/ viernes 27 de noviembre de 2020

La catástrofe

Las proyecciones más ominosas lamentablemente se han superado. Hemos llegado a 1 millón 070 mil casos confirmados y 103 mil 597 muertos por Covid-19. Los datos son verdaderamente alarmantes. Y más aún, cuando todo parece indicar que las cifras oficiales están “maquilladas”. Hay un evidente subregistro de enfermos y fallecidos por coronavirus. La propia Secretaría de Salud del gobierno federal ha informado que, de enero a septiembre de 2020, se tiene un exceso de mortalidad del 37%, al registrase 193 mil decesos más de los esperados. No todos, pero seguramente la mayoría de estos mexicanos son víctimas de la pandemia. De ser así, los fallecidos serían aproximadamente 300 mil. Una cifra escalofriante, que nos habla de una auténtica tragedia nacional.

¿Cómo y por qué hemos llegado a este escenario catastrófico? ¿Será por las debilidades e insuficiencias históricas de nuestro sistema de salud? ¿Algo tendrán que ver las llamadas comorbilidades, por tanta incidencia de obesidad, diabetes e hipertensión? ¿Acaso la razón de que nuestro país ocupe el cuarto lugar a nivel mundial con más decesos por Covid-19, es la irresponsabilidad e indisciplina social de los mexicanos o, como diría Octavio Paz, nuestra indiferencia ante la muerte?

En mayor o menor medida, todos estos factores sin duda han influido en el comportamiento de la pandemia del coronavirus en nuestro país. Pero en una evaluación rigurosa, no se puede eludir la responsabilidad que le atañe directamente al gobierno federal, que por ley es el que define y conduce la política nacional en materia de salud.

Hasta estos momentos, el gobierno mexicano es uno de los que ha tenido resultados más desfavorables en la gestión de la pandemia del Covid-19. El problema fue de origen y en el más alto nivel. El presidente de la república, Andrés Manuel López Obrador, ha intentado siempre minimizar el impacto del coronavirus.

Al inicio de la pandemia, y cuando la información sobre esta nueva enfermedad era incipiente, el presidente de la república convocó a la población a no tener miedo; a abrazarse y salir a comer a fondas y restaurantes, porque no pasaría nada, pues aseguró que “El Covid-19 ni siquiera es equivalente a la influenza”.

Vinieron después los errores en la política pública. Primero, el fijar como objetivo central evitar la saturación de los hospitales, cuando la prioridad debió ser prevenir la enfermedad y evitar su propagación. Este es un principio angular de la salud pública.

De este enfoque equivocado deriva la resistencia del gobierno federal a la aplicación masiva de pruebas de diagnóstico, haciendo a un lado la recomendación de la Organización Mundial de la Salud. Para referirnos solo al continente americano, entre 20 países de la región México se ubica en el último lugar en el número de pruebas de coronavirus por cada 100 mil habitantes.

En lugar de pruebas, el gobierno federal decidió apegarse al llamado modelo centinela” de vigilancia epidemiológica, que demostró su inefectividad y que posteriormente fue descartado por las propias autoridades.

Al no aplicar pruebas, lo único que se logró fue ocultar la realidad y tener un subregistro de casos, muchos de los cuales se han presentado como “neumonías atípicas”. La falta de un muestreo adecuado, ha llevado a que el gobierno federal no tenga una visión clara sobre la magnitud de la enfermedad y, por lo mismo, ha caminado a ciegas. Esto explica lo erráticas que han sido las proyecciones sobre el aplanamiento de la curva de contagios, el número de fallecidos y la fecha de conclusión de la pandemia.

Otra grave falla de las autoridades mexicanas en su estrategia de contención del Covid-19, ha sido la falta de contundencia en la recomendación a la población sobre el uso del cubrebocas. Esta ha sido una medida fundamental en muchos países, pero López Obrador asegura que no se ha demostrado científicamente que el cubrebocas funcione y ayude a evitar los contagios.

A ello habría que agregar la falta de transparencia en la información sobres enfermos y fallecidos, el contradictorio manejo del “semáforo” epidemiológico, la incapacidad para garantizar la sana distancia y reducir la movilidad, el ajuste del presupuesto para el sector salud en plena pandemia y la confrontación de la administración federal con un buen número de gobiernos estatales.

Por estas y otras razones, la estrategia del gobierno mexicano contra el coronavirus ha sido un rotundo fracaso. El tiempo ha demostrado el error de haber confiado la lucha contra el Covid-19 al Subsecretario Hugo López-Gatell, un mitómano que ha secundado al presidente de la república en sus despropósitos y que perdió toda autoridad cuando afirmó que la fuerza de Andrés Manuel López Obrador es moral y no de contagio.

Voces diversas y calificadas, han urgido al gobierno federal a cambiar la estrategia de combate al coronavirus, pero sus críticas y recomendaciones han topado con la cerrazón del presidente de la república.

Una y otra vez, López Obrador ha señalado que México va muy bien en la lucha contra el coronavirus y que es un ejemplo a nivel mundial. Sin embargo, de acuerdo con el Ranking de Resiliencia Covid-19, dado a conocer recientemente por Bloomberg, México es el peor país para vivir en la era del coronavirus, al ocupar el último lugar entre las 50 economías más grandes del mundo.

La realidad no se puede ocultar. En México, la pandemia de Covid-19 ha estado fuera de control, debido a la errática política sanitaria del gobierno federal. Lamentablemente, el saldo de la negligencia, cerrazón e incompetencia de las autoridades, ha sido demasiado alto. Se han perdido muchas vidas. Hay dolor y tristeza en numerosas familias. Los responsable, tienen que responder por esto.

Parafraseando a los partidarios de la llamada Cuarta Transformación, podemos decir que en los desastrosos resultados para contener el coronavirus, no debe haber ni olvido ni perdón.

Las proyecciones más ominosas lamentablemente se han superado. Hemos llegado a 1 millón 070 mil casos confirmados y 103 mil 597 muertos por Covid-19. Los datos son verdaderamente alarmantes. Y más aún, cuando todo parece indicar que las cifras oficiales están “maquilladas”. Hay un evidente subregistro de enfermos y fallecidos por coronavirus. La propia Secretaría de Salud del gobierno federal ha informado que, de enero a septiembre de 2020, se tiene un exceso de mortalidad del 37%, al registrase 193 mil decesos más de los esperados. No todos, pero seguramente la mayoría de estos mexicanos son víctimas de la pandemia. De ser así, los fallecidos serían aproximadamente 300 mil. Una cifra escalofriante, que nos habla de una auténtica tragedia nacional.

¿Cómo y por qué hemos llegado a este escenario catastrófico? ¿Será por las debilidades e insuficiencias históricas de nuestro sistema de salud? ¿Algo tendrán que ver las llamadas comorbilidades, por tanta incidencia de obesidad, diabetes e hipertensión? ¿Acaso la razón de que nuestro país ocupe el cuarto lugar a nivel mundial con más decesos por Covid-19, es la irresponsabilidad e indisciplina social de los mexicanos o, como diría Octavio Paz, nuestra indiferencia ante la muerte?

En mayor o menor medida, todos estos factores sin duda han influido en el comportamiento de la pandemia del coronavirus en nuestro país. Pero en una evaluación rigurosa, no se puede eludir la responsabilidad que le atañe directamente al gobierno federal, que por ley es el que define y conduce la política nacional en materia de salud.

Hasta estos momentos, el gobierno mexicano es uno de los que ha tenido resultados más desfavorables en la gestión de la pandemia del Covid-19. El problema fue de origen y en el más alto nivel. El presidente de la república, Andrés Manuel López Obrador, ha intentado siempre minimizar el impacto del coronavirus.

Al inicio de la pandemia, y cuando la información sobre esta nueva enfermedad era incipiente, el presidente de la república convocó a la población a no tener miedo; a abrazarse y salir a comer a fondas y restaurantes, porque no pasaría nada, pues aseguró que “El Covid-19 ni siquiera es equivalente a la influenza”.

Vinieron después los errores en la política pública. Primero, el fijar como objetivo central evitar la saturación de los hospitales, cuando la prioridad debió ser prevenir la enfermedad y evitar su propagación. Este es un principio angular de la salud pública.

De este enfoque equivocado deriva la resistencia del gobierno federal a la aplicación masiva de pruebas de diagnóstico, haciendo a un lado la recomendación de la Organización Mundial de la Salud. Para referirnos solo al continente americano, entre 20 países de la región México se ubica en el último lugar en el número de pruebas de coronavirus por cada 100 mil habitantes.

En lugar de pruebas, el gobierno federal decidió apegarse al llamado modelo centinela” de vigilancia epidemiológica, que demostró su inefectividad y que posteriormente fue descartado por las propias autoridades.

Al no aplicar pruebas, lo único que se logró fue ocultar la realidad y tener un subregistro de casos, muchos de los cuales se han presentado como “neumonías atípicas”. La falta de un muestreo adecuado, ha llevado a que el gobierno federal no tenga una visión clara sobre la magnitud de la enfermedad y, por lo mismo, ha caminado a ciegas. Esto explica lo erráticas que han sido las proyecciones sobre el aplanamiento de la curva de contagios, el número de fallecidos y la fecha de conclusión de la pandemia.

Otra grave falla de las autoridades mexicanas en su estrategia de contención del Covid-19, ha sido la falta de contundencia en la recomendación a la población sobre el uso del cubrebocas. Esta ha sido una medida fundamental en muchos países, pero López Obrador asegura que no se ha demostrado científicamente que el cubrebocas funcione y ayude a evitar los contagios.

A ello habría que agregar la falta de transparencia en la información sobres enfermos y fallecidos, el contradictorio manejo del “semáforo” epidemiológico, la incapacidad para garantizar la sana distancia y reducir la movilidad, el ajuste del presupuesto para el sector salud en plena pandemia y la confrontación de la administración federal con un buen número de gobiernos estatales.

Por estas y otras razones, la estrategia del gobierno mexicano contra el coronavirus ha sido un rotundo fracaso. El tiempo ha demostrado el error de haber confiado la lucha contra el Covid-19 al Subsecretario Hugo López-Gatell, un mitómano que ha secundado al presidente de la república en sus despropósitos y que perdió toda autoridad cuando afirmó que la fuerza de Andrés Manuel López Obrador es moral y no de contagio.

Voces diversas y calificadas, han urgido al gobierno federal a cambiar la estrategia de combate al coronavirus, pero sus críticas y recomendaciones han topado con la cerrazón del presidente de la república.

Una y otra vez, López Obrador ha señalado que México va muy bien en la lucha contra el coronavirus y que es un ejemplo a nivel mundial. Sin embargo, de acuerdo con el Ranking de Resiliencia Covid-19, dado a conocer recientemente por Bloomberg, México es el peor país para vivir en la era del coronavirus, al ocupar el último lugar entre las 50 economías más grandes del mundo.

La realidad no se puede ocultar. En México, la pandemia de Covid-19 ha estado fuera de control, debido a la errática política sanitaria del gobierno federal. Lamentablemente, el saldo de la negligencia, cerrazón e incompetencia de las autoridades, ha sido demasiado alto. Se han perdido muchas vidas. Hay dolor y tristeza en numerosas familias. Los responsable, tienen que responder por esto.

Parafraseando a los partidarios de la llamada Cuarta Transformación, podemos decir que en los desastrosos resultados para contener el coronavirus, no debe haber ni olvido ni perdón.