La violencia en la zona sur ha vuelto a desplazar a decenas de familias en los altos de Concordia, y como es de todos sabido, en paralelo deviene otra pérdida, la del arraigo y la identidad.
Quizá para muchos no signifique gran cosa, pero para los habitantes de estas comunidad lo es todo.
Es la única tierra que conocen, en la que crecieron, se enamoraron y le dieron continuidad a la vida con sus propias familias.
Qué justicia espera a estas familias arrancadas de sus terruños, sin más esperanza estéril que volver algún día, si es que se los permite la “ley de las balas”.
Los desplazamientos forzados no son nuevos en los altos de la sierra, pero cada vez que suceden se evidencia el vacío de autoridad, la falta de protección de los gobiernos, y a su vez el pretexto perfecto para enriquecer los discursos oficiales de protección a los más vulnerables.
Los recientes acontecimientos en la sierra de Concordia, asesinatos y bloqueos carreteros, son el preludio de que las hostilidades por los territorios van a aumentar de tono.
Y si las comunidades quedan en medio, de seguro estaremos viendo con frecuencia mayores desplazamientos de familias a llenar los cinturones de miseria de ciudades como Mazatlán. Y el problema seguirá ahí, quizá disfrazado, quizá olvidado.