/ jueves 8 de julio de 2021

Respuesta y resultados en el estilo personal de gobernar

Los ciudadanos en cualquier democracia exigimos que la acción del gobierno produzca resultados, que la actividad de las autoridades a través de las políticas públicas modifique nuestras vidas para bien, sienten las bases para el desarrollo y mejoren las necesidades y el nivel de vida y bienestar de la población. Se habla de otra cosa cuando se trata el tema de que el gobierno y el sistema político en general, ofrezcan respuestas a las demandas colectivas y a los problemas generales que existen y generan tensiones en todo régimen político. De cara a la ciudadanía, los resultados de la acción de gobierno son el fin último de la actividad política, son cuantificables y medibles. Las respuestas, cuando se dan, tienen una naturaleza y función diferentes en el sistema: tienen la virtud de despresurizar el ambiente político generando la adhesión entre los ciudadanos al sentirse tomados en cuenta en cuanto a las principales inquietudes existentes en la vida pública y propicia la tolerancia entre los actores políticos al institucionalizarse el procesamiento de los conflictos y demandas, que da ciertas garantías que son posibles los acuerdos, haciendo efectivo lo que decía Claus Offe de que: sólo es posible un ensanche de horizontes si se consigue ampliar la base del consenso, es decir, la capacidad de absorber conflictos del sistema político-administrativo.

El problema aquí es que el gobierno no ofrece resultados o, los que da, son verdaderamente malos. Encima, tampoco da muchas respuestas y, las que da, no absorben los conflictos del sistema porque tienden a eludir responsabilidades y a formular excusas. Vocero de sí mismo y de la institución que encabeza, López Obrador no ofrece respuestas por el gobierno que ejerce ni se responsabiliza por sus acciones. Si el crimen en el país está en sus máximos históricos, su gobierno no responde “porque es un problema heredado” de las administraciones anteriores; que si la economía va muy mal y que según el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo se estimó (en 2020) que México podría rezagarse entre cinco y nueve años en dimensiones básicas del desarrollo, responde con datos engañosos de que nuestra economía crecerá este año un 6%, sin decir que en 2019 la economía cayó -0.9% y -8.5% en 2020, además que la responsable de esa debacle es la pandemia del Covid19. Que la escasez generalizada de medicamentos, sobre todo los oncológicos, es responsabilidad de malvadas farmacéuticas complotistas y así podríamos seguir con más ejemplos.

Es una manera de gobernar. Hay tanta tensión política en el país, porque López Obrador así lo quiere y así lo propicia con la polarización que día tras día exalta y con la falta de respuestas que deliberadamente promueve. Las motivaciones que el presidente tiene para que esto sea así son un misterio. Daniel Cosío Villegas nos ofrece algunas pistas para intentar entender algo.

En la magistral El estilo personal de gobernar, don Daniel Cosío Villegas decía de Echeverría que en manera alguna intentaba hacer un análisis sicológico y menos siquiátrico del personaje –aunque a mi modo de ver, lo terminó haciendo brillantemente-, sino lo que él perseguía era descubrir y apreciar las constantes sicológicas del presidente, tal y como las revelaban sus actos de gobierno y sobre todo sus expresiones verbales y escritas. Escribía Cosío Villegas que no sólo se tiene la impresión de que hablar era para Echeverría una verdadera necesidad fisiológica, sino de que estaba convencido que decía cada vez cosas nuevas, en realidad verdaderas revelaciones. Opinaba Cosío Villegas: “Después de un examen de no pocos textos y actos de Echeverría tras un largo y reposado discurrir, con todo el dolor de mi alma he llegado a una conclusión negativa. Y no, mil veces no, porque considere yo al Presidente un hipócrita o un farsante, sino porque no está constituido física y mentalmente para el diálogo sino para el monólogo, no para conversar sino para predicar. Mi conclusión se basa en la desproporción de sus reacciones o las de sus allegados ante la crítica, y en la pobreza increíble de los argumentos con que la contestan”.

Las razones que explican este estilo personal de gobernar, las explicaba Cosío Villegas en la suma enorme de poder que el presidente adquiere, “que es capaz de volver al revés a un hombre transformándolo en otro diametralmente opuesto”, en la inclinación irrefrenable de Echeverría a predicar, que lo cerraba para el diálogo, a lo que debía agregarse la convicción íntima del presidente (en el caso actual habrá que llamarle “iluminación”) de que, como ningún otro, se desvivía por hacer el bien a México y a los mexicanos. “De allí salta a creer –continúa el maestro Cosío Villegas- que quien critica sus procedimientos, en realidad duda o niega la bondad y la limpieza de sus intenciones. Más de un presidente nuestro ha padecido ese mal de altura, típicamente Porfirio Díaz, que por haber arrancado a México del desorden y de la miseria en que había vivido durante setenta años continuos, creía merecer el acatamiento unánime y eterno de sus conciudadanos. El mal lo engendran, sobra decirlo, motivos síquicos y personales, así como las circunstancias históricas en que actúa el paciente. Pero se debe también a nuestro sistema político, cuya característica principal, según se sabe, es un presidente de la República dotado de facultades y de recursos ilimitados. Esto lo convierte fatalmente en el Gran Dispensador de Bienes y Favores, aun de milagros. Y claro que quien da, y sin recibir nada a cambio, tiene que ser aplaudido sin reserva, pues la crítica y la maldición sólo pueden y deben recaer en quien quita en lugar de dar”.




Los ciudadanos en cualquier democracia exigimos que la acción del gobierno produzca resultados, que la actividad de las autoridades a través de las políticas públicas modifique nuestras vidas para bien, sienten las bases para el desarrollo y mejoren las necesidades y el nivel de vida y bienestar de la población. Se habla de otra cosa cuando se trata el tema de que el gobierno y el sistema político en general, ofrezcan respuestas a las demandas colectivas y a los problemas generales que existen y generan tensiones en todo régimen político. De cara a la ciudadanía, los resultados de la acción de gobierno son el fin último de la actividad política, son cuantificables y medibles. Las respuestas, cuando se dan, tienen una naturaleza y función diferentes en el sistema: tienen la virtud de despresurizar el ambiente político generando la adhesión entre los ciudadanos al sentirse tomados en cuenta en cuanto a las principales inquietudes existentes en la vida pública y propicia la tolerancia entre los actores políticos al institucionalizarse el procesamiento de los conflictos y demandas, que da ciertas garantías que son posibles los acuerdos, haciendo efectivo lo que decía Claus Offe de que: sólo es posible un ensanche de horizontes si se consigue ampliar la base del consenso, es decir, la capacidad de absorber conflictos del sistema político-administrativo.

El problema aquí es que el gobierno no ofrece resultados o, los que da, son verdaderamente malos. Encima, tampoco da muchas respuestas y, las que da, no absorben los conflictos del sistema porque tienden a eludir responsabilidades y a formular excusas. Vocero de sí mismo y de la institución que encabeza, López Obrador no ofrece respuestas por el gobierno que ejerce ni se responsabiliza por sus acciones. Si el crimen en el país está en sus máximos históricos, su gobierno no responde “porque es un problema heredado” de las administraciones anteriores; que si la economía va muy mal y que según el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo se estimó (en 2020) que México podría rezagarse entre cinco y nueve años en dimensiones básicas del desarrollo, responde con datos engañosos de que nuestra economía crecerá este año un 6%, sin decir que en 2019 la economía cayó -0.9% y -8.5% en 2020, además que la responsable de esa debacle es la pandemia del Covid19. Que la escasez generalizada de medicamentos, sobre todo los oncológicos, es responsabilidad de malvadas farmacéuticas complotistas y así podríamos seguir con más ejemplos.

Es una manera de gobernar. Hay tanta tensión política en el país, porque López Obrador así lo quiere y así lo propicia con la polarización que día tras día exalta y con la falta de respuestas que deliberadamente promueve. Las motivaciones que el presidente tiene para que esto sea así son un misterio. Daniel Cosío Villegas nos ofrece algunas pistas para intentar entender algo.

En la magistral El estilo personal de gobernar, don Daniel Cosío Villegas decía de Echeverría que en manera alguna intentaba hacer un análisis sicológico y menos siquiátrico del personaje –aunque a mi modo de ver, lo terminó haciendo brillantemente-, sino lo que él perseguía era descubrir y apreciar las constantes sicológicas del presidente, tal y como las revelaban sus actos de gobierno y sobre todo sus expresiones verbales y escritas. Escribía Cosío Villegas que no sólo se tiene la impresión de que hablar era para Echeverría una verdadera necesidad fisiológica, sino de que estaba convencido que decía cada vez cosas nuevas, en realidad verdaderas revelaciones. Opinaba Cosío Villegas: “Después de un examen de no pocos textos y actos de Echeverría tras un largo y reposado discurrir, con todo el dolor de mi alma he llegado a una conclusión negativa. Y no, mil veces no, porque considere yo al Presidente un hipócrita o un farsante, sino porque no está constituido física y mentalmente para el diálogo sino para el monólogo, no para conversar sino para predicar. Mi conclusión se basa en la desproporción de sus reacciones o las de sus allegados ante la crítica, y en la pobreza increíble de los argumentos con que la contestan”.

Las razones que explican este estilo personal de gobernar, las explicaba Cosío Villegas en la suma enorme de poder que el presidente adquiere, “que es capaz de volver al revés a un hombre transformándolo en otro diametralmente opuesto”, en la inclinación irrefrenable de Echeverría a predicar, que lo cerraba para el diálogo, a lo que debía agregarse la convicción íntima del presidente (en el caso actual habrá que llamarle “iluminación”) de que, como ningún otro, se desvivía por hacer el bien a México y a los mexicanos. “De allí salta a creer –continúa el maestro Cosío Villegas- que quien critica sus procedimientos, en realidad duda o niega la bondad y la limpieza de sus intenciones. Más de un presidente nuestro ha padecido ese mal de altura, típicamente Porfirio Díaz, que por haber arrancado a México del desorden y de la miseria en que había vivido durante setenta años continuos, creía merecer el acatamiento unánime y eterno de sus conciudadanos. El mal lo engendran, sobra decirlo, motivos síquicos y personales, así como las circunstancias históricas en que actúa el paciente. Pero se debe también a nuestro sistema político, cuya característica principal, según se sabe, es un presidente de la República dotado de facultades y de recursos ilimitados. Esto lo convierte fatalmente en el Gran Dispensador de Bienes y Favores, aun de milagros. Y claro que quien da, y sin recibir nada a cambio, tiene que ser aplaudido sin reserva, pues la crítica y la maldición sólo pueden y deben recaer en quien quita en lugar de dar”.