/ viernes 23 de octubre de 2020

Hidalgo y Coahuila: ¿regreso a la normalidad democrática?

En la historia de la joven democracia mexicana, las elecciones del 1 de julio de 2018 fueron totalmente atípicas y sorprendentes en sus resultados. El triunfo de Andrés Manuel López Obrador estaba más que cantado. Pero no su forma tan contundente y abrumadora. Nadie imaginó que el ahora presidente de la república alcanzará 30.11 millones de votos. Ninguna encuesta previó tampoco, que el país se tornará súbitamente monocolor, con la victoria de MORENA en 31 de los 32 estados de la república. Ni Vicente Fox en la primera alternancia del año 2000, ni Felipe Felipe o Enrique Peña Nieto, lograron un triunfo de esta magnitud avasallante.

Los comicios del 2018 representaron una “anomalía” en la historia electoral de nuestro país, al menos en su etapa democrática. Como atinadamente se dijo, la victoria de López Obrador fue un verdadero “tsunami”. Con su voto, los ciudadanos le dieron al presidente y a su partido un gran poder: una amplia mayoría en la cámara de diputados y el control de 20 congresos estatales.

De manera precipitada, muchos analistas aseguraron que los resultados de los comicios de 2018 habían destruido el sistema de partidos que se fue construyendo e institucionalizando a lo largo de la transición democrática.

Incluso, con preocupación y pesimismo, se comenzó a hablar de que la fuerza política adquirida por Andrés Manuel López Obrador podía conducir a un modelo de partido predominante, con MORENA ganando la mayoría por un largo tiempo.

Las encuestas publicadas a lo largo de los últimos dos años, fueron consistentes en confirmar la alta aceptación del presidente de la república y su partido encabezando también las preferencias electorales. Todo eso hacía suponer que en los comicios del presente año se repetiría el fenómeno del 2018, o al menos algo parecido.

Pero no fue así. En las recientes elecciones de los estados de Hidalgo y Coahuila MORENA se desplomó y el PRI, que muchos decían que estaba en riesgo de perder hasta el registro, se reposiciona de una manera sorprendente.

¿Qué fue lo que ocurrió? ¿Qué cambios se registraron en la vida política nacional y en esas entidades federativas del 2018 al 2020? ¿Qué factores propiciaron que el PRI obtuviera un “carro completo”, como en sus mejores tiempos de partido hegemónico, en las elecciones del congreso local de Coahuila, y ganara 32 ayuntamientos en Hidalgo, entre ellos Pachuca, la capital del estado.

Habría que decir, al respecto, que la competencia electoral y sus resultados siempre reflejan una determinada circunstancia. El “tsunami” del 2018, se explica en buena medida por el desgaste de los partidos tradicionales, el hartazgo de los mexicanos ante la ineficacia gubernamental, el incremento de la violencia y la inseguridad, y tantos abusos, excesos y escándalos de corrupción. Ese fue el contexto que pavimentó el triunfo de López Obrador, además de su lucha persistente y su liderazgo carismático.

A la vuelta de dos años, se confirma que el ejercicio del poder desgasta; que no es lo mismo estar en la oposición que ser gobierno. El mal manejo de la pandemia del Covid-19, los enfermos y muertos que siguen aumentando, el desempleo, la pobreza en ascenso, la desaparición de apoyos al campo y a la ganadería, la violencia desbordada, la indiferencia ante la problemática de las mujeres y los primeros señalamientos de corrupción al gobierno de la llamada Cuarta Transformación, han comenzado a erosionar el apoyo al presidente de la república y a su partido.

Es cierto que Andrés Manuel López Obrador sigue tenido una alta aceptación, pero va a la baja. Inició su mandato con un 75% de aprobación y para septiembre de 2020 descendió al 59%. Es decir, en dos años registra una pérdida de 16 puntos.

Por su parte, en los comicios de 2018 MORENA obtuvo el 44.49% de los votos en la elección presidencial. En septiembre de 2020, la preferencia electoral por este partido bajó al 39%, lo que representa un decremento de 5 puntos.

A ello habría que agregarle, que MORENA no termina por convertirse en un verdadero partido político. La mejor prueba de ello, es que en 17 estados no cuentan con presidente del partido, y en otras 6 entidades no existe comité ni consejo.

La desorganización se agrava con la feroz disputa por la dirigencia nacional, que ha resultado caótico y dañino para la vida interna y la imagen de MORENA. La situación es tal, que en una mañanera López Obrador “se quitó la investidura presidencial”, para cuestionar que el partido lleva más de un año sin poder renovar su liderazgo y reprochó que “hay mucho pueblo para tan poco dirigente”.

Es evidente que esta situación nacional comienza a gravitar en los estados de la república, donde la votación de MORENA tiende a descender. Muchas esperaban que en Hidalgo y Coahuila se repitiera el “tsunami” del 2018. En su arrogancia, líderes y candidatos de MORENA vieron los comicios de este año como un mero trámite y pensaban que tenían el triunfo asegurado. Ingenuamente creyeron que la ola positiva de Andrés Manuel López Obrador era inagotable y duraría para siempre.

Pero no fue así, en Hidalgo y Coahuila hubo voto de castigo contra MORENA por los malos resultados de la administración federal. Pero también, en estas elecciones se evidenció la preeminencia que adquieren las agendas locales. Se demostró también, que los buenos gobiernos rinden dividendos políticos. En estos dos estados hay gobernadores bien evaluados, lo que actuó en favor del PRI.

Los resultados de los comicios de Hidalgo y Coahuila, por supuesto que no determinan anticipadamente el rumbo de las elecciones del 2021. Cada proceso es diferente. Pero hay cosas que van quedando más o menos claras.

Todo parece indicar, que los comicios de 2020 reflejan un punto de inflexión para MORENA. Al parecer, se agotó la fase expansiva de este partido. Sin López Obrador en la boleta, MORENA tiene un rendimiento electoral notablemente inferior.

Lo anterior, de ninguna manera significa que MORENA pierda toda capacidad de competencia política. Solo que ya no será la fuerza avasallante que se impone en prácticamente todos los estados de la república. Impensable que se repita el escenario del 2018.

Asimismo, los buenos resultados obtenidos en Hidalgo y Coahuila, tampoco le garantizan al PRI el triunfo en los procesos venideros. Los priístas tienen que hacer una lectura adecuada de los recientes comicios. Mal haría el PRI en echar las campanas al vuelo e incurrir en el triunfalismo y la confianza excesiva.

Las elecciones recientes en Hidalgo y Coahuila, apuntan a corregir la “anomalía” de los comicios de 2018, donde la oposición fue prácticamente borrada. Ahora, nos encaminamos a regresar a la normalidad democrática, donde distintos partidos ganan elecciones y el poder se distribuye y se comparte. Hasta hoy, ese parece ser el escenario más probable para el 2021. Ya veremos cuando hablen las urnas.

En la historia de la joven democracia mexicana, las elecciones del 1 de julio de 2018 fueron totalmente atípicas y sorprendentes en sus resultados. El triunfo de Andrés Manuel López Obrador estaba más que cantado. Pero no su forma tan contundente y abrumadora. Nadie imaginó que el ahora presidente de la república alcanzará 30.11 millones de votos. Ninguna encuesta previó tampoco, que el país se tornará súbitamente monocolor, con la victoria de MORENA en 31 de los 32 estados de la república. Ni Vicente Fox en la primera alternancia del año 2000, ni Felipe Felipe o Enrique Peña Nieto, lograron un triunfo de esta magnitud avasallante.

Los comicios del 2018 representaron una “anomalía” en la historia electoral de nuestro país, al menos en su etapa democrática. Como atinadamente se dijo, la victoria de López Obrador fue un verdadero “tsunami”. Con su voto, los ciudadanos le dieron al presidente y a su partido un gran poder: una amplia mayoría en la cámara de diputados y el control de 20 congresos estatales.

De manera precipitada, muchos analistas aseguraron que los resultados de los comicios de 2018 habían destruido el sistema de partidos que se fue construyendo e institucionalizando a lo largo de la transición democrática.

Incluso, con preocupación y pesimismo, se comenzó a hablar de que la fuerza política adquirida por Andrés Manuel López Obrador podía conducir a un modelo de partido predominante, con MORENA ganando la mayoría por un largo tiempo.

Las encuestas publicadas a lo largo de los últimos dos años, fueron consistentes en confirmar la alta aceptación del presidente de la república y su partido encabezando también las preferencias electorales. Todo eso hacía suponer que en los comicios del presente año se repetiría el fenómeno del 2018, o al menos algo parecido.

Pero no fue así. En las recientes elecciones de los estados de Hidalgo y Coahuila MORENA se desplomó y el PRI, que muchos decían que estaba en riesgo de perder hasta el registro, se reposiciona de una manera sorprendente.

¿Qué fue lo que ocurrió? ¿Qué cambios se registraron en la vida política nacional y en esas entidades federativas del 2018 al 2020? ¿Qué factores propiciaron que el PRI obtuviera un “carro completo”, como en sus mejores tiempos de partido hegemónico, en las elecciones del congreso local de Coahuila, y ganara 32 ayuntamientos en Hidalgo, entre ellos Pachuca, la capital del estado.

Habría que decir, al respecto, que la competencia electoral y sus resultados siempre reflejan una determinada circunstancia. El “tsunami” del 2018, se explica en buena medida por el desgaste de los partidos tradicionales, el hartazgo de los mexicanos ante la ineficacia gubernamental, el incremento de la violencia y la inseguridad, y tantos abusos, excesos y escándalos de corrupción. Ese fue el contexto que pavimentó el triunfo de López Obrador, además de su lucha persistente y su liderazgo carismático.

A la vuelta de dos años, se confirma que el ejercicio del poder desgasta; que no es lo mismo estar en la oposición que ser gobierno. El mal manejo de la pandemia del Covid-19, los enfermos y muertos que siguen aumentando, el desempleo, la pobreza en ascenso, la desaparición de apoyos al campo y a la ganadería, la violencia desbordada, la indiferencia ante la problemática de las mujeres y los primeros señalamientos de corrupción al gobierno de la llamada Cuarta Transformación, han comenzado a erosionar el apoyo al presidente de la república y a su partido.

Es cierto que Andrés Manuel López Obrador sigue tenido una alta aceptación, pero va a la baja. Inició su mandato con un 75% de aprobación y para septiembre de 2020 descendió al 59%. Es decir, en dos años registra una pérdida de 16 puntos.

Por su parte, en los comicios de 2018 MORENA obtuvo el 44.49% de los votos en la elección presidencial. En septiembre de 2020, la preferencia electoral por este partido bajó al 39%, lo que representa un decremento de 5 puntos.

A ello habría que agregarle, que MORENA no termina por convertirse en un verdadero partido político. La mejor prueba de ello, es que en 17 estados no cuentan con presidente del partido, y en otras 6 entidades no existe comité ni consejo.

La desorganización se agrava con la feroz disputa por la dirigencia nacional, que ha resultado caótico y dañino para la vida interna y la imagen de MORENA. La situación es tal, que en una mañanera López Obrador “se quitó la investidura presidencial”, para cuestionar que el partido lleva más de un año sin poder renovar su liderazgo y reprochó que “hay mucho pueblo para tan poco dirigente”.

Es evidente que esta situación nacional comienza a gravitar en los estados de la república, donde la votación de MORENA tiende a descender. Muchas esperaban que en Hidalgo y Coahuila se repitiera el “tsunami” del 2018. En su arrogancia, líderes y candidatos de MORENA vieron los comicios de este año como un mero trámite y pensaban que tenían el triunfo asegurado. Ingenuamente creyeron que la ola positiva de Andrés Manuel López Obrador era inagotable y duraría para siempre.

Pero no fue así, en Hidalgo y Coahuila hubo voto de castigo contra MORENA por los malos resultados de la administración federal. Pero también, en estas elecciones se evidenció la preeminencia que adquieren las agendas locales. Se demostró también, que los buenos gobiernos rinden dividendos políticos. En estos dos estados hay gobernadores bien evaluados, lo que actuó en favor del PRI.

Los resultados de los comicios de Hidalgo y Coahuila, por supuesto que no determinan anticipadamente el rumbo de las elecciones del 2021. Cada proceso es diferente. Pero hay cosas que van quedando más o menos claras.

Todo parece indicar, que los comicios de 2020 reflejan un punto de inflexión para MORENA. Al parecer, se agotó la fase expansiva de este partido. Sin López Obrador en la boleta, MORENA tiene un rendimiento electoral notablemente inferior.

Lo anterior, de ninguna manera significa que MORENA pierda toda capacidad de competencia política. Solo que ya no será la fuerza avasallante que se impone en prácticamente todos los estados de la república. Impensable que se repita el escenario del 2018.

Asimismo, los buenos resultados obtenidos en Hidalgo y Coahuila, tampoco le garantizan al PRI el triunfo en los procesos venideros. Los priístas tienen que hacer una lectura adecuada de los recientes comicios. Mal haría el PRI en echar las campanas al vuelo e incurrir en el triunfalismo y la confianza excesiva.

Las elecciones recientes en Hidalgo y Coahuila, apuntan a corregir la “anomalía” de los comicios de 2018, donde la oposición fue prácticamente borrada. Ahora, nos encaminamos a regresar a la normalidad democrática, donde distintos partidos ganan elecciones y el poder se distribuye y se comparte. Hasta hoy, ese parece ser el escenario más probable para el 2021. Ya veremos cuando hablen las urnas.