/ lunes 21 de octubre de 2019

La lectura del secuestro de casi un millón de habitantes


Faltan palabras… Que del centro de la tierra salgan los dinosaurios y hablen por nosotros hartos ya de nutrirse con tanta sangre derramada.

María del Socorro Gómez Estrada

Eran casi las tres de la tarde, cuando mi dedo deslizó la pantalla negra del celular para ver qué novedades pasaban en las redes sociales. En ese afán y curiosidad observé que empezaron a postear imágenes sobre las balaceras en la ciudad de Culiacán. El primer pensamiento que se te viene a la cabeza: “estos narcos ya andan haciendo de las suyas”, esperas que “simplemente” sea eso: “balaceras comunes y corrientes”. Guardé el celular, firmé mi salida de la supervisión escolar, tomé un taxi rumbo a mi domicilio, mis ojos meditaban en la profundidad del Océano Pacífico. Llegué a casa, comí y charlé con mi esposo sobre la rutina, prendí la computadora, las redes sociales estaban inundadas de videos y fotografías. La angustia se instaló con una ansiedad desmedida, aunque vivas a doscientos kilómetros de la capital. Piensas en los familiares, en los amigos, en los civiles, en el desmadre que harán en la ciudad.

Mi espíritu de querer saber qué demonios está pasando, se apoderó. Empecé a dar clic a cuanta imagen y vídeo eran publicados, mis ojos pequeños se hicieron enormes al ver cada uno de los vídeos: jóvenes armados hasta los dientes, armamento de uso del ejército que sólo en películas y series había visualizado, tomas de vialidades y autopistas, detonaciones, enfrentamientos entre militares y sicarios, fuga de presos, robo de autos, francotiradores, camiones incendiados, un convoy blanco circulando por los bulevares de la ciudad de los tres ríos. El cerebro se saturó, entonces pensé en las emociones y sentimientos que deberían estar experimentando los ciudadanos: miedo, frustración, impotencia y terror.

En casi dos horas después de haber salido de la oficina; Culiacán se convirtió en trending topic mundial. ¿Qué mensaje estaban enviando las imágenes al resto del país y al mundo con estos hechos? Pixeles dando la vuelta en las redes sociales. Una ciudad secuestrada, el poderío y el despliegue operativo del narco. El demonio nos daba a conocer su nombre: Ovidio Guzmán López; el 17 de Octubre de 2019; una fecha para nunca olvidar en la memoria del colectivo, en la historia del país, convirtiendo a Culiacán en un infierno. A cuenta gotas, caía la información oficial, que habían capturado a uno de los hijos de Joaquín Guzmán. La anarquía se instaló para liberar a su líder.

De alguna manera sabíamos que la ciudad estaba secuestrada desde hace muchos años por la monarquía del narco, en el silencio, en la impunidad había un reconocimiento. Desde cada balacera desatada sin encontrar culpables, el soporte a figuras delictivas la marcha “pro Chapo”, es un ejemplo por las manifestaciones a favor de la liberación, en la simbiosis llamada narcopolítica, en la ola de violencia de antaño, en las desapariciones, en el consumo de drogas, en las familias desplazadas, en el lavado de dinero, en los retenes impuestos por los sicarios en la pujante y arrasadora narcocultura. Las estrategias federales desde que tengo uso de razón han fallado, algunas han cimbrado al país de: odio, huérfanos, viudas, cruces y sangre.

Quiero recapitular en las frases entrecomilladas, porque es terrible que como ciudadana tenga esa lectura o clasificación de las ejecuciones, ninguna balacera es, ni debería ser tratada como: “común y corriente”, todas, de menor o mayor magnitud son y serán: graves. Ese es el único adjetivo que deberíamos de ponerle: graves. En qué momento se convirtieron en algo cotidiano, ¿en qué época de la historia de Sinaloa, de México se permitió que los chicos malos se armaran más que los policías y soldados?, ¿en qué día perdimos a los jóvenes para que pasaran a las filas del sicariato?

Molesta. Podemos percibir al resto del país, que no vivió bajo fuego tantas horas, duele claro; así como una daga atravesada en el pecho la liberación de Ovidio Guzmán. Los comentarios, preguntas en esa noche tan oscura, bombardeaban de nuevo las redes; empezando con ese comentario tan ligero y fuera de lugar del expresidente Vicente Fox, así como el silencio de los tres niveles de gobierno. Una mudez que nos decía mucho: falta de estrategia, de organización y coordinación de los poderes judiciales. Todos nos cuestionábamos: ¿qué pasó?, ¿por qué liberaron al “ratón”?, ¿por qué se permitió el secuestro de una ciudad.

En la mañana del viernes se otorgaron algunas declaraciones oficiales, la opinión pública está dividida, se respira inconformidad, incertidumbre. En lo personal, no me importa que el presidente esté perdiendo popularidad, me preocupa la gobernabilidad. La prensa internacional menciona que fue “humillado”, considero que por el bien de la paz se actuó humilde, porque con el poder que le confiere la Constitución de nuestro país y como comandante de las fuerzas armadas, bien pudo haberse sostenido en “No entregar a Ovidio”, quizás un día después de que el infierno se instaló en Culiacán estuviéramos velando muchos civiles muertos, si se hubiese optado por el enfrentamiento. La ciudadanía, el país entero exige no más errores tácticos. El poder del narco ha superado una vez más las estrategias de seguridad del Estado. Más allá del mensaje enviado a todos, lo único en que sí estoy de acuerdo es cuando el presidente priorizó las vidas de los civiles ante una eminente masacre. Valorar la vida por la pérdida de popularidad, por la pérdida de credibilidad, para no responder: balas con balas.


Faltan palabras… Que del centro de la tierra salgan los dinosaurios y hablen por nosotros hartos ya de nutrirse con tanta sangre derramada.

María del Socorro Gómez Estrada

Eran casi las tres de la tarde, cuando mi dedo deslizó la pantalla negra del celular para ver qué novedades pasaban en las redes sociales. En ese afán y curiosidad observé que empezaron a postear imágenes sobre las balaceras en la ciudad de Culiacán. El primer pensamiento que se te viene a la cabeza: “estos narcos ya andan haciendo de las suyas”, esperas que “simplemente” sea eso: “balaceras comunes y corrientes”. Guardé el celular, firmé mi salida de la supervisión escolar, tomé un taxi rumbo a mi domicilio, mis ojos meditaban en la profundidad del Océano Pacífico. Llegué a casa, comí y charlé con mi esposo sobre la rutina, prendí la computadora, las redes sociales estaban inundadas de videos y fotografías. La angustia se instaló con una ansiedad desmedida, aunque vivas a doscientos kilómetros de la capital. Piensas en los familiares, en los amigos, en los civiles, en el desmadre que harán en la ciudad.

Mi espíritu de querer saber qué demonios está pasando, se apoderó. Empecé a dar clic a cuanta imagen y vídeo eran publicados, mis ojos pequeños se hicieron enormes al ver cada uno de los vídeos: jóvenes armados hasta los dientes, armamento de uso del ejército que sólo en películas y series había visualizado, tomas de vialidades y autopistas, detonaciones, enfrentamientos entre militares y sicarios, fuga de presos, robo de autos, francotiradores, camiones incendiados, un convoy blanco circulando por los bulevares de la ciudad de los tres ríos. El cerebro se saturó, entonces pensé en las emociones y sentimientos que deberían estar experimentando los ciudadanos: miedo, frustración, impotencia y terror.

En casi dos horas después de haber salido de la oficina; Culiacán se convirtió en trending topic mundial. ¿Qué mensaje estaban enviando las imágenes al resto del país y al mundo con estos hechos? Pixeles dando la vuelta en las redes sociales. Una ciudad secuestrada, el poderío y el despliegue operativo del narco. El demonio nos daba a conocer su nombre: Ovidio Guzmán López; el 17 de Octubre de 2019; una fecha para nunca olvidar en la memoria del colectivo, en la historia del país, convirtiendo a Culiacán en un infierno. A cuenta gotas, caía la información oficial, que habían capturado a uno de los hijos de Joaquín Guzmán. La anarquía se instaló para liberar a su líder.

De alguna manera sabíamos que la ciudad estaba secuestrada desde hace muchos años por la monarquía del narco, en el silencio, en la impunidad había un reconocimiento. Desde cada balacera desatada sin encontrar culpables, el soporte a figuras delictivas la marcha “pro Chapo”, es un ejemplo por las manifestaciones a favor de la liberación, en la simbiosis llamada narcopolítica, en la ola de violencia de antaño, en las desapariciones, en el consumo de drogas, en las familias desplazadas, en el lavado de dinero, en los retenes impuestos por los sicarios en la pujante y arrasadora narcocultura. Las estrategias federales desde que tengo uso de razón han fallado, algunas han cimbrado al país de: odio, huérfanos, viudas, cruces y sangre.

Quiero recapitular en las frases entrecomilladas, porque es terrible que como ciudadana tenga esa lectura o clasificación de las ejecuciones, ninguna balacera es, ni debería ser tratada como: “común y corriente”, todas, de menor o mayor magnitud son y serán: graves. Ese es el único adjetivo que deberíamos de ponerle: graves. En qué momento se convirtieron en algo cotidiano, ¿en qué época de la historia de Sinaloa, de México se permitió que los chicos malos se armaran más que los policías y soldados?, ¿en qué día perdimos a los jóvenes para que pasaran a las filas del sicariato?

Molesta. Podemos percibir al resto del país, que no vivió bajo fuego tantas horas, duele claro; así como una daga atravesada en el pecho la liberación de Ovidio Guzmán. Los comentarios, preguntas en esa noche tan oscura, bombardeaban de nuevo las redes; empezando con ese comentario tan ligero y fuera de lugar del expresidente Vicente Fox, así como el silencio de los tres niveles de gobierno. Una mudez que nos decía mucho: falta de estrategia, de organización y coordinación de los poderes judiciales. Todos nos cuestionábamos: ¿qué pasó?, ¿por qué liberaron al “ratón”?, ¿por qué se permitió el secuestro de una ciudad.

En la mañana del viernes se otorgaron algunas declaraciones oficiales, la opinión pública está dividida, se respira inconformidad, incertidumbre. En lo personal, no me importa que el presidente esté perdiendo popularidad, me preocupa la gobernabilidad. La prensa internacional menciona que fue “humillado”, considero que por el bien de la paz se actuó humilde, porque con el poder que le confiere la Constitución de nuestro país y como comandante de las fuerzas armadas, bien pudo haberse sostenido en “No entregar a Ovidio”, quizás un día después de que el infierno se instaló en Culiacán estuviéramos velando muchos civiles muertos, si se hubiese optado por el enfrentamiento. La ciudadanía, el país entero exige no más errores tácticos. El poder del narco ha superado una vez más las estrategias de seguridad del Estado. Más allá del mensaje enviado a todos, lo único en que sí estoy de acuerdo es cuando el presidente priorizó las vidas de los civiles ante una eminente masacre. Valorar la vida por la pérdida de popularidad, por la pérdida de credibilidad, para no responder: balas con balas.

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