A tres días de dejar de ser el todo poderoso en el País, el Presidente Andrés Manuel López Obrador estará por última vez en Sinaloa como comandante supremo de las Fuerzas Armadas.
Su gira para inaugurar el distrito de riego de la presa Santa Maria, en El Rosario, y la carretera San Ignacio-Tayoltita, ocurrirá en un contexto de una escalada de la violencia por el enfrentamiento abierto entre Chapos y Mayos, facciones del Cártel de Sinaloa que han entrado en una disputa por el control del estado tras la traición a “El Mayo” Zambada por parte de los hijos de “El Chapo” Guzmán.
Viene a dos municipios “calientes” en temas de violencia, donde incluso en el segundo ya ha habido desplazamiento forzado de familias enteras, y parece que el fenómeno seguirá.
Sinaloa arde y la presencia del mandatario no bajará la temperatura de los hechos violentos que mantienen paralizada a la población porque consideran que las autoridades han quedado cortas en el combate a los grupos criminales.
Las cifras ahí están, casi 198 mil asesinatos en su sexenio, pero aun así disfruta de un gran respaldo de la población en el País que la oposición no se explica frente a un escenario de violencia fatal.
¿Por qué la inseguridad no ha devastado la imagen del mandatario? Muchos escenarios ya lo hubieran llevado a estar en el suelo en cuanto a popularidad, pero él sigue arriba.
La lógica ciudadana de que “mientras no me pase a mí no me afecta”, es una falsa idea de que todo está bien, pero no.
Sí, ya se va, pero deja detrás suyo un País agobiado por la violencia entre cárteles que parece que el próximo gobierno no tiene la receta para enfrentarla y apaciguarla.
El Presidente le apostó a su legado más que a la seguridad de la población.
Es muy pronto decir que la historia le favorecerá, los números de la pandemia y los asesinatos son duros y fríos y en algún tiempo esa imagen construida a base de apoyos sociales puede dar un giro de 180 grados lo puede poner en el mismo camino de aquellos a los que siempre criticó.