/ lunes 30 de agosto de 2021

Mexicanos de primer mundo

Este fin de semana tuve que realizar el trámite de renovación de mi Visa. Cada 10 años se tiene que estar realizando este trámite. Lo que pude observar en este procedimiento es que no deja de sorprenderme el comportamiento de los mexicanos cuando nos enfrentamos a la burocracia de otros países.

Los trámites ante el gobierno de Estados Unidos son puntuales. No hay nada fuera de orden. Esto no sería posible sin el apoyo y el comportamiento de quienes acudimos a esas instalaciones; no es en la burocracia norteamericana en el que recae mi sorpresa, recae en el comportamiento mío y de nuestros compatriotas.

Quienes acudimos a estos trámites tenemos que realizar una cita con meses de anticipación. Al llegar el día, llegamos puntuales. Sabemos que no es necesario luchar por un lugar en la fila. Con la precisión de un reloj suizo, los empleados de los centros de visado llaman uno a uno a las personas registradas. Todos obedecemos. Nadie quiere utilizar influencias para ser llamado antes.

Un hombre y tres hijos descienden de una Suburban último modelo desciende en el estacionamiento del lugar; como todos, lleva sus documentos bajo el brazo. Sus hijos lo siguen dejando sus aparatos celulares en el vehículo. Ninguno reclama esa acción. Se desprenden gustosos de ellos. Con voz moderada pregunta a los asistentes donde debe colocarse; lo hace de buena manera.

En la fila, una guardia privada, de esas que abundan en cualquier institución pública o privada, esas guardias que todas ignoran en los bancos o en las oficinas de gobierno, aquí, esa guardia es diferente. Sus órdenes son obedecidas al instante. Nadie pone en duda sus instrucciones. De vez en, cuando algún confundido le hace una pregunta, pero cuidando el tono de la voz al máximo y precedido de un “usted disculpe o perdón por molestarla”. La guardia es mexicana. No tiene nada de diferente a sus colegas de otras compañías, o tal vez sí: Ella trabaja para el gobierno de Estados Unidos. "La temperatura era tomada por un termómetro láser directamente en la frente. Nadie cuestionó la medida o exigió que su temperatura fuera tomada desde el brazo. En esas instalaciones el espíritu conspiracionista desapareció. A nadie le quemaban las neuronas"

A un par de personas se les negó la entrada por no llevar el cubrebocas adecuado. Ninguno intentó reclamar que era su derecho no portar el aditamento. Ninguno se puso prepotente con las guardias. Obedecieron. Dieron media vuelta y procuraron conseguir otro cubrebocas para poder ser admitidos en las instalaciones. Todo esto sin emitir una sola palabra de reclamo

Dentro de las instalaciones de los centros de visado las cosas no son muy diferentes. La fila se mantiene ordenada. Las guardias (todas mexicanas), de manera educada, pero firmes, comienzan a dictar órdenes. Pide a los asistentes que saquen sus documentos de las carpetas; quien no lo haga, su turno será retenido. Absolutamente todos obedecemos de nueva cuenta. El señor de la Suburban, casi con temor y la mirada reprimida, solicita el apoyo de la guardia. Le informa que tal vez no tenga con él un par de documentos, quiere saber si eso le traerá problemas. La guardia responde que necesita todos los documentos; lo invita a salir. El hombre obedece. No intentó nada más

La sana distancia se guarda escrupulosamente. Un joven que parece ansioso por los avances en la fila se mueve unos centímetros a su derecha para apreciar que tanta más falta para alcanzar su turno. Una de las guardias lo ve; lanza una advertencia. El joven regresa a su lugar de manera automática balbuceando una especie de disculpas.

Ya en las ventanillas para realizar el trámite, el encargado de revisar la documentación pide que leas unas instrucciones en la pared. Debes contrastar que esas de acuerdo con hablar con la verdad. Es un simple cártel, pero, sin duda, hace que pienses dos veces lo que vas a contestar. El trámite termina. Todo el proceso no lleva más de 30 minutos. El ambiente es de solemnidad y orden. Los mexicanos nos sentimos raros cuando enfrentamos al primer mundo.

Cuando me dicen que los mexicanos no somos noruegos y que es inútil esperar de nosotros orden o respeto a las leyes solo puedo encogerme de hombros. Los mexicanos si podemos ser noruegos, el problema que nuestros gobiernos prefieren seguir siendo bananeros antes que demostrar que ellos si quieren ser primer mundo…

¿Usted qué piensa amable lector? ¿Podemos ser de primer mundo o solo nos disfrazamos cuando la ocasión lo amerita?

Este fin de semana tuve que realizar el trámite de renovación de mi Visa. Cada 10 años se tiene que estar realizando este trámite. Lo que pude observar en este procedimiento es que no deja de sorprenderme el comportamiento de los mexicanos cuando nos enfrentamos a la burocracia de otros países.

Los trámites ante el gobierno de Estados Unidos son puntuales. No hay nada fuera de orden. Esto no sería posible sin el apoyo y el comportamiento de quienes acudimos a esas instalaciones; no es en la burocracia norteamericana en el que recae mi sorpresa, recae en el comportamiento mío y de nuestros compatriotas.

Quienes acudimos a estos trámites tenemos que realizar una cita con meses de anticipación. Al llegar el día, llegamos puntuales. Sabemos que no es necesario luchar por un lugar en la fila. Con la precisión de un reloj suizo, los empleados de los centros de visado llaman uno a uno a las personas registradas. Todos obedecemos. Nadie quiere utilizar influencias para ser llamado antes.

Un hombre y tres hijos descienden de una Suburban último modelo desciende en el estacionamiento del lugar; como todos, lleva sus documentos bajo el brazo. Sus hijos lo siguen dejando sus aparatos celulares en el vehículo. Ninguno reclama esa acción. Se desprenden gustosos de ellos. Con voz moderada pregunta a los asistentes donde debe colocarse; lo hace de buena manera.

En la fila, una guardia privada, de esas que abundan en cualquier institución pública o privada, esas guardias que todas ignoran en los bancos o en las oficinas de gobierno, aquí, esa guardia es diferente. Sus órdenes son obedecidas al instante. Nadie pone en duda sus instrucciones. De vez en, cuando algún confundido le hace una pregunta, pero cuidando el tono de la voz al máximo y precedido de un “usted disculpe o perdón por molestarla”. La guardia es mexicana. No tiene nada de diferente a sus colegas de otras compañías, o tal vez sí: Ella trabaja para el gobierno de Estados Unidos. "La temperatura era tomada por un termómetro láser directamente en la frente. Nadie cuestionó la medida o exigió que su temperatura fuera tomada desde el brazo. En esas instalaciones el espíritu conspiracionista desapareció. A nadie le quemaban las neuronas"

A un par de personas se les negó la entrada por no llevar el cubrebocas adecuado. Ninguno intentó reclamar que era su derecho no portar el aditamento. Ninguno se puso prepotente con las guardias. Obedecieron. Dieron media vuelta y procuraron conseguir otro cubrebocas para poder ser admitidos en las instalaciones. Todo esto sin emitir una sola palabra de reclamo

Dentro de las instalaciones de los centros de visado las cosas no son muy diferentes. La fila se mantiene ordenada. Las guardias (todas mexicanas), de manera educada, pero firmes, comienzan a dictar órdenes. Pide a los asistentes que saquen sus documentos de las carpetas; quien no lo haga, su turno será retenido. Absolutamente todos obedecemos de nueva cuenta. El señor de la Suburban, casi con temor y la mirada reprimida, solicita el apoyo de la guardia. Le informa que tal vez no tenga con él un par de documentos, quiere saber si eso le traerá problemas. La guardia responde que necesita todos los documentos; lo invita a salir. El hombre obedece. No intentó nada más

La sana distancia se guarda escrupulosamente. Un joven que parece ansioso por los avances en la fila se mueve unos centímetros a su derecha para apreciar que tanta más falta para alcanzar su turno. Una de las guardias lo ve; lanza una advertencia. El joven regresa a su lugar de manera automática balbuceando una especie de disculpas.

Ya en las ventanillas para realizar el trámite, el encargado de revisar la documentación pide que leas unas instrucciones en la pared. Debes contrastar que esas de acuerdo con hablar con la verdad. Es un simple cártel, pero, sin duda, hace que pienses dos veces lo que vas a contestar. El trámite termina. Todo el proceso no lleva más de 30 minutos. El ambiente es de solemnidad y orden. Los mexicanos nos sentimos raros cuando enfrentamos al primer mundo.

Cuando me dicen que los mexicanos no somos noruegos y que es inútil esperar de nosotros orden o respeto a las leyes solo puedo encogerme de hombros. Los mexicanos si podemos ser noruegos, el problema que nuestros gobiernos prefieren seguir siendo bananeros antes que demostrar que ellos si quieren ser primer mundo…

¿Usted qué piensa amable lector? ¿Podemos ser de primer mundo o solo nos disfrazamos cuando la ocasión lo amerita?