Si bien son muchos los motivos implicados en el cambio climático global, la actividad humana no deja de aportar su dosis para acelerar esta situación de escala planetaria, con la deforestación, la desecación de cuencas hídricas, las emisiones de carbono, entre otros factores de contaminación.
En Sinaloa, en los últimos años, se han dejado sentir los efectos de estos cambios en el clima, los modelos estimados indicaban que este 2023 se dejarían venir aguaceros torrenciales en esta zona del noroeste mexicano, pero ya pasado los mediados de septiembre, las lluvias escasean y las presas no han tenido una captación que permitiría asegurar el próximo ciclo agrícola.
De hecho, el año pasado se esperaba una temporada seca, pero fue cuando el monzón mexicano se estacionó provocando tormentas de rápida formación que permitieron abastecer los embalses. Hoy, el panorama que se tiene enfrente no es nada alentador.
Los agricultores ya están comenzando a proponer esquemas de riego que permitan salvar los cultivos a plantarse en otoño-invierno, que en su gran medida son hortalizas, luego viene siembras como maíz, garbanzo y frijol que requieren grandes cantidades de agua. Con las presas al 29 por ciento, será difícil sortear el estiaje.
Para una buena siembra se requiere el 60 por ciento de las presas, por lo que la meta se antoja difícil. Todo esto, ya se empieza a hablar entre la ciudadanía, afectará a los precios, la producción de alimentos, incluso el Banco de Alimentos de Sinaloa ya lanzó esa preocupación, porque en las crisis y sequías quienes más sufren siempre son los que menos tienen.
¿Y los políticos? Bien, gracias, peleando entre si son de izquierda o derecha, buenos o malos, sin resolver el fondo del asunto, y con el agravante -ojalá que no- que se junten las campañas con la crisis del agua, y con ello se junte el hambre con las ganas de comer. Se verá y esperamos que sea la pura incertidumbre del momento.
Construcciones acaban con las playas de Mazatlán
Las construcciones que se han realizado en los últimos años a la orilla del mar, hoteles y restaurantes principalmente, han venido a sumar al daño ecológico que se le ha hecho a las playas de Mazatlán al contaminarlas con basura y derrames de aguas negras.
Además de convertirse en una zona de riesgo durante las temporadas de huracanes y ciclones, estas obras provocan la erosión y desaparición de las zonas de playa, situación que en un futuro puede afectar al puerto en su imagen como destino turístico.
Mientras no se respete el reglamento y la Profepa no interponga las sanciones correspondientes, poco a poco la zona para bañistas irá desapareciendo, además de que las grandes construcciones que están invadiendo estos lugares tendrán afectaciones cuando haya un ciclón o un oleaje fuerte, ya que muchas están edificadas sobre sistemas que eran lagunas.
Y aunque este tipo de obras generan fuentes de empleo que benefician económicamente al puerto, es urgente que se respete el reglamento vigente y no se permita a los constructores adueñarse de estos espacios.
Los focos rojos se encienden debido a que la calidad de las playas está disminuyendo considerablemente, ya que muchos tramos han perdido estabilidad y presentan pozos o acumulación de rocas, además de que los espacios para los bañistas son cada vez más estrechos.
Todavía existen muchas áreas desde Cerritos hasta la Isla de la Piedra que continúan vírgenes. Es ahí donde se tiene que aplicar mano dura y no permitir construcciones para lograr frenar esta invasión que se hace en las playas mazatlecas.