/ miércoles 7 de abril de 2021

Lo políticamente correcto

“Generación de cristal” hemos sido etiquetados constantemente a quienes nos toca vivir en este tiempo y espacio de constante cambio legal y cultural. Y es que, visto con añoranza, el pasado es siempre perfecto y nadie cambia lo perfecto por lo incierto.

Recuerdo el asombro con el que me enfrenté, como madre primeriza, a la convivencia social de mi hijo en su etapa preescolar. Eran los primeros años de implementación en algunas escuelas del protocolo para prevenir y atender el Bullying o acoso escolar; y todas las manifestaciones de las violencias ahí contempladas eran totalmente ordinarias en mi etapa de estudiante, en la convivencia en casa, con familiares y amigos cercanos: eran un estilo de convivencia normada así que padres y madres estábamos divididos respecto a la responsabilidad que teníamos, en conjunto, con las instituciones educativas en guiar a nuestras hijas e hijos en este enorme cambio.

Y es que pensemos, ¿qué herramientas teníamos y aún tenemos para dar este salto cultural? Si nos remontamos a la forma en la que fuimos educado/as para entender los límites en el comportamiento social y familiar, ¿cómo olvidar los métodos de disciplina a través de la famosa chancla? Y si tuvieron “suerte”, ¿los pellizcos? Y los “métodos de corrección” aún vigentes en nuestra etapa escolar en muchas escuelas urbanas y rurales: ¿el borrador del pizarrón?... Solo por mencionar algunos.

En los primeros años de mis clases de la licenciatura en derecho, específicamente en la clase de derechos humanos, una de mis compañeras, que era mamá de un niño que cursaba primaria, lloraba mientras nos relataba su experiencia de cómo su propio hijo la había denunciado en su escuela por maltrato físico y verbal, mientras enfrentaba revisiones y acompañamiento del DIF municipal. Entre asombro y debate, y desde el punto de vista de nuestra formación como abogadas y abogados, tratábamos de entender nuestro tiempo y estábamos, ya, llamados a empujar los cambios.

De las transformaciones en política más disruptivas que me ha tocado presenciar, sin duda fue la campaña presidencial de Vicente Fox Quesada. Como candidato, más allá de su imagen, su irrupción en el cambio del lenguaje fue un parteaguas, específicamente el “chiquillos y chiquillas”, con muchas imperfecciones a la luz de nuestros tiempos y avances, pero fue la primera vez que se verbalizaba al otro tipo de ser humano que no era varón, para hacerlo presente: a las niñas y a las mujeres.

Es entonces que esta generación ha enfrentado el reto de re aprender a comunicarse y relacionarse, pasando a deconstruir desde la violencia y la discriminación hasta el sexismo que nos acompañó, de manera invisible, en nuestras relaciones y espacios más personales hasta naturalizarlo en lo público.

La política es el arte de vivir en sociedad, que inicia con el reconocimiento al otro/a, da vida a nuestro sentido de comunidad humana, al establecimiento de formas de organización y de convivencia, pasando por el propio lenguaje, que brindan la seguridad, el desarrollo y plenitud de todas y todos.

En este sentido, hacer lo correcto implica aplicar la ética, esta que nos distingue de los otros seres vivos y en nuestra convivencia social, para así respetar y no avasallar, incluir y de este modo entender que estamos llamados a garantizar el espacio social del otro/a, y eso es lo mínimo a lo que nos conminan los cambios de lo llamado “políticamente correcto” de la “generación de cristal”.

No sorprende que el cambio se haga presente una vez más, porque es lo único constante… Lo que sí sorprende es la resistencia a la evolución.

“Generación de cristal” hemos sido etiquetados constantemente a quienes nos toca vivir en este tiempo y espacio de constante cambio legal y cultural. Y es que, visto con añoranza, el pasado es siempre perfecto y nadie cambia lo perfecto por lo incierto.

Recuerdo el asombro con el que me enfrenté, como madre primeriza, a la convivencia social de mi hijo en su etapa preescolar. Eran los primeros años de implementación en algunas escuelas del protocolo para prevenir y atender el Bullying o acoso escolar; y todas las manifestaciones de las violencias ahí contempladas eran totalmente ordinarias en mi etapa de estudiante, en la convivencia en casa, con familiares y amigos cercanos: eran un estilo de convivencia normada así que padres y madres estábamos divididos respecto a la responsabilidad que teníamos, en conjunto, con las instituciones educativas en guiar a nuestras hijas e hijos en este enorme cambio.

Y es que pensemos, ¿qué herramientas teníamos y aún tenemos para dar este salto cultural? Si nos remontamos a la forma en la que fuimos educado/as para entender los límites en el comportamiento social y familiar, ¿cómo olvidar los métodos de disciplina a través de la famosa chancla? Y si tuvieron “suerte”, ¿los pellizcos? Y los “métodos de corrección” aún vigentes en nuestra etapa escolar en muchas escuelas urbanas y rurales: ¿el borrador del pizarrón?... Solo por mencionar algunos.

En los primeros años de mis clases de la licenciatura en derecho, específicamente en la clase de derechos humanos, una de mis compañeras, que era mamá de un niño que cursaba primaria, lloraba mientras nos relataba su experiencia de cómo su propio hijo la había denunciado en su escuela por maltrato físico y verbal, mientras enfrentaba revisiones y acompañamiento del DIF municipal. Entre asombro y debate, y desde el punto de vista de nuestra formación como abogadas y abogados, tratábamos de entender nuestro tiempo y estábamos, ya, llamados a empujar los cambios.

De las transformaciones en política más disruptivas que me ha tocado presenciar, sin duda fue la campaña presidencial de Vicente Fox Quesada. Como candidato, más allá de su imagen, su irrupción en el cambio del lenguaje fue un parteaguas, específicamente el “chiquillos y chiquillas”, con muchas imperfecciones a la luz de nuestros tiempos y avances, pero fue la primera vez que se verbalizaba al otro tipo de ser humano que no era varón, para hacerlo presente: a las niñas y a las mujeres.

Es entonces que esta generación ha enfrentado el reto de re aprender a comunicarse y relacionarse, pasando a deconstruir desde la violencia y la discriminación hasta el sexismo que nos acompañó, de manera invisible, en nuestras relaciones y espacios más personales hasta naturalizarlo en lo público.

La política es el arte de vivir en sociedad, que inicia con el reconocimiento al otro/a, da vida a nuestro sentido de comunidad humana, al establecimiento de formas de organización y de convivencia, pasando por el propio lenguaje, que brindan la seguridad, el desarrollo y plenitud de todas y todos.

En este sentido, hacer lo correcto implica aplicar la ética, esta que nos distingue de los otros seres vivos y en nuestra convivencia social, para así respetar y no avasallar, incluir y de este modo entender que estamos llamados a garantizar el espacio social del otro/a, y eso es lo mínimo a lo que nos conminan los cambios de lo llamado “políticamente correcto” de la “generación de cristal”.

No sorprende que el cambio se haga presente una vez más, porque es lo único constante… Lo que sí sorprende es la resistencia a la evolución.