/ viernes 19 de agosto de 2022

La voz del cácaro | Quince Minutos de Fama

De todas las recompensas que puede traer el cine, la fama es la más efímera y engañosa. Un día eres un perfecto desconocido y otro apareces en un periódico o en un podcast. ¿Pero cuánto puede durar esa fama? En la mayoría de los casos muy poco. A veces solo quince minutos. Eso sí, podrían llegar a ser los quince minutos más memorables de una vida. ¿Dónde comienza esa fama y dónde termina? En realidad no hay un lugar determinado, aunque el Teatro Chino en Hollywood Boulevard podría ser una locación soñada. Eso sí, habría que ir bien acompañado.

Conocí a Julio Bove en la fiesta de bienvenida del Festival de Cine Latino de Los Ángeles. Bove era uno de los meros efectivos del festival. Oficialmente, era jefe de relaciones públicas, aunque estaba en todo, hasta en la selección de las ladies que te recibían con unos buenos mezcales en la entrada del Egyptian Theatre. Bove había visto mi segunda película y le había gustado y por eso la había invitado al festival.

A las dos de la mañana terminó la fiesta en el Egyptian, y como ya andábamos a medios chiles, traíamos cuerda para rato. Fue cuando Bove nos invitó a otra fiesta, esta era en Hollywood Hills, el famoso vecindario, donde habita una buena parte del bestiario hollywoodense. Como a las seis de la mañana, Bove se me acercó y me dijo, ya estoy muy pedo, vámonos. Me dejó en el hotel Roosvelt y lo vi perderse en su BMW, zigzagueando en dirección a Sunset Boulevard, que para esa hora ya comenzaba a iluminarse con los primeros rayos de sol. Volví a ver a Bove al medio día, en un almuerzo organizado por Sony Pictures. No solo estaba crudo, estaba bien encabronado. “Perdí mi celular en la borrachera”, se lamentaba con su acento gringoargentino, mientras le daba un largo trago a su bloody Mary. “Imagínate, todos mis contactos están ahí. Sin el teléfono, yo no puedo trabajar”.

Una hora más tarde, mientras íbamos en el BMW hacia otro almuerzo, paramos en una gasolinera. En tanto, Bove seguía maldiciendo. “¡Suerte, hija de puta!”, exclamaba temblando de ira. De repente llevé mi mano a la palanca del asiento para ajustar la inclinación y fue cuando mis dedos se toparon con el mentado celular.

Al fragor de la borrachera, el aparato acabó atrapado en el espacio que hay entre la puerta y el asiento. Levanté el teléfono y se lo entregué a Bove. Pocas veces he visto a alguien más conmovido. No sabía qué decirme, solo que era lo mejor que le había ocurrido en ese día que estaba tan golpeado por aquella cruda espantosa. Se me quedó mirando y luego me preguntó con malicia: “Oye, nene, ¿no te gustaría presentar tu peli en una función especial en el Teatro Chino?”

En dos días, Bove armó el numerito. Consiguió una de las salas del Teatro Chino para una única función. Nunca había visto a alguien con esa habilidad para hacer que las cosas sucedan. Por supuesto yo no supe a qué trato llegó con el Teatro Chino, no me lo dijo, pero estaba sobreentendido que de lo que se hiciera en taquilla, yo no vería ni un centavo. Como quien dice, me estaban haciendo el favor de poner mi peli. Me estaban haciendo el sueño americano realidad. Ni modo que me pusiera moñudo con eso de que además quería una parte de la taquilla.

Fame

La cajera de GAP, una chica de ojos rasgados, me gusta. Podría ser vietnamita o de Camboya. No importa. Tiene tipo de mujer desmadroza y eso es lo que cuenta. “Devora”, se lee en el gafete que trae colgado del cuello. Caray. En la noche es la función y no tengo con quién ir. Eso de llegar de a soledad a tu propia película, sí que está muy loser. Me le quedo mirando a Devora. Me regresa la mirada. Me Sonríe. Le Sonrío. “Qué linda está la camisa que te llevas”, me dice mientras le entrego mis dolaritos. “La voy a estrenar en la noche. ¿No quieres venir al cine?”, le respondo. Sonríe de nuevo. Me entrega el cambio y apunta su número de teléfono en un papelito y me lo da. ¡L.A. woman, you´re my woman!

Son las ocho menos cinco, la gente sigue entrando a la sala del Teatro Chino. Bove, ya con el celular en su poder, hizo magia. Movió a su inmensa flota de críticos de cine, periodistas y chichifos, aspirantes a actores y modelos, y llenó la sala. ¡Ahí viene Devora! ¡Acudió a mi llamado! Está enfundada en un vestido negro de terciopelo con tirantes, que deja ver sus brazos tatuados con los personajes de las películas de Harry Potter. Pelo teñido de rojo, minifalda de cuadritos, gafas oscuras Ray Ban. Devora es como un personaje sacado de las páginas de algún comic tipo manga. Definitivamente, Devora no pasa desapercibida. Ni siquiera en Los Ángeles. Todavía no soy famoso, pero estoy a un paso.

Comienza la función, me salgo de la sala sin Devora; la verdad me da terror ver la reacción del público frente a mi película. Por ahí del minuto ochenta y tantos vuelvo a entrar a la sala. Total, ya solo faltan cinco minutos para que termine. Termina, pero las luces no se encienden. En vez de eso, la voz de Bove se escucha de repente en los altavoces de la sala: “Por favor permanezcan en sus lugares, casualmente el director de la película se encuentra con nosotros, y con mucho gusto responderá las preguntas que ustedes deseen hacerle sobre su película”.

Antes de que pueda volver a huir de la sala, la luz de un reflector cae sobre mí como un relámpago. ¡Flash! Devora, que se encuentra en la butaca de al lado, comienza a aplaudir y a chiflar, como para que todos en la sala me observen. Algunos del público también chiflan y aplauden. Las piernas me tiemblan, igual que las manos. Un sudor frío escurre por mis mejillas. ¿Y ahora? Ahora nomás queda aguantar vara. En eso aparece Bove; me mira por un momento, sonríe y me da un abrazo mientras me exclama al oído: “Son tus quince minutos de fama, nene. Aprovéchalos, porque una vez que salgas de este Teatro, volverás a ser invisible”.


De todas las recompensas que puede traer el cine, la fama es la más efímera y engañosa. Un día eres un perfecto desconocido y otro apareces en un periódico o en un podcast. ¿Pero cuánto puede durar esa fama? En la mayoría de los casos muy poco. A veces solo quince minutos. Eso sí, podrían llegar a ser los quince minutos más memorables de una vida. ¿Dónde comienza esa fama y dónde termina? En realidad no hay un lugar determinado, aunque el Teatro Chino en Hollywood Boulevard podría ser una locación soñada. Eso sí, habría que ir bien acompañado.

Conocí a Julio Bove en la fiesta de bienvenida del Festival de Cine Latino de Los Ángeles. Bove era uno de los meros efectivos del festival. Oficialmente, era jefe de relaciones públicas, aunque estaba en todo, hasta en la selección de las ladies que te recibían con unos buenos mezcales en la entrada del Egyptian Theatre. Bove había visto mi segunda película y le había gustado y por eso la había invitado al festival.

A las dos de la mañana terminó la fiesta en el Egyptian, y como ya andábamos a medios chiles, traíamos cuerda para rato. Fue cuando Bove nos invitó a otra fiesta, esta era en Hollywood Hills, el famoso vecindario, donde habita una buena parte del bestiario hollywoodense. Como a las seis de la mañana, Bove se me acercó y me dijo, ya estoy muy pedo, vámonos. Me dejó en el hotel Roosvelt y lo vi perderse en su BMW, zigzagueando en dirección a Sunset Boulevard, que para esa hora ya comenzaba a iluminarse con los primeros rayos de sol. Volví a ver a Bove al medio día, en un almuerzo organizado por Sony Pictures. No solo estaba crudo, estaba bien encabronado. “Perdí mi celular en la borrachera”, se lamentaba con su acento gringoargentino, mientras le daba un largo trago a su bloody Mary. “Imagínate, todos mis contactos están ahí. Sin el teléfono, yo no puedo trabajar”.

Una hora más tarde, mientras íbamos en el BMW hacia otro almuerzo, paramos en una gasolinera. En tanto, Bove seguía maldiciendo. “¡Suerte, hija de puta!”, exclamaba temblando de ira. De repente llevé mi mano a la palanca del asiento para ajustar la inclinación y fue cuando mis dedos se toparon con el mentado celular.

Al fragor de la borrachera, el aparato acabó atrapado en el espacio que hay entre la puerta y el asiento. Levanté el teléfono y se lo entregué a Bove. Pocas veces he visto a alguien más conmovido. No sabía qué decirme, solo que era lo mejor que le había ocurrido en ese día que estaba tan golpeado por aquella cruda espantosa. Se me quedó mirando y luego me preguntó con malicia: “Oye, nene, ¿no te gustaría presentar tu peli en una función especial en el Teatro Chino?”

En dos días, Bove armó el numerito. Consiguió una de las salas del Teatro Chino para una única función. Nunca había visto a alguien con esa habilidad para hacer que las cosas sucedan. Por supuesto yo no supe a qué trato llegó con el Teatro Chino, no me lo dijo, pero estaba sobreentendido que de lo que se hiciera en taquilla, yo no vería ni un centavo. Como quien dice, me estaban haciendo el favor de poner mi peli. Me estaban haciendo el sueño americano realidad. Ni modo que me pusiera moñudo con eso de que además quería una parte de la taquilla.

Fame

La cajera de GAP, una chica de ojos rasgados, me gusta. Podría ser vietnamita o de Camboya. No importa. Tiene tipo de mujer desmadroza y eso es lo que cuenta. “Devora”, se lee en el gafete que trae colgado del cuello. Caray. En la noche es la función y no tengo con quién ir. Eso de llegar de a soledad a tu propia película, sí que está muy loser. Me le quedo mirando a Devora. Me regresa la mirada. Me Sonríe. Le Sonrío. “Qué linda está la camisa que te llevas”, me dice mientras le entrego mis dolaritos. “La voy a estrenar en la noche. ¿No quieres venir al cine?”, le respondo. Sonríe de nuevo. Me entrega el cambio y apunta su número de teléfono en un papelito y me lo da. ¡L.A. woman, you´re my woman!

Son las ocho menos cinco, la gente sigue entrando a la sala del Teatro Chino. Bove, ya con el celular en su poder, hizo magia. Movió a su inmensa flota de críticos de cine, periodistas y chichifos, aspirantes a actores y modelos, y llenó la sala. ¡Ahí viene Devora! ¡Acudió a mi llamado! Está enfundada en un vestido negro de terciopelo con tirantes, que deja ver sus brazos tatuados con los personajes de las películas de Harry Potter. Pelo teñido de rojo, minifalda de cuadritos, gafas oscuras Ray Ban. Devora es como un personaje sacado de las páginas de algún comic tipo manga. Definitivamente, Devora no pasa desapercibida. Ni siquiera en Los Ángeles. Todavía no soy famoso, pero estoy a un paso.

Comienza la función, me salgo de la sala sin Devora; la verdad me da terror ver la reacción del público frente a mi película. Por ahí del minuto ochenta y tantos vuelvo a entrar a la sala. Total, ya solo faltan cinco minutos para que termine. Termina, pero las luces no se encienden. En vez de eso, la voz de Bove se escucha de repente en los altavoces de la sala: “Por favor permanezcan en sus lugares, casualmente el director de la película se encuentra con nosotros, y con mucho gusto responderá las preguntas que ustedes deseen hacerle sobre su película”.

Antes de que pueda volver a huir de la sala, la luz de un reflector cae sobre mí como un relámpago. ¡Flash! Devora, que se encuentra en la butaca de al lado, comienza a aplaudir y a chiflar, como para que todos en la sala me observen. Algunos del público también chiflan y aplauden. Las piernas me tiemblan, igual que las manos. Un sudor frío escurre por mis mejillas. ¿Y ahora? Ahora nomás queda aguantar vara. En eso aparece Bove; me mira por un momento, sonríe y me da un abrazo mientras me exclama al oído: “Son tus quince minutos de fama, nene. Aprovéchalos, porque una vez que salgas de este Teatro, volverás a ser invisible”.