/ miércoles 17 de febrero de 2021

Más allá del reparto de vacunas: La Salud Mental

A casi un año del confinamiento inicial en México por la pandemia del Covid-19 nuestra vida ha cambiado sustantivamente, podemos apreciarlo en la forma en la que nos relacionamos ahora con el mundo y en nuestras relaciones más íntimas, pero su pleno impacto apenas alcanza a dimensionarse. Las estadísticas nacionales y mundiales arrojan resultados de retroceso y colapso en la economía, salud, educación y representan un reto del Estado para dotar desde la política pública acciones que minimicen el impacto.

Los estragos son palpables en la proliferación de las violencias y el aumento de las brechas de desigualdad y exige cada vez más la realización de un diagnóstico serio que nos permita poner en la luz una visión integral de la salud y su prevención, a través de programas y servicios que debieron desde inicio ser prioridad complementaria como es la atención a la salud mental. Es justo su invisivilización la que empaña la esperanza de una nueva normalidad de mayor estabilidad y plenitud, más allá de la “logística” del reparto de vacunas.

A finales del 2020, la Organización Mundial de la Salud daba a conocer un estudio con la finalidad de dar a conocer un primer diagnóstico sobre las alteraciones sufridas por los servicios de salud mental donde destaca de manera preocupante las perturbaciones en un 60% de los países en los sectores de mayor vulnerabilidad incluidos niños, niñas y adolescentes, personas mayores y las mujeres que requieren servicios prenatales y postnatales.

Ahora mismo podemos apreciar la falta de programas, campañas de apoyo, seguimiento y prevención que podrían colgarse a través de los espacios físicos y el ciberespacio, la gestión social de trabajo en conjunto con sectores sociales y empresariales para mayor sinergia, así como la importancia de sensibilización del personal de atención en lo público.

Si nos colocamos a pensar en los nuevos retos del día a día encontramos en ellos un reto reciente, del que no damos crédito, y del que urge medir su impacto, tan solo veamos el rostro de la pandemia en la ansiedad que provoca la incertidumbre, la depresión derivada de los problemas económicos, la soledad en el confinamiento, la falta de convivencia familiar y amigos, de los espacios comunes, especialmente para los más pequeños, el duelo por la pérdida de seres queridos de los que es ahora imposible despedirse, la distribución de las tareas del hogar y del cuidado, estos aspectos aparecen totalmente en el olvido de la política pública.

Mientras se avanzan en la producción y distribución de las vacunas, y tenemos centrada nuestra atención a estos procesos, la sombra del aumento del uso de drogas y alcohol, la falta de medicamentos, la atención médica y el acceso a la justicia avanza también y nos desarma socialmente para pensar en un futuro de corto y mediano plazo de mejor convivencia con el mundo y nuestras relaciones personales.

Es impostergable seguir continuando sin voltear a ver a la salud mental, un paso más sin ella como centro, será un paso en falso.

A casi un año del confinamiento inicial en México por la pandemia del Covid-19 nuestra vida ha cambiado sustantivamente, podemos apreciarlo en la forma en la que nos relacionamos ahora con el mundo y en nuestras relaciones más íntimas, pero su pleno impacto apenas alcanza a dimensionarse. Las estadísticas nacionales y mundiales arrojan resultados de retroceso y colapso en la economía, salud, educación y representan un reto del Estado para dotar desde la política pública acciones que minimicen el impacto.

Los estragos son palpables en la proliferación de las violencias y el aumento de las brechas de desigualdad y exige cada vez más la realización de un diagnóstico serio que nos permita poner en la luz una visión integral de la salud y su prevención, a través de programas y servicios que debieron desde inicio ser prioridad complementaria como es la atención a la salud mental. Es justo su invisivilización la que empaña la esperanza de una nueva normalidad de mayor estabilidad y plenitud, más allá de la “logística” del reparto de vacunas.

A finales del 2020, la Organización Mundial de la Salud daba a conocer un estudio con la finalidad de dar a conocer un primer diagnóstico sobre las alteraciones sufridas por los servicios de salud mental donde destaca de manera preocupante las perturbaciones en un 60% de los países en los sectores de mayor vulnerabilidad incluidos niños, niñas y adolescentes, personas mayores y las mujeres que requieren servicios prenatales y postnatales.

Ahora mismo podemos apreciar la falta de programas, campañas de apoyo, seguimiento y prevención que podrían colgarse a través de los espacios físicos y el ciberespacio, la gestión social de trabajo en conjunto con sectores sociales y empresariales para mayor sinergia, así como la importancia de sensibilización del personal de atención en lo público.

Si nos colocamos a pensar en los nuevos retos del día a día encontramos en ellos un reto reciente, del que no damos crédito, y del que urge medir su impacto, tan solo veamos el rostro de la pandemia en la ansiedad que provoca la incertidumbre, la depresión derivada de los problemas económicos, la soledad en el confinamiento, la falta de convivencia familiar y amigos, de los espacios comunes, especialmente para los más pequeños, el duelo por la pérdida de seres queridos de los que es ahora imposible despedirse, la distribución de las tareas del hogar y del cuidado, estos aspectos aparecen totalmente en el olvido de la política pública.

Mientras se avanzan en la producción y distribución de las vacunas, y tenemos centrada nuestra atención a estos procesos, la sombra del aumento del uso de drogas y alcohol, la falta de medicamentos, la atención médica y el acceso a la justicia avanza también y nos desarma socialmente para pensar en un futuro de corto y mediano plazo de mejor convivencia con el mundo y nuestras relaciones personales.

Es impostergable seguir continuando sin voltear a ver a la salud mental, un paso más sin ella como centro, será un paso en falso.