/ jueves 14 de julio de 2022

Pues sí, China no es la fábrica del mundo

En la reunión en Estados Unidos con el presidente de nuestro principal socio comercial, aliado estratégico y con el que nuestro país mantiene una interdependencia financiera mayúscula, López Obrador, aparte de plantear acertadamente la reforma migratoria, la regularización y legalización de millones de mexicanos y centroamericanos indocumentados, la misma que desde hace por los menos 20 años casi todos los presidentes mexicanos han solicitado a nuestros vecinos del norte, fue a ofrecer la versión aldeana y primitiva de un político mexicano. Fuera del tema importante de la migración, López Obrador no representó adecuadamente los temas que verdaderamente interesan a nuestro país, relativos al intercambio económico y comercial, lo que se hace para atraer más inversiones (que no se hace mucho, sino que se rechaza), aprovechando el conflicto que los Estados Unidos tienen con China, logrando la relocalización de empresas (nearshoring) para que se establezcan en nuestro territorio y retener las que ya sirven aquí, etcétera. No presentó una agenda a nuestro socio norteamericano que muestre la voluntad de crecimiento económico, sino una en la que nuestro vecino ayude aún más a recibir a los mexicanos expulsados por falta de oportunidades, pobreza y violencia, para que estos sigan mandando las remesas que hoy sostienen una economía estancada que no crece. No hubo en esta tercera visita, como tampoco en las anteriores, que refleja el nulo interés de López Obrador en la agenda internacional, reuniones con el Congreso de Estados Unidos, con centros de pensamiento, con los consejos editoriales de los principales medios, con académicos o intelectuales, y con funcionarios de otras Secretarías del gobierno norteamericano. Penoso. López Obrador rechazó tener una conferencia de prensa, muy posiblemente porque le incomoda no tener el calor de las bananeras mañaneras con las preguntas a modo y con script, pero ya en la Oficina Oval con Biden, sacó unas cuartillas que llevaba escritas y se puso a leer por media hora, ante la indulgencia de Biden que lo miraba con ojos de candor y de cansancio, al escuchar “las reformas profundas” de Lázaro Cárdenas y la expropiación petrolera en 1938 (por cierto, una expropiación a muchas empresas estadounidenses de entonces). Habrá que dar gracias que no salió a recordar de nueva cuenta a Mussolini.

En la visita, López Obrador planteó –leyendo sus cuartillas- esta visión arcaizante, equivocada y aldeana sobre la autosuficiencia alimentaria: “En las últimas tres décadas se aceptó de manera cómoda que China sería la fábrica del mundo con la falaz idea de que en la globalidad no era necesaria la autosuficiencia alimentaria, energética y de otros bienes porque podíamos importar lo que necesitamos. Sin embargo, la realidad actual nos hace ver que es indispensable producir lo que consumimos en nuestros países y en nuestras regiones”. No sabe que Estados Unidos es el mayor exportador de productos agrícolas del mundo, con una participación de unos 76 mil millones de dólares, seguido por Canadá (33mmd), Brasil (24mmd) y en cuarto lugar China (22mmd).

Y sí, “China no es la fábrica del mundo”, como corrigió Biden al silvestre López Obrador, al hacerle saber lo que cualquier persona medianamente informada –máxime un jefe de Estado- tendría que conocer para liderar las conversaciones en una relación bilateral: los Estados Unidos, producen más productos agrícolas que el país asiático.

La visión de López Obrador por eso es retrógrada, aunque ni él sabe cuánto. De más de un par de siglos. Como nos dice uno de los grandes historiadores del siglo XX Henri Pirenne en su Historia de Europa, la organización económica que se impuso a la Europa occidental en el transcurso de la época carolingia (800-843 d.C.) y que se conservó en sus rasgos esenciales hasta fines del siglo XI era puramente agrícola. No solamente desconocía el comercio, sino que puede decirse que, regulando la producción según las necesidades de los productores, excluía hasta las posibilidades de toda actividad profesional mercantil. La busca, e incluso la idea del lucro, le eran ajenas. El cultivo de la tierra bastaba para asegurar la existencia de las familias, y no se intentaba hacerla producir un sobrante del que no se hubiera sabido qué hacer. Había intercambio, sí, pero muy incipiente, con una importancia secundaria. Se comerciaba ocasionalmente, y no por profesión. No había una “clase” de comerciantes, como no había una “clase” de industriales. La industria se limitaba a algunos artesanos siervos que trabajaban en el territorio señorial para las necesidades de éste, tejedores de lino o lana, que solo producían para el consumo familiar.

Pero lo que acontecía en el imperio carolingio no sucedía en los dos únicos puntos de la Europa occidental que pertenecían aún al imperio bizantino: Venecia y la Italia meridional. Los puertos de Campania, de Apulia, de Calabria y de Sicilia seguían manteniendo relaciones regulares con Constantinopla. Bari, Tarento, Amalfi y, mientras Sicilia no fue conquistada por los musulmanes, Mesina, Palermo y Siracusa, enviaban regularmente hacia el “Cuerno de Oro” sus navíos cargados de trigo y de vinos y traían de allí los productos de las manufacturas orientales. Pero ese comercio no tardó en ser superado por fugitivos, gente de las lagunas que a su territorio le llamaron Venecia y, aunque los primeros recursos de sus habitantes fueron la pesca y la refinación de la sal marina (no el combustóleo que presume exportar López Obrador a Estados Unidos) su mercado natural no fue Italia, tan próxima como rezagada en su organización territorial y agrícola, sino la lejana y magnífica Bizancio. Esos marinos de las lagunas, los venecianos, superaron entonces a todos sus competidores y con su ciudad sin tierra y sin más perspectiva que los mares, hicieron recordar lo que fue Tiro en la antigüedad, ya que lograron riqueza, ganaron su independencia de la dominación bizantina y constituyeron, desde el siglo X, bajo el mando de un Dux, una república mercantil de tipo único en el mundo. Eso ya sucedía desde el siglo X, la humanidad ha evolucionado en mejores formas de organización económica y comercial, superando las visiones autárquicas de la autosuficiencia alimentaria.

Ante la retahíla de lugares comunes, generalidades y buenos deseos de quien no se ha mostrado como amigo de Estados Unidos ni ha sabido cumplir las obligaciones de un buen socio, Biden de manera diplomática y casi paternal, le mostró a López Obrador las reservas que se tienen ante un familiar o amigo mentiroso: se mostró confiado de “solucionar los problemas bilaterales” con ayuda del gobierno mexicano. “Estoy muy ansioso –recalcó Biden- de ver cómo podemos abordar esos cinco puntos que usted mencionó”, y le exhortó para enfrentar el contrabando de personas y de narcóticos para así, afirmó, evitar tragedias como la suscitada en San Antonio, Texas, el 27 de junio pasado, donde 53 migrantes perdieron la vida. Adiós y gracias por venir.

En la reunión en Estados Unidos con el presidente de nuestro principal socio comercial, aliado estratégico y con el que nuestro país mantiene una interdependencia financiera mayúscula, López Obrador, aparte de plantear acertadamente la reforma migratoria, la regularización y legalización de millones de mexicanos y centroamericanos indocumentados, la misma que desde hace por los menos 20 años casi todos los presidentes mexicanos han solicitado a nuestros vecinos del norte, fue a ofrecer la versión aldeana y primitiva de un político mexicano. Fuera del tema importante de la migración, López Obrador no representó adecuadamente los temas que verdaderamente interesan a nuestro país, relativos al intercambio económico y comercial, lo que se hace para atraer más inversiones (que no se hace mucho, sino que se rechaza), aprovechando el conflicto que los Estados Unidos tienen con China, logrando la relocalización de empresas (nearshoring) para que se establezcan en nuestro territorio y retener las que ya sirven aquí, etcétera. No presentó una agenda a nuestro socio norteamericano que muestre la voluntad de crecimiento económico, sino una en la que nuestro vecino ayude aún más a recibir a los mexicanos expulsados por falta de oportunidades, pobreza y violencia, para que estos sigan mandando las remesas que hoy sostienen una economía estancada que no crece. No hubo en esta tercera visita, como tampoco en las anteriores, que refleja el nulo interés de López Obrador en la agenda internacional, reuniones con el Congreso de Estados Unidos, con centros de pensamiento, con los consejos editoriales de los principales medios, con académicos o intelectuales, y con funcionarios de otras Secretarías del gobierno norteamericano. Penoso. López Obrador rechazó tener una conferencia de prensa, muy posiblemente porque le incomoda no tener el calor de las bananeras mañaneras con las preguntas a modo y con script, pero ya en la Oficina Oval con Biden, sacó unas cuartillas que llevaba escritas y se puso a leer por media hora, ante la indulgencia de Biden que lo miraba con ojos de candor y de cansancio, al escuchar “las reformas profundas” de Lázaro Cárdenas y la expropiación petrolera en 1938 (por cierto, una expropiación a muchas empresas estadounidenses de entonces). Habrá que dar gracias que no salió a recordar de nueva cuenta a Mussolini.

En la visita, López Obrador planteó –leyendo sus cuartillas- esta visión arcaizante, equivocada y aldeana sobre la autosuficiencia alimentaria: “En las últimas tres décadas se aceptó de manera cómoda que China sería la fábrica del mundo con la falaz idea de que en la globalidad no era necesaria la autosuficiencia alimentaria, energética y de otros bienes porque podíamos importar lo que necesitamos. Sin embargo, la realidad actual nos hace ver que es indispensable producir lo que consumimos en nuestros países y en nuestras regiones”. No sabe que Estados Unidos es el mayor exportador de productos agrícolas del mundo, con una participación de unos 76 mil millones de dólares, seguido por Canadá (33mmd), Brasil (24mmd) y en cuarto lugar China (22mmd).

Y sí, “China no es la fábrica del mundo”, como corrigió Biden al silvestre López Obrador, al hacerle saber lo que cualquier persona medianamente informada –máxime un jefe de Estado- tendría que conocer para liderar las conversaciones en una relación bilateral: los Estados Unidos, producen más productos agrícolas que el país asiático.

La visión de López Obrador por eso es retrógrada, aunque ni él sabe cuánto. De más de un par de siglos. Como nos dice uno de los grandes historiadores del siglo XX Henri Pirenne en su Historia de Europa, la organización económica que se impuso a la Europa occidental en el transcurso de la época carolingia (800-843 d.C.) y que se conservó en sus rasgos esenciales hasta fines del siglo XI era puramente agrícola. No solamente desconocía el comercio, sino que puede decirse que, regulando la producción según las necesidades de los productores, excluía hasta las posibilidades de toda actividad profesional mercantil. La busca, e incluso la idea del lucro, le eran ajenas. El cultivo de la tierra bastaba para asegurar la existencia de las familias, y no se intentaba hacerla producir un sobrante del que no se hubiera sabido qué hacer. Había intercambio, sí, pero muy incipiente, con una importancia secundaria. Se comerciaba ocasionalmente, y no por profesión. No había una “clase” de comerciantes, como no había una “clase” de industriales. La industria se limitaba a algunos artesanos siervos que trabajaban en el territorio señorial para las necesidades de éste, tejedores de lino o lana, que solo producían para el consumo familiar.

Pero lo que acontecía en el imperio carolingio no sucedía en los dos únicos puntos de la Europa occidental que pertenecían aún al imperio bizantino: Venecia y la Italia meridional. Los puertos de Campania, de Apulia, de Calabria y de Sicilia seguían manteniendo relaciones regulares con Constantinopla. Bari, Tarento, Amalfi y, mientras Sicilia no fue conquistada por los musulmanes, Mesina, Palermo y Siracusa, enviaban regularmente hacia el “Cuerno de Oro” sus navíos cargados de trigo y de vinos y traían de allí los productos de las manufacturas orientales. Pero ese comercio no tardó en ser superado por fugitivos, gente de las lagunas que a su territorio le llamaron Venecia y, aunque los primeros recursos de sus habitantes fueron la pesca y la refinación de la sal marina (no el combustóleo que presume exportar López Obrador a Estados Unidos) su mercado natural no fue Italia, tan próxima como rezagada en su organización territorial y agrícola, sino la lejana y magnífica Bizancio. Esos marinos de las lagunas, los venecianos, superaron entonces a todos sus competidores y con su ciudad sin tierra y sin más perspectiva que los mares, hicieron recordar lo que fue Tiro en la antigüedad, ya que lograron riqueza, ganaron su independencia de la dominación bizantina y constituyeron, desde el siglo X, bajo el mando de un Dux, una república mercantil de tipo único en el mundo. Eso ya sucedía desde el siglo X, la humanidad ha evolucionado en mejores formas de organización económica y comercial, superando las visiones autárquicas de la autosuficiencia alimentaria.

Ante la retahíla de lugares comunes, generalidades y buenos deseos de quien no se ha mostrado como amigo de Estados Unidos ni ha sabido cumplir las obligaciones de un buen socio, Biden de manera diplomática y casi paternal, le mostró a López Obrador las reservas que se tienen ante un familiar o amigo mentiroso: se mostró confiado de “solucionar los problemas bilaterales” con ayuda del gobierno mexicano. “Estoy muy ansioso –recalcó Biden- de ver cómo podemos abordar esos cinco puntos que usted mencionó”, y le exhortó para enfrentar el contrabando de personas y de narcóticos para así, afirmó, evitar tragedias como la suscitada en San Antonio, Texas, el 27 de junio pasado, donde 53 migrantes perdieron la vida. Adiós y gracias por venir.