso, en el que todos vivimos en peligro, es asesinado José Francisco Ruiz Massieu, secretario general del CEN del PRI. Estos hechos cimbraron la conciencia nacional y elevaron notablemente el temor, la desconfianza y la incertidumbre política y económica.

A finales de 1994 e inicio de 1995, sorpresivamente irrumpe en México una muy grave crisis, que en pocas horas derrumba nuestra economía, considerada entonces una de las más seguras y exitosas entre los países emergentes.

Con todo y ese contexto tan adverso, y a pesar de las muchas dudas y preocupaciones de diversos sectores productivos, el TLCAN fue implantándose de manera gradual, venciendo no pocas resistencias y problemas. Podemos decir que, en 26 años de operación, este acuerdo trajo importantes beneficios para la economía nacional, sobre todo porque eliminó barreras para la inversión y el comercio.

Los datos hablan por sí solos. De 1994 a 2015, el comercio entre Canadá, Estados Unidos y México se cuadruplicó. En el mismo lapso, la inversión extranjera de Canadá y Estados Unidos se duplicó en México y nuestras exportaciones crecieron de una manera muy importante, pasando de representar el 12% del PIB en 1994 al 35% en 2015.

El TLCAN jugó un papel muy relevante en la apertura de la economía mexicana, así como en la diversificación e incremento de su productividad y competitividad. Pero este acuerdo comercial cumplió su ciclo.

Durante su campaña electoral, Donald Trump afirmó que el TLCAN era el “peor acuerdo de la historia” y amenazó que, de llegar a la presidencia, sacaría a Estados Unidos de ese acuerdo si no se modernizaba.

En agosto de 2017 comienza la revisión del acuerdo comercial entre los tres países. Después de intensas negociaciones, el 30 de noviembre de 2018 se firma el nuevo Tratado entre México, Estados Unidos y Canadá (T-MEC).

Fue necesario un año para realizar ajustes complementarios al acuerdo comercial, y el 10 de diciembre de 2019 se firmaron en México una serie de cambios al T-MEC, que finalmente entró en vigencia el 1 de julio del presente año.

Habría que destacar la importancia de que el nuevo gobierno federal mexicano, se comprometiera en la última etapa de la renegociación y firma del acuerdo trilateral. Y destacamos este hecho, porque como candidato y presidente de la república, Andrés Manuel López Obrador se ha caracterizado por una retórica nacionalista, renuente al apoyo a las empresas y contrario a la inversión privada extranjera.

Que bueno que un presidente que se declara todos los días enemigo del “neoliberalismo”, se comprometa con un acuerdo comercial que es el más claro ejemplo de la doctrina neoliberal de libre mercado. Lo que empujó a López Obrador a concretar el T-MEC fue su pragmatismo, que le permite pontificar una cosa y hacer otra.

No hay que perder de vista, que el nuevo acuerdo comercial arranca en un escenario muy complicado, debido a los estragos que ha provocado la pandemia del COVID-19 en la salud y la economía de nuestro país. El desastre es histórico: a la fecha 32 mil 014 muertos (lugar 5 a nivel mundial), pronóstico de desplome del 10.5% del PIB para el 2020, pérdida de casi un millón de empleos formales en 5 meses, 10.5 millones de trabajadores informales sin ingresos y 9 millones más de pobres en México.

El saldo es muy negativo, pero hemos carecido de una estrategia adecuada para enfrentar esta grave situación. Todo parece indicar, que la única apuesta del presidente Andrés Manuel López Obrador y su gobierno es ahora el T-MEC.

Y ciertamente, el nuevo acuerdo comercial puede contribuir a dinamizar la economía nacional. Pero no podemos depender solo de ello, más aún cuando hay incertidumbre sobre la reactivación de la economía norteamericana.

Sin duda, la entrada en vigor del T-MEC abre una ventana de oportunidades, pero hay que tener claro que las inversiones no llegarán en automático. La inversión requiere un clima propicio, con vigencia plena del estado de derecho y reglas precisas y estables. Ese no clima no lo ha generado el gobierno federal, que con sus erráticas decisiones de política económica ha terminado por ahuyentar la inversión privada nacional y extranjera.

De igual forma, no hay que perder de vista que el T-MEC trae consigo nuevas obligaciones y compromisos para el estado mexicano, en materia laboral, ambiental, propiedad intelectual y anticorrupción, para los cuales no estamos debidamente preparados. Se requieren grandes reformas, porque de lo contrario las omisiones pueden derivar en litigios que afecten a nuestros sectores productivos.

En suma, hay que celebrar la entrada en vigor del T-MEC, pero debemos tener claro que el nuevo acuerdo comercial no es el único instrumento que requiere la reactivación de nuestra economía. El T-MEC es una oportunidad, pero no una varita mágica.

El 1 de enero de 1994, en plena euforia por el avance de la globalización, entró en vigor el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), suscrito por Canadá, Estados Unidos y México. Este fue uno de los grandes proyectos impulsados por el entonces presidente Carlos Salinas de Gortari, uno de los villanos favoritos de las Cuarta Transformación y de su líder.

A pesar de que el nuevo acuerdo comercial fue ampliamente celebrado, su inicio se da en el marco de condiciones sumamente adversas. El 1 de enero de 1994, mismo día en que arranca el TLCAN, se produce el levantamiento zapatista en Chiapas, que genera un ambiente de gran incertidumbre en nuestro país.

También en 1994, el 23 de marzo, ocurre en Tijuana el magnicidio de Luis Donaldo Colosio, candidato del PRI a la presidencia de la república; y el 28 de septiembre de ese mismo año furioso, en el que todos vivimos en peligro, es asesinado José Francisco Ruiz Massieu, secretario general del CEN del PRI. Estos hechos cimbraron la conciencia nacional y elevaron notablemente el temor, la desconfianza y la incertidumbre política y económica.

A finales de 1994 e inicio de 1995, sorpresivamente irrumpe en México una muy grave crisis, que en pocas horas derrumba nuestra economía, considerada entonces una de las más seguras y exitosas entre los países emergentes.

Con todo y ese contexto tan adverso, y a pesar de las muchas dudas y preocupaciones de diversos sectores productivos, el TLCAN fue implantándose de manera gradual, venciendo no pocas resistencias y problemas. Podemos decir que, en 26 años de operación, este acuerdo trajo importantes beneficios para la economía nacional, sobre todo porque eliminó barreras para la inversión y el comercio.

Los datos hablan por sí solos. De 1994 a 2015, el comercio entre Canadá, Estados Unidos y México se cuadruplicó. En el mismo lapso, la inversión extranjera de Canadá y Estados Unidos se duplicó en México y nuestras exportaciones crecieron de una manera muy importante, pasando de representar el 12% del PIB en 1994 al 35% en 2015.

El TLCAN jugó un papel muy relevante en la apertura de la economía mexicana, así como en la diversificación e incremento de su productividad y competitividad. Pero este acuerdo comercial cumplió su ciclo.

Durante su campaña electoral, Donald Trump afirmó que el TLCAN era el “peor acuerdo de la historia” y amenazó que, de llegar a la presidencia, sacaría a Estados Unidos de ese acuerdo si no se modernizaba.

En agosto de 2017 comienza la revisión del acuerdo comercial entre los tres países. Después de intensas negociaciones, el 30 de noviembre de 2018 se firma el nuevo Tratado entre México, Estados Unidos y Canadá (T-MEC).

Fue necesario un año para realizar ajustes complementarios al acuerdo comercial, y el 10 de diciembre de 2019 se firmaron en México una serie de cambios al T-MEC, que finalmente entró en vigencia el 1 de julio del presente año.

Habría que destacar la importancia de que el nuevo gobierno federal mexicano, se comprometiera en la última etapa de la renegociación y firma del acuerdo trilateral. Y destacamos este hecho, porque como candidato y presidente de la república, Andrés Manuel López Obrador se ha caracterizado por una retórica nacionalista, renuente al apoyo a las empresas y contrario a la inversión privada extranjera.

Que bueno que un presidente que se declara todos los días enemigo del “neoliberalismo”, se comprometa con un acuerdo comercial que es el más claro ejemplo de la doctrina neoliberal de libre mercado. Lo que empujó a López Obrador a concretar el T-MEC fue su pragmatismo, que le permite pontificar una cosa y hacer otra.

No hay que perder de vista, que el nuevo acuerdo comercial arranca en un escenario muy complicado, debido a los estragos que ha provocado la pandemia del COVID-19 en la salud y la economía de nuestro país. El desastre es histórico: a la fecha 32 mil 014 muertos (lugar 5 a nivel mundial), pronóstico de desplome del 10.5% del PIB para el 2020, pérdida de casi un millón de empleos formales en 5 meses, 10.5 millones de trabajadores informales sin ingresos y 9 millones más de pobres en México.

El saldo es muy negativo, pero hemos carecido de una estrategia adecuada para enfrentar esta grave situación. Todo parece indicar, que la única apuesta del presidente Andrés Manuel López Obrador y su gobierno es ahora el T-MEC.

Y ciertamente, el nuevo acuerdo comercial puede contribuir a dinamizar la economía nacional. Pero no podemos depender solo de ello, más aún cuando hay incertidumbre sobre la reactivación de la economía norteamericana.

Sin duda, la entrada en vigor del T-MEC abre una ventana de oportunidades, pero hay que tener claro que las inversiones no llegarán en automático. La inversión requiere un clima propicio, con vigencia plena del estado de derecho y reglas precisas y estables. Ese no clima no lo ha generado el gobierno federal, que con sus erráticas decisiones de política económica ha terminado por ahuyentar la inversión privada nacional y extranjera.

De igual forma, no hay que perder de vista que el T-MEC trae consigo nuevas obligaciones y compromisos para el estado mexicano, en materia laboral, ambiental, propiedad intelectual y anticorrupción, para los cuales no estamos debidamente preparados. Se requieren grandes reformas, porque de lo contrario las omisiones pueden derivar en litigios que afecten a nuestros sectores productivos.

En suma, hay que celebrar la entrada en vigor del T-MEC, pero debemos tener claro que el nuevo acuerdo comercial no es el único instrumento que requiere la reactivación de nuestra economía. El T-MEC es una oportunidad, pero no una varita mágica.