/ miércoles 23 de septiembre de 2020

La ciudad limpia y el puerto brillante

Las basuras y las aguas negras, marismeñas-mazatlecas, desde el centro a la periferia, ocupan pero no preocupan a las autoridades y a los ciudadanos, aunque huelan desde que amanece y anochece con los cubrebocas y los tapabocas tirados en las calles: una noche huelen de día y un día huelen de noche, mientras en los chiqueros y en los trochiles, los puercos duermen con los gatos y los perros.

El basurón de la periferia es el basurón del centro, yendo y viniendo por las calles de la ciudad y por las avenidas del puerto.

La ciudad limpia y el puerto brillante es un reflejo de espejos en cuerpos de basuras y de aguas negras, reflejándose, contemplándose y mirándose en la contaminada urbanidad, día a noche, desembocando, en el mar, la mierda ciudadana.

Lo más hermoso, maravilloso y espectacular entre la ciudad limpia y el puerto brillante, son los atardeceres crepusculares, cuando el sol se pierde en las basuras y se hunde en las aguas negras, reflejándose el rayo verde en la Isla de la Piedra, El Faro y Las Tres Islas con los aromas del café, las guaneras y la termoeléctrica.

De la brisa marina a la herrumbre urbana, la ciudad limpia y el puerto brillante, son un paisaje de espejismos enfermizos, anómicos y autistas: nada, nadie y alguien hacemos por la ciudad limpia y el puerto brillante más que el parque Bonfil de nuestras calles, avenidas y casas.

Un día sí y otra noche también con las basuras y las aguas negras, los gatos, los perros y los puercos, y más allá de las azoteas, los tendederos y los tinacos con los gallineros.

La única estrella no es Lola Beltrán: es el complejo Estrella del Mar con la límpida usurpación de la tierra, la arena y el mar.

La ciudad limpia y el puerto brillante, La Casa del Marino y El Fuerte 31 de Marzo, los marineros y los soldados, los naufragios y los cañones herrumbrados por la brisa y el salitre de la Historia marina y naval, El Acuario tragado por El Tiburonario y regurgitado por el marasmo del Parque Central.

La ciudad limpia del culmen y el puerto brillante del colmo con una belleza que no ha aprendido a ser bella más que en los carros alegóricos del carnaval con sus mujeres-hembras y sus hombres-machos en una sola avenida de ida y de vuelta impactando el paisaje con cohetes y contaminando el espacio con humo en las alturas, en las bajuras y en las basuras de la gente que va dejando las sucias huellas de quien tira del wc, la serpentina y el huevo podrido, de la nueva normalidad anormal de la old fashion a la new fashion marismeña-mazatleca.

La diferencia socioestética y urbana entre la ciudad limpia y el puerto brillante es la acumulación del presente con la desposesión del pasado arquitectónico, haciéndole al deshonor, fachada tras fachada, con el resanamiento de más mezcla, maistro, hasta reventar lo que estructuralmente se dejó al abandono y ahora con cualquier mano de gato nomás arañan lo feo para dejar las plastas del salitre con la herrumbre de la cal viva y el cemento muerto con la tabla roca de la imaginación destructiva del tiempo con la albañilería del albañal urbano, arquitectónico e hidráulico.

Basta un ejemplo de la falsa armonía arquitectónica y urbana, marismeña-mazatleca: la rockola como edificio en Olas Altas, incrustada(o) en el cuadro urbano para descuadrar el espacio físico y visual entre la ciudad y el puerto, las jardineras y los jardines, los cajones y los encajonamientos viales y peatonales sin descanso físico y visual en algo tan desagradable como la escultura del inexistente Pedro Infante, no sabiéndose si anda en la moto sobre el adoquinado encharcado desde el mercado Pino Suárez hasta la plazuela Machado y Olas Altas, teniendo un tropiezo rodado con un pedazo de vía férrea que se encontraron y allí lo abandonaron para ver quién pregunta, ¿a qué hora pasa el tranvía por la vía desmemoriada de la historia marismeña-mazatleca?, en lo que el Cronista de la Ciudad, EVA, toma nota y ni se nota que la Primera No Dama, la de los archivos históricos, anduvo sin su Obrador por Olas Altas a la par con la chanclas de El Químico y su Señora Primera Dama del municipio marismeño-mazatleco, haciendo olas.

Entonces, la limpia ciudad y el brillante puerto, desde lo más cercano (las basuras) y desde lo más lejano (las aguas negras) con los palacios de los hoteles (de y en) el Puro Sinaloa, la ciudad del carnaval y el puerto donde se rompen las olas con el relumbrón del rayo verde en la Perla del Pacífico, cuando don Luis Pérez Meza le reventaba el barzón a La Tambora.

Las basuras y las aguas negras, marismeñas-mazatlecas, desde el centro a la periferia, ocupan pero no preocupan a las autoridades y a los ciudadanos, aunque huelan desde que amanece y anochece con los cubrebocas y los tapabocas tirados en las calles: una noche huelen de día y un día huelen de noche, mientras en los chiqueros y en los trochiles, los puercos duermen con los gatos y los perros.

El basurón de la periferia es el basurón del centro, yendo y viniendo por las calles de la ciudad y por las avenidas del puerto.

La ciudad limpia y el puerto brillante es un reflejo de espejos en cuerpos de basuras y de aguas negras, reflejándose, contemplándose y mirándose en la contaminada urbanidad, día a noche, desembocando, en el mar, la mierda ciudadana.

Lo más hermoso, maravilloso y espectacular entre la ciudad limpia y el puerto brillante, son los atardeceres crepusculares, cuando el sol se pierde en las basuras y se hunde en las aguas negras, reflejándose el rayo verde en la Isla de la Piedra, El Faro y Las Tres Islas con los aromas del café, las guaneras y la termoeléctrica.

De la brisa marina a la herrumbre urbana, la ciudad limpia y el puerto brillante, son un paisaje de espejismos enfermizos, anómicos y autistas: nada, nadie y alguien hacemos por la ciudad limpia y el puerto brillante más que el parque Bonfil de nuestras calles, avenidas y casas.

Un día sí y otra noche también con las basuras y las aguas negras, los gatos, los perros y los puercos, y más allá de las azoteas, los tendederos y los tinacos con los gallineros.

La única estrella no es Lola Beltrán: es el complejo Estrella del Mar con la límpida usurpación de la tierra, la arena y el mar.

La ciudad limpia y el puerto brillante, La Casa del Marino y El Fuerte 31 de Marzo, los marineros y los soldados, los naufragios y los cañones herrumbrados por la brisa y el salitre de la Historia marina y naval, El Acuario tragado por El Tiburonario y regurgitado por el marasmo del Parque Central.

La ciudad limpia del culmen y el puerto brillante del colmo con una belleza que no ha aprendido a ser bella más que en los carros alegóricos del carnaval con sus mujeres-hembras y sus hombres-machos en una sola avenida de ida y de vuelta impactando el paisaje con cohetes y contaminando el espacio con humo en las alturas, en las bajuras y en las basuras de la gente que va dejando las sucias huellas de quien tira del wc, la serpentina y el huevo podrido, de la nueva normalidad anormal de la old fashion a la new fashion marismeña-mazatleca.

La diferencia socioestética y urbana entre la ciudad limpia y el puerto brillante es la acumulación del presente con la desposesión del pasado arquitectónico, haciéndole al deshonor, fachada tras fachada, con el resanamiento de más mezcla, maistro, hasta reventar lo que estructuralmente se dejó al abandono y ahora con cualquier mano de gato nomás arañan lo feo para dejar las plastas del salitre con la herrumbre de la cal viva y el cemento muerto con la tabla roca de la imaginación destructiva del tiempo con la albañilería del albañal urbano, arquitectónico e hidráulico.

Basta un ejemplo de la falsa armonía arquitectónica y urbana, marismeña-mazatleca: la rockola como edificio en Olas Altas, incrustada(o) en el cuadro urbano para descuadrar el espacio físico y visual entre la ciudad y el puerto, las jardineras y los jardines, los cajones y los encajonamientos viales y peatonales sin descanso físico y visual en algo tan desagradable como la escultura del inexistente Pedro Infante, no sabiéndose si anda en la moto sobre el adoquinado encharcado desde el mercado Pino Suárez hasta la plazuela Machado y Olas Altas, teniendo un tropiezo rodado con un pedazo de vía férrea que se encontraron y allí lo abandonaron para ver quién pregunta, ¿a qué hora pasa el tranvía por la vía desmemoriada de la historia marismeña-mazatleca?, en lo que el Cronista de la Ciudad, EVA, toma nota y ni se nota que la Primera No Dama, la de los archivos históricos, anduvo sin su Obrador por Olas Altas a la par con la chanclas de El Químico y su Señora Primera Dama del municipio marismeño-mazatleco, haciendo olas.

Entonces, la limpia ciudad y el brillante puerto, desde lo más cercano (las basuras) y desde lo más lejano (las aguas negras) con los palacios de los hoteles (de y en) el Puro Sinaloa, la ciudad del carnaval y el puerto donde se rompen las olas con el relumbrón del rayo verde en la Perla del Pacífico, cuando don Luis Pérez Meza le reventaba el barzón a La Tambora.

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