/ martes 10 de marzo de 2020

La voz de las mujeres

De las comedias que nos ha legado la antigüedad, las de Aristófanes en particular “se construyen sobre una referencia constante a los acontecimientos, personajes, instituciones políticas y culturales de la sociedad ateniense contemporánea, a los que somete a juicio y crítica, en ocasiones de manera muy dura y burlona (…) Él proporcionaba al público una evasión, casi carnavalesca, de la vida cotidiana, al mostrar criticados y zaheridos a personajes públicos, posiblemente odiados y, muchas veces, envidiados por su posición social y poderío económico” (José García López). De hecho, en algún libro antiguo se cuenta que al pedirle Dionisio de Siracusa a Platón la constitución ateniense el filósofo le regaló las comedias de Aristófanes. Los aspectos más diversos de la realidad política, social y cultural de Atenas estaban en esas páginas: la “nueva educación” (Las nubes), los tribunales de justicia (Las avispas), el demagogo y el belicista (Los caballeros), la riqueza (Pluto), los gobernantes (Las aves), la guerra (La paz), Eurípides (Las ranas), etcétera. Junto a Cratino, Aristófanes encarnaba la sátira política y social convertida en arte dramático. Políticos, magistrados, guerreros, sofistas y ricos sufrieron la crítica, el escarnio y la insolencia del dramaturgo.

En la comedia Lisístrata (414 a. C) los temas son la guerra al mismo tiempo que la paz. Aristófanes eligió como protagonista a una mujer ateniense (Lisístrata), perspicaz y enérgica, que decide convocar a las mujeres de Atenas, de Beocia y del Peloponeso, para un asunto de importancia: detener la guerra que está arruinando a Grecia (La Guerra del Peloponeso comenzó en 431 y terminó en 404 a. C.). Convencida de lo poco que se puede esperar de los hombres, ávidos de poder y dinero, Lisístrata anuncia que la salvación de Grecia se halla en manos de las mujeres (“Sobre nosotras descansa la República”) y les hace una singular propuesta: “Mujeres, si queremos obligar a los hombres a hacer la paz, es preciso declararnos en huelga… de la cosita”. Todas las mujeres deberán evitar la relación sexual con sus maridos hasta verlos inflamarse por el deseo y la desesperación: “Abstengámonos y ellos harán rápidamente la paz. Estoy segura de ello”. Algunas se niegan al principio, como Calónice (“Haré todo lo que tú quieras […] Todo antes que renunciar a la cosita; pues no hay nada en el mundo que se le iguale”), pero al final todas aceptan y se encierran en la Acrópolis.

En una de las escenas memorables de la obra un magistrado interviene para interrumpir la revuelta: “Bastante se ha demostrado ya la desvergüenza femenina, con sus tamboriles, sus orgías sin fin y sus gritos”. Sin embargo, gracias a la habilidad y el vigor discursivo de Lisístrata, la huelga se mantiene incólume. La inusitada situación arroja pronto sus primeras víctimas. Cinesias, con una repentina y crecida tensión que le consume el cuerpo y le impide caminar debidamente, acude a la Acrópolis para encontrarse con Mirrina, su mujer. Pero ésta, fiel al plan de Lisístrata, se niega a satisfacerlo. En esta escena, Aristófanes utiliza su ingenio cómico para hacer arder a Cinesias en una pira intolerable de deseo por su mujer (que sólo juega cruelmente con él): “¡Maldita mujer! Me veo listo, preparado y desnudo, ¡y ella me abandona! ¿A quién deberé dirigirme, cuando la más hermosa de todas se burla de mí? ¿Y cómo darle alimento a este deseo?”.

La abstinencia masiva de las mujeres se torna insoportable no sólo para los hombres atenienses, sino también para los de Beocia y del Peloponeso, donde Lisístrata había enviado representantes. Por esa razón, y con incómodas protuberancias, comienzan a llegar embajadores de la paz a Atenas para firmar el cese de la guerra en Grecia. No pueden estar más sin sus mujeres. La estrategia había sido un éxito.

Como el teatro era la verdadera escuela de la vida en la antigua Grecia, Aristófanes aprovechó cada una de sus obras para cuestionar y ridiculizar duramente a los personajes públicos de su tiempo, odiados por muchos, así como para promover la paz en tiempos de guerra. Lisístrata es una comedia que da un ejemplo de ello. Esta pieza literaria no sólo critica lo absurdo de la guerra, sino que acaso constituye uno de los textos más antiguos en el que se reivindican los derechos de participación política de la mujer:

¿No podemos dar un consejo a la República? Somos mujeres, sin duda, ¿pero es ese motivo para rechazarnos, si traemos algún consuelo para nuestros males? Nosotras también pagamos nuestra parte en los impuestos.

Mientras otros enseñaban con gravedad las artes de la retórica y la política, Aristófanes, con sentido poético, ponía en escena las caricaturas del poder. El teatro de este autor fue y es un instrumento de conocimiento y educación cívica en el mejor sentido posible: el de la crítica.

Platón no se equivocó. Si Dionisio quería entender la constitución política de Atenas, debía leer primero a sus literatos. Una constitución es apenas el reflejo de una cultura.

De las comedias que nos ha legado la antigüedad, las de Aristófanes en particular “se construyen sobre una referencia constante a los acontecimientos, personajes, instituciones políticas y culturales de la sociedad ateniense contemporánea, a los que somete a juicio y crítica, en ocasiones de manera muy dura y burlona (…) Él proporcionaba al público una evasión, casi carnavalesca, de la vida cotidiana, al mostrar criticados y zaheridos a personajes públicos, posiblemente odiados y, muchas veces, envidiados por su posición social y poderío económico” (José García López). De hecho, en algún libro antiguo se cuenta que al pedirle Dionisio de Siracusa a Platón la constitución ateniense el filósofo le regaló las comedias de Aristófanes. Los aspectos más diversos de la realidad política, social y cultural de Atenas estaban en esas páginas: la “nueva educación” (Las nubes), los tribunales de justicia (Las avispas), el demagogo y el belicista (Los caballeros), la riqueza (Pluto), los gobernantes (Las aves), la guerra (La paz), Eurípides (Las ranas), etcétera. Junto a Cratino, Aristófanes encarnaba la sátira política y social convertida en arte dramático. Políticos, magistrados, guerreros, sofistas y ricos sufrieron la crítica, el escarnio y la insolencia del dramaturgo.

En la comedia Lisístrata (414 a. C) los temas son la guerra al mismo tiempo que la paz. Aristófanes eligió como protagonista a una mujer ateniense (Lisístrata), perspicaz y enérgica, que decide convocar a las mujeres de Atenas, de Beocia y del Peloponeso, para un asunto de importancia: detener la guerra que está arruinando a Grecia (La Guerra del Peloponeso comenzó en 431 y terminó en 404 a. C.). Convencida de lo poco que se puede esperar de los hombres, ávidos de poder y dinero, Lisístrata anuncia que la salvación de Grecia se halla en manos de las mujeres (“Sobre nosotras descansa la República”) y les hace una singular propuesta: “Mujeres, si queremos obligar a los hombres a hacer la paz, es preciso declararnos en huelga… de la cosita”. Todas las mujeres deberán evitar la relación sexual con sus maridos hasta verlos inflamarse por el deseo y la desesperación: “Abstengámonos y ellos harán rápidamente la paz. Estoy segura de ello”. Algunas se niegan al principio, como Calónice (“Haré todo lo que tú quieras […] Todo antes que renunciar a la cosita; pues no hay nada en el mundo que se le iguale”), pero al final todas aceptan y se encierran en la Acrópolis.

En una de las escenas memorables de la obra un magistrado interviene para interrumpir la revuelta: “Bastante se ha demostrado ya la desvergüenza femenina, con sus tamboriles, sus orgías sin fin y sus gritos”. Sin embargo, gracias a la habilidad y el vigor discursivo de Lisístrata, la huelga se mantiene incólume. La inusitada situación arroja pronto sus primeras víctimas. Cinesias, con una repentina y crecida tensión que le consume el cuerpo y le impide caminar debidamente, acude a la Acrópolis para encontrarse con Mirrina, su mujer. Pero ésta, fiel al plan de Lisístrata, se niega a satisfacerlo. En esta escena, Aristófanes utiliza su ingenio cómico para hacer arder a Cinesias en una pira intolerable de deseo por su mujer (que sólo juega cruelmente con él): “¡Maldita mujer! Me veo listo, preparado y desnudo, ¡y ella me abandona! ¿A quién deberé dirigirme, cuando la más hermosa de todas se burla de mí? ¿Y cómo darle alimento a este deseo?”.

La abstinencia masiva de las mujeres se torna insoportable no sólo para los hombres atenienses, sino también para los de Beocia y del Peloponeso, donde Lisístrata había enviado representantes. Por esa razón, y con incómodas protuberancias, comienzan a llegar embajadores de la paz a Atenas para firmar el cese de la guerra en Grecia. No pueden estar más sin sus mujeres. La estrategia había sido un éxito.

Como el teatro era la verdadera escuela de la vida en la antigua Grecia, Aristófanes aprovechó cada una de sus obras para cuestionar y ridiculizar duramente a los personajes públicos de su tiempo, odiados por muchos, así como para promover la paz en tiempos de guerra. Lisístrata es una comedia que da un ejemplo de ello. Esta pieza literaria no sólo critica lo absurdo de la guerra, sino que acaso constituye uno de los textos más antiguos en el que se reivindican los derechos de participación política de la mujer:

¿No podemos dar un consejo a la República? Somos mujeres, sin duda, ¿pero es ese motivo para rechazarnos, si traemos algún consuelo para nuestros males? Nosotras también pagamos nuestra parte en los impuestos.

Mientras otros enseñaban con gravedad las artes de la retórica y la política, Aristófanes, con sentido poético, ponía en escena las caricaturas del poder. El teatro de este autor fue y es un instrumento de conocimiento y educación cívica en el mejor sentido posible: el de la crítica.

Platón no se equivocó. Si Dionisio quería entender la constitución política de Atenas, debía leer primero a sus literatos. Una constitución es apenas el reflejo de una cultura.

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