/ jueves 28 de octubre de 2021

La popularidad no hace buen gobierno

En Tiempo nublado, decía Octavio Paz que uno de los rasgos característicos de nuestras sociedades es el divorcio entre la realidad legal y la realidad política y que las numerosas tentativas por reconciliar a la legitimidad formal con la realidad tradicional, acababan en caricaturas, “como el peronismo, que colindó en un extremo con el fascismo a la italiana y en el otro con la demagogia populista” y en el caso de los revolucionarios mexicanos, una vez alcanzada la victoria, acordaron resolver las querellas entre las facciones “por la dictadura de un César revolucionario”. La manera de ejercer el control político, tanto en el despotismo, el populismo como en las dictaduras –Paz hace mención a la Cuba de Fidel Castro-, al final de cuentas, encuentra convergencias: “el jefe es la historia universal en persona. El Dios trascendente de los teólogos de los siglos XVI y XVII baja a la tierra y se vuelve ‘proceso histórico’… El totalitarismo confisca las formas religiosas, las vacía de su contenido y se recubre con ellas. La democracia moderna había consumado la separación entre la religión y la política; el totalitarismo las vuelve a unir, pero invertidas: el contenido de la política del monarca absoluto era religioso, ahora la política es el contenido de la pseudorreligión totalitaria”.

Un gobernante entronizado popularmente, no necesariamente lo es por la eficacia y bondad de sus acciones de gobierno en beneficio de la ciudadanía, sino que muchas veces, esto se debe a la construcción artificial de una imagen conservada cierto tiempo por la propaganda –con sus voceros y difusores- que, como en el populismo, exacerba los sentimientos de amplios sectores de la población, generalmente para manipularlos. De acuerdo con las cifras de Morning Consult en su estudio “Aprobación de líderes globales: entre la población mayor de edad”, publicado recientemente por The Financial Times de Londres, el presidente López Obrador aparece en el segundo puesto con una aprobación del 65%, solo debajo de Narendra Modi, Primera Ministra de la India quien tiene el 71%. Miembros del gobierno y simpatizantes festejaron la noticia sin recordar que, en octubre de 2020, el mismo Financial Times afirmó que el presidente mexicano se está revelando a sí mismo como un “populista autoritario”. En este mismo estudio, Mario Draghi de Italia salió en la tercera posición, Ángela Merkel en 4º. lugar, Joe Biden en 5º., Justin Trudeau de Canadá en 7º., Fumio Kishida de Japón en 8º. y, en el lugar 13 (último) aparece Emmanuel Macron, presidente de Francia, con 35% de popularidad.

Veamos la comparativa entre el segundo lugar en popularidad y el último. Las políticas de López Obrador tienen al país en un escenario económico de “estanflación” (periodo de bajo crecimiento y alta inflación), con una caída del empleo, la producción y el consumo, y con una fuga de capitales histórica; Deutsche Bank, y J.P.Morgan cerrarán sus oficinas de representación en México; Argentina, México y Bolivia, son los únicos tres países que acaban de abstenerse en la OEA de condenar la detención arbitraria de opositores en Nicaragua, que sufre bajo una dictadura; un ataque sistemático desde el gobierno a las organizaciones de la sociedad civil, a los órganos constitucionales autónomos y últimamente a nuestra máxima casa de estudios, la UNAM, y, una iniciativa muy dañina de contrarreforma en la energía eléctrica, que pretende que la CFE (es decir, el gobierno, no el Estado) se erija en monopolio, excluyendo prácticamente de la participación a los sectores privado y social, que refleja una incomprensión de los cambios tecnológicos en el sector energético, que afectaría el bienestar general de la población, de la economía del país, del medioambiente, al no contribuir al desarrollo de energías limpias (y baratas) y de las finanzas públicas, incumpliendo el compromiso firmado en el Acuerdo de París, de combatir el cambio climático y acelerar e intensificar las acciones e inversiones necesarias para un futuro sostenible con bajas emisiones de carbono.

El presidente de Francia, Macron, ese con 35% de popularidad, quiere convertir a su país en "líder del hidrógeno verde" dentro de nueve años, invirtiendo masivamente para ayudar a “descarbonizar" la industria, creando al menos dos Giga fábricas de electrolizadores y producir masivamente hidrógeno y todas las tecnologías útiles para su uso para 2030. Planea que para 2030, en Francia se produzcan casi 2 millones de vehículos eléctricos e híbridos y también invertir masivamente para hacer posible despegar en 2030 el primer avión bajo en carbono. Como política de su gobierno, anunció la liberación de 30 mil millones de euros con el fin de innovar con tecnologías "disruptivas" y lograr “una reconciliación entre la Francia de las empresas emergentes y la Francia de la industria”. Macron también quiere una revolución, pero una digital, robótica, y genética en el sector agrícola, con nueva revolución de alimentos sanos, sostenibles y trazables, que deberían permitir "descarbonizar la producción agrícola". Como vemos, hay diferencias entre los líderes y su popularidad.

Lo que pasa aquí me recuerda lo que pasaba en 1984, la novela de George Orwell, que transcurre dentro de un estado totalitario, donde para el Partido dominante el poder es el valor absoluto (como ha mostrado y dicho ya saben quién) y único y todo puede ser sacrificado para conquistarlo y, una vez conquistado, nada queda de importante en la vida a no ser la voluntad de conservarlo a cualquier precio (esto nos muestra cada día el presidente). Este superestado, el Gran Hermano que todo lo ve, todo lo escucha y todo lo dispone, se ha apoderado de la vida y de la conciencia de sus súbditos. Como decía el personaje O’Brien (seguimos con la novela de Orwell), miembro conspicuo y misterioso de la dirección del Partido dominante, que el Partido no buscaba el poder por el poder mismo, sino sólo para el bienestar de la mayoría. Que le interesaba tener en las manos las riendas porque los hombres de la masa eran criaturas débiles y cobardes que no podían soportar la libertad ni encararse con la verdad y debían ser dominados y engañados sistemáticamente por otros hombres más fuertes que ellos, que el poder es poder sobre seres humanos, sobre el cuerpo, pero especialmente sobre el espíritu. El Partido es sobrenaturalmente poderoso, dice O’Brien, “controlamos la materia porque controlamos la mente”, “somos nosotros quienes dictamos las leyes de la Naturaleza”.

Ante la desaparición de importantes fideicomisos públicos, 109 para ser exactos, que representaban más de 68 mil millones de pesos, que iban desde la investigación sobre pobreza, el desarrollo en ciencias navales y el desarrollo aeroportuario, hasta la sustentabilidad energética o el Fondo de Desastres Naturales, el Fondo para el Deporte de Alto Rendimiento y el Fondo para la Protección de Personas Defensoras de los Derechos Humanos y Periodistas, hasta el desiderátum para disminuir o desaparecer los órganos constitucionales autónomos como el INE, resulta estremecedor el pasaje orwelliano de 1984, en el que ante la afirmación del interlocutor de que los miembros del Partido no son dueños del planeta y que todavía no conquistan Eurasia y Asia Oriental, O’Brien le suelta: “Eso no tiene importancia. Las conquistaremos cuando nos convenga. Y si no las conquistásemos nunca, ¿en qué puede influir eso? Podemos borrarlas de la existencia. Oceanía es el mundo entero”.

En Tiempo nublado, decía Octavio Paz que uno de los rasgos característicos de nuestras sociedades es el divorcio entre la realidad legal y la realidad política y que las numerosas tentativas por reconciliar a la legitimidad formal con la realidad tradicional, acababan en caricaturas, “como el peronismo, que colindó en un extremo con el fascismo a la italiana y en el otro con la demagogia populista” y en el caso de los revolucionarios mexicanos, una vez alcanzada la victoria, acordaron resolver las querellas entre las facciones “por la dictadura de un César revolucionario”. La manera de ejercer el control político, tanto en el despotismo, el populismo como en las dictaduras –Paz hace mención a la Cuba de Fidel Castro-, al final de cuentas, encuentra convergencias: “el jefe es la historia universal en persona. El Dios trascendente de los teólogos de los siglos XVI y XVII baja a la tierra y se vuelve ‘proceso histórico’… El totalitarismo confisca las formas religiosas, las vacía de su contenido y se recubre con ellas. La democracia moderna había consumado la separación entre la religión y la política; el totalitarismo las vuelve a unir, pero invertidas: el contenido de la política del monarca absoluto era religioso, ahora la política es el contenido de la pseudorreligión totalitaria”.

Un gobernante entronizado popularmente, no necesariamente lo es por la eficacia y bondad de sus acciones de gobierno en beneficio de la ciudadanía, sino que muchas veces, esto se debe a la construcción artificial de una imagen conservada cierto tiempo por la propaganda –con sus voceros y difusores- que, como en el populismo, exacerba los sentimientos de amplios sectores de la población, generalmente para manipularlos. De acuerdo con las cifras de Morning Consult en su estudio “Aprobación de líderes globales: entre la población mayor de edad”, publicado recientemente por The Financial Times de Londres, el presidente López Obrador aparece en el segundo puesto con una aprobación del 65%, solo debajo de Narendra Modi, Primera Ministra de la India quien tiene el 71%. Miembros del gobierno y simpatizantes festejaron la noticia sin recordar que, en octubre de 2020, el mismo Financial Times afirmó que el presidente mexicano se está revelando a sí mismo como un “populista autoritario”. En este mismo estudio, Mario Draghi de Italia salió en la tercera posición, Ángela Merkel en 4º. lugar, Joe Biden en 5º., Justin Trudeau de Canadá en 7º., Fumio Kishida de Japón en 8º. y, en el lugar 13 (último) aparece Emmanuel Macron, presidente de Francia, con 35% de popularidad.

Veamos la comparativa entre el segundo lugar en popularidad y el último. Las políticas de López Obrador tienen al país en un escenario económico de “estanflación” (periodo de bajo crecimiento y alta inflación), con una caída del empleo, la producción y el consumo, y con una fuga de capitales histórica; Deutsche Bank, y J.P.Morgan cerrarán sus oficinas de representación en México; Argentina, México y Bolivia, son los únicos tres países que acaban de abstenerse en la OEA de condenar la detención arbitraria de opositores en Nicaragua, que sufre bajo una dictadura; un ataque sistemático desde el gobierno a las organizaciones de la sociedad civil, a los órganos constitucionales autónomos y últimamente a nuestra máxima casa de estudios, la UNAM, y, una iniciativa muy dañina de contrarreforma en la energía eléctrica, que pretende que la CFE (es decir, el gobierno, no el Estado) se erija en monopolio, excluyendo prácticamente de la participación a los sectores privado y social, que refleja una incomprensión de los cambios tecnológicos en el sector energético, que afectaría el bienestar general de la población, de la economía del país, del medioambiente, al no contribuir al desarrollo de energías limpias (y baratas) y de las finanzas públicas, incumpliendo el compromiso firmado en el Acuerdo de París, de combatir el cambio climático y acelerar e intensificar las acciones e inversiones necesarias para un futuro sostenible con bajas emisiones de carbono.

El presidente de Francia, Macron, ese con 35% de popularidad, quiere convertir a su país en "líder del hidrógeno verde" dentro de nueve años, invirtiendo masivamente para ayudar a “descarbonizar" la industria, creando al menos dos Giga fábricas de electrolizadores y producir masivamente hidrógeno y todas las tecnologías útiles para su uso para 2030. Planea que para 2030, en Francia se produzcan casi 2 millones de vehículos eléctricos e híbridos y también invertir masivamente para hacer posible despegar en 2030 el primer avión bajo en carbono. Como política de su gobierno, anunció la liberación de 30 mil millones de euros con el fin de innovar con tecnologías "disruptivas" y lograr “una reconciliación entre la Francia de las empresas emergentes y la Francia de la industria”. Macron también quiere una revolución, pero una digital, robótica, y genética en el sector agrícola, con nueva revolución de alimentos sanos, sostenibles y trazables, que deberían permitir "descarbonizar la producción agrícola". Como vemos, hay diferencias entre los líderes y su popularidad.

Lo que pasa aquí me recuerda lo que pasaba en 1984, la novela de George Orwell, que transcurre dentro de un estado totalitario, donde para el Partido dominante el poder es el valor absoluto (como ha mostrado y dicho ya saben quién) y único y todo puede ser sacrificado para conquistarlo y, una vez conquistado, nada queda de importante en la vida a no ser la voluntad de conservarlo a cualquier precio (esto nos muestra cada día el presidente). Este superestado, el Gran Hermano que todo lo ve, todo lo escucha y todo lo dispone, se ha apoderado de la vida y de la conciencia de sus súbditos. Como decía el personaje O’Brien (seguimos con la novela de Orwell), miembro conspicuo y misterioso de la dirección del Partido dominante, que el Partido no buscaba el poder por el poder mismo, sino sólo para el bienestar de la mayoría. Que le interesaba tener en las manos las riendas porque los hombres de la masa eran criaturas débiles y cobardes que no podían soportar la libertad ni encararse con la verdad y debían ser dominados y engañados sistemáticamente por otros hombres más fuertes que ellos, que el poder es poder sobre seres humanos, sobre el cuerpo, pero especialmente sobre el espíritu. El Partido es sobrenaturalmente poderoso, dice O’Brien, “controlamos la materia porque controlamos la mente”, “somos nosotros quienes dictamos las leyes de la Naturaleza”.

Ante la desaparición de importantes fideicomisos públicos, 109 para ser exactos, que representaban más de 68 mil millones de pesos, que iban desde la investigación sobre pobreza, el desarrollo en ciencias navales y el desarrollo aeroportuario, hasta la sustentabilidad energética o el Fondo de Desastres Naturales, el Fondo para el Deporte de Alto Rendimiento y el Fondo para la Protección de Personas Defensoras de los Derechos Humanos y Periodistas, hasta el desiderátum para disminuir o desaparecer los órganos constitucionales autónomos como el INE, resulta estremecedor el pasaje orwelliano de 1984, en el que ante la afirmación del interlocutor de que los miembros del Partido no son dueños del planeta y que todavía no conquistan Eurasia y Asia Oriental, O’Brien le suelta: “Eso no tiene importancia. Las conquistaremos cuando nos convenga. Y si no las conquistásemos nunca, ¿en qué puede influir eso? Podemos borrarlas de la existencia. Oceanía es el mundo entero”.