/ viernes 26 de noviembre de 2021

Lo que hay que ver: “Finch” y “Una Película de Policías”

Finch

Un científico moribundo (Finch, interpretado por Tom Hanks) su perro fiel y un aprendiz de robot es todo lo que el director británico de origen argentino, Miguel Sapotchnick, necesita para llevarnos a un viaje conmovedor por el camino de la fragilidad humana. Si bien el argumento de Finch (Estados Unidos, 2021) se parece a otras historias acerca del fin del mundo, dista mucho de ser una de esos churros de acción y terror en los que los sobrevivientes se enfrentan a un ejército de zombies.

El mundo ha sido devastado por un cataclismo solar. Los pocos sobrevivientes a los estragos de la radiación han escapado en desbandada hacia las escasas regiones donde la vida aún es posible. Pero no Finch, quien es un tipo solitario, que lo único que desea es la soledad en la que ha vivido por años, recluido dentro de un búnker subterráneo. Durante todo ese tiempo su única compañía ha sido Goodyear, su perro, y un robot decrépito (Dewey) que termina por perecer.

Las condiciones del búnker ya no son seguras, lo que obliga a Finch a abandonarlo para salir en busca de comida y un nuevo hogar. Así, iniciará un viaje cuyo destino será San Francisco, ciudad de donde Finch alguna vez recibió una tarjeta postal enviada por su padre, un hombre a quien ni siquiera conoce. Antes de embarcarse en el último viaje de su vida, Finch aplica sus conocimientos en ingeniería robótica para crear un robot humanoide (Jeff) que al igual que un niño pequeño, tiene que aprender cosas básicas como caminar o correr. Pero sobre todo debe aprender a sentir en la forma como lo haría un ser humano (la experiencia humana).

Es en ese último viaje donde radica el alma del discurso planteado en la cinta. Se trata de la preparación espiritual de un hombre antes de partir de este mundo. Es el epílogo de su propia experiencia humana. No se trata de alguien temeroso de la muerte, sino de alguien consciente de la importancia de emprender la gran partida sin culpas ni remordimientos. “Ojalá y hubiera aprovechado mejor el tiempo”, dice Finch con resignación cuando se sienta a conversar, en medio de un paisaje árido y desolado, con Jeff. No es común que el cine comercial gringo aborde el fenómeno de la muerte de una manera espiritual. La escena en la que el cadáver de Finch, envuelto en una mortaja blanca, se quema ante las miradas de Goodyear y Jeff, evoca las piras funerarias hindúes que arden a orillas del río Ganges. Cine de la vieja escuela, la escuela de Steven Spielberg (Amblin Entertainment, fundado por el propio Spielberg, es uno de los productores de la película). Estamos hablando de una historia llena de momentos emotivos y un final luminoso, que en definitiva la hacen memorable.

Una Película de Policías

En su intento voraz por hacerse de una audiencia más amplia, Netflix ha apostado por el cine documental en todas sus vertientes, incluido el falso documental. Un género en el que la ficción se funde con el documental, mediante el uso de entrevistas y la recreación de determinadas situaciones por parte de actores. Una Película de Policías (Alonso Ruizpalacios, México 2021) pertenece precisamente al género.

El relato se centra en la vida cotidiana de los dos personajes protagónicos: Teresa y Montoya. Un par de policías (caracterizados por Mónica del Carmen y Raúl Briones), que sin pelos en la lengua y, a veces con humor, nos narran no sólo las razones por las que decidieron convertirse en polis, sino también el desprestigio, el peligro y la chinga que supone andar en las calles de la Ciudad de México a bordo de una patrulla. Además de eso nos relatan la historia de amor que los une; una historia surgida de su relación como pareja laboral, la cual a fuerza de complicidad y de cuidarse las espaldas, se convirtió en pareja sentimental: “la patrulla del amor”.

La cinta es contundente. Consigue desnudar, al menos en una pequeña parte, a la policía de la CDMX. Aquí la realidad está vista, no por el ojo de los ciudadanos, sino por el de los policías. Esos mismos policías que muchas veces inspiran desconfianza y sospecha entre la gente. La película se pone de su lado. Su propia mirada nos revela lo locos que están, lo corruptos que son y lo que los motiva a seguir adelante aunque la cosa esté de la chingada. Aquí los policías son las víctimas y “el sistema” el victimario. Queda también retratada esa actitud desdeñosa e intransigente, que mostramos la mayoría de los mexicanos ante la autoridad y las leyes.

Tanto los diálogos (surgidos del guión) como las actuaciones de los protagonistas son notables. El personaje de Teresa es sin duda el mejor trazado y el más creíble. En el caso de Montoya, su físico (cuerpo delgado, tez blanca, rasgos afilados) no concuerda del todo con el arquetipo del policía chilango, el cual suele ser bajito, moreno y regordete a fuerza de recetarse tantas tortas de tamal y tacos de canasta. Algo parecido ocurre con algunas recreaciones de las aventuras policíacas narradas por los propios Teresa y Montoya. Por ejemplo cuando detienen a un asaltante tras corretearlo por varias calles. El presunto delincuente parece más un estudiante fifí del Tec de Monterrey, que uno de esos malandros que fuman piedra y salen a robar al grito de “¡Ya se la saben, cabrones!”

Quizá si la película, además de mostrar de un modo intimista la existencia de los policías que tienen la misión de cuidar y proteger a los chilangos, mostrara también cuál es la relación cotidiana de complicidad entre esos mismos policías y el crimen organizado, Una Historia de Policías pasaría de ser sólo un documental de Netflix, para convertirse en un auténtico documento de denuncia. Algún espectador (de otro país desde luego) podría llegar a poner en duda la veracidad de lo que está viendo en pantalla. Por desgracia eso sólo es una mínima parte de la cruda realidad.

Finch

Un científico moribundo (Finch, interpretado por Tom Hanks) su perro fiel y un aprendiz de robot es todo lo que el director británico de origen argentino, Miguel Sapotchnick, necesita para llevarnos a un viaje conmovedor por el camino de la fragilidad humana. Si bien el argumento de Finch (Estados Unidos, 2021) se parece a otras historias acerca del fin del mundo, dista mucho de ser una de esos churros de acción y terror en los que los sobrevivientes se enfrentan a un ejército de zombies.

El mundo ha sido devastado por un cataclismo solar. Los pocos sobrevivientes a los estragos de la radiación han escapado en desbandada hacia las escasas regiones donde la vida aún es posible. Pero no Finch, quien es un tipo solitario, que lo único que desea es la soledad en la que ha vivido por años, recluido dentro de un búnker subterráneo. Durante todo ese tiempo su única compañía ha sido Goodyear, su perro, y un robot decrépito (Dewey) que termina por perecer.

Las condiciones del búnker ya no son seguras, lo que obliga a Finch a abandonarlo para salir en busca de comida y un nuevo hogar. Así, iniciará un viaje cuyo destino será San Francisco, ciudad de donde Finch alguna vez recibió una tarjeta postal enviada por su padre, un hombre a quien ni siquiera conoce. Antes de embarcarse en el último viaje de su vida, Finch aplica sus conocimientos en ingeniería robótica para crear un robot humanoide (Jeff) que al igual que un niño pequeño, tiene que aprender cosas básicas como caminar o correr. Pero sobre todo debe aprender a sentir en la forma como lo haría un ser humano (la experiencia humana).

Es en ese último viaje donde radica el alma del discurso planteado en la cinta. Se trata de la preparación espiritual de un hombre antes de partir de este mundo. Es el epílogo de su propia experiencia humana. No se trata de alguien temeroso de la muerte, sino de alguien consciente de la importancia de emprender la gran partida sin culpas ni remordimientos. “Ojalá y hubiera aprovechado mejor el tiempo”, dice Finch con resignación cuando se sienta a conversar, en medio de un paisaje árido y desolado, con Jeff. No es común que el cine comercial gringo aborde el fenómeno de la muerte de una manera espiritual. La escena en la que el cadáver de Finch, envuelto en una mortaja blanca, se quema ante las miradas de Goodyear y Jeff, evoca las piras funerarias hindúes que arden a orillas del río Ganges. Cine de la vieja escuela, la escuela de Steven Spielberg (Amblin Entertainment, fundado por el propio Spielberg, es uno de los productores de la película). Estamos hablando de una historia llena de momentos emotivos y un final luminoso, que en definitiva la hacen memorable.

Una Película de Policías

En su intento voraz por hacerse de una audiencia más amplia, Netflix ha apostado por el cine documental en todas sus vertientes, incluido el falso documental. Un género en el que la ficción se funde con el documental, mediante el uso de entrevistas y la recreación de determinadas situaciones por parte de actores. Una Película de Policías (Alonso Ruizpalacios, México 2021) pertenece precisamente al género.

El relato se centra en la vida cotidiana de los dos personajes protagónicos: Teresa y Montoya. Un par de policías (caracterizados por Mónica del Carmen y Raúl Briones), que sin pelos en la lengua y, a veces con humor, nos narran no sólo las razones por las que decidieron convertirse en polis, sino también el desprestigio, el peligro y la chinga que supone andar en las calles de la Ciudad de México a bordo de una patrulla. Además de eso nos relatan la historia de amor que los une; una historia surgida de su relación como pareja laboral, la cual a fuerza de complicidad y de cuidarse las espaldas, se convirtió en pareja sentimental: “la patrulla del amor”.

La cinta es contundente. Consigue desnudar, al menos en una pequeña parte, a la policía de la CDMX. Aquí la realidad está vista, no por el ojo de los ciudadanos, sino por el de los policías. Esos mismos policías que muchas veces inspiran desconfianza y sospecha entre la gente. La película se pone de su lado. Su propia mirada nos revela lo locos que están, lo corruptos que son y lo que los motiva a seguir adelante aunque la cosa esté de la chingada. Aquí los policías son las víctimas y “el sistema” el victimario. Queda también retratada esa actitud desdeñosa e intransigente, que mostramos la mayoría de los mexicanos ante la autoridad y las leyes.

Tanto los diálogos (surgidos del guión) como las actuaciones de los protagonistas son notables. El personaje de Teresa es sin duda el mejor trazado y el más creíble. En el caso de Montoya, su físico (cuerpo delgado, tez blanca, rasgos afilados) no concuerda del todo con el arquetipo del policía chilango, el cual suele ser bajito, moreno y regordete a fuerza de recetarse tantas tortas de tamal y tacos de canasta. Algo parecido ocurre con algunas recreaciones de las aventuras policíacas narradas por los propios Teresa y Montoya. Por ejemplo cuando detienen a un asaltante tras corretearlo por varias calles. El presunto delincuente parece más un estudiante fifí del Tec de Monterrey, que uno de esos malandros que fuman piedra y salen a robar al grito de “¡Ya se la saben, cabrones!”

Quizá si la película, además de mostrar de un modo intimista la existencia de los policías que tienen la misión de cuidar y proteger a los chilangos, mostrara también cuál es la relación cotidiana de complicidad entre esos mismos policías y el crimen organizado, Una Historia de Policías pasaría de ser sólo un documental de Netflix, para convertirse en un auténtico documento de denuncia. Algún espectador (de otro país desde luego) podría llegar a poner en duda la veracidad de lo que está viendo en pantalla. Por desgracia eso sólo es una mínima parte de la cruda realidad.