/ miércoles 13 de enero de 2021

México Ante El Espejo De Los Estados Unidos

Desde la Antigüedad clásica, filósofos como Platón, Séneca y Plutarco habían considerado la naturaleza como un gran espejo (speculum) cuyo reflejo contenía las respuestas a las grandes preguntas sobre Dios, el mundo y todas las cosas vivas, incluyendo por supuesto a la humanidad. Este pensamiento sentó las bases que dieron origen a la teoría especular o conocimiento por medio de la refracción indirecta, en donde el espejo sirve como metáfora que contiene de forma refleja una parte o imagen de la realidad, proyecta información sobre la misma pero no la contiene enteramente. Algo que nos remite a lo que no está, a lo que falta, a penetrar una realidad para descubrir el sentido y el significado último de la misma.

A fuerza de especular (speculator, oris; observador de los fenómenos), Séneca consideraba que se “descubría el conocimiento de uno mismo con relación al mundo y sus poderes”. Ver en el espejo la imagen propia o, metafóricamente, la del mundo, nos devuelve un reflejo ciertamente parcial (por reproducir lo exterior, lo que se ve a simple vista) de una realidad, que se complementa con la acción especulativa de observar, interiorizando los pensamientos y otorgándole significado a aquello sobre lo que se reflexiona.

Lo sucedido el 6 de enero en Estados Unidos en que una turba de sediciosos tomó por asalto el Capitolio, sede donde se reúne el Congreso, lugar donde George Washington puso la primera piedra del edificio en 1793, preocupa a todos aquellos que vemos en la democracia y en sus instituciones, por falibles e imperfectas que fueren, el mejor sistema de gobierno sobre el que pueden descansar las libertades, los derechos de las personas y la convivencia pacífica. Un buen ejercicio de reflexión, creo yo, podemos hacer los mexicanos a partir de ver las imágenes reflejadas en el espejo estadounidense y aprender algunas lecciones de ellas.

Allí, en Estados Unidos, el lenguaje de la sedición y las mentiras llegó desde la presidencia de la República: “Es la hora de la fuerza”, “nos han robado las elecciones”, “nunca vamos a reconocer la derrota”, “Vamos a caminar hasta el Capitolio. Y vamos a animar a nuestros valientes senadores y congresistas mujeres. Y probablemente no vamos a estar animando tanto a algunos de ellos, porque nunca recuperarán nuestro país con debilidad, tienen que demostrar fuerza y tienen que ser fuertes”, les dijo el presidente Trump a sus seguidores en el mitin a las afueras de la Casa Blanca, azuzando a la turba para marchar hacia el Capitolio, en Washington, e impedir la sesión del Congreso donde con la intervención del propio vicepresidente en funciones Mike Pence, debería darse la certificación de los votos del Colegio Electoral que iba a declarar formalmente como presidente electo a Joe Biden. Durante el asalto, la alcaldesa de Washington, ante la indiferencia o negativa de Trump, tuvo que llamar a la Guardia Nacional e imponer un toque de queda.

Las instituciones resistieron la rebelión y la sesión se reanudó por la noche del mismo día 6, con Pence a la cabeza, ratificando la elección de Biden como presidente. La democracia sin demócratas se debilita, de ahí que el gesto del vicepresidente -no obstante ser presionado por Trump para desconocer la elección-, al reanudar la sesión lo honra, al decir: "Hoy hemos defendido nuestro Capitolio. La violencia nunca gana. Gana nuestra libertad; esta sigue siendo la casa del pueblo. Cuando nos volvamos a reunir en esta cámara, el mundo volverá a presenciar la resistencia y la fuerza de nuestra democracia".

Sedición, revuelta, golpe de estado, rebelión, llámesele como se le llame, lo ocurrido en Estados Unidos fue un atentado que socava la democracia liberal que conocemos en ese país y tiende a minar –aún más- la confianza y la legitimidad en los regímenes democráticos del mundo, porque da para pensar que si eso sucede en el país más poderoso y con la democracia más robusta del planeta, qué no podrá acontecer en cualquier otro país del orbe.

Más allá del numeroso conjunto de razones y circunstancias por las que en los Estados Unidos se ha llegado a este punto, conviene saber también que las democracias, además de necesitar demócratas, no pueden prescindir de las instituciones que le dan forma, estructura, viabilidad y fortaleza, y que se llegó desgraciadamente aquí gracias al advenimiento de la posverdad en la escena pública, la constante puesta a punto de las mentiras que se propagan desde los centros del poder establecido, el ocultamiento deliberado de información y datos públicos, la pretensión de avasallar a los otros poderes del Estado, conjurar colaboracionistas antidemocráticos y contar con la desidia e ingenuidad de muchos de que esto es solo parte de la cotidiana lucha política y no una serie de intentos por destruir los fundamentos civilizatorios de la democracia liberal. La mentira trumpiana del fraude electoral, junto con la polarización y los mensajes de odio vertidos a lo largo de su mandato, representan el aguijón que inocula la sedición.

Como lo ha dicho recientemente el historiador Federico Finchelstein, “en el fascismo, la realidad no se define por lo que son los hechos, sino por la opinión del líder sobre lo que deberían ser. Si, con el fin de coincidir con esta verdad, los hechos deben cambiarse, por muy violenta que sea, que así sea”.

Timothy Snyder, profesor de la Universidad de Yale, autor del libro Sobre la tiranía, escribió al respecto que: “La posverdad es prefascismo, y Trump ha sido nuestro presidente de posverdad. Cuando renunciamos a la verdad, concedemos poder a quienes tienen la riqueza y el carisma para crear espectáculo en su lugar. Sin un acuerdo sobre algunos hechos básicos, los ciudadanos no pueden formar la sociedad civil que les permita defenderse. Si perdemos las instituciones que producen hechos que son pertinentes para nosotros, entonces tendemos a revolcarnos en abstracciones y ficciones atractivas. La verdad se defiende particularmente mal cuando no hay mucho de ella… Las redes sociales no son un sustituto: sobrealimentan los hábitos mentales mediante los cuales buscamos estimulación emocional y comodidad, lo que significa perder la distinción entre lo que se siente verdadero y lo que realmente es cierto. La verdad –para el prefascismo, agrego- debe ser reemplazada por el espectáculo, los hechos por la fe”.

En las imágenes del espejo estadounidense pueden encontrarse algunas que resultan quizás perturbadoramente familiares para nuestra realidad mexicana, particularmente las que tienen que ver con las mentiras difundidas desde el poder, la manipulación de la información, el fomento de la crispación social, la división, el aliento al enfrentamiento, la colonización de organismos autónomos, la cooptación al sistema de división de poderes y la destrucción sistemática y empobrecimiento del entramado institucional que soporta la incipiente democracia en el país.

Las mentiras, sabemos, son corrosivas, pero también más vale (por medio de la refracción indirecta que vimos al principio) saberlas reconocer y reflexionar sobre su funcionamiento. Jeremy Bentham, filósofo inglés del siglo XIX que fundó la escuela utilitarista, quien era ajeno a idealismos y trascendentalismos, decía en su gran obra Falacias políticas: “busquemos solamente lo posible, porque harto vasta es semejante tarea para las mentes más lúcidas y los hombres más virtuosos”. El pensamiento de Bentham, como buen liberal, estaba dirigido a garantizar al máximo la objetividad y la publicidad en el tratamiento de los asuntos públicos.

Para Bentham, quien acuñó el término sinister interest o “interés siniestro que es consciente de sí mismo”, en donde todo hombre público está sujeto a la influencia de dos intereses distintos: el público y el privado y casi siempre estos dos intereses son no sólo distintos, sino contrarios, los distintos argumentos que denominó como falacias, comparten algunas de las siguientes características: “su empleo abona la presunción de que se carece de argumentos de peso o de cualquier argumento en absoluto; no son necesarios para ningún buen propósito; no solo pueden ser empleados todos ellos para malos propósitos, sino que suelen serlo en efecto, es decir, para estorbar o impedir la adopción de las medidas que se encaminan a la remoción de los abusos y demás imperfecciones que todavía existen en la estructura y práctica del gobierno; su carácter irrelevante, así como la falta de honestidad y flaqueza que revelan, les hace ser irritantes (sobre todo a los que incurren en personalismos), por lo que destemplan el ánimo y pueden llegar a producir derramamiento de sangre; por parte de quienes los emplean, revelan falta de honradez o debilidad intelectual o desprecio hacia el entendimiento de aquellos a cuyas mentes se dirigen; por parte de quienes les prestan oídos, revelan debilidad intelectual, y en cuanto a aquellos que pretenden darles crédito y a su vez los usan, prueban su falta de sinceridad”.

La conclusión práctica de Bentham es que “cuanto más pueda evitarse el empleo y aceptación de estas falacias, más vigor cobrará el entendimiento público, más quedará su moral purificada y mejor llegará a ser la práctica del gobierno”.

Mientras tanto, al otro lado del espejo, el juicio político contra Donald Trump tiene el apoyo de 218 de los 222 diputados demócratas y la presidenta de la Cámara de Representantes urge al vicepresidente para que invoque la 25ª. Enmienda y destituya a un presidente enajenado o enfermo.

Desde la Antigüedad clásica, filósofos como Platón, Séneca y Plutarco habían considerado la naturaleza como un gran espejo (speculum) cuyo reflejo contenía las respuestas a las grandes preguntas sobre Dios, el mundo y todas las cosas vivas, incluyendo por supuesto a la humanidad. Este pensamiento sentó las bases que dieron origen a la teoría especular o conocimiento por medio de la refracción indirecta, en donde el espejo sirve como metáfora que contiene de forma refleja una parte o imagen de la realidad, proyecta información sobre la misma pero no la contiene enteramente. Algo que nos remite a lo que no está, a lo que falta, a penetrar una realidad para descubrir el sentido y el significado último de la misma.

A fuerza de especular (speculator, oris; observador de los fenómenos), Séneca consideraba que se “descubría el conocimiento de uno mismo con relación al mundo y sus poderes”. Ver en el espejo la imagen propia o, metafóricamente, la del mundo, nos devuelve un reflejo ciertamente parcial (por reproducir lo exterior, lo que se ve a simple vista) de una realidad, que se complementa con la acción especulativa de observar, interiorizando los pensamientos y otorgándole significado a aquello sobre lo que se reflexiona.

Lo sucedido el 6 de enero en Estados Unidos en que una turba de sediciosos tomó por asalto el Capitolio, sede donde se reúne el Congreso, lugar donde George Washington puso la primera piedra del edificio en 1793, preocupa a todos aquellos que vemos en la democracia y en sus instituciones, por falibles e imperfectas que fueren, el mejor sistema de gobierno sobre el que pueden descansar las libertades, los derechos de las personas y la convivencia pacífica. Un buen ejercicio de reflexión, creo yo, podemos hacer los mexicanos a partir de ver las imágenes reflejadas en el espejo estadounidense y aprender algunas lecciones de ellas.

Allí, en Estados Unidos, el lenguaje de la sedición y las mentiras llegó desde la presidencia de la República: “Es la hora de la fuerza”, “nos han robado las elecciones”, “nunca vamos a reconocer la derrota”, “Vamos a caminar hasta el Capitolio. Y vamos a animar a nuestros valientes senadores y congresistas mujeres. Y probablemente no vamos a estar animando tanto a algunos de ellos, porque nunca recuperarán nuestro país con debilidad, tienen que demostrar fuerza y tienen que ser fuertes”, les dijo el presidente Trump a sus seguidores en el mitin a las afueras de la Casa Blanca, azuzando a la turba para marchar hacia el Capitolio, en Washington, e impedir la sesión del Congreso donde con la intervención del propio vicepresidente en funciones Mike Pence, debería darse la certificación de los votos del Colegio Electoral que iba a declarar formalmente como presidente electo a Joe Biden. Durante el asalto, la alcaldesa de Washington, ante la indiferencia o negativa de Trump, tuvo que llamar a la Guardia Nacional e imponer un toque de queda.

Las instituciones resistieron la rebelión y la sesión se reanudó por la noche del mismo día 6, con Pence a la cabeza, ratificando la elección de Biden como presidente. La democracia sin demócratas se debilita, de ahí que el gesto del vicepresidente -no obstante ser presionado por Trump para desconocer la elección-, al reanudar la sesión lo honra, al decir: "Hoy hemos defendido nuestro Capitolio. La violencia nunca gana. Gana nuestra libertad; esta sigue siendo la casa del pueblo. Cuando nos volvamos a reunir en esta cámara, el mundo volverá a presenciar la resistencia y la fuerza de nuestra democracia".

Sedición, revuelta, golpe de estado, rebelión, llámesele como se le llame, lo ocurrido en Estados Unidos fue un atentado que socava la democracia liberal que conocemos en ese país y tiende a minar –aún más- la confianza y la legitimidad en los regímenes democráticos del mundo, porque da para pensar que si eso sucede en el país más poderoso y con la democracia más robusta del planeta, qué no podrá acontecer en cualquier otro país del orbe.

Más allá del numeroso conjunto de razones y circunstancias por las que en los Estados Unidos se ha llegado a este punto, conviene saber también que las democracias, además de necesitar demócratas, no pueden prescindir de las instituciones que le dan forma, estructura, viabilidad y fortaleza, y que se llegó desgraciadamente aquí gracias al advenimiento de la posverdad en la escena pública, la constante puesta a punto de las mentiras que se propagan desde los centros del poder establecido, el ocultamiento deliberado de información y datos públicos, la pretensión de avasallar a los otros poderes del Estado, conjurar colaboracionistas antidemocráticos y contar con la desidia e ingenuidad de muchos de que esto es solo parte de la cotidiana lucha política y no una serie de intentos por destruir los fundamentos civilizatorios de la democracia liberal. La mentira trumpiana del fraude electoral, junto con la polarización y los mensajes de odio vertidos a lo largo de su mandato, representan el aguijón que inocula la sedición.

Como lo ha dicho recientemente el historiador Federico Finchelstein, “en el fascismo, la realidad no se define por lo que son los hechos, sino por la opinión del líder sobre lo que deberían ser. Si, con el fin de coincidir con esta verdad, los hechos deben cambiarse, por muy violenta que sea, que así sea”.

Timothy Snyder, profesor de la Universidad de Yale, autor del libro Sobre la tiranía, escribió al respecto que: “La posverdad es prefascismo, y Trump ha sido nuestro presidente de posverdad. Cuando renunciamos a la verdad, concedemos poder a quienes tienen la riqueza y el carisma para crear espectáculo en su lugar. Sin un acuerdo sobre algunos hechos básicos, los ciudadanos no pueden formar la sociedad civil que les permita defenderse. Si perdemos las instituciones que producen hechos que son pertinentes para nosotros, entonces tendemos a revolcarnos en abstracciones y ficciones atractivas. La verdad se defiende particularmente mal cuando no hay mucho de ella… Las redes sociales no son un sustituto: sobrealimentan los hábitos mentales mediante los cuales buscamos estimulación emocional y comodidad, lo que significa perder la distinción entre lo que se siente verdadero y lo que realmente es cierto. La verdad –para el prefascismo, agrego- debe ser reemplazada por el espectáculo, los hechos por la fe”.

En las imágenes del espejo estadounidense pueden encontrarse algunas que resultan quizás perturbadoramente familiares para nuestra realidad mexicana, particularmente las que tienen que ver con las mentiras difundidas desde el poder, la manipulación de la información, el fomento de la crispación social, la división, el aliento al enfrentamiento, la colonización de organismos autónomos, la cooptación al sistema de división de poderes y la destrucción sistemática y empobrecimiento del entramado institucional que soporta la incipiente democracia en el país.

Las mentiras, sabemos, son corrosivas, pero también más vale (por medio de la refracción indirecta que vimos al principio) saberlas reconocer y reflexionar sobre su funcionamiento. Jeremy Bentham, filósofo inglés del siglo XIX que fundó la escuela utilitarista, quien era ajeno a idealismos y trascendentalismos, decía en su gran obra Falacias políticas: “busquemos solamente lo posible, porque harto vasta es semejante tarea para las mentes más lúcidas y los hombres más virtuosos”. El pensamiento de Bentham, como buen liberal, estaba dirigido a garantizar al máximo la objetividad y la publicidad en el tratamiento de los asuntos públicos.

Para Bentham, quien acuñó el término sinister interest o “interés siniestro que es consciente de sí mismo”, en donde todo hombre público está sujeto a la influencia de dos intereses distintos: el público y el privado y casi siempre estos dos intereses son no sólo distintos, sino contrarios, los distintos argumentos que denominó como falacias, comparten algunas de las siguientes características: “su empleo abona la presunción de que se carece de argumentos de peso o de cualquier argumento en absoluto; no son necesarios para ningún buen propósito; no solo pueden ser empleados todos ellos para malos propósitos, sino que suelen serlo en efecto, es decir, para estorbar o impedir la adopción de las medidas que se encaminan a la remoción de los abusos y demás imperfecciones que todavía existen en la estructura y práctica del gobierno; su carácter irrelevante, así como la falta de honestidad y flaqueza que revelan, les hace ser irritantes (sobre todo a los que incurren en personalismos), por lo que destemplan el ánimo y pueden llegar a producir derramamiento de sangre; por parte de quienes los emplean, revelan falta de honradez o debilidad intelectual o desprecio hacia el entendimiento de aquellos a cuyas mentes se dirigen; por parte de quienes les prestan oídos, revelan debilidad intelectual, y en cuanto a aquellos que pretenden darles crédito y a su vez los usan, prueban su falta de sinceridad”.

La conclusión práctica de Bentham es que “cuanto más pueda evitarse el empleo y aceptación de estas falacias, más vigor cobrará el entendimiento público, más quedará su moral purificada y mejor llegará a ser la práctica del gobierno”.

Mientras tanto, al otro lado del espejo, el juicio político contra Donald Trump tiene el apoyo de 218 de los 222 diputados demócratas y la presidenta de la Cámara de Representantes urge al vicepresidente para que invoque la 25ª. Enmienda y destituya a un presidente enajenado o enfermo.