/ viernes 18 de octubre de 2019

"Pocos ven lo que somos. Pero todos ven lo que aparentamos".

Nicolás Maquiavelo.

Los Osuna siempre envidiaron a los Lizárraga. Eso hasta hoy por la mañana, ya que después de leer las primeras noticias del día, la envidia se convirtió en un sentimiento indescriptible- algo entre la satisfacción y el gozo.

Jennifer Osuna siempre estaba reprochándole a su esposo su mediocridad, la poca visión que tenía para los negocios y el que pasara tanto tiempo fuera de casa sin conseguir una mejoría en su forma de vida. Elmer Osuna trabajaba doce horas diarias. Por la mañana se empleaba en la oficina de correos clasificando los envíos, por la tarde vendía el periódico vespertino y por la noche impartía clases de Historia en la Escuela para Adultos. Jenny, como la llamaban sus amigas, se dedicaba a las labores domésticas y al mismo tiempo atendía una salita de belleza ubicada en su propia casa.

Los Lizárraga tenían sus propios negocios y los administraban a voluntad. Sus ocupaciones les permitían pasar mucho tiempo juntos y vacacionar con frecuentes salidas del país. Atendían a sus visitas con holgura y despilfarro y, a menudo cambiaban sus vehículos por considerarlos comunes o desmodados.

Sus dos hijos estudiaban en universidades extranjeras y los visitaban muy seguido. Los muchachos siempre volaban en primera clase o llegaban en los mejores coches y luciendo ropas caras y exquisitas. No se aparecían sin ser acompañados de lujosos regalos.

Los Osuna no eran despreciados por Los Lizárraga, ya que siempre recibían lo que estos dejaban de usar y un pequeño regalo cada vez que los muchachos visitaban a sus padres. Los invitaban de vez en cuando a los festejos familiares, pero siempre se quedaban con las ganas de acudir a las fiestas y reuniones privadas de sus vecinos, lo cual les ocasionaba desasosiego e incertidumbre.

Continuamente Jenny reprochaba a Elmer la falta de iniciativa para sacar provecho de la posición de los vecinos. Criticaba su desinterés por hacerles notar que era un hombre trabajador que sólo necesitaba de una oportunidad para demostrar sus aptitudes y, la indecisión para solicitar al Señor Lizárraga algún espacio en una de sus empresas.

Mientras estas discusiones se repetían de mes en mes, los Lizárraga salían con más frecuencia y aumentaban el tamaño y el lujo de sus casas. Frecuentaban a nuevas amistades y crecía el lote de vehículos en la cochera.

Cierto día en que ampliaban la alberca y rediseñaban el jardín, instalando una pequeña capilla en la parte más aislada del terreno, suena el teléfono y les informan que su hijo menor ha sufrido un accidente y ha muerto en su propio coche, al despeñarse al fondo de una barranca.

Los Lizárraga no hicieron maletas, simplemente tomaron sus pasaportes, chequeras y tarjetas bancarias y salieron en el primer avión hacia la ciudad de su destino.

Los Osuna los despidieron después de darles el pésame sin hacer muchas preguntas: “Ya saben, lo que se les ofrezca, sino para que son los vecinos. No es necesario decir cuanto lo sentimos. La voluntad del Señor es indescifrable”, y toda esa colección de lugares comunes acostumbrados en estos casos.

Llegó el Domingo, el día de la semana en que Elmer y Jenny descansaban de sus obligaciones laborales. Elmer recogió el diario matutino del jardín, se sirvió un vaso de refresco con hielos y tomó asiento en la poltrona del patio, junto a su esposa, que podaba los rosales. De repente todo cambió. La escondida envidia que sentía por sus vecinos salió del rincón de su pecho y se fueron despejando muchas incógnitas mientras leía las páginas policíacas, que siempre ocupaban la mayor parte del matutino; subiendo la voz sin darse cuenta empezó a leer: “Vladimiro Lizárraga y su esposa Hortensia fueron acribillados por ráfagas de metralla mientras conducían un lujoso vehículo de su propiedad en las cercanías del aeropuerto de la ciudad de México. Sus cuerpos recibieron más de setenta impactos de balas de grueso calibre, regresaban del sepelio de uno de sus hijos que falleció misteriosamente al desbarrancarse su auto deportivo. Todo apunta a un ajuste de cuentas entre miembros de las mafias, que hoy pelean el control del mercado por el cambio de poderes en la nación.”

Mail: malecon@live.com.mx

Nicolás Maquiavelo.

Los Osuna siempre envidiaron a los Lizárraga. Eso hasta hoy por la mañana, ya que después de leer las primeras noticias del día, la envidia se convirtió en un sentimiento indescriptible- algo entre la satisfacción y el gozo.

Jennifer Osuna siempre estaba reprochándole a su esposo su mediocridad, la poca visión que tenía para los negocios y el que pasara tanto tiempo fuera de casa sin conseguir una mejoría en su forma de vida. Elmer Osuna trabajaba doce horas diarias. Por la mañana se empleaba en la oficina de correos clasificando los envíos, por la tarde vendía el periódico vespertino y por la noche impartía clases de Historia en la Escuela para Adultos. Jenny, como la llamaban sus amigas, se dedicaba a las labores domésticas y al mismo tiempo atendía una salita de belleza ubicada en su propia casa.

Los Lizárraga tenían sus propios negocios y los administraban a voluntad. Sus ocupaciones les permitían pasar mucho tiempo juntos y vacacionar con frecuentes salidas del país. Atendían a sus visitas con holgura y despilfarro y, a menudo cambiaban sus vehículos por considerarlos comunes o desmodados.

Sus dos hijos estudiaban en universidades extranjeras y los visitaban muy seguido. Los muchachos siempre volaban en primera clase o llegaban en los mejores coches y luciendo ropas caras y exquisitas. No se aparecían sin ser acompañados de lujosos regalos.

Los Osuna no eran despreciados por Los Lizárraga, ya que siempre recibían lo que estos dejaban de usar y un pequeño regalo cada vez que los muchachos visitaban a sus padres. Los invitaban de vez en cuando a los festejos familiares, pero siempre se quedaban con las ganas de acudir a las fiestas y reuniones privadas de sus vecinos, lo cual les ocasionaba desasosiego e incertidumbre.

Continuamente Jenny reprochaba a Elmer la falta de iniciativa para sacar provecho de la posición de los vecinos. Criticaba su desinterés por hacerles notar que era un hombre trabajador que sólo necesitaba de una oportunidad para demostrar sus aptitudes y, la indecisión para solicitar al Señor Lizárraga algún espacio en una de sus empresas.

Mientras estas discusiones se repetían de mes en mes, los Lizárraga salían con más frecuencia y aumentaban el tamaño y el lujo de sus casas. Frecuentaban a nuevas amistades y crecía el lote de vehículos en la cochera.

Cierto día en que ampliaban la alberca y rediseñaban el jardín, instalando una pequeña capilla en la parte más aislada del terreno, suena el teléfono y les informan que su hijo menor ha sufrido un accidente y ha muerto en su propio coche, al despeñarse al fondo de una barranca.

Los Lizárraga no hicieron maletas, simplemente tomaron sus pasaportes, chequeras y tarjetas bancarias y salieron en el primer avión hacia la ciudad de su destino.

Los Osuna los despidieron después de darles el pésame sin hacer muchas preguntas: “Ya saben, lo que se les ofrezca, sino para que son los vecinos. No es necesario decir cuanto lo sentimos. La voluntad del Señor es indescifrable”, y toda esa colección de lugares comunes acostumbrados en estos casos.

Llegó el Domingo, el día de la semana en que Elmer y Jenny descansaban de sus obligaciones laborales. Elmer recogió el diario matutino del jardín, se sirvió un vaso de refresco con hielos y tomó asiento en la poltrona del patio, junto a su esposa, que podaba los rosales. De repente todo cambió. La escondida envidia que sentía por sus vecinos salió del rincón de su pecho y se fueron despejando muchas incógnitas mientras leía las páginas policíacas, que siempre ocupaban la mayor parte del matutino; subiendo la voz sin darse cuenta empezó a leer: “Vladimiro Lizárraga y su esposa Hortensia fueron acribillados por ráfagas de metralla mientras conducían un lujoso vehículo de su propiedad en las cercanías del aeropuerto de la ciudad de México. Sus cuerpos recibieron más de setenta impactos de balas de grueso calibre, regresaban del sepelio de uno de sus hijos que falleció misteriosamente al desbarrancarse su auto deportivo. Todo apunta a un ajuste de cuentas entre miembros de las mafias, que hoy pelean el control del mercado por el cambio de poderes en la nación.”

Mail: malecon@live.com.mx

ÚLTIMASCOLUMNAS