/ martes 12 de noviembre de 2019

Los muertos que vos matasteis gozan de buena salud

Los versos del título, son tomados de la obra de teatro en verso del poeta romántico español José Zorrilla (1817-1893). Vienen al caso, porque en esta semana tuve una inesperada llamada telefónica de Hermosillo, Sonora, del estimado amigo licenciado Rafael Acuña, preguntándome cómo me encontraba de salud, porque a él le habían informado amigos comunes (licenciados Lamberto Guerrero y Miguel Ángel Bayliss, de ciudad Obregón) que yo había sufrido un accidente. Acuña en Sonora y yo en Sinaloa, fuimos de la primera generación de delegados de Infonavit con el licenciado Jesús Silva Herzog-Flores, y Guerrero y Bayliss fueron, con mi hermano Florencio, compañeros estudiantes de la Escuela Superior de Economía, del IPN. Rafael, a su vez, a principios del sexenio lopezobradorista, se incorporó, en su tierra, al equipo de su paisano licenciado AlfonsoDurazo.


A Acuña lo tranquilizó que le contestara que me encontraba bien, que solamente había tenido un desprendimiento de retina en enero pasado, pero que, después de la exitosa intervención quirúrgica, nueve meses después me habían diagnosticado que ya había recuperado la vista en un 99%. Bayliss fue más explícito; cuando me comuniqué con él me dijo que a un hermano suyo le habían informado que yo había fallecido. Le agradecí por su preocupación solidaria y ya no indagué más. Al amigo Lamberto lo contacté por correo electrónico y se aclaró todo.

Lo anterior viene al caso, porque no recuerdo si al finalizar el sexenio del gobierno estatal anterior o a principios del presente, ocurrió lo mismo. De pronto tuve, entonces, varias llamadas telefónicas de familiares y amigos, preocupados porque les habían informado de mi muerte. Entre ellos, el estimado escritor y pariente Juan José Rodríguez a quien le dieron la noticia encontrándose, parece ser, en la Feria del Libro de Guadalajara, comunicándose, alarmado, con su esposa, para confirmarlo, y ésta, a su vez, llamó a mis hermanas para lo mismo. Me parece que esa vez alarmaron, igualmente, hasta a la buena amiga María Muñiz. Cuando me dijo que le daba pena hablarme para eso, le contesté que no se preocupara, que según las sentencias del pueblo, esa situación y soñarlo a uno muerto, traía buena suerte. Y le agradecí sinceramente.

Tengo en mi memoria que escribí informando a los lectores que me acababa de enterar que había fallecido. Ahora lo vuelvo a hacer. Tal vez en la ocasión anterior cité, como hoy, los versos de Zorrilla porque, aunque para algunos no sea divertido, este muerto que una vez más mataron, goza de buena salud. Es cuanto.

Los versos del título, son tomados de la obra de teatro en verso del poeta romántico español José Zorrilla (1817-1893). Vienen al caso, porque en esta semana tuve una inesperada llamada telefónica de Hermosillo, Sonora, del estimado amigo licenciado Rafael Acuña, preguntándome cómo me encontraba de salud, porque a él le habían informado amigos comunes (licenciados Lamberto Guerrero y Miguel Ángel Bayliss, de ciudad Obregón) que yo había sufrido un accidente. Acuña en Sonora y yo en Sinaloa, fuimos de la primera generación de delegados de Infonavit con el licenciado Jesús Silva Herzog-Flores, y Guerrero y Bayliss fueron, con mi hermano Florencio, compañeros estudiantes de la Escuela Superior de Economía, del IPN. Rafael, a su vez, a principios del sexenio lopezobradorista, se incorporó, en su tierra, al equipo de su paisano licenciado AlfonsoDurazo.


A Acuña lo tranquilizó que le contestara que me encontraba bien, que solamente había tenido un desprendimiento de retina en enero pasado, pero que, después de la exitosa intervención quirúrgica, nueve meses después me habían diagnosticado que ya había recuperado la vista en un 99%. Bayliss fue más explícito; cuando me comuniqué con él me dijo que a un hermano suyo le habían informado que yo había fallecido. Le agradecí por su preocupación solidaria y ya no indagué más. Al amigo Lamberto lo contacté por correo electrónico y se aclaró todo.

Lo anterior viene al caso, porque no recuerdo si al finalizar el sexenio del gobierno estatal anterior o a principios del presente, ocurrió lo mismo. De pronto tuve, entonces, varias llamadas telefónicas de familiares y amigos, preocupados porque les habían informado de mi muerte. Entre ellos, el estimado escritor y pariente Juan José Rodríguez a quien le dieron la noticia encontrándose, parece ser, en la Feria del Libro de Guadalajara, comunicándose, alarmado, con su esposa, para confirmarlo, y ésta, a su vez, llamó a mis hermanas para lo mismo. Me parece que esa vez alarmaron, igualmente, hasta a la buena amiga María Muñiz. Cuando me dijo que le daba pena hablarme para eso, le contesté que no se preocupara, que según las sentencias del pueblo, esa situación y soñarlo a uno muerto, traía buena suerte. Y le agradecí sinceramente.

Tengo en mi memoria que escribí informando a los lectores que me acababa de enterar que había fallecido. Ahora lo vuelvo a hacer. Tal vez en la ocasión anterior cité, como hoy, los versos de Zorrilla porque, aunque para algunos no sea divertido, este muerto que una vez más mataron, goza de buena salud. Es cuanto.

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