/ viernes 3 de abril de 2020

La fascinación autoritaria


Los efectos devastadores del covid-19 han sido inesperados, súbitos e inmediatos, pero también lo serán de mediano y largo plazo. En los días en que afloró y se dispersó esta pandemia global, lo más notorio han sido sus consecuencias catastróficas sobre la salud y la economía.

Pero diversos pensadores, como Jacques Attali, Byung-Chul Han y Yuval Noah Harari, que ven más allá de lo vidente, nos advierten que los impactos del nuevo coronavirus no serán transitorios, sino que dejarán huellas y secuelas que perdurarán en el tiempo. En el futuro, el mundo será diferente y quedará tatuado por esta pandemia.

Sin duda, lo más importante en estos momentos es atender la emergencia sanitaria y contener la propagación del covid-19, para cuidar la salud y la vida de las personas, y la segunda prioridad es evitar la paralización de las actividades económicas.

Pero también, en medio de la confusión, el temor y la incertidumbre en que estamos inmersos, hay que hacer un esfuerzo de imaginación, para ver hacia adelante y otear el futuro. La pregunta que debemos hacernos es ¿cómo será el mundo después del shock del coronavirus? Por supuesto que es difícil vislumbrar desde ahora cuáles serán las transformaciones de larga duración que se avecinan y que apenas se encuentran en fase de incubación.

Pero lo que es indudable, es que después de la pandemia muchas cosas van a cambiar: el cuidado de la salud, la educación, el mundo del trabajo, los hábitos de consumo, las formas de socialización y convivencia, los valores y costumbres sociales; en fin, se modificarán los espacios principales de la vida individual y colectiva.

La política no será ajena a esta mutación histórica. Jacques Attali ha dicho que existe el riesgo de que el covid-19 provoque una crisis en los fundamentos ideológicos en los que la tradición occidental, liberal y democrática, ha cimentado la legitimidad de la autoridad. Tal erosión, puede conducirnos hacia un período oscuro y confuso, del que emerja finalmente un nuevo modelo político y otro tipo de autoridad, cuya legitimidad ya no se sustente en la razón, sino en otros valores como la “empatía”.

Más precisamente, Attali observa que la pandemia del coronavirus puede terminar colapsando el sistema de autoridad inventado por la tradición occidental, y que descansa en la defensa y protección de los derechos humanos, el respeto a las libertades y la democracia.

Esta preocupación adquiere sentido, por dos razones: primero, porque ante la emergencia sanitaria los gobiernos democráticos han tenido que implementar medidas realmente drásticas, pero necesarias, como el confinamiento domiciliario, restringiendo así las garantías y libertades individuales; y segundo, por el contraste que se establece entre el relativo éxito que han tenido algunos gobiernos autoritarios en el control del covid-19 y el supuesto fracaso de las democracias occidentales.

En muchos países, la población está muy asustada, temerosa y desesperada. Ante los estragos que genera la pandemia, la gente demanda salud y seguridad, como primera y urgente prioridad. Se trata de salvar el bien primordial que es la vida, al costo de lo que sea. Un escenario donde las instituciones no tienen suficiente capacidad de respuesta, donde no hay certeza y lo que crece es la incertidumbre, es caldo de cultivo para que germine la fascinación por alternativas autoritarias, que ofrecen “eficacia” para frenar el coronavirus.

Los gobiernos autoritarios de China, Rusia, Hungría, y de otros países, han aplicado un conjunto de medidas realmente draconianas para contener la expansión del covid-19, como el cierre de fronteras, aislamiento de ciudades, declaratorias de estado de excepción, confinamiento forzado, toques de queda, cuarentenas, controles policiacos, lo que ha llevado a una mayor concentración del poder, la suspensión de garantías individuales y el fortalecimiento de liderazgos personalistas y populistas.

Para muchos, estas acciones de emergencia que han implementado los gobiernos autoritarios se deberían replicar en todos los países, ya que - se dice- son las únicas que han demostrado efectividad para detener el avance de la pandemia.

Algo que llama la atención es que en China, y también en Corea del Sur e Israel, la lucha contra la propagación del coronavirus ha tendido como soporte fundamental el uso intensivo de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación.

Byung-Chul Han ha señalado que en estos países la pandemia no solo la combaten los virólogos y epidemiólogos, sino también los informáticos y especialistas en macrodatos. Lo cuestionable sería, que estas aplicaciones tecnológicas no únicamente sirvan para cuidar la salud, sino que se orienten también a conformar un nuevo sistema de vigilancia digital de la sociedad.

Hay toda una infraestructura tecnológica, conformada por dispositivos como teléfonos celulares, cámaras y drones, que han contribuido a frenar el covid-19 en los países ya referidos, al monitorear la temperatura, desplazamientos y contactos de las personas infectadas.

El problema aquí es que la información recabada se utilice para otros propósitos, más allá de la salud. El riesgo, en los países con gobiernos autoritarios y también en las democracias, es que este monitoreo tecnológico se utilice para fortalecer un régimen de vigilancia, que invada la privacidad de las personas y atente contra las libertades.

La democracia logró sobrevivir al fascismo, al totalitarismo nazi y comunista, y al fanatismo y terrorismo islámico. La duda ahora es si saldrá completamente ilesa después de esta pandemia, que el menos en algunos países tiende ya a conformar una sociedad panóptica, dominada por un nuevo Gran Hermano, ese personaje orwelliano que todo lo observa.

Que bueno que la infraestructura tecnológica de frontera contribuya a evitar la propagación del covid-19. Esa misma tecnología, debe ser también un poderoso y útil instrumento para mantener, expandir y mejorar los regímenes democráticos.

Lo malo sería, que en esta emergencia sanitaria creada por el coronavirus, las cámaras y teléfonos celulares abran el camino a nuevas y más sofisticadas formas de control y dominio de la sociedad. Yuval Noah Harari he escrito que las tecnologías de la información y la comunicación pueden servir para promover el empoderamiento ciudadano o, por el contrario, aplicarse para fortalecer la vigilancia autoritaria. La humanidad tendrá que encarar y resolver este dilema, una vez que pase la pandemia y el futuro nos alcance.


Los efectos devastadores del covid-19 han sido inesperados, súbitos e inmediatos, pero también lo serán de mediano y largo plazo. En los días en que afloró y se dispersó esta pandemia global, lo más notorio han sido sus consecuencias catastróficas sobre la salud y la economía.

Pero diversos pensadores, como Jacques Attali, Byung-Chul Han y Yuval Noah Harari, que ven más allá de lo vidente, nos advierten que los impactos del nuevo coronavirus no serán transitorios, sino que dejarán huellas y secuelas que perdurarán en el tiempo. En el futuro, el mundo será diferente y quedará tatuado por esta pandemia.

Sin duda, lo más importante en estos momentos es atender la emergencia sanitaria y contener la propagación del covid-19, para cuidar la salud y la vida de las personas, y la segunda prioridad es evitar la paralización de las actividades económicas.

Pero también, en medio de la confusión, el temor y la incertidumbre en que estamos inmersos, hay que hacer un esfuerzo de imaginación, para ver hacia adelante y otear el futuro. La pregunta que debemos hacernos es ¿cómo será el mundo después del shock del coronavirus? Por supuesto que es difícil vislumbrar desde ahora cuáles serán las transformaciones de larga duración que se avecinan y que apenas se encuentran en fase de incubación.

Pero lo que es indudable, es que después de la pandemia muchas cosas van a cambiar: el cuidado de la salud, la educación, el mundo del trabajo, los hábitos de consumo, las formas de socialización y convivencia, los valores y costumbres sociales; en fin, se modificarán los espacios principales de la vida individual y colectiva.

La política no será ajena a esta mutación histórica. Jacques Attali ha dicho que existe el riesgo de que el covid-19 provoque una crisis en los fundamentos ideológicos en los que la tradición occidental, liberal y democrática, ha cimentado la legitimidad de la autoridad. Tal erosión, puede conducirnos hacia un período oscuro y confuso, del que emerja finalmente un nuevo modelo político y otro tipo de autoridad, cuya legitimidad ya no se sustente en la razón, sino en otros valores como la “empatía”.

Más precisamente, Attali observa que la pandemia del coronavirus puede terminar colapsando el sistema de autoridad inventado por la tradición occidental, y que descansa en la defensa y protección de los derechos humanos, el respeto a las libertades y la democracia.

Esta preocupación adquiere sentido, por dos razones: primero, porque ante la emergencia sanitaria los gobiernos democráticos han tenido que implementar medidas realmente drásticas, pero necesarias, como el confinamiento domiciliario, restringiendo así las garantías y libertades individuales; y segundo, por el contraste que se establece entre el relativo éxito que han tenido algunos gobiernos autoritarios en el control del covid-19 y el supuesto fracaso de las democracias occidentales.

En muchos países, la población está muy asustada, temerosa y desesperada. Ante los estragos que genera la pandemia, la gente demanda salud y seguridad, como primera y urgente prioridad. Se trata de salvar el bien primordial que es la vida, al costo de lo que sea. Un escenario donde las instituciones no tienen suficiente capacidad de respuesta, donde no hay certeza y lo que crece es la incertidumbre, es caldo de cultivo para que germine la fascinación por alternativas autoritarias, que ofrecen “eficacia” para frenar el coronavirus.

Los gobiernos autoritarios de China, Rusia, Hungría, y de otros países, han aplicado un conjunto de medidas realmente draconianas para contener la expansión del covid-19, como el cierre de fronteras, aislamiento de ciudades, declaratorias de estado de excepción, confinamiento forzado, toques de queda, cuarentenas, controles policiacos, lo que ha llevado a una mayor concentración del poder, la suspensión de garantías individuales y el fortalecimiento de liderazgos personalistas y populistas.

Para muchos, estas acciones de emergencia que han implementado los gobiernos autoritarios se deberían replicar en todos los países, ya que - se dice- son las únicas que han demostrado efectividad para detener el avance de la pandemia.

Algo que llama la atención es que en China, y también en Corea del Sur e Israel, la lucha contra la propagación del coronavirus ha tendido como soporte fundamental el uso intensivo de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación.

Byung-Chul Han ha señalado que en estos países la pandemia no solo la combaten los virólogos y epidemiólogos, sino también los informáticos y especialistas en macrodatos. Lo cuestionable sería, que estas aplicaciones tecnológicas no únicamente sirvan para cuidar la salud, sino que se orienten también a conformar un nuevo sistema de vigilancia digital de la sociedad.

Hay toda una infraestructura tecnológica, conformada por dispositivos como teléfonos celulares, cámaras y drones, que han contribuido a frenar el covid-19 en los países ya referidos, al monitorear la temperatura, desplazamientos y contactos de las personas infectadas.

El problema aquí es que la información recabada se utilice para otros propósitos, más allá de la salud. El riesgo, en los países con gobiernos autoritarios y también en las democracias, es que este monitoreo tecnológico se utilice para fortalecer un régimen de vigilancia, que invada la privacidad de las personas y atente contra las libertades.

La democracia logró sobrevivir al fascismo, al totalitarismo nazi y comunista, y al fanatismo y terrorismo islámico. La duda ahora es si saldrá completamente ilesa después de esta pandemia, que el menos en algunos países tiende ya a conformar una sociedad panóptica, dominada por un nuevo Gran Hermano, ese personaje orwelliano que todo lo observa.

Que bueno que la infraestructura tecnológica de frontera contribuya a evitar la propagación del covid-19. Esa misma tecnología, debe ser también un poderoso y útil instrumento para mantener, expandir y mejorar los regímenes democráticos.

Lo malo sería, que en esta emergencia sanitaria creada por el coronavirus, las cámaras y teléfonos celulares abran el camino a nuevas y más sofisticadas formas de control y dominio de la sociedad. Yuval Noah Harari he escrito que las tecnologías de la información y la comunicación pueden servir para promover el empoderamiento ciudadano o, por el contrario, aplicarse para fortalecer la vigilancia autoritaria. La humanidad tendrá que encarar y resolver este dilema, una vez que pase la pandemia y el futuro nos alcance.