/ jueves 4 de febrero de 2021

La desconfianza y el retroceso

El poeta Paul Valéry, creyente en el progreso, afirmaba que "el futuro es construcción". Destruir está en las antípodas. La incertidumbre a su vez genera inhibición y pocos deseos de participación.

Muchas acciones del gobierno han generado incertidumbre, por un lado, al socavar la legitimidad de ciertas instituciones del Estado (Instituto Federal de Telecomunicaciones, COFEPRIS, Comisión Reguladora de Energía), cooptando o colonizando organismos constitucionalmente autónomos, y amenazando a otros con su desaparición como el INE o el INAI. Tal debilitamiento institucional lo vemos reflejado en la recesión; en la falta de inversión privada -por desconfianza-; en la crisis y tragedia sanitaria -por su pésimo y criminal manejo-, donde las políticas del gobierno no se guían por la ciencia sino por la ideología y el realismo mágico; en el empecinamiento en promover las energías fósiles, caras y contaminantes, en un mundo que ya se mueve hacia las energías renovables y limpias; y en las muy lejanas perspectivas económicas de recuperación de la economía mexicana -por la falta de implementación de políticas financieras solidarias y de apoyo a los trabajadores y a las pequeñas y medianas empresas-.

El Estado social se diferencia del Estado autoritario y del Estado liberal de Derecho, en que es un Estado que puede garantizar la subsistencia de los individuos, es Estado de prestaciones y de redistribución de riqueza, por eso, el ciudadano tiene intereses en el Estado de escala y modalidades variables. Las prestaciones que ofrece la seguridad social, las ventajas o inconvenientes de una política fiscal determinada o las atenciones que suponga una política sanitaria adecuada, podrían corresponder a la legitimidad del Estado y a la continuidad del sistema político si éste pudiera ofrecer ese mínimo de bienestar a sus ciudadanos. No opera pues, en México, un Estado social, sino uno de otra estirpe.

La caída en el PIB de 8.5 por ciento en el 2020, junto con el hecho que nuestra economía venía decreciendo desde antes de la pandemia y las estimaciones en las que nosotros regresaremos en 2028 al tamaño que teníamos per cápita en 2018, confirman que nuestra economía, responsabilidad de las políticas del gobierno actual, ha tenido su peor desempeño en los últimos cien años.

Janet Yellen, primera mujer Secretaria del Tesoro en Estados Unidos (un cargo equivalente al de secretaria de Hacienda), dijo recientemente que "el precio de no hacer nada cuando se trata de alivio económico es demasiado alto". Ese precio ya lo estamos viviendo en México. Sin embargo, todavía se puede enmendar el camino.

La corriente que iniciaron en la Grecia antigua Jenófanes y Protágoras, que concibe al progreso como algo inextricablemente vinculado a los efectos de la acumulación de conocimientos, nos puede orientar a hacerlo. A lo largo de casi toda la historia de Occidente, e incluso en la Edad Media, el respeto que se siente por la razón, el conocimiento y la ciencia siempre ha apuntado, con altibajos, a una idea del progreso colectivo. Ante el oscurantismo, la razón; ante la superchería, la ciencia; ante la demagogia y la mentira, las virtudes de la ética pública de la dignidad, la verdad, la decencia y la justicia, virtudes entendidas en el sentido griego de "excelencia".

Como lo dijera el poeta heleno Lucrecio, "el tiempo, poco a poco, trae los descubrimientos de las cosas, que la razón eleva a la luz. Pues vieron cómo las cosas, una tras otra, iban haciéndose más claras en sus mentes, hasta que gracias a sus artes llegaron a lo más alto".

El poeta Paul Valéry, creyente en el progreso, afirmaba que "el futuro es construcción". Destruir está en las antípodas. La incertidumbre a su vez genera inhibición y pocos deseos de participación.

Muchas acciones del gobierno han generado incertidumbre, por un lado, al socavar la legitimidad de ciertas instituciones del Estado (Instituto Federal de Telecomunicaciones, COFEPRIS, Comisión Reguladora de Energía), cooptando o colonizando organismos constitucionalmente autónomos, y amenazando a otros con su desaparición como el INE o el INAI. Tal debilitamiento institucional lo vemos reflejado en la recesión; en la falta de inversión privada -por desconfianza-; en la crisis y tragedia sanitaria -por su pésimo y criminal manejo-, donde las políticas del gobierno no se guían por la ciencia sino por la ideología y el realismo mágico; en el empecinamiento en promover las energías fósiles, caras y contaminantes, en un mundo que ya se mueve hacia las energías renovables y limpias; y en las muy lejanas perspectivas económicas de recuperación de la economía mexicana -por la falta de implementación de políticas financieras solidarias y de apoyo a los trabajadores y a las pequeñas y medianas empresas-.

El Estado social se diferencia del Estado autoritario y del Estado liberal de Derecho, en que es un Estado que puede garantizar la subsistencia de los individuos, es Estado de prestaciones y de redistribución de riqueza, por eso, el ciudadano tiene intereses en el Estado de escala y modalidades variables. Las prestaciones que ofrece la seguridad social, las ventajas o inconvenientes de una política fiscal determinada o las atenciones que suponga una política sanitaria adecuada, podrían corresponder a la legitimidad del Estado y a la continuidad del sistema político si éste pudiera ofrecer ese mínimo de bienestar a sus ciudadanos. No opera pues, en México, un Estado social, sino uno de otra estirpe.

La caída en el PIB de 8.5 por ciento en el 2020, junto con el hecho que nuestra economía venía decreciendo desde antes de la pandemia y las estimaciones en las que nosotros regresaremos en 2028 al tamaño que teníamos per cápita en 2018, confirman que nuestra economía, responsabilidad de las políticas del gobierno actual, ha tenido su peor desempeño en los últimos cien años.

Janet Yellen, primera mujer Secretaria del Tesoro en Estados Unidos (un cargo equivalente al de secretaria de Hacienda), dijo recientemente que "el precio de no hacer nada cuando se trata de alivio económico es demasiado alto". Ese precio ya lo estamos viviendo en México. Sin embargo, todavía se puede enmendar el camino.

La corriente que iniciaron en la Grecia antigua Jenófanes y Protágoras, que concibe al progreso como algo inextricablemente vinculado a los efectos de la acumulación de conocimientos, nos puede orientar a hacerlo. A lo largo de casi toda la historia de Occidente, e incluso en la Edad Media, el respeto que se siente por la razón, el conocimiento y la ciencia siempre ha apuntado, con altibajos, a una idea del progreso colectivo. Ante el oscurantismo, la razón; ante la superchería, la ciencia; ante la demagogia y la mentira, las virtudes de la ética pública de la dignidad, la verdad, la decencia y la justicia, virtudes entendidas en el sentido griego de "excelencia".

Como lo dijera el poeta heleno Lucrecio, "el tiempo, poco a poco, trae los descubrimientos de las cosas, que la razón eleva a la luz. Pues vieron cómo las cosas, una tras otra, iban haciéndose más claras en sus mentes, hasta que gracias a sus artes llegaron a lo más alto".