/ jueves 3 de junio de 2021

Poder y Violencia

Vaya usted a saber si es cinismo, ignorancia o evasión, pero flaco favor a la gobernabilidad y menudo consuelo para todos ha sido escuchar este martes a López Obrador, en su investidura presidencial, responder ante la ola violentísima que el país atraviesa, que: “las elecciones pasadas fueron más violentas que éstas”, como si fuera posible justificar ese fenómeno que tanto daño hace a la sociedad, aludiendo a un pasado todavía más crítico.

El caso es que las afirmaciones del presidente no son ciertas, además que sus declaraciones son por lo menos irresponsables, tratándose del máximo responsable y hacedor de las políticas públicas en materia de seguridad en el país. Su política de abrazos y no balazos a la delincuencia más bien ha resultado en permisividad tácita, en aumento de la impunidad (ni qué decir de la impunidad a la violencia feminicida), y su inclinación al insulto, la mofa y la adjetivación majadera a todas aquellas personas que no piensen o se sometan a él, aunado a la polarización que a diario promueve, no favorece precisamente a generar un clima propicio libre de violencia en todas sus facetas. Mayo fue el mes más violento de 2021 con 2,462 homicidios dolosos; 34 candidatos han sido asesinados hasta el día de hoy; actos de intimidación, maltrato físico y verbal contra candidatos; 85 mil 741 homicidios dolosos en lo que va del sexenio; filtraciones de un audio donde la candidata de Morena, Gabriela Gamboa a la alcaldía de Metepec, Estado de México, amenaza a la hija del candidato de “Va por México”, Fernando Flores Fernández; secuestro exprés de la candidata por la coalición "Va por el Estado de México" a la alcaldía de Valle de Bravo, Zudikey Rodríguez, para intimidarla y lograr –al parecer, sin éxito- que renuncie a su candidatura en favor de la contrincante morenista. La violencia y el crimen, participando como nunca en esta jornada electoral.

Hay que rechazar la violencia, venga de donde venga, sea aquella homicida o que se exprese en distintas manifestaciones, sobre todo, repudiar la que se trasmina desde el poder. La etimología del término “violencia” permite distinguir en ésta un elemento negativo: violencia se relaciona con violar, profanar. Se define también como la fuerza física que se usa con el propósito de hacer daño. Desde esta perspectiva semántica, la violencia se presenta como un acto de des-precio, como el resultado de haber “disminuido el precio” de una persona, una situación, una institución u otra cosa.

De ahí que debe hacerse la distinción entre poder y violencia. Hannah Arendt explica que el poder siempre precisa el número (o sea, el apoyo, el consenso social), mientras que la violencia, hasta cierto punto, puede prescindir del número porque descansa en sus instrumentos. Por eso es que la violencia puede ser justificable para quien violenta, pero nunca será legítima: parafraseando a Bobbio, la legitimidad es el título del poder, que viene de un consenso del pasado, basado en la justificación del logro de fines que se encuentran en el futuro. La justificación de la violencia pierde plausibilidad cuanto más se aleja en el futuro el fin propuesto.

El poder y la violencia, precisa Arendt, son opuestos, donde uno domina absolutamente falta el otro. La violencia aparece donde el poder está en peligro pero, confiada a su propio impulso acaba por hacer desaparecer al poder. La violencia puede destruir al poder; es absolutamente incapaz de crearlo.

Carlo Mazzantini, un gran filósofo turinés, hablaba que el violento carece de la virtud de la templanza, porque ésta “es la única suprema ‘potencia’ que consiste en dejar ser al otro aquello que es”. Por ello el violento no tiene autoridad, porque quita a quienes sufren su violencia, el poder de darse.

Si, como decía Machado, “hay quien confunde el valor con el precio”, ése es el violento y eso hace la violencia: quiebra brutalmente cualquier tejido social al rechazar y no reconocer al Otro, su dignidad y la real dimensión de la libertad, donde priva la limitación a los simples impulsos y la medida de conducta para hacer posible la vida en común. La violencia, por consiguiente, reduce la coexistencia a puro dominio material y, al mismo tiempo, se opone al respeto: el que obra violentamente no respeta, y quien respeta no actúa con violencia.

La raíz de la violencia se encuentra en la inversión de los valores, que produce un fenómeno de enfrentamiento y de antagonismo activo, también cabría decir que, el “retorno a los principios” no puede depender de estímulos voluntaristas o de una paciente reeducación, sino de un riguroso examen crítico acerca de qué principios, y de sus alcances reales, habrán de revertir esa inversión estimativa.

En una sociedad profundamente desigual en las oportunidades que ofrece de desarrollo humano a sus integrantes, no puede esperarse la deseable cohesión social indispensable para constituir y respetar un orden colectivo determinado, máxime cuando desde el poder no se cumple con la principal obligación del Estado, que es la de proveer seguridad a sus gobernados, el seguro castigo para quien delinque, el respeto y la protección de múltiples derechos, como la vida, la libertad, la integridad, el patrimonio, entre otros muchos.

Por ello es que vemos, con el politólogo Mario Stoppino, que la violencia suspende las reglas del orden social constituido, cualquiera que éste sea: “con el arma dramática y terrible de la violencia, los hombres que la emplean destrozan la ley y se convierten ellos mismos en legisladores en nombre de la justicia”. Rechazar la violencia es uno de los muchos motivos por los que podemos participar, hacernos escuchar y hacer efectivos nuestros derechos este 6 de junio.

Vaya usted a saber si es cinismo, ignorancia o evasión, pero flaco favor a la gobernabilidad y menudo consuelo para todos ha sido escuchar este martes a López Obrador, en su investidura presidencial, responder ante la ola violentísima que el país atraviesa, que: “las elecciones pasadas fueron más violentas que éstas”, como si fuera posible justificar ese fenómeno que tanto daño hace a la sociedad, aludiendo a un pasado todavía más crítico.

El caso es que las afirmaciones del presidente no son ciertas, además que sus declaraciones son por lo menos irresponsables, tratándose del máximo responsable y hacedor de las políticas públicas en materia de seguridad en el país. Su política de abrazos y no balazos a la delincuencia más bien ha resultado en permisividad tácita, en aumento de la impunidad (ni qué decir de la impunidad a la violencia feminicida), y su inclinación al insulto, la mofa y la adjetivación majadera a todas aquellas personas que no piensen o se sometan a él, aunado a la polarización que a diario promueve, no favorece precisamente a generar un clima propicio libre de violencia en todas sus facetas. Mayo fue el mes más violento de 2021 con 2,462 homicidios dolosos; 34 candidatos han sido asesinados hasta el día de hoy; actos de intimidación, maltrato físico y verbal contra candidatos; 85 mil 741 homicidios dolosos en lo que va del sexenio; filtraciones de un audio donde la candidata de Morena, Gabriela Gamboa a la alcaldía de Metepec, Estado de México, amenaza a la hija del candidato de “Va por México”, Fernando Flores Fernández; secuestro exprés de la candidata por la coalición "Va por el Estado de México" a la alcaldía de Valle de Bravo, Zudikey Rodríguez, para intimidarla y lograr –al parecer, sin éxito- que renuncie a su candidatura en favor de la contrincante morenista. La violencia y el crimen, participando como nunca en esta jornada electoral.

Hay que rechazar la violencia, venga de donde venga, sea aquella homicida o que se exprese en distintas manifestaciones, sobre todo, repudiar la que se trasmina desde el poder. La etimología del término “violencia” permite distinguir en ésta un elemento negativo: violencia se relaciona con violar, profanar. Se define también como la fuerza física que se usa con el propósito de hacer daño. Desde esta perspectiva semántica, la violencia se presenta como un acto de des-precio, como el resultado de haber “disminuido el precio” de una persona, una situación, una institución u otra cosa.

De ahí que debe hacerse la distinción entre poder y violencia. Hannah Arendt explica que el poder siempre precisa el número (o sea, el apoyo, el consenso social), mientras que la violencia, hasta cierto punto, puede prescindir del número porque descansa en sus instrumentos. Por eso es que la violencia puede ser justificable para quien violenta, pero nunca será legítima: parafraseando a Bobbio, la legitimidad es el título del poder, que viene de un consenso del pasado, basado en la justificación del logro de fines que se encuentran en el futuro. La justificación de la violencia pierde plausibilidad cuanto más se aleja en el futuro el fin propuesto.

El poder y la violencia, precisa Arendt, son opuestos, donde uno domina absolutamente falta el otro. La violencia aparece donde el poder está en peligro pero, confiada a su propio impulso acaba por hacer desaparecer al poder. La violencia puede destruir al poder; es absolutamente incapaz de crearlo.

Carlo Mazzantini, un gran filósofo turinés, hablaba que el violento carece de la virtud de la templanza, porque ésta “es la única suprema ‘potencia’ que consiste en dejar ser al otro aquello que es”. Por ello el violento no tiene autoridad, porque quita a quienes sufren su violencia, el poder de darse.

Si, como decía Machado, “hay quien confunde el valor con el precio”, ése es el violento y eso hace la violencia: quiebra brutalmente cualquier tejido social al rechazar y no reconocer al Otro, su dignidad y la real dimensión de la libertad, donde priva la limitación a los simples impulsos y la medida de conducta para hacer posible la vida en común. La violencia, por consiguiente, reduce la coexistencia a puro dominio material y, al mismo tiempo, se opone al respeto: el que obra violentamente no respeta, y quien respeta no actúa con violencia.

La raíz de la violencia se encuentra en la inversión de los valores, que produce un fenómeno de enfrentamiento y de antagonismo activo, también cabría decir que, el “retorno a los principios” no puede depender de estímulos voluntaristas o de una paciente reeducación, sino de un riguroso examen crítico acerca de qué principios, y de sus alcances reales, habrán de revertir esa inversión estimativa.

En una sociedad profundamente desigual en las oportunidades que ofrece de desarrollo humano a sus integrantes, no puede esperarse la deseable cohesión social indispensable para constituir y respetar un orden colectivo determinado, máxime cuando desde el poder no se cumple con la principal obligación del Estado, que es la de proveer seguridad a sus gobernados, el seguro castigo para quien delinque, el respeto y la protección de múltiples derechos, como la vida, la libertad, la integridad, el patrimonio, entre otros muchos.

Por ello es que vemos, con el politólogo Mario Stoppino, que la violencia suspende las reglas del orden social constituido, cualquiera que éste sea: “con el arma dramática y terrible de la violencia, los hombres que la emplean destrozan la ley y se convierten ellos mismos en legisladores en nombre de la justicia”. Rechazar la violencia es uno de los muchos motivos por los que podemos participar, hacernos escuchar y hacer efectivos nuestros derechos este 6 de junio.