/ miércoles 28 de abril de 2021

Nuestras voces

“Yo no deseo que las mujeres tengan poder

sobre los hombres, sino sobre ellas mismas”

Mary Wollstonecraft

La voz pública de las mujeres fue silenciada a lo largo de la historia, y sí, a pesar de ello, muchas mujeres excepcionales hicieron valer la voz a través de la academia y la ciencia, la cultura y las artes, el periodismo y el deporte, los movimientos sociales y políticos, entre otros.

La revolución más grande de nuestros tiempos se la debemos a ellas, mujeres valiosas que nos han prestado su voz y energía para un cambio cultural, uno que permita la plena inclusión de las mujeres en los espacios públicos, visibilizar las violencias, las desigualdades, los avances legales más importantes en términos de los derechos humanos.

Sin lugar a dudas hay notables avances en torno a la participación de las mujeres en la cosa pública; ahí, en ese espacio de la política donde convergen la vocación de servicio y el interés por el poder, se genera un ambiente ambiguo, complejo, lleno de apasionamiento, de espíritu de servicio, y a la vez, estrategias pragmáticas para el reconocimiento y la obtención de resultados en términos de los espacios.

Las mujeres estamos llegando al poder, y es momento de preguntarnos si la forma aún vigente de ejercerlo –pragmático, vertical, excluyente y sin vocación–, y que como colectivo hemos denunciado, forma parte de nuestros objetivos de transformación individual y social. Parece impostergable la pregunta: ¿cuándo cambiaremos las reglas?

Lo visto en los últimos meses puede resultar decepcionante y preocupante: mujeres conteniendo a mujeres. ¿Recuerdan las imágenes de policías mujeres en las marchas? O la forma en que esto se traduce en la democracia y al interior de los partidos políticos: ¿cómo se vivió la justicia y la sororidad? Ante los intereses de los varones en las mesas, ¿y si volteamos a ver hoy las campañas? Voces de mujeres negando la violencia, el acoso, la misoginia que a todas luces podamos ver a través de cámaras y videos.

También existe la contraparte, el uso del discurso de la violencia de género como arma política. Nada más lejano al deber ser, al honrar a quienes nos han antecedido, sobre todo ante las víctimas de esta violencia que a diario cobra vidas.

Nunca olvidar que es a ellas a las que debemos representar y prestar nuestra voz.

Se asoma el llamado ético para reforzar las palabras de Mary Wollstonecraft, entrar al espacio público debía significar que las mujeres tengan más poder sobre sí mismas, ese poder que empieza por ejercerse a través de sus propias voces, que exige dignificar, ante todo, a la política y a la democracia.

Una consigna: no prestemos nuestras voces a la violencia, a la misoginia y al abuso del poder.

“Yo no deseo que las mujeres tengan poder

sobre los hombres, sino sobre ellas mismas”

Mary Wollstonecraft

La voz pública de las mujeres fue silenciada a lo largo de la historia, y sí, a pesar de ello, muchas mujeres excepcionales hicieron valer la voz a través de la academia y la ciencia, la cultura y las artes, el periodismo y el deporte, los movimientos sociales y políticos, entre otros.

La revolución más grande de nuestros tiempos se la debemos a ellas, mujeres valiosas que nos han prestado su voz y energía para un cambio cultural, uno que permita la plena inclusión de las mujeres en los espacios públicos, visibilizar las violencias, las desigualdades, los avances legales más importantes en términos de los derechos humanos.

Sin lugar a dudas hay notables avances en torno a la participación de las mujeres en la cosa pública; ahí, en ese espacio de la política donde convergen la vocación de servicio y el interés por el poder, se genera un ambiente ambiguo, complejo, lleno de apasionamiento, de espíritu de servicio, y a la vez, estrategias pragmáticas para el reconocimiento y la obtención de resultados en términos de los espacios.

Las mujeres estamos llegando al poder, y es momento de preguntarnos si la forma aún vigente de ejercerlo –pragmático, vertical, excluyente y sin vocación–, y que como colectivo hemos denunciado, forma parte de nuestros objetivos de transformación individual y social. Parece impostergable la pregunta: ¿cuándo cambiaremos las reglas?

Lo visto en los últimos meses puede resultar decepcionante y preocupante: mujeres conteniendo a mujeres. ¿Recuerdan las imágenes de policías mujeres en las marchas? O la forma en que esto se traduce en la democracia y al interior de los partidos políticos: ¿cómo se vivió la justicia y la sororidad? Ante los intereses de los varones en las mesas, ¿y si volteamos a ver hoy las campañas? Voces de mujeres negando la violencia, el acoso, la misoginia que a todas luces podamos ver a través de cámaras y videos.

También existe la contraparte, el uso del discurso de la violencia de género como arma política. Nada más lejano al deber ser, al honrar a quienes nos han antecedido, sobre todo ante las víctimas de esta violencia que a diario cobra vidas.

Nunca olvidar que es a ellas a las que debemos representar y prestar nuestra voz.

Se asoma el llamado ético para reforzar las palabras de Mary Wollstonecraft, entrar al espacio público debía significar que las mujeres tengan más poder sobre sí mismas, ese poder que empieza por ejercerse a través de sus propias voces, que exige dignificar, ante todo, a la política y a la democracia.

Una consigna: no prestemos nuestras voces a la violencia, a la misoginia y al abuso del poder.