/ sábado 27 de noviembre de 2021

La indiferencia por los muertos en México

La cifra de muertos en nuestro país es espeluznante y, sin embargo, la ciudadanía parece no escandalizarse. Se extiende, en lugar de la molestia, el adormecimiento y la indiferencia. No hay, en ese sentido, un mito más grande en la cultura nacional que la frase facilona, repetida mil veces, que los mexicanos somos solidarios. La empatía –que supone la capacidad de identificarse con los otros y compartir sus sentimientos– se empequeñece frente a una verdad más potente: la individualidad salvaje del mexicano.

En nuestro país, tristemente se maquillan muchos datos, pero no hay cifra más fiable, que refleje la violencia, que las muertes por homicidio plasmadas en las actas de defunción, reportadas inevitablemente al INEGI y que son comparables desde 1990. De acuerdo con esa institución, durante el sexenio de Felipe Calderón se cometieron alrededor de 120 mil homicidios. Con Enrique Peña Nieto, se registraron alrededor de 150 mil. Con Andrés Manuel López Obrador, en 2019 se cometieron 36 mil homicidios y en 2020 también otros 36 mil. Todo apunta a que este 2021 se mantendrá igualmente en torno a la misma cifra. Es decir, para 2021 habrán muerto un total de 100 mil personas aproximadamente por ese delito, una cantidad ya muy cercana a la de Calderón o Peña apenas a tres años del gobierno (la mitad del sexenio actual) de López Obrador. Compare, estimado lector, esa cifra con los sexenios anteriores, observe los pasos agigantados con que avanzan los homicidios e imagine el baño de sangre que nos espera al final de este gobierno. Más aún, compare lo anterior con la cifra de homicidios que se cometen, por ejemplo, en Japón (un país con 125 millones de habitantes, similar a México). Allá se perpetran 300 homicidios al año.

Igualmente preocupante es la cifra de muertos por Covid-19. El gobierno federal sigue ofreciendo un dato engañoso (y que los medios replican sin dudar): al 17 de noviembre de 2021 el gobierno declaró 305,170 muertes por Covid. Sin embargo, esa cifra corresponde al reporte de los muertos en hospitales. Por ello es importante señalar que, de acuerdo con el INEGI, en 2020 cerca del 60% de las muertes ocurrieron fuera de los hospitales, esto es, a las personas las mandaron a morir a sus casas. Pero esto no fue mera casualidad, sino una responsabilidad gubernamental negligente.

Dado que la cifra de 305,170 muertes por Covid es indudablemente imprecisa, la mejor forma de estimar el dato es a través del exceso de mortalidad, es decir, la cantidad de muertos que se dan por encima de lo esperado comparado con años anteriores: si las cifras se disparan de forma inusual, ello es solo posible por el surgimiento de un nuevo fenómeno que lo explique (en este caso el Covid). El INEGI es claro: en México, en 2020 y lo que va de 2021, tenemos un exceso de mortalidad de 600 mil personas que, con un mejor manejo de la pandemia, muchas seguirían vivas. Compare así los 1,800 fallecidos de Australia, los 3,100 de Corea del Sur o los 18 mil de Japón con los 600 mil muertos de México. Es escalofriante.

Hay que recordar las palabras de López-Gatell, en un video que aún está publicado en su cuenta de Twitter del 25 de marzo de 2020, respecto de los enfermos de Covid: “Si su pregunta va a ser: ¿debo ir a atención médica? […] Si usted no tiene estas características [esto es, mayores de 65 años o enfermedades crónicas, cáncer o VIH] quédese en casa, la enfermedad le va a durar de 10 a 14 días, la enfermedad se va a curar espontáneamente”.

Lo lamentable es que se pudieron salvar cientos de miles de vidas con la sugerencia opuesta: las personas debieron recibir atención médica, la más pronta posible, que permitiera monitorear la evolución del paciente y prevenir un deterioro antes de que fuese demasiado tarde. No ocurrió así (lamentablemente): una infinidad de mexicanos acudieron a los hospitales cuando ya era muy tarde. No fue sino hasta junio de 2021 que López-Gatell dijo con claridad “si tiene síntomas, piense que tiene Covid, no se espere, Covid es una enfermedad que avanza rápidamente y si no se toman las medidas de tratamiento, de control y de vigilancia de manera temprana puede ser ya irreversible el daño que causa la enfermedad […] las personas se esperan sin tener un primer contacto con un servicio de salud y después cuando ya intentan ir al servicio de salud ya es demasiado tarde”.

Algo similar puede decirse de la renuencia de López Obrador a usar el cubrebocas y de la forma en que López-Gatell cuestionó insistentemente su importancia: “el uso del cubrebocas no sirve para protegernos” (2 de marzo de 2020), “el usar cubrebocas tiene una pobre utilidad o incluso una nula utilidad” (27 de abril de 2020), “no existe evidencia científica de que este mecanismo pudiera ser útil” (25 de mayo de 2020). Incluso recientemente dijo que “la idea del cubrebocas se convirtió en un instrumento de las personas egoístas” (14 de octubre de 2021).

Son, pues, 600 mil muertos derivados del Covid, 100 mil por la violencia homicida y los que faltan –desgraciadamente– hasta acabar este sexenio. No son solo mujeres víctimas de feminicidio, mexicanos en fosas, colgados, personas desaparecidas cuyos carteles vemos en las esquinas, enfermos con tanques de oxígeno porque ya no pueden respirar, no, son también hijos, son padres, tíos y abuelos de familias destrozadas.

Otra indiferencia atroz ha sido el desabasto de medicamentos, en especial, para adultos y niños con cáncer. Desde 2019, López Obrador negó reiteradamente el desabasto. Dijo que en realidad era una campaña de sabotaje contra el gobierno y, como si fuese un acto heroico, remató victimista: “y resistimos” (24 de mayo de 2021). López-Gatell dijo que los niños con cáncer que no tienen medicamentos “es una mentira” y que “son parte de una campaña internacional golpista” (25 de junio de 2021). Sin embargo, finalmente después de 3 años, el 10 de noviembre de 2021, López Obrador reconoció el desabasto: “ya no hay excusa, ya tenemos que terminar de resolver el problema del abasto de medicamentos, esto es para Juan Ferrer, para el Dr. Alcocer: yo no quiero escuchar de que faltan medicamentos, y no quiero excusas de ningún tipo, no podemos dormir tranquilos si no hay medicamentos para atender enfermos”.

La cifra de muertos en nuestro país es espeluznante y, sin embargo, la ciudadanía parece no escandalizarse. Se extiende, en lugar de la molestia, el adormecimiento y la indiferencia. No hay, en ese sentido, un mito más grande en la cultura nacional que la frase facilona, repetida mil veces, que los mexicanos somos solidarios. La empatía –que supone la capacidad de identificarse con los otros y compartir sus sentimientos– se empequeñece frente a una verdad más potente: la individualidad salvaje del mexicano.

En nuestro país, tristemente se maquillan muchos datos, pero no hay cifra más fiable, que refleje la violencia, que las muertes por homicidio plasmadas en las actas de defunción, reportadas inevitablemente al INEGI y que son comparables desde 1990. De acuerdo con esa institución, durante el sexenio de Felipe Calderón se cometieron alrededor de 120 mil homicidios. Con Enrique Peña Nieto, se registraron alrededor de 150 mil. Con Andrés Manuel López Obrador, en 2019 se cometieron 36 mil homicidios y en 2020 también otros 36 mil. Todo apunta a que este 2021 se mantendrá igualmente en torno a la misma cifra. Es decir, para 2021 habrán muerto un total de 100 mil personas aproximadamente por ese delito, una cantidad ya muy cercana a la de Calderón o Peña apenas a tres años del gobierno (la mitad del sexenio actual) de López Obrador. Compare, estimado lector, esa cifra con los sexenios anteriores, observe los pasos agigantados con que avanzan los homicidios e imagine el baño de sangre que nos espera al final de este gobierno. Más aún, compare lo anterior con la cifra de homicidios que se cometen, por ejemplo, en Japón (un país con 125 millones de habitantes, similar a México). Allá se perpetran 300 homicidios al año.

Igualmente preocupante es la cifra de muertos por Covid-19. El gobierno federal sigue ofreciendo un dato engañoso (y que los medios replican sin dudar): al 17 de noviembre de 2021 el gobierno declaró 305,170 muertes por Covid. Sin embargo, esa cifra corresponde al reporte de los muertos en hospitales. Por ello es importante señalar que, de acuerdo con el INEGI, en 2020 cerca del 60% de las muertes ocurrieron fuera de los hospitales, esto es, a las personas las mandaron a morir a sus casas. Pero esto no fue mera casualidad, sino una responsabilidad gubernamental negligente.

Dado que la cifra de 305,170 muertes por Covid es indudablemente imprecisa, la mejor forma de estimar el dato es a través del exceso de mortalidad, es decir, la cantidad de muertos que se dan por encima de lo esperado comparado con años anteriores: si las cifras se disparan de forma inusual, ello es solo posible por el surgimiento de un nuevo fenómeno que lo explique (en este caso el Covid). El INEGI es claro: en México, en 2020 y lo que va de 2021, tenemos un exceso de mortalidad de 600 mil personas que, con un mejor manejo de la pandemia, muchas seguirían vivas. Compare así los 1,800 fallecidos de Australia, los 3,100 de Corea del Sur o los 18 mil de Japón con los 600 mil muertos de México. Es escalofriante.

Hay que recordar las palabras de López-Gatell, en un video que aún está publicado en su cuenta de Twitter del 25 de marzo de 2020, respecto de los enfermos de Covid: “Si su pregunta va a ser: ¿debo ir a atención médica? […] Si usted no tiene estas características [esto es, mayores de 65 años o enfermedades crónicas, cáncer o VIH] quédese en casa, la enfermedad le va a durar de 10 a 14 días, la enfermedad se va a curar espontáneamente”.

Lo lamentable es que se pudieron salvar cientos de miles de vidas con la sugerencia opuesta: las personas debieron recibir atención médica, la más pronta posible, que permitiera monitorear la evolución del paciente y prevenir un deterioro antes de que fuese demasiado tarde. No ocurrió así (lamentablemente): una infinidad de mexicanos acudieron a los hospitales cuando ya era muy tarde. No fue sino hasta junio de 2021 que López-Gatell dijo con claridad “si tiene síntomas, piense que tiene Covid, no se espere, Covid es una enfermedad que avanza rápidamente y si no se toman las medidas de tratamiento, de control y de vigilancia de manera temprana puede ser ya irreversible el daño que causa la enfermedad […] las personas se esperan sin tener un primer contacto con un servicio de salud y después cuando ya intentan ir al servicio de salud ya es demasiado tarde”.

Algo similar puede decirse de la renuencia de López Obrador a usar el cubrebocas y de la forma en que López-Gatell cuestionó insistentemente su importancia: “el uso del cubrebocas no sirve para protegernos” (2 de marzo de 2020), “el usar cubrebocas tiene una pobre utilidad o incluso una nula utilidad” (27 de abril de 2020), “no existe evidencia científica de que este mecanismo pudiera ser útil” (25 de mayo de 2020). Incluso recientemente dijo que “la idea del cubrebocas se convirtió en un instrumento de las personas egoístas” (14 de octubre de 2021).

Son, pues, 600 mil muertos derivados del Covid, 100 mil por la violencia homicida y los que faltan –desgraciadamente– hasta acabar este sexenio. No son solo mujeres víctimas de feminicidio, mexicanos en fosas, colgados, personas desaparecidas cuyos carteles vemos en las esquinas, enfermos con tanques de oxígeno porque ya no pueden respirar, no, son también hijos, son padres, tíos y abuelos de familias destrozadas.

Otra indiferencia atroz ha sido el desabasto de medicamentos, en especial, para adultos y niños con cáncer. Desde 2019, López Obrador negó reiteradamente el desabasto. Dijo que en realidad era una campaña de sabotaje contra el gobierno y, como si fuese un acto heroico, remató victimista: “y resistimos” (24 de mayo de 2021). López-Gatell dijo que los niños con cáncer que no tienen medicamentos “es una mentira” y que “son parte de una campaña internacional golpista” (25 de junio de 2021). Sin embargo, finalmente después de 3 años, el 10 de noviembre de 2021, López Obrador reconoció el desabasto: “ya no hay excusa, ya tenemos que terminar de resolver el problema del abasto de medicamentos, esto es para Juan Ferrer, para el Dr. Alcocer: yo no quiero escuchar de que faltan medicamentos, y no quiero excusas de ningún tipo, no podemos dormir tranquilos si no hay medicamentos para atender enfermos”.